martes, 27 de enero de 2009

Mermelada de mora


Visitando una planta procesadora de frutas tropicales, pude una vez degustar cierta mermelada de esencia de mora y guayaba cuyo cosquilleo perduró en el paladar hasta mediodía. Aquella fábrica me permitió conocer la historia del ingeniero alemán que abandonó su trabajo en la NASA para dedicarse a patentar artilugios mágicos. Sus máquinas variopintas permitían a los pequeños campesinos transformar a bajo costo sabrosos productos tropicales en delicias que se venden a buen precio en Suiza.

Aunque la violencia omnipresente en Colombia me impidió viajar a conocer las veredas donde los indios paeses siembran esas moras y guayabas, gozando el sabor de su ambrosía exportable redescubrí que, al fin y al cabo, el sabor de la vida se esconde en las altas sierras de la cordillera central de los Andes.

miércoles, 21 de enero de 2009

Profesionalidad

Estaba nervioso. Agarró el rifle con prisa. Colocó la culata sobre su pecho, guiñó un ojo y poso el otro suavemente sobre la mirilla negra. A través de la lente todo parecía menos real, como si se tratara de una pantalla de televisión, o de un fondo marino contemplado a través de unas gafas de buceo. La calle estaba desierta. Movió el cañón del arma a uno y otro lado. Buscaba movimientos, mínimos resquicios de vida en la polvosa barriada. Al rato sintió una imagen inquieta en el cuadrante superior del mirador. Giró despacio la rueda zoom. Ahora lo veía nítidamente: Alguien estaba cruzando la calle más lejana, al fondo de su área de visión. Intuitivamente atrajo el dedo índice hacia sí. El gatillo rozaba su yema con suavidad. Sonó primero un chasquido ligero, y al cabo de una fracción de segundo, un estruendo seco, como el de una botella al descorcharse.

La figura lejana cayó al suelo, casi sin ruido, como un saco.

Tarde en la ciudad

Miras la gran ciudad y te haces algunas preguntas. A treinta pisos de altura todo se ve de otro modo. Una alfombra inmensa de edificios yace bajo tus pies. Hoy, al final de la tarde, todo parece barnizado de añil. Al fondo, sobre el puerto, las nubes bajas difuminan las torres, las grúas, y la línea del horizonte sobre el mar. Los muros de las casas bajas reflejan la luz brillante, como devolviendo al sol lo que le pertenece.

Y tú sigues haciéndote preguntas.

(Foto: Luis Echanove)

Lluvia en el valle

Estaba tirado bajo un manto. Mientras, llovía fuera, fuera de su cobijo de tela, de su cubierta ligera, de su estar desprotegido.

La música de la lluvia cayendo le recordó alguna canción lejana. El temporal no amainaba. Canturreaban las gotas su melodía, y el silbaba con los labios entumecidos, como espantando al frío. Llovía sin cesar. El cielo parecía volcar un torrente de aguas turbias sobre su cabeza.

Y de pronto, cesó el estruendo y un gran silencio se apoderó del valle. Dejó al un lado el viejo sayo protector y miró a las estrellas. Era noche cerrada. Un lodo fino cubría la pradera. Nada sonaba ya, ni el silbo del chubasco ni esa canción lejana dentro de su cabeza.

Caminó sin rumbo unas horas. Después, cansado, se echó sobre su manta, aun muy húmeda. Durmió placidamente, como un lobo agotado tras la caza, o tal vez como un corzo exhausto de huir, perseguido por el lobo.

Cuando amaneció, el hombre ya no estaba allí. Quedaba solo su manta, yaciendo vacía, extendida sobre el musgo, como un muerto sin dueño.

Nunca nadie volvió a ver al hombre de la manta por el valle. Dicen que, cuando llueve mucho, regresa en silencio. Quien sabe... tal vez sea cierto.

(Foto: Luis Echanove)

martes, 13 de enero de 2009

Porque has nacido

Porque has nacido. Por eso, por eso tan sólo la tierra entera es tuya y el mar inmenso con sus olas bravas y también el cielo negro de la noche y limpio de la mañana.

Porque has nacido. Por eso. Aunque te lo nieguen. Aunque te lo arrebaten y gastes cada lágrima de tus ojos implorando. La tierra entera, el mar y el cielo son tuyos porque has nacido libre y desnudo.

Y cuando doblado por el peso del dolor, golpeado por la injusticia creas que nada te queda mira el suelo que pisas el cielo que te cubre y el mar que te rodea y grita: ¡ Son míos!


(Foto: Luis Echánove)

La extrema derecha en España

Ayer un taxista me vociferó que el PSOE había puesto las bombas del 11 de marzo, que Aznar fue el mejor presidente de la historia de España, que los pobladores de Gaza son todos terroristas, que Ana Belén, la cantante, es una “comunista asquerosa” y que odiaba a la gente de izquierdas. Su aluvión incontinente y atropellado de críticas a diestro y siniestro, insultos, dogmatismo y faltas de respeto hacia todos los que no pensaban como él le delataban, evidentemente, como el típico ejemplar de personaje extremista, radicalizado y en el fondo contrario a la democracia como norma de convivencia. Era, en resumen, el típico ultraderechista. Conocemos el perfil: Sólo escuchan la COPE y leen la Razón, Rajoy les parece un blandengue y piensan que Zapatero es un masón vengativo que quiere promover el ateísmo, echarían a todos los emigrantes y piensan que España está en riesgo inminente de ruptura y caos generalizado.

En la mayor parte de los países europeos entre un cinco y un veinte por ciento (cuando no más) del electorado vota por opciones políticas de extrema derecha, tales como el Frente Nacional en Francia, el Movimiento Social Italiano o el Partido Liberal austríaco. En España, en cambio, los partidos de semejante signo político no obtienen representación parlamentaria alguna y sólo reunen a escasisimos miles de votantes. ¿Significa esto que en nuestro país casi no hay gente ultraconservadora o directamente neofascista? No veo ninguna razón por la cual España debería ser una excepción y carecer de un significativo segmento de la opinión pública de signo ultra. Asumamos pues, de una vez que, por triste que resulte, en la sociedad española, como en cualquier otra de su entorno, la extrema derecha tiene cierto peso. La explicación al porqué de esa ausencia de votos a partidos de extrema derecha en España está en que el votante radical de derechas se encuentra cómodo votando al Partido Popular.

Aplicando una sencilla regla del tres, resulta que al menos un cuarto de todos los votantes del PP son en realidad personas de extrema derecha: Supongamos que entorno a un 10% de los españoles si fueran franceses votarían al Frente Nacional pero en nuestro país votan al PP. El PP es votado más o menos por un 40% del electorado, es decir, por ese 10% de gentes de extrema derecha más un 30% de personas de derecha, centro-derecha o centro. Que uno de cada cuatro o cinco votantes del principal partido de la oposición sea sociológicamente ultra no es moco de pavo. Significa, entre otras cosas, que para retener dentro de sus filas a ese jugoso porcentaje de votantes, el Partido Popular debe continuamente hacer concesiones a la agenda política de la extrema derecha.

¿Os imagináis que los troskistas, los antisistema o los comunistas de la vieja guardia votasen al PSOE y conformaran una cuarta parte del electorado socialista? Evidentemente, eso no ocurre así porque a la izquierda del PSOE está IU, y todavía más a la izquierda, una plétora de partidos que, aunque extraparlamentarios, arañan varias decenas de miles de votos. En el caso de la extrema derecha, en cambio, los ultra radicales campan a sus anchas dentro de las filas (y de los cuadros políticos) del Partido Popular.

Personalmente yo preferiría que ese segmento social de la derecha radical, eternamente crispada, contase con su propio partido y que el PP se viera liberado de tales alforjas radicales. De este modo la agenda política de extrema derecha quedaría fuera de cualquier opción de gobierno, y no como ahora, que se agazapa dentro del Partido Popular. Muy probablemente la mayor parte de los votantes populares se sentirían más cómodos si tales extremistas salieran de las filas de su partido.

jueves, 8 de enero de 2009

Involución

Pertenezco a esa extraña generación que aprendió cristianismo con catecismos ilustrados con fotografías de puestas de sol y familias de aire hippie corriendo de la mano por un prado a contraluz. En misa cantábamos el Padrenuestro a los acordes de The Sound of Silence, de Simon y Garfunkel y en los trabajos de la clase de religión pegábamos en cartulinas dibujos de Jesús con melenas desgreñadas, sobre el rótulo “Se busca por rebelde”. A veces algunos misioneros de Perú o de Centroamérica nos daban charlas sobre la pobreza en América Latina, y los debates en los ejercicios espirituales no versaban sobre dogmas, sino sobre asuntos tales como la justicia social o la muerte digna. En aquella primavera post-conciliar, todos pensábamos, ingenuamente, que el matrimonio de los curas o las monjas dando misa era algo inminente. Arrupe, Monseñor Romero, o Ellacuría eran los santos (nunca elevados a los altares) de nuestra devoción. Claro está que siempre había profes retrógrados en el colegio, generalmente octogenarios a los cuales las reformas les habían pillado demasiado tarde, pero no ejercían influjo alguno, eran como piezas de museo recordando con su presencia un pasado remoto de la Iglesia.

Luego llegó Woitija, pero, afortunadamente, su cruzada medieval tardó algún tiempo en hacer mella en nuestra educación religiosa. De la mano del polaco, poco a poco el Opus ascendente fue haciéndose con el control del cotarro. El espíritu del Vaticano II se fue apagando, y las tinieblas del tenebrismo y la moralina volvieron a dominar la Iglesia. Pese a ello, los viajes, y después mi trabajo como cooperante, me dieron oportunidad de conocer a sacerdotes excepcionales, que mantenían vivo ese espíritu de puertas abiertas al mundo real. Así, tuve el privilegio de conocer en la India a Silananda, el jesuita catalán que se paseaba en taparrabos por Mahatrastra en pos de un sincretismo cristiano-hindú, o al nicaragüense Fernando Cardenal, también jesuita, ministro de educación con los sandinistas, y a tantos otros. Perseguidos, denostados, esos héroes solitarios, son ahora ellos el museo viviente de la iglesia que pudo haber sido y no fue.
Cuando recuerdo estas cosas y despúes pienso en Rouco y sus aires de inquisidor obseso me quedo constarnado con la involución de la Iglesia, particularmente la española.

Yo antes pensaba que de muchacho, como tantos de mi época, abandoné la Iglesia. Ahora pienso más bien que fue la Iglesia la que nos abandonó a nosotros.

lunes, 5 de enero de 2009

Cabalgata

Hoy he estado con mis hijos en la cabalgata. Los críos competían por los caramelos arrojados desde las carrozas con la pericia propia de un malabarista. A la llegada de Melchor, Juanito, presa de un éxtasis indescriptible, vociferaba que se había portado bien todo el año. Melchor le saludó con sus manos enguantadas en fieltro, y Juanito, fuera de sí, de respuesta trazaba una sonrisa que no le cabía en la cara. De regreso a casa, escucho en el coche las noticias de las ocho en Radio Nacional. El ejército israelí ha matado a ochenta y dos niños en Gaza hasta el momento. Las cifras, así en frío, dicen poco. Así que lo escribiré de nuevo, por si a fuerza de repetirlo me hago a la idea. Ochenta y dos niños muertos. Ochenta y dos niños muertos. Ochenta y dos niños muertos.
(Foto: Eva Pastrana)