miércoles, 19 de diciembre de 2007

Ancho mundo

Ancho mundo. Bajo el cielo raso nada permanece, pero en ese cambiar constante resplandeces idéntico, como un espejo bruñido a desgana o un ojo de agua desecado.

Luces y sonrisas. Noches y silencios. Amaneceres y horarios. Historias, conversaciones, miradas.

Oleadas de rostros, de lugares, de olores y de momentos.

Ancho mundo, a ti te puebla una bandada de ilusiones difusas, ambiguas, coloristas y a veces grises.

Ancho mundo…Todo en ti cambia, todo, sí…salvo en rugir de las olas en tus riveras, el salto de la espuma y las cabriolas de los pájaros pescando al atardecer. Por eso, algunas veces, sólo siento tu quietud en el movimiento de las aguas del océano. Y así, recogido en un silencio ruidoso, atrapado por los encantos de la monotonía azul descubro que, a fin de cuentas, no eres tan ancho. Entonces sí, te camino con ganas, estrechando en mis andares el espacio inmenso de vivir.

(Foto de Luis Echanove)

lunes, 17 de diciembre de 2007

Memorias de Gotovçeva

(A Marta)
He olvidado casi todo de aquellos tiempos…salvo ese olor. No diré a qué, ni de quién, ni cómo, ni cuándo. Los olores no hay que guardarlos en frascos, ni ponerlos nombre. Basta con recordarlos despacio; aspirarlos de nuevo; dejarse sumergir en ese vaho mitad de fragancias, mitad de memorias.

El frío de aquel invierno croata se escondió para siempre bajo la piel. No hay añoranza que pueda atraer los olores. Llegan solos, de repente, y se asientan bajo la dermis, como aquel frescor del noviembre balcánico.

El olor vino de nuevo a mí esta mañana; intenso, escondido entre las líneas de una carta breve. Y lo aspiré otra vez. Sentí frío y calor al mismo tiempo. Frío por los 14 años transcurridos desde entonces. Calor porque, al fin y al cabo, ocurrió ayer, ocurre ahora, ocurrirá siempre.

Cae tal vez la nieve sobre Zagreb, un invierno más.

jueves, 13 de diciembre de 2007

El recolector de cromos

Ahora
Hay unos tiempos mágicos en la vida de cada quien, dispersos en el entramado de calles de nuestras vidas. Son segundos vacíos de palabras y colmados de sensaciones sin nombre. Como un temblor en la mirada antes de llorar. Como una canción dolorosa. Como una sonrisa que nunca se terminó de dibujar pero estalló íntimamente.

Los filósofos buscaron durante siglos la esencia de las cosas. Los científicos atrapan moléculas con cañones de neutrones. Pero esta mañana de sábado la esencia del tiempo, diluida en el calor siempre estival de esta ciudad de rascacielos, se ha posado en la palma de mi mano.
(foto: Luis Echanove)

Pensamientos latentes

La belleza se enrosca

La belleza se enrosca en esta tarde. Se cuelga como una trepadera de los cielos rasos después de tanto llover.

Cuando la tarde caiga, la belleza se refugiará en tu rostro, con ese silencio limpio de la noche primera.

lunes, 3 de diciembre de 2007

Balas que duermen

Dicen que la única forma de sanar a alguien deprimido es hacerle ser consciente de que su estado de postración tiene causas precisas y puede ser tratado acorde a éstas. Aunque duela.

El País Vasco es una sociedad enferma, psiciologica y moralmente. La democracia no rige en muchos de sus municipios, sometidos desde hace décadas a la implacable dictadura los matones de barrio. El miedo al tiro en la nuca condiciona cada segundo de la existencia de una fracción enorme de su población: policías, concejales, periodistas, jueces, empresarios, celadores o simplemente gente que piensa de un modo diferente al de la minoría fascista que lleva décadas dominando las calles, los bares y hasta las fiestas de pueblo. Pero, al margen de ese grupo de radicales enajenados, hay todo un gran segmento social, tal vez mayoritario, silencioso durante años, temeroso de todo y de todos…su silencio cómplice, su mirar a otro lado, han ahondado la brecha hasta convertirla en una sima enorme, en un pozo sin fondo de canallada, de ignominia, de debacle social y suicidio colectivo.

Del frontón al paredón como deporte nacional. Del socarrón vasco del chiste gracioso al vasco demente que da un tiro de gracia…del País Vasco como monumento vivo a la resistencia, al orgullo, la tradición y la nobleza a ser sinónimo de sangre…y de cobardía. En eso han convertido la tierra de mis antepasados.

Yo ya no sé si ETA es la causa o el síntoma de esa enfermedad. Lo que si tengo claro es que, mas allá del dolor, de las vidas que la banda terrorista siega, está ese mar de fondo, esa sociedad confundida, que solo últimamente –cuando la banda de pistoleros y sus aliados de la coletilla y el cóctel molotov parecen haber perdido algo de fuerza- se ha atrevido a dar la cara.

El pueblo vasco deberá un día mirarse así mismo y preguntarse que ha pasado, como pudo ser secuestrado durante décadas en esa vorágine en la que tantos vascos andaban por la vida sin mirar a los lados, para no ver nada, mientras otros tenían que mirar por todos los rincones, hasta debajo de los coches, para saber si les quedaba algo de futuro o les tocaba morir esa mañana.

Independencia o no. Ese debate me importa, pero poco. Lo que en verdad me preocupa es como tratar la depresión moral de la sociedad vasca.

Esas balas alojadas en el cráneo de un muchacho de veintipocos años en un hospital de Bayona han dormido su cerebro. Ojalá despierten en cambio el de tantos vascos de buena voluntad, que todavía hoy duermen el sueño de los injustos.

miércoles, 28 de noviembre de 2007

Doble mirada


Parejas creadoras

Chiki Antolín, poetisa, escritora y amiga, acaba de escribir un libro maravilloso, ilustrado por Juanma Santomé, su chico. Es una biografía poetizada de Gloria Fuertes, escrita para niños. A esta seguirán otras, dedicadas siempre a mujeres escritoras. El libro se llama Gloria la poeta y lo edita Hotel de Papel. En palabras de Chiki: “Gloria Fuertes fue una niña de ciudad que siempre andaba buscando palomas y mariposas. Un día descubrió que leer era como mirar por la ventana, irse de viaje, correr hacia el mar o acariciarse el corazón. Así que, como no podía comprar cuentos, decidió escribirlos ella misma. Pero un día de verano llegó la guerra y cuando por fin se alejó, Gloria decidió convertirse en paloma de la paz y perseguirla con sus poemas y sus personajes para siempre”.

Miriam e Yves, otra pareja de amigos, sacaron a la luz hace un tiempo un documental extraordinario sobre la desertificación, la pobreza, el deterioro ambiental y la injusticia, llamado La Mar del Silencio. Miriam escribió el guión, Yves grabó y editó y ambos pusieron en ello todas sus ilusiones, sensaciones y ganas. Ayer pude verlo por vez primera. Lleno de frescura, el documental apela a la vez a la cabeza y a las emociones. Dosis de pensamiento libre en vena!!! Para mas información: Fundación IPADE Tel.: 91.544.86.81 email: comunicacion@fundacion-ipade.org.

(ilustracion de Juanma Santomé, poster de Yves Sadurni)

lunes, 19 de noviembre de 2007

Las historias del gusano barrenador


Física y química
Las risas de los niños golpean las paredes de conglomerado. Las aulas calientes se oscurecen al mediodía. El calor pastoso hace vibrar el aire con parsimonia. Contrasta esa calma chica de vapor estático con el correr incesante de los niños. Unos cuantos se arremolinan ante la pila para sacudir el lampazo después de fregar. En el perímetro de la escuelita varios jirones de plástico hondean atrapados en las púas del alambre espino, como banderolas mágicas de algún culto tibetano. Pero no es el Tibet. Es el distrito once de Ciudad Sandino.

En la calle polvosa un hombre azuza al caballo agotado. Carga en su carretón melones amarillos del tamaño de pelotas de jugar a los bolos. Unas varas más adelante otro carretón, con otro hombre azuzando a un caballo igualmente agotado transporta otros melones amarillos. Chapotean los cascos de ambos caballos cuando cruzan los charcos hediondos que salpican la calleja.

En la esquina la mujer que vende tortillas se abanica con un pedazo de periódico, con el rictus apesadumbrado del mediodía. Esa tez arrugada como la piel de los melones amarillos que los carretones transportan. Esos labios doblados y la mirada posada en la nada. No cabe duda: aquella vendedora se encuentra aplastada por el momento, como atrapada en una jaula cuyos barrotes son los instantes solidificados. Todo se derrite al medio día, menos la sensación plomiza del tiempo en suspenso.

El aire acarrea las voces de los muchachos en la escuela, y las encamina, calle abajo, en dirección al lago. Y allá las vierte, y sobre las aguas flotan hasta cruzarlo. Las voces sobrevuelan los raudales del río San Juan y rompen contra el Caribe en una espuma de burbujas frías y diminutas. Después trazan un curso errático por el Atlántico y se dispersan por los mares que bañan todos los continentes.

Y es así, en forma de risas y gritos infantiles, como el tiempo, petrificado en el distrito once de Ciudad Sandino, un mediodía cualquiera abandona su cascarón transparente y se diluye en el ancho mundo.

martes, 13 de noviembre de 2007

Cargas en el mar


A veces la vida pesa demasiado. No es que resulte difícil portar la carga: es solo que el equipaje excede las fuerzas. Claro que, al final del camino (¿cuál camino?) tal vez descubres que aquellas albardas resultaron a la larga llevaderas. O no.

Todo esto lo escribo por un amigo que se ha roto. Sus ojos navegan en lágrimas. No lavan el dolor, solo lo muestran desnudo. Es un dolor a raudales, como el de un árbol quebrado por un rayo, o el de un pez agonizando en una orilla. Llegará un mar, una marea alta, y el pez se diluirá en el océano de nuevo. Un océano cubierto de lágrimas. Pero en el agua, ya se sabe, todas las cargas se aligeran.

viernes, 9 de noviembre de 2007

71 años



Quero creer que la mayoría de mis conciudadanos españoles estarían dispuestos a suscribir los párrafos que siguen:

Hace 71 años (se dice pronto) hubo en España una salvaje carnicería a varias bandas que resultó en mas de un millón de muertos. Todos los bandos envueltos en la guerra fueron a la vez víctimas y autores de tropelías y crueldades sin límite, que incluyeron asesinatos masivos, bombardeos indiscriminados, ajusticiamientos y demás crímenes horrendos.

Es difícil ver algún romanticismo en la serie de dislates que propiciaron esta carnicería. La guerra tuvo por causa inmediata un ilegal golpe de Estado militar contra el gobierno democrático elegido por la mayoría. Los alzados actuaron en alianza con las fuerzas fascistas existentes en España y con apoyo militar del nazismo alemán. En el bando leal a la Republica, se produjo una revolución campesina y obrera a sangre y fuego, que provocó persecuciones religiosas y tropelías sin límite. Al final, los comunitas, con el apoyo de la Rusia de Stalin, lograron un mayoritario control, a costa de no escatimar crueldades contra sus supuestos aliados anarquistas o socialistas. Como en todas las guerras, los radicales de uno y otro bando (falangistas y comunistas) terminaron pues siendo los protagonistas de la escena, a costa de la mayoría de los españoles. Nadie defendía ya la democracia. Las ideas en juego no eran otras que dos formas de totalitarismo: fascismo versus marxismo-leninismo. La guerra fue un disparate colectivo, una vergüenza para todos, para unos y otros. Todos fueron culpables…y todos fueron victimas también.

Guérnica, Paracuellos, los salvajes asesinatos de curas y monjas, los juicios sumarísimos por parte de los nacionalistas, la violencia de las checas comunistas, el asesinato de Garcia Lorca…forman (o deben formar parte) de la memoria colectiva de TODOS los españoles, independientemente al color político en que combatieron los abuelos de uno. Estas atrocidades –las de los unos y las de los otros, TODAS- nos deben llevar a una reflexión colectiva cuya única conclusión posible es: Nunca más.

A la guerra siguió una dictadura militar en la que el bando vencedor se ocupó, de nuevo a sangre y fuego, de aplastar a su ya abatido contrincante. Fusilamientos políticos, humillaciones, exilio. Nada, absolutamente nada (y desde luego en absoluto su simple condición de vencedor en la contienda) podrá nunca justificar el revanchismo odioso del Franquismo contra el bando perdedor.

La dictadura duró 40 años, 40 años sin libertades publicas, pero cuarenta años de crecimiento económico (menor sin duda al que se habría alcanzado con 40 años de democracia) y de políticas sociales que lograron ir expandiendo la hasta entonces raquítica clase media. Una milagrosa transición, salpicada de riesgo, nos llevó, tras la muerte de Franco, a la actual democracia. Esa democracia fue fruto del esfuerzo de todos: tanto colaboracionistas del franquismo conscientes de que tocaban tiempos de cambio como opositores al régimen. Si vivimos en democracia es gracias a aquellos hombres y mujeres, que, pese a cual fuera su punto de partida y su pasado (Fraga, Carrillo, Suárez, Felipe), estuvieron a la altura del momento histórico, miraron hacia atrás y supieron decir: Nunca más.

Distanciémonos de las emociones a flor de piel, y recordemos las historias que de niños nuestros mayores nos contaron de la guerra: ¿Había en ellos odio o revanchismo? No, solo ganas de sacudirse esas memorias a fuerza de contarnos lo que les tocó vivir. Esas historias se resumían en un mensaje rotundo: La guerra fue horrible. Aquella generación tuvo que vivir el conflicto para aprender esa lección. Recordarlo es la mejor manera de honrar a aquellos que murieron, a todos: porque los muertos ya no militan en ningún bando.

jueves, 8 de noviembre de 2007

Sol naciente


Kami

El shintoismo es la antiquísima religión tradicional de Japón, en gran medida perneada de elementos budistas. La esencia del shintoismo es la creencia en el kami, una energía vital impersonal que todo lo inunda, y que se manifiesta particularmente allí donde la naturaleza se revela en todo su poder: en los lugares más bellos, más sobrecogedores, como altas montañas, cascadas o sombríos bosques otoñales. El shintoismo es pues una religión contemplativa, observadora, pausada y nada dogmática.

Los equilibrados templos shintoístas no contienen representaciones de dioses de ninguna clase. Las únicas figuras presentes son, a lo sumo, los retratos en tinta china de los grandes poetas clásicos de Japón, alineados en los muros laterales. ¡Maravillosa religión ésta, que rinde tal respeto a los poetas!

En el altar principal de los santuarios shinto, en lugar de imágenes de deidades, santos o profetas, hay tan solo objetos cotidianos, símbolos del kami, de la energía cósmica que alienta la vida. En los espesos bosques de Kamakura hay un pequeño templo shintoista, accesible tan solo por un estrecho corredor excavado en la rocosa montaña. El símbolo del kami colocado allí sobre el rustico altar es...un espejo. Cualquiera pues es allí Dios… cuando contempla.

Zen

Hay, también en Kamakura, un monasterio budista, llamado Kenchō-ji que, es, según se dice, el más antiguo santuario zen de Japón. A espaldas del mismo se encuentra el pequeño jardín diseñado por un maestro zen hace 700 años con el propósito de inducir a la meditación. El parquecillo en sí es una nada, apenas algunas mínimas colinas tapizadas de hierba de intenso color verde, tachonadas de rocas y bonsáis, entorno a un estanque serpenteante.

Basta observarlo un momento y de inmediato algo sucede. Solo dura unos segundos.
(foto: Jardin zen del monasterio Kenchō-ji- Juan Echanove)

lunes, 15 de octubre de 2007

las historias del gusano barrenador



Viaje a ninguna parte
Leo en una Web que en la India un industrial ofrece a los pobres la posibilidad de subirse a un avión sin destino. Pagando el imprescindible billete, los parias pueden montar en la aeronave, sentarse, abrocharse el cinturón –esto supongo que lo saben hacer bien, forma parte de su condición misma de pobres-, escuchar atentamente las explicaciones de seguridad ofrecidas por una falsa azafata y después bajar la escalerilla de salida. Todo eso sin levantar un palmo de tierra. El “avión”, de hecho es un viejo fuselaje herrumbroso, con asientos y poco más, al que le falta un ala y carece de motor. La experiencia sale por un pico: el equivalente a unos tres euros –un décimo del salario mensual de un pobre en la India...algo así como si un mileurista apoquinase cien euros por un boleto de atracción de feria- .

Confieso que al leer la noticia mi primera reacción ha sido de indignación hacia el taimado empresario que se aprovecha de la ingenuidad de los más pobres para hacerse de oro. Menuda canallada, subir a la gente a un avión que no vuela y cobrarles por ello…pero… ¿acaso no he pagado yo por montar en una réplica de cohete espacial en alguno de esos sofisticados museos de la ciencia de las ciudades del Primer Mundo? Imagino que los millonarios que desembolsan fortunas por darse un rulo estratosférico en trasbordador espacial ruso de vedad reirán con sarcasmo indulgente ante el hecho de que gente como yo se suba a un cohete de pega y se crea cosmonauta por unos minutos.

En fin, que visto así, se podría casi pensar que este empresario indostaní, más que negocio, lo que ha montado es una especie de ONG, destinada a alegrar las vida de ese 95% de hindúes que jamás en sus vidas despegarán –ni literal, ni metafóricamente. Porque lo importante, en la sociedad de la imagen y de la realidad virtual, no es hacer las cosas realmente, sino creerse uno que las hace. Por eso, alguien debería inventar también pobres virtuales (de mentirijillas, para entendernos) que sí volasen.

Yo de niño siempre soñaba que volaba. Los pobres de la India siguen soñando.

jueves, 4 de octubre de 2007

El sitio de mi recreo


Sucesiva sucesión
Yo creía, ingenuamente que la inspiración se me había escapado. Pensaba que, entre aquellos versos de adolescente, y estos rumbos de hoy mediaba un espacio quebrado, como una carretera cortada por un puente destruido. Pensaba yo, con poco juicio, que entre el ayer y el ahora existían cobijos para la parada y fonda.

Sentía que en la vida, como en las autopistas, hay peajes, áreas de servicio y hoteles de tres al cuarto donde reposar un momento para no agotarse observando la línea continua que traza el asfalto en las rectas inmensas.

Pero no. En la vida no hay paradas de autobús, ni tampoco puntos panorámicos en los que detenerse para contemplar algo diferente a la propia ruta.

Lo curioso del asunto es que, propiamente hablando, tampoco hay rótulos de señalización, ni guardias de tráfico, ni límite de velocidad. Tampoco hay vehículo, Y, para ser sinceros, ni siquiera arcenes, ni stops, ni ceda al paso. Nada de eso.

Hombres armados

“¿Hasta dónde podemos practicar las verdades?”
"Empezaron a disparar a la gente. Después lanzaron granadas de gas lacrimógeno y prendieron fuego a las casas. Corrimos más de un kilómetro, pero caí cuando una granada explotó y me quemó el tobillo. Todo estaba arrasado. Pasé hambre durante los tres días siguientes, pues no había nada que comer." Relato de una mujer q'eq'chi sobre los sucesos de Peten de septiembre de 1997.

Una buena amiga guatemalteca –cuyo nombre obvio- me escribió ayer. Me recordaba que han hecho ahora diez años exactos de aquel ajetreado mes de septiembre de 1997, en el que casi nos matan, a los dos y otros cuantos locos de la misma calaña, por cometer la tremenda imprudencia de decir la verdad. Cuando uno es irresponsable u honesto, siempre acaba metiéndose en problemas. Evitar los problemas es, de hecho, el principal motor en la vida de las personas sensatas…y de las deshonestas.

Llegué a Ciudad de Guatemala una lluviosa mañana de aquel septiembre. En el aeropuerto me aguardaban los cooperantes de la ONG para la que yo entonces trabajaba, y los líderes q'eq'chies de la organización guatemalteca con la que veníamos colaborando en varios proyectos de atención a la población desplazada por el conflicto militar. Los dirigentes indígenas nos relataron como en la noche anterior hombres armados habían bajado en barca por el río de la Pasión -en el selvático Petén- hasta varias comunidades de desplazados en la zona de Sayaxché. Los paupérrimos indígenas alzaron banderas blancas y suplicaron misericordia, pero los hombres armados incendiaron las milpas y arrasaron las chozitas. Sesenta casas y unas 86 hectáreas de cultivos de las aldeas de El Cedral, Selimón y Las Mercedes fueron destruidas. Mataron al menos a dos hombres y a un bebé, y docenas de personas fueron golpeadas brutalmente y detenidas. Los demás huyeron a la selva o se refugiaron en aldeas vecinas. Lo habían perdido absolutamente todo.

Informamos de imediato de lo sucedido a la MINUGUA, las fuerzas de Naciones Unidad en el país. Como era de esperar, nada hicieron. Al día siguiente volamos en helicóptero a aquellas aldeas. Las brasas aun humeaban, los cadáveres en descomposición mostraban posturas horrendas. El maíz quemado simbolizaba la muerte y la destrucción. De regreso a la capital, acompañamos a nuestros amigos del CONDEG, la organización local a la que apoyábamos, en la rueda de prensa que organizaron en el arzobispado para dar cuenta de los sucesos a los medios de comunicación. Sabíamos que la intención del ejército y de los paramilitares era seguir “limpiando” a sangre y fuego la zona. Era fundamental reaccionar rápido, parar aquella orgía de odio. Los medios se hicieron eco.

Habíamos despertado al monstruo. Comenzó nuestra pesadilla. Amenazas de muerte a media noche, acoso policial, y, en mi caso, salida finalmente del país escoltado por la guardia civil española rumbo a San Salvador. Fueron semanas de pánico, de dormir a saltos, sabiendo que aquellos cabrones (¿hay otro nombre?) que dirigen y siempre han dirigido los designios de la castigada Guatemala, son capaces de cualquier cosa, como ya demostraron durante las tres décadas de guerra genocida contra toda la población.

Algunos años después regresé a Sayaxché, el poblachón peteneco cabecera de aquella comarca maldecida por Dios, los narcotraficantes, los paramilitares y los latifundistas. Esta vez la visita fue en ocasión de fiesta. Se inauguraba un nuevo centro comunitario. Los chamanes q'eq'chies purificaron el lugar. Pasamos casi seis horas en aquella fabulosa ceremonia religiosa. Después me hablaron. Me explicaron en su lengua algo que no pude comprender racionalmente, pero que capté con ese entendimiento que no requiere de las palabras.

Y entonces comprendí.

lunes, 1 de octubre de 2007

El sitio de mi recreo

televisores en el merendero

Un momento, por favor. Un instante de silencio: Reclamo su atención a estas horas tan intempestivas sólo para recordarles que mientras usted sigue (con interés mediocre) nuestra programación habitual, un hombre, una mujer, un niño, una niña, un anciano, un agricultor, una empleada doméstica, media docena de cazadores selváticos, un boxeador agotado, diversas azafatas de líneas aéreas, una cuadrilla de malhechores, varias prostitutas, miles de funcionarios, algunos obreros de la construcción y un bebé recién nacido están viviendo una vida diferente a la suya.

No vaya a creer, querido amigo, que este corte publicitario responde a la vana intención de que usted se ponga en el lugar de esta maraña de sujetos. Nos basta con saber que,salvo en su calidad de consumidores de nuestra amplia gama de artículos, usted y estas personas sólo comparten un afán difuso de ser felices un día.

Se lo recordamos tan sólo para que mañana, cuando se levante no sufra la inconveniencia de encontrase cazando en medio de la selva, sembrando hortalizas en una aldea remota, despachando boletos de una línea aérea, golpeando a un desdichado en un ring o vendiendo su cuerpo en las esquinas, por citar solo algunos ejemplos de labores lejanas a su diario quehacer.

Considere siempre que usted es sí mismo. Y, ante todo, no actúe como si fuera otra persona, porque, en tal caso, nunca sabríamos como diseñar las campañas y los anaqueles para que compre nuestros productos.

Gracias por su preciado tiempo, y le recordamos que, el informativo que sigue a este comercial fue grabado en circunstancias extrañas por personas poco preparadas. De modo que, por favor no se crea nada de lo que le digan con respecto a cazadores selváticos, boxeadores, ancianos, bebés, personas de otros continentes o, en general, gentes diferentes a usted mismo.
(foto: Luis Echanove)

Hong Kong

la ciudad se mueve
En el fondo casi todos los viajes son-o pretenden ser- visitas al pasado. Viajamos muchas veces para gozar de las maravillas monumentales, para disfrutar de las capas de historia que cubren las ciudades…en Hong Kong ocurre exactamente lo contrario: recorrer la ciudad es viajar al futuro, tal vez cinematográfico, de “Blade runner” o “Matrix”, pero futuro al fin y al cabo. Las pantallas gigantes de televisión cubriendo las fachadas de los edificios; los rascacielos de formas inverosímiles; las luces de neón y láser en caracteres chinos abarrotando todos los rincones; las adolescentes disfrazadas de personaje de comic manga,…y en contraste, el anciano oriental que vende caballitos de mar contra la impotencia en un callejón oscuro; el mercadillo atestado de gente donde los monjes budistas compran sus rosarios y casetes de meditación…

Hong Kong es a la vez la ciudad más organizada del mundo y la más caótica, conceptos que, en Oriente, son complementarios, como el ying y el yang. Y es que los contrastes son una de las características mas sorprendentes de la ex colonia británica: El urbanismo mas salvaje dándose la mano con el verdor virgen de las montanas que como una espina dorsal cruzan el territorio; el hormiguero humano de los enjambres de bloques de vivienda alternando con la quietud de esos parques decorados con estanques donde descansan los flamencos; el toque “British” de los ejecutivos del distrito financiero frente al cenizo tono gris de las hordas de chinos continentales que visitan la ciudad en busca del paraiso capitalista…

La ciudad es escénica como pocas. La compenetración del mar con lo urbano recuerda, sorprendentemente, a Estambul. La silueta de Hong Kong City recortada contra el cielo nocturno vista desde Kowloon, con los barcos cruzando el mar de la China Oriental y las decoraciones luminosas perfilando el contorno de las inmensas torres de oficinas es, probablemente, uno de los paisajes construidos por el hombre más grandiosos y sorprendentes que existen sobre la tierra.

Hong Kong forma parte, con Nueva York, Paris y un pequeño puñado más de ciudades en el mundo, del reducido grupo de capitales de la aldea global.

(Foto: Luis Echanove)

domingo, 30 de septiembre de 2007

Mi abuelo Antonio

amor por los suelos
Anoche caí en la cuenta de que alguien mató a mi abuelo. Claro que yo sabía desde niño que a mi abuelo le mataron en la guerra. Pero no es lo mismo saber que le mataron a caer en la cuenta que alguien le mató.

En las guerras los que matan mueren y los que mueren matan. Por eso, a los efectos de esta reflexión mía, tanto da contra que bando iba mi abuelo. El asunto es que no es verdad que la muerte en los conflictos adopte siempre la deforme forma de un totum revolutum, de una riña tumultuaria con resultado letal, en la cual no se sabe quien fue el último en meter el último puyazo o en asestar el disparo fatal.

Por cada muerto en guerra, hay, al final, un matador. Las balas nunca son anónimas: tienen nombre, apellido, familia y motivaciones. Un hombre concreto mató a mi abuelo, le miró por vez última, apuntó el fusil y segó su vida, como se corta la mies, así, de repente. Quien sabe, puede que otra bala acabase también con la vida de ese hombre que mató a mi abuelo. Quizás alguno de sus nietos se haya preguntado quien la disparó. Y así sucesivamente, hasta un millón de veces, hasta un millón de muertos.

Yo nunca vi a mi abuelo (nací 30 años después del fin de la guerra), pero le conocí muy bien, a través de mi abuela. Por eso sé que era un hombre muy grande con un bigote pequeño y cejas negras. Con mi abuela los domingos se paseaba arriba y abajo por la Gran Vía. Comían bocadillos de calamares. Montaba a caballo y gastaba muchas bromas. Una vez prometió en un altar caminar no se cuantos kilómetros con garbanzos en los zapatos si cierta petición se le resolvía favorablemente, Finalmente cumplió su voto, pero con los garbanzos ya cocidos. Sé tantas historias de mi abuelo como de cualquiera de los vivos de la familia.

Tuvieron mis abuelos tres hijos, tantos como años estuvieron casados. Tres años aquellos que valieron por una vida entera. Escuchar a mi abuela contar historias de ese tiempo mágico era como correr por el campo un día de primavera. Se la iluminaban los ojos, le brillaba el rostro, volvía a vivir aquello al recordarlo, y parecía decirse a sí misma “por esos años breves, mi vida ha merecido la pena”.

Pasaron, sí, sólo tres años unidos en cuerpo y alma. Pero mi abuela nunca se quejó después de su ausencia. Porque juntos, lo que se dice juntos, estuvieron también los sesenta y cinco años siguientes a que aquella bala atajara la vida material de mi abuelo. Él siempre estuvo allí, acompañándola. Cada vez que mi abuela se subía a la banqueta del cuarto ropero para bajar las sabanas, pedía al abuelo “Antonio por favor, agárrame la silla” para no caerse.

A mi abuelo lo mataron dos veces. La primera por error y la segunda por casualidad. Cuando, tras sublevarse y ser apresado, leyeron su nombre para condenarlo a muerte, fue su hermano –soltero sin hijos- quien se levanto por él, salvando así su vida. Pero la muerte es persistente, y no le dejó escapar mucho tiempo. Lo metieron en una camioneta a los pocos meses, rumbo a Paracuellos. Pudo haberse salvado, otros lo consiguieron. Pero ya se sabe: las cosas solo suceden de una manera.

Lo peor de las guerras no es que la gente muere. Lo peor es que la gente mata.

(Foto: Luis Echanove)

lunes, 3 de septiembre de 2007

Las historias del gusano barrenador

hotel aquamarina
Siento pereza. Lo reconozco. Me domina una inconciliable sensación de pesadez. Ya no puedo más. He intentado explicárselo a todo el mundo aquí. Todos me replican que “no tengo derecho”…¿ no tengo derecho? ¿No tengo derecho a descansar un rato tal vez tan sólo unos días, o unas horas, después de toda una vida deslomada con tanto trajín? He consultado a las más viejas, a los que conocen bien las normas. Me dicen que, aunque no está escrito en ninguna parte, simplemente no hay precedentes, es decir, nunca antes nadie lo ha hecho, nadie se ha detenido, nadie ha descansado, o, por utilizar exactamente sus palabras, nadie “se ha sublevado”. Puedo imaginar la cara que pondrán al escuchar esto: sí, es completamente desmedido llamar “sublevación” a una petición de vacaciones, pero así funcionan las cosas aquí. No me quejo de la monotonía. No se me ocurre, por más que lo piense, que otra cosa podría hacer a parte de lo que ya hago. Por eso no estoy pidiendo un cambio de puesto o una responsabilidad diferente a la actual. Sólo quiero descansar un poco. Soy fuerte. Esto bien entrenada. Siempre fui disciplinada, como todas las demás. Pero se lo juro…¡ ya no puedo más!

- ¿Has visto Antonio?
- ¿El qué?
- A la hormiga que mutamos anteayer…está detenida.
- ¿Qué quieres decir?
- Exactamente eso…que está detenida. No camina, no sigue la fila con las demás, no carga ningún pedacito de hierba. Está quieta, a un lado. Nunca en mi vida había visto nada igual.
- Manolo, ¿Crees de verdad que es un efecto del experimento?
- No tengo la menor duda. Tenemos que hacer más pruebas inoculando a otras hormigas y analizar si reaccionan del mismo modo. Pero casi te podría jurar que lo hemos conseguido: ¡Hemos conseguido destilar el libre albedrío!
(foto de Luis Echanove)

miércoles, 15 de agosto de 2007

El relato

Esta es una historia que me contaron hace ya tiempo. Por eso no puedo garantizar la fidelidad de algunos detalles. Pero tampoco pretendo cubrir las lagunas de mi memoria con ejercicios de inventiva. Contaré sólo aquello que recuerdo con claridad.

Parece ser que todo comenzó una mañana de mayo, en el parque del Retiro. Allí se encontraron los dos por vez primera. Ella era joven por aquel tiempo, o tal vez no completamente joven, aunque todavía bella. Eso es lo que a mí me aseguraron y no tengo razones para ponerlo en duda. Ella caminaba despacio, con cierta coquetería, por uno de los paseos de la Rosaleda. El, en cambio, andaba deprisa, casi corriendo. Vestía un loden verde caza y un sombrero ajustado, de esos de ala que tanto se estilaban por aquellos años. Cruzaron algunas palabras amables, con un toque de galantería. Cualquier observador externo hubiera jurado que parecían hechos el uno para el otro. O el otro para el uno, que tanto da.

A partir de ahí no sé seguir la historia cabalmente. De pronto surgen los niños…se la ve a ella rodeada de chavales, en una casa bien decorada, con muebles estilosos. El no aparece. Nada lo alude en la escena salvo el sombrero de ala, colgado de un perchero justo a la derecha de la entrada de aquella casa decorada con tan buen gusto. No sé bien cuantos son los críos, ni sus edades. Tampoco recuerdo si todos son hijos suyos o si el grupo incluye algún primito o un amigo escolar.

Sigue una secuencia que no me queda muy clara. La etapa del relato referente al restaurante la recuerdo mejor. Intentaré describir la situación: Es un comedor amplio, confortable pero nada lujoso, con sillas de formica revestida de plástico verde, como las de las oficinas estatales. Las mesas, cuadradas, están cubiertas por un mantel blanco de papel grueso. Los clientes abarrotan el local. Hay toda clase de gente allí. En un rincón parlotean un grupo grande de estudiantes jóvenes a los que todavía no han servido. Un poco más allá en otra una mujer sola llama la atención de todos por su tremendo atractivo. Tres de las mesas están ocupadas por obreros; casi todos visten monos azules algo polvorosos; beben sopa con cuchara y algunos sorben ruidosamente. El hombre del sobrero de ala no cubre ya su cabeza, pero está allí, le reconozco, bajo el quicio de la puerta, observando a los parroquianos con aire curioso. Se diría que busca a alguien. Sí, busca a alguien, y enseguida lo encuentra. Se encamina con pasos largos hacia la mujer solitaria. Cuando ella le ve se alza ligeramente de la silla y lo besa con los ojos cerrados, brevemente pero con pasión. Después él se sienta y la toma la mano. Ambos sonríen. Luego él alza el brazo y llama al camarero. Pide un anisete. No recuerdo que plato principal solicita. Tampoco el postre ni el coste del almuerzo. Eso tal vez quita enjundia a la historia, pero ya dije que no estoy dispuesto a inventarme nada para hacer más atractiva la narración.

Ocurren después una serie de sucesos que he olvidado, salvo en lo referente a cierta panadería que vende exquisitos buñuelos durante la Pascua. Pero esa, tal vez, es una escena correspondiente a otro relato. Quien sabe.

(Foto: Cuadro de Cesar Caballero)

domingo, 1 de julio de 2007

Inventario de lenguas solitarias

¿Se imaginan que no hubiera nadie en el mundo con quien poder hablar? Sin duda eso nos libraría de más de una conversación innecesaria y potenciaría hasta lo indecible (nunca mejor expresado) la siempre anhelada virtud de la discreción. No obstante, para la mayor parte de los humanos una situación así sólo pertenece al mundo de las pesadillas.

Dispersos por el planeta, como miembros de una secta inconcebible y maldita, viven un puñado de humanos a los que ese derecho elemental de mantener una conversación les fue negado de manera irreparable. No me refiero a los mudos, ni a los autistas ni a cualesquiera otros hombres o mujeres con impedimientos físicos para expresarse. Tampoco aludo a los cartujos, ni a los estilitas, ni a los presos encerrados en pabellones de aislamiento ni a ninguno de quienes por su voluntad o por la de otros permanecen incomunicados del resto de las personas. Hablo de aquellos que, aun sabiendo y pudiendo hablar no tienen con quien hacerlo, simple y sencillamente porque nadie habla ya su lengua.

Toda lengua que muere tiene un último hablante, un conversador final que, tras generaciones de cientos, miles o tal vez millones de seres que hablaron el mismo idioma, mantiene el destello postrero de esa lengua. Incapaz de compartirla con otros, conserva ese fulgor en sus pensamientos. Sólo él, hablando consigo mismo, pensando en su idioma, mantiene el rescoldo vivo. En tanto piense, él y su lenguaje permanecerán vivos. ¿Se imaginan echarse sobre los hombros semejante responsabilidad?

Como un personaje de Kafka, ese último hablante vive encadenado a un idioma que ya nadie comprende. Sabe que no puede compartir con sus semejantes el humor marcado por tal o cual giro en un chiste expresado en la lengua propia, que ya nadie podrá cantar a coro una canción en el idioma de la infancia. Sabe que, pues, que está completamente sólo, sólo en su soledad de vértigo. Cuando en 1954 el aborigen australiano Arthur Bennet perdió a su madre, moría con ella su única posible interlocutora en mbabaran, la lengua de su tribu. Arthur vivió veinte años sin poder comunicarse con nadie en su propia lengua.

Las últimas palabras pronunciadas antes de morir cobran una mágica dimensión en labios del último hablante que expira. Con ellas no sólo se despide del mundo una persona, sino también toda una lengua, y por consiguiente, un universo de conocimientos, de expresiones, de matices irrepetibles en ningún otro idioma. ¿Qué sería lo último que dijo en su lengua materna Ned Maddrell, el último nativo hablante reconocido del manx, la lengua céltica de la isla de Man, antes de morir el 27 de diciembre de 1974?

Una tediosa revisión de la Ethimologue -una enciclopedia internaútica de lenguas propia de Borges- me ha permitido constatar que el número de lenguas habladas por una sola persona en todo el mundo es de unas cincuenta. Claro que los datos no siempre están actualizados. Idiomas hablados hace pocos años por media docena de seres tal vez ya han entrado en esta estertórea categoría, en tanto que últimos hablantes de otras lenguas han podio fallecer ya, conduciendo a su idioma a la categoría de extinto.

La soleada costa californiana, además de ser el hogar de numerosos windsurfistas y estrellas del cine, es también la tierra de origen de los finales hablantes de idiomas que responden a pintorescos nombres tales como el serrano, el wapo, el pomo occidental o el miwok de las llanuras (no me nieguen que éste último no parece el nombre de una jerga sub planetaria de la Guerra de las Galaxias). Sorprende que Hollywood, teniéndolos tan a mano, todavía no haya realizado ningún largometraje sobre estos curiosos personajes, auténticos museos vivientes de su respectiva lengua. El papel de último indio wapo debería ser asignado, por razones obvias, a algún galán especialmente apuesto. No obstante todo empuja a pensar que el Estado gobernado por Terminator tiene poco interés en salvaguardar estos idiomas residuales, si tenemos en cuenta que ninguna de las docenas de lenguas indígenas habladas allí son enseñadas en las escuelas de primaria para niños indígenas.

Entre los más de tres mil quinientos millones de asiáticos, sólo hay dos que padezcan el triste sino de ser los últimos hablantes de un idioma. Este es, sin duda, el único rasgo en común de ambos personajes, puesto que uno vive en un remoto valle del Himalaya, en el distrito de Ilan (Nepal) y el otro en un insignificante islote tropical a ciento ochenta millas náuticas de Manokwari, en Indonesia. La lengua hablada por el primero se llama lingjim (linkhim en la grafía inglesa) y la del segundo mapia, que es también el nombre de la isla en la que habita.

Oceanía, en cambio, nos frece un vivo contraste con el caso de Asia: Pese a tratarse del continente más pequeño y menos poblado, es el que atesora mayor cantidad de lenguas en peligro inminente de defunción. Así en la república de Vanuatu (antes Islas Nuevas Hébridas), vivía –al menos hasta 1982- el último hablante del mafea, una lengua emparentada con el malo – que no es un señor perverso, sino otro idioma del archipiélago-. En un remoto valle del interior de Nueva Guinea merodea por su parte el único depositario del idioma laua.

No obstante, el auténtico paraíso para los amantes de los idiomas en la UVI es Australia. Se estima que cuando el hombre blanco llegó a la isla continente, en él se hablaban unos doscientos idiomas aborígenes. En la actualidad, sólo sobreviven la mitad, incluyendo nada menos que veintiséis habladas tan sólo por un personaje.

Según algunos cálculos, cada dos semanas, como media, desaparece un idioma en el mundo. La gente se preocupa por salvar a las ballenas o las lagartijas en peligro del extinción....¿porqué no nos apuramos en proteger con esa misma diligencia a los idiomas en trance de desaparecer?

Hasta dónde sé, no existe ninguna asociación o club internacional que ponga en relación a este pintoresco conjunto de personajes conformado por los últimos hablantes de un idioma, de modo que puedan contar con un espacio propio para intercambiar sus cuitas y problemas cotidianos relativos a lo difícil que resulta vivir siendo el último hablante de un idioma. Aunque, pensando con cierta cautela, no resultaría sencillo encontrar una lengua común que les permitiera chatear o cuanto menos hacerse llamadas telefónicas satelitales para compartir el desaliento ante su triste situación. Tampoco conozco ninguna organziación internacional u ONG entre cuyos fines se encuentre la atención de los últimos hablantes de idiomas.

Yo por mi parte estoy dispuesto a registrar ya un dominio de internet con las siglas AIPUHI (Asociación Internacional para la Protección de Últimos Hablantes de Idiomas) antes de que algún grupo benéfico se me adelante. Entre tanto, y mientras planifico otras medidas perfeccionistas, me consuelo fantaseando con la posibilidad de que un texto como éste pueda ser traducido algún día al wapo, al cholón o al narungga.

Al principio fue el Verbo. Cuando el verbo muere, ¿qué nos queda?

miércoles, 13 de junio de 2007

Descuento de cuentos

Se desperezó despacio y todavía entumecido por la humedad de la caverna. Palpó el suelo con cuidado en busca de las sencillas abarcas de piel de cabra. Ya calzado, se levantó pausado y se dirigió hacia el patio. Contempló por breve tiempo su imagen reflejada en el agua del pozo, rebosante desde al última crecida del Nilo. El resplandor de los primeros rayos solares iluminaba el templo como una antorcha ardiente. Llegó a la cocina. Encendió el fuego bajo la caldera, sin dejar de frotarse los brazos, presa del terrible frío del invierno en la Germania. Resentía el dolor de haber dormido con el yelmo puesto, junto a su indómito caballo, al raso, en la áspera y seca taiga de aquellos confines a la sombra de la Gran Muralla. Miró absorto el hogar, el chisporroteo de las brasas en el fuego, recordando, sin darse cuenta, la imagen pasajera de aquel voraz incendio que había destruido el cuerpo y el alma de la hereje frente a la iglesia en la plaza del pueblo. Tomó un cazo y se sirvió sobre el cuenquillo dos copiosas raciones de la sopa humeante. Sabroso desayuno, el mejor desde su llegada al puerto…¡ cuantas veces había soñado, durante su periplo oceánico, con aquella tosca sopa genovesa! Menos frugal que otras veces, agotó el caldo en poco tiempo, dejó la delicada taza sobre la noble mesa de pino tallado y se encaminó a los salones. La peluca le atosigaba…esbelta, poblada…la moda de París resultaba, de año en año, más inverosímil y menos cómoda. Se precipitó escalera abajo camino del hall del hotel, con prisas, colocándose el bombín atolondradamente. Ya en la calle, protegido de la rasca por el uniforme obrero, enseguida se percató de la ausencia del más simple pero fundamental de sus accesorios…¡el carné del partido! ¿Cómo acudir a aquel mitin tan crucial sin llevar consigo aquella mágica- pero peligrosa- credencial-? Regresó a la casa, introdujo la llave digital en la ranura mientras se aflojaba nervioso el nudo de la corbata. Todas las luces se prendieron a la vez en todos los cuartos, y la voz metálica y ecléctica del ordenador central pronunció aquellas mágicas palabras:

- “Llevo esperando este momento toda la eternidad”.

La noche


La noche se acerca. El hombre intenta alejarse. Pero no hay manera. La noche se acerca más y más, hasta rozarle. Hasta tocar la punta de su largo gabán usado. El hombre trota, casi corre. A ratos mira atrás a hurtadillas, con temor, con ansia, con curiosidad.

El hombre llega a la casa exhausto. Se quita el gabán. Se recuesta sobre el piso. Contempla el techo con ojos vidriosos. No va a llorar. Es sólo que siente frío en el rostro. 

Ha dejado a la noche fuera, golpeando contra los vidrios. El silbo fuerte del viento hace templar la luz de las candelas sobre la mesa de roble. El hombre mira a través de la ventana y no ve nada. Sólo una oscuridad cerrada, un vacío grande, inmenso, al que acaba de lograr derrotar. 

Agarra el taburete. Se recuesta contra el muro, Tiene hambre pero no cena. Entorna la mirada y se deja atrapar por el sueño. El susurro del viento arrulla sus últimos pensamientos. 

De pronto, asustado, abre los ojos. No ve nada, nada en absoluto. Todo está oscuro. El viento recio apagó la vela. La noche le ha vencido, le ha derrotado para siempre. Sin salida, sin salvación posible, se sumerge en la negrura.