lunes, 27 de junio de 2011

Diario de Georgia

Jueves por la noche
Cena en casa de unos amigos georgianos. Nana, la anfitriona, nos explica que su abuela nunca deja de votar en las elecciones, y siempre lo hace por el partido del actual presidente. El fervor democrático de la buena señora resulta especialmente encomiable si tenemos en cuenta que la anciana falleció en 1995. Georgia es una democracia tan perfecta que hasta los muertos votan, y, además, lo hacen al candidato oficialista. También casi todos los vivos dirigen sus votos en la misma dirección: unos por convicción, otros por inercia y muchos, segun se dice, por simple miedo. No es raro, por tanto, que el partido mayoritario ganase las últimas elecciones locales en todos y cada uno de los municipios del país. Una cosa es cierta: al presidente de aquí es un hombre de convicciones claras y visión de largo plazo: Por ejemplo, me cuentan que encarceló, con 14 años de condena, al tipo que durante la infancia le daba collejas en el colegio.

Lunes por la mañana
Viaje de trabajo a Kajetia, en el oriente georgiano. El río Alazani marca aquí la frontera con Azerbaiyán. Los caprichosos meandros han cambiado dramáticamente su curso en las últimas décadas, de modo que ahora no está muy claro por donde discurre el límite oficial de los dos países. Tras una hora por un camino impracticable, llego a una aldea situada en la orilla azerí del río, pero que, quien sabe como, aún permanece bajo control georgiano. El poblado fue construido a primeros de los noventa por el gobierno de Tiflis para hacer valer sus derechos territoriales en la zona. En la aldea, noventa familias de gentes de Adjara y chechenos del Pankisi malviven de la cría de ganado, en un pastizal atestado de mosquitos y rodeado plenamente por un borde fronterizo sin marcar. El año pasado los guardafronteras de Azerbaiyán mataron a un niño pastor que sin darse cuenta cruzó la frontera que no existe. Todos los meses, los desdichados aldeanos pierden algunas vacas que, despistadas, se lanzan a pastar en suelo extranjero. Cada vez que esto sucede, se hace preciso, para recuperar las reses, un acuerdo al más alto nivel entre los ministerios de exteriores de ambos países.

Lunes por la tarde
Atardece en Signaji, una maravillosa villa de Kajetia colgada sobre un peñasco, frente al Cáucaso. El sol da lustre a las bonitas fachadas del caso histórico y a las primorosas cubiertas de teja, recientemente rehabilitadas por decisión del presidente. Un anciano nos invita a su vivienda. El exterior, perfectamente reparado, da paso a un interior absolutamente desastroso. Hay humedad por todas partes. El papel de las paredes se deshace en hiladas, el techo se curva, a punto de vencerse. Todos los muebles están costrosos. El hombre nos explica que, debido a la pobre planificación de los trabajos de rehabilitación exterior de las casas, estas permanecieron sin tejado una semana, en el lapso entre la retirada de las viejas cubiertas y la instalación de las nuevas. En esos días, la copiosa lluvia destrozó por completo el interior de su vivienda. Pienso en esta casa como en una metáfora de Georgia: el exterior resplandeciente, el interior, cada vez más deteriorado, a causa de los esfuerzos por dar brillo al exterior.

Martes por la tarde
El prior de la catedral de Alaverdi me invita a una reunión en él monasterio contiguo. Una riada reciente penetró en el templo y el abad necesita apoyos para hacer frente a los trabajos necesarios para evitar que algo así suceda de nuevo y los frescos medievales no peligren. Un hidrólogo experto lleva la voz cantante en la reunión. En su introducción, el ingeniero explica que, de joven, siendo un actor famoso, una vez tuvo que encaramarse a lo más alto de la cúpula de la catedral durante cierta filmación, razón por la cual mantiene una relación especialmente entrañable con el sagrado lugar. El prior asiente con la cabeza y, a cada movimiento, la punta de sus largas barbas penetra ligeramente en la taza de té que tiene enfrente. A su derecha, un pope barrigudo hace que medita, pero probablemente sestea. El abad, finalmente, me pregunta si la Unión Europea puede hacer algo por ellos. Lanzo balones fuera: hablo de la embajada griega, de la UNESCO, hasta del Vaticano. Para mi sorpresa, el lider religioso en lugar de enfadarse con mis excusas me lanza una amplia sonrisa y me ofrece unas pastitas de hojaldre. 'Me gustan mucho las pastitas estas', pienso yo mientras las degluto a dos carrillos.

(Foto: Juan Echanove)

viernes, 17 de junio de 2011

Recuerdos de un objetor filosófico

En aquel tiempo, para objetar, primero debías rellenar un formulario de solicitud que incluía, entre otras cosas, una justificación de tus razones para rehuir el servicio militar. El tipo de la oficina encargado del asunto me dio un consejo mientras me entregaba el dichoso impreso: 'si objetas porque eres testigo de Jehová, entonces escribe que lo haces por motivos religiosos, y, si no, escribe simplemente que lo haces por razones éticas o morales' Pero yo, que en un momento de aburrimiento la semana anterior, me había tomado el trabajo de leerme la legislación vigente, sabía que además podía aducir un cuarto argumento, distinto a los tres sugeridos por el funcionario: la ley también abría la puerta a objetar a la mili, nada más y nada menos, que por motivos filosóficos. Por supuesto, me decanté por esa opción. Sólo recuerdo las primeras palabras del alegato que escribí en la casilla correspondiente del formulario: Empezaba así: "Ya desde Platón…' Cuando le entregué la solicitud al encargado el hombre me miró estupefacto. '- Chaval –me dijo-, eres la primera persona en la corta historia de la objeción de conciencia que alega motivos filosóficos para librase de la mili…eso es, ¡con dos cojones!' y me dio la mano efusivamente, no se compadeciéndose de mi o para darme ánimos.

A los pocos meses me autorizaron la solicitud. Como yo todavía estaba estudiando, pedí prorroga.Yo no estaba dispuesto a, en un futuro, dedicar un año entero de mi vida exclusivamente a realizar la llamada 'prestación social sustitutoria' (es decir: currar sin cobrar realizando alguna actividad social), así que decidí negociar con una ONG dispuesta admitirme como voluntario un par de tardes por semana desde ya mismo, y, en compensación, mantenerme luego el mismo régimen durante el periodo oficial en que me tocase cumplir con la dichosa prestación. Tras varios intentos fallidos, topé con una pequeña organización dedicada a fomentar la arquitectura rural en adobe que estaba de acuerdo con ese apaño.

La ONG la dirigía un alemán enorme enamorado de los pueblos de Soria y de la bebida. Se dedicaban, entre otras cosas, a filmar en video las tradicionales casas de barro de los pueblitos del valle del Duero, para luego mostrarles los reportajes a sus habitantes, y con ello hacerles sentirse orgullosos de sus viviendas y que de este modo no les diera por destruirlas, sustituyéndolas por chalets de estilo playero y alicatado moruno. La cosa funcionaba bien, y hasta habían conseguido recuperar integro un pueblo abandonado. A mi me pusieron a cargo de la preparación de unos proyectos con los indígenas misquitos de Nicaragua. Aquel fue, de hecho, el primer trabajo que hice en mi vida relacionado con la cooperación al desarrollo. El alemán, cuando no empinaba el codo, era un tipo afable. Lo pasé bien en esos meses, y aprendí un montón sobre la fabricación de adobes.

Por fin comenzó el periodo oficial de mi prestación social. Finalmente, cuando me quedaban un par de meses para concluirla, otra organización me ofreció un trabajo (un trabajo de verdad: con nómina y seguridad social) como monitor de ayuda humanitaria en Croacia y Bosnia. Era en año 1993, con la guerra de los Balcanes en pleno auge. No pude decir no a esa oportunidad para por fin trabajar en serio en aquello que tanto me gustaba. Cuando me entrevistaron para el puesto les expliqué que aun estaba realizando la prestación social. 'No importa- me dijeron- eso lo arreglamos nosotros'-. No lo arreglaron.

A las pocas semanas de llegados a la Antigua Yugoslavia, un jerifalte del Ministerio de Exteriores viajó a la región a visitar nuestros proyectos. Entre cervezas, le comenté de pasada que yo aun seguía oficialmente pendiente de concluir la objeción de conciencia. El pobre hombre dio un brinco en la silla: 'Pero…eso es ilegal! Durante la prestación social no se puede salir de España (1)! Oficialmente eres un desertor!'. Luego cambio el tono dramático por uno mas afable y añadió: 'Que cosa mas graciosa, eres seguramente el primer 'desertor' de la prestación social sustitutoria… y tu sin saberlo siquiera!" (2). 'Vaya,' –pensé-' 'el primer objetor filosófico se convierte en el primer objetor desertor…no gano para récords'.

Le expliqué que yo no me hacía responsable de la situación, que ya había avisado a mis empleadores y que ellos lo iban a solucionar. 'Esto no tiene solución fácil-, dijo él-. A no ser…a no ser que perdamos tu expediente. No se me ocurre otra cosa'.

Y así fue. Tiraron mi ficha de objetor a la basura, se deshicieron de todo y, oficialmente, mi extraordinaria experiencia como filosofo desertor, se volatilizó de los archivos públicos.
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(1) Poco tiempo después de aquello comenzaron a ofertarse plazas de objetor en el exterior, y precisamente en los Balcanes, con la misma oNg con la que yo estaba trabajando. pero yo no fui uno de aquellos objetores: Mi plaza de objetor estaba en España, y en aquella guerra curraba con contrato.

(2) Había, claro, muchos insumisos, que eran quienes se negaban a hacer tanto la mili como la objeción. Pero lo mío era diferente: Yo había comenzado la objeción y después me había largado del país antes de acabarla.


Foto: Luis Echanove

Abducción estelar

Desde hace unos días hay una estrella menos reluciendo en el cielo. Un agujero negro se la acaba de tragar. Claro está que la insaciable voracidad de los agujeros negros se cobra víctimas estelares constantemente. La novedad, en este caso es que nosotros, los terrícolas (o al menos los astrónomos dedicados a sondear el firmamento) esta vez nos hemos coscado, en vivo y en directo, del estrellicidio.

Pobre estrella anónima. Fallacer deglutida por un agujero negro es, para un cuerpo estelar, el equivalente a un asesinato. Las estrellas, comúnmente, expiran de envejecimiento natural, o tal vez sería mejor llamarlo suicido no asistido: se enfrían y acaban contrayéndose hasta fenecer en una implosión, acompañada de un festival de rayos gamma. La desdichada estrella que el agujero negro se tragó se ha perdido ese fin glorioso. El crimen cometido por el agujero negro ha sido, además, alevoso: la estrella, mientras era deglutida, fue desmembrada, troceada, hecha añicos. El agujero negro la liquidó con saña, a la manera como un psicópata descuartiza a sus victimas.

Aunque, visto de otro modo, si eres una estrella, caerte en un agujero negro no deja de resultar un acto accidental. El agujero negro no sale en búsqueda de la estrella para cazarla: la despistada estrella se precipita allí sin darse cuenta.

Y es que, al igual que sucede entre los humanos, las relación entre las estrellas y los agujeros negros resulta cuanto menos paradójica. Y es que, a fin de cuentas, los agujeros negros también fueron una vez estrellas ellos mismos.

Dicen que nacemos bajo el designo de una estrella. De ser ello cierto, mi gran preocupación ahora es lo que el destino les pueda deparar a aquellos desdichados cuyo signo estaba marcado por la estrella que el agujero negro acaba de abducir. Tal vez, con un poco de suerte, la estrella desaparecida era la que guiaba el futuro de los tiranos árabes, o de los rapaces banqueros de Wall Street, o de los traficantes de armas y demás gentes de mal vivir.

jueves, 16 de junio de 2011

Lanzamiento de la tercera edicion de la Guia de Nicaragua

Acaba de editarse la tercera edición de la Guía de Nicaragua, el manual para viajeros sobre este maravilloso país centroamericano que escribí junto con Joaquín Ravella hace ya 9 años. El libro fue presentado en el Centro Cultural Español en Managua la pasada semana. En acto estuvo presidido por el embajador de España en Niacaragua, el director de la la editorial del Hispamer y la Directora de Proyectos delInstituto Nicaraguense de Turismo. La extraordinaia cantante nicaragüense Normal Elena Gadea nos regaló, al final del evento, canciones del país.

Hasta la fecha, se han vendido 10,000 ejemplares del libro, lo que hace de él la obra no de ficción editada en Nicaragua mas vendida hasta la fecha así como el libro nicaragüense más exportado.

La Guía se puede comprar tanto en la propia Nicaragua y otros países latinoamericanos como en varias librerías de España (Altair, La Tienda Verde, La Casa del Libro…).

El lanzamiento de esta tercera edición me sirvió como disculpa para regresar a Nicaragua unos días, por primera vez en siete años. Pero narrar ese viaje requiere otra entrega en este blog.

miércoles, 15 de junio de 2011

Dobles

Yo con los Estados Unidos mantengo una actitud ambivalente, cuando no manifiestamente maniquea: hay cosas de ese gran país que me encantan, y otras que no me gustan nada. La división no responde más que a un criterio subjetivo y por ello injusto, pero, ya se sabe, los gustos siempre tienen algo de irracional.

Una de tales cosas que de veras me atraen de Norteamérica son esas cafeterías de aire retro, donde las camareras van con cofia y uniforme blanco, suena música de Marilyn Monroe, los sillones son de símil cuero color rojo y las hamburguesas crujen al morderlas. Hace un par de semanas, aburrido en el aeropuerto de Houston, en cuanto vi una de esas cafeterías estilo años cincuenta, me lancé puertas a dentro sin dudarlo. No tenía hambre ninguna pero, ¿qué importaba? Solo pretendía disfrutar de la atmosfera.

Entonce sucedió eso tan extraño. La camarera (con cofia y uniforme, por supuesto), se acercó a mi mesa con esa enorme sonrisa social y campestre que los norteamericanos te regalan cuando no te conocen pero deben interactuar contigo. Miré su rostro y me quedé mudo, literalmente mudo. Yo a esa chica la conocía. Su nariz redondaza, los ojos algo achinados, las pecas en la mejilla…tenia ante mi a la fotocopia clónica de Alicia, una novia antigua. Lo más sorprendente del caso es que la joven gringa me miró, tal vez durante medio segundo, con el mismo gesto de estupefacción. Supe enseguida, de modo intuitivo, que yo también le recordara a alguien, o, mejor dicho, que yo era también para ella el facsímil literal de alguien que ella había conocido antes. La chica, muy profesional, enseguida recuperó la compostura, me tomó la orden y al rato regresó con la enorme hamburguesa en una bandeja redonda, transportada gracilmente sobre una mano, como toda buena camarera en un local de este tipo es entrenada para hacer.

Yo no podía evitar mirarla de reojo mientras servía a las otras mesas o charlaba con su compañera gordita (si: la empleada gordita y afable que como regla todo bar estilo años cincuenta debe incluir en su plantilla). El clon de Alicia, huelga decirlo, hacía otro tanto. No es que estuviera intentando ligar conmigo. Su rostro, al voltearse discretamente hacia el mío, no buscaba la complicidad, sino que escrutaba mis facciones como quien analiza una foto antigua para sacar el parecido.

Terminé la hamburguesa crujiente, pedí la cuenta sin mirarla a los ojos, pagué y me fui tan precipitadamente que me dejé olvidada la chaqueta y la maleta de mano. Tuve pues que regresar al rato, pero ya no la encontré: fue la camarera gordita de mullidos carrillos quien me entregó los objetos olvidados.

A veces pienso que todos tenemos un doble en alguna parte, y que esos dobles nuestros conviven y se relacionan con los dobles de nuestros amigos y conocidos. También pienso que, por alguna mágica regla, uno nunca puede encontrase con su propio fotocopia humana (tal vez, si eso sucede, los dos seres idénticos se amalgaman de nuevo en una sola persona y ocurre algún tipo de explosión cósmica… no sé, no he pensado lo bastante sobre ello). Nuestra vida y la del doble discurren como líneas paralelas, sin nunca cruzarse. Lo que no sabía es que sí podemos, en cambio, encontrarnos con las replicas fieles de las personas que conocemos.

Alicia, si alguna vez pasas por el aeropuerto de Houston, mejor no entres en la cafetería retro de la terminal B.

Foto: Luis Echanove