lunes, 27 de septiembre de 2010

El hexágono

De entre mis muchas obsesiones, la de buscar sentineleses es, sin duda, la más estrambótica de todas.

Ya he escrito aquí en un par de ocasiones sobre los huidizos habitantes de Sentinel del Norte. Situada en el archipiélago de Andamán, en el Océano Índico, esta isla tropical rodeada de arrecifes y completamente cubierta por una tupida jungla, constituye el último rincón poblado del Planeta Tierra sobre el que ninguna nación ejerce una soberanía efectiva. Sentinel está poblada por un número indeterminado de “negritos”, esto es, pigmeos negroides asiáticos, dedicados a la caza y a la recolección, y cuya forma de vida es más o menos semejante a la del resto de la humanidad en el paleolítico.

Nada sabemos de la lengua de los sentineleses, de sus costumbres o de su religión. Ni siquiera se sabe dónde se sitúan concretamente sus poblados. La única evidencia de su existencia son algunas fotografías vagas de hombres y mujeres desnudos tomadas desde la costa por un antropologo indio, que, en los años ochenta, acompañado de policias fuertemente armados, llegó a tomar pie en la isla. Los sentineleses se volatilizaron en la espesura ante su presencia. El antropólogo regresó después en varias ocasiones a las difíciles costas de la isla. Arrojaba cocos a las aguas, y los sentineleses, desde la distancia, los retiraban con precaución.

Los sentineleses no son la única comunidad indigena completamente aislada del mundo exterior. En la Amazonia y en Papúa Nueva Guinea todavía sobreviven algunas tribus sin ningún contacto con el resto de la familia humana. Pero el caso de los sentineleses es el más fascinante de todos, por su aislamiento (se trata de una isla) y porque su territorio, estrictamente, no pertenece a ningún país (la India lo reclama, pero jamás ha ejercido ningún dominio efectivo).

Para mi fortuna, por alguna inescrutable razón la resolución de Sentinel del Norte en Google Earth es verdaderamente detallada, semejante a la de las zonas urbanas de Europa o Estados Unidos. En cuanto me dí cuenta de ello, decidí ejercitar el absurdo entretenimiento de buscar a sus pobladores. La isla no es pequeña (sesenta y tantos kilómetros cuadrados), y la compacta masa forestal cubre integramente su superficie. Ante tales dificultades, no contaba, por supuesto, con identificar individuos, pero si al menos toparme con alguna traza de presencia humana.

Oscultaba al azar, sin orden ni concierto. Mi vista se agotaba al poco rato de tanto mirar ese tapiz constante de copas de árboles. Pero al segundo día de ejercitarme en este inconfesable vicio de jugar a ser explorador por control remoto, de forma casual identifiqué en medio de la espesura una forma exagonal casi perfecta, semejante a una gran sombrilla contemplada desde el cielo. Apenas se diferenciaba de la naturaleza del entorno, pero, observada con detenimiento, era evidente que sólo un milagro podría haber dado a un árbol una forma geométrica tan perfecta. Sí, aquello parecía si duda una gran cabaña, en la que tal vez convivían varias familias. Enseguida me precipité a otras páginas de Internet para saber cómo describieron los viajeros del siglo XVIII y XIX las viviendas originales de las tribus de las otras islas del archipiélago Andamán (hoy en día construyen chabolas con los desechos de los emigrantes indios). Encontré reproducciones de viejos grabados en las que claramente se reproducían grandes cabañas exagonales de paja.

No me había equivocado. Había hallado las coordenadas exactas del lugar dónde habitan algunos de los individuos del pueblo más aislado, remoto y desconocido del planeta; pero no estaba orgulloso, me sentía miserable, como un intruso que ha desvelado un secreto a su pesar.

Quise imaginar que estarían haciendo en ese mismo momento los pobladores de aquella choza en medio de la selva. Sentí una enorme sensación de vértigo, porque tuve la certeza absoluta de que, en ese preciso instante, los sentineleses acaban de apercibirse de que alguien les había descubierto .

Desde entonces por la noche, cuando duermo, en mi sueños escucho a veces un susurro de conversaciones en un idioma que no conozco.

(Foto superior: Juan Echánove, foto inferior: Google Earth)

viernes, 17 de septiembre de 2010

La visita del casero (y 2)

Anteayer cenamos con nuestro casero. Nos citamos en un restaurante tradicional, con esplendidas vistas sobre el río y la ciudad antigua. Enormes grupos de comensales compartían largas mesas, dedicados a los habituales brindis y consecuentes discursos que marca el ritual local.

George se presentó acompañado de una celebre estrella de la televisión georgiana. Elegante, glamorosa y con una penetrante y perspicaz mirada, la celebre artista contó que hasta hace un tiempo presentaba un programa televisivo en el cual reconvertían a humildes cenicientas locales en autenticas princesas, a base de vestirlas y maquillarlas con estilo. Nos habló también de su reciente separación de un millonario libanés, cuya actual novia estaba en orden de arresto por la Interpol por secuestrar en Estados Unidos a un hijo de su matrimonio anterior.

Mas tarde nos dijeron que la bella presentadora había comenzado su carrera en los inicios del destape post soviético.

George escogió un vino orgánico y de supuestas propiedades espirituales (y no solo espirituosas) para acompañar el menú, con vistas a garantizar, dijo, energías positivas durante la cena. Desconozco en cambio el efecto que sobre nuestro espíritu pudieron tener los abundantísimos platos de sesos de cordero, pinchos morunos y demás sobredosis de colesterol que nos regalamos aquella noche.

George permaneció más bien taciturno durante la cena, tal vez porque, al encontrarnos en primera fila junto al escenario sobre el que los siempre ruidosos bailarines georgianos ejecutaban sus cabriolas, oírnos de una lado a otro de la mesa resultaba a veces una autentica proeza. Como suele ser habitual, en cierto momento los danzantes blandieron sus espadas e iniciaron una lucha rítmica, golpeando ferozmente los escudos de sus adversarios, hasta producir chispas con los filos. Mi mayor temor era que alguna de aquellas dagas saliera volando y terminara clavándose en el plato de sesos de cordero, salpicando mi camisa filipina.

Pese al jaleo ensordecedor, George puedo al fin contarnos algunos detalles más de su pintoresca biografía, incluido su papel en la época de la creación de grupos paramilitares en la Georgia de los años de la guerra y el papel jugado por las sociedades secretas, de las que tan amigos son los georgianos, en el colapso de la Unión Soviética. También nos explicó su nuevo proyecto para comercializar un recipiente cilíndrico de su invención, que incrementa el contenido del Rh del agua a base de imanes y metales. Su amiga la actriz ya poseía uno, del que bebía copiosamente a lo largo de la cena.

Solo al día siguiente supimos que acbábamos de cenar con una de las supuestas amantes del presidente.


Foto superior: Vista del Caucaso, Juan Echanove. Foto inferior, la actriz Ia Parulava

El alquimista

De niño siempre estuvo envuelto en las peleas del barrio, tan frecuentes en ese Madrid pandillero y canalla de los setenta. Su padre, marino mercante, pasaba la mayor parte del tiempo fuera de casa. De él heredó sin duda el ansia por conocer todos los mundos posibles. Corre algo de sangre gitana por sus venas, y corre rápido, a borbotones, pese a las varias cuchilladas que han marcado su fornido corpachón, como tatuajes de la supervivencia.

Sus hijos le llaman por el nombre pila y su farera normanda le indica siempre el camino de regreso a casa, para que nunca se pierda en las aguas del océano.

Ha sido pintor, poeta, guardaespaldas, tramoyista, decorador, camorrista, escenográfo, portero de discoteca, escultor, brujo, lector obstinado, juerguista, ebanista y hasta paciente de un psiquiátrico militar por error. Pero los que le queremos bien sabemos que, en realidad, el es sobretodo un alquimista: alquimista de los materiales, las texturas, los colores y las substancias, cuyos secretos conoce con maestría; y alquimista también de la palabra, del verbo ágil, de la frase consoladora, del exabrupto repentino y de la sentencia visionaria. Y es, al fin, alquimista del espíritu, de la fidelidad al amigo, de la entrega total a sus hijos, de la pasión de existir y de la lealtad a sí mismo.

Sabe bien que el vivir puede ser a la vez cruel o maravilloso y él, con su alquimia mágica, destila esas dos facetas y las convierte en una verdad rotunda: que ante todo, a la vida hay que mirarla cara a cara.
Foto: Pintura de Cesar Caballero

miércoles, 15 de septiembre de 2010

Los georgianos y el sexo

Los georgianos, en general, son bastantes conservadores en materia de sexo. La Iglesia Ortodoxa ejerce una influencia notable en la moral social. Por eso los jóvenes se casan a una edad extremamente temprana; así pueden comenzar a practicar el coito no muy tarde, frisando la veintena, sin contravenir los preceptos religiosos. La venerable tradición de secuestrar a la novia y así forzar la boda sigue vigente en muchas partes del país. Una compañera de trabajo, bastante más joven que yo, fue raptada por su pretendiente a los dieciocho años.

En Tiflis, al contrario que en Moscu o en Kiev, las chicas jóvenes no se pasean en primavera por las calles vestidas de gogos de discoteca. Rige más bien una estética entre ochentena y femme fatal, en la que predomina el color negro, algo de parafernalia militar (normal en un país que sufrido cuatro guerras en diez años) y los tacones altísimos.

Como siempre sucede cuando los preceptos religiosos y las feromonas circulan por caminos separados, en Georgia en la práctica rige una doble moral muy acusada. La vida íntima del presidente es buen reflejo de ello. La doctora Dot, una joven, exuberante y desenfrenada masajista del Medio Oeste norteamericano, revelaba hace poco en su blog que el presidente de Georgia ha sido su cliente. La doctora Dot practica una técnica fisioterapéutica de su invención que consiste en dar fuertes mordiscos por el cuerpo del paciente. Cuando, en plena sesión con el premier georgiano, la 'terapeuta' constató la tensión acumulada en la nuca presidencial, el jefe de gobierno bromeó diciendo que, efectivamente, a veces se sentía como si Putin estuviera sentado sobre su cuello (lo cual, metafóricamente, es rigurosamente cierto). Al final, las revelaciones de la doctora Dot se hicieron públicas en Georgia, y los rusos llegaron a mencionar el asunto en sus noticieros (*).

Este no es el único escándalo picante que ha salpicado la vida pública georgiana recientemente. Se han publicado hace poco comprometedoras fotos de la recién nombrada ministra de economía, una belleza veinteañera a la que el presidente del país conoció en una discoteca de Vancouver, bailando con sus amigas en una fiesta universitaria. Dicen que el efecto buscado por el presidente al incorporar a esta joven al gobierno era atraer inversores extranjeros al país. No me cabe duda de que va a lograrlo.
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martes, 14 de septiembre de 2010

La visita del casero

Hoy por fin hemos conocido a George, nuestro casero. Aunque es georgiano, vive en Estados Unidos desde hace veinte años. Es un hombre afable y sonriente y sabe generar confianza desde el primer instante. Le hemos hecho un recorrido turístico por su casa (él nunca la había visto terminada) y se ha mostrado muy satisfecho con todo. Venía acompañado del fiel Sarko (al que mi hijo Juanito llama siempre Sarkosi), el enjuto muchacho que se ocupa del mantenimiento del apartamento.

Cuando he ofrecido un cigarrillo a George, cortésmente ha rehusado y me ha explicado que, entre otras cosas, se dedica a ayudar a la gente a dejar de fumar. Enseguida me ha hecho una breve demostración. Ante la perplejidad de los niños y de Eva, ha movido sus brazos a gran velocidad en torno a mi cuerpo, hasta provocarme una especie de ligera descarga eléctrica. Cuando le he preguntado como aprendió esa técnica, me ha explicado que la cosa le viene de familia. Forma parte de una reducida minoría de georgianos de origen francés, descendientes de los templarios que acudieron a la llamada del rey David el Constructor, para proteger las marcas del reino de los enemigos persas. Una vieja leyenda cuenta que aquel grupo conformaba una suerte de secta iniciática, que algunos relacionan con la saga del Grial.

Su abuelo, un místico sanador discípulo de Gurdjieff -un gran maestro espiritual armenio (1)-, le enseñó terapias arcaicas de la tradición esotérica. Después pasó años recorriendo viejos monasterios ortodoxos y budistas por el Cáucaso, Asia Central y Siberia. Terminó haciéndose famoso en la Antigua Unión Soviética, montó una ONG para ayudar a las víctimas del terremoto de Armenia, fue acusado de espía americano y, finalmente, tras dos intentos de asesinato, huyó del país. Vive de desintoxicar, mediante hipnotismo, a grandes capos del narco y a gente del mundo de la farándula hollywoodiense. Ahora planea abrir un centro de cirugía estética y liposucción en Tiflis.

Tras narrarme esta portentosa biografía en diez minutos, ha proseguido admirando las maravillosas vistas desde la terraza de casa. Luego ha reparado el cable de la alcachofa de la bañera (Juanito, diligentemente, le había dado el parte de la avería, indicando expresamente que fue su hermana pequeña, Olalla, y no el, quien lo rompió). Después nos ha explicado cómo hacer llamadas gratuitas a cualquier parte del mundo mediante un ingenioso pero complejo truco que implica registrar números de teléfono en diferentes países. Finalmente ha calculado la orientación de nuestra cana con respecto a las reglas del fen-sui. Mañana hemos quedado a cenar con él.

Lo mejor de la vida que llevo aquí es que, a la hora de generar entradas en el blog, puedo poner mi imaginación en punto muerto y limitarme a levantar acta de la vida cotidiana. (2)

(Foto: Vista del Caúcaso, Juan Echanove)

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(1). Por una de esas extrañas casualidades que últimamente me suceden, esta misma mañana, vagueando en la Wikipedia…¡ yo me había leído la biografía de Gurdjieff!
(http://en.wikipedia.org/wiki/G._I._Gurdjieff).
(2) Esta es la Web de mi casero: http://hypnoenergetic.com/?page_id=7

sábado, 11 de septiembre de 2010

Encuentro

Era alto y completamente calvo. Nos conocimos junto a la barbacoa, un domingo en casa de amigos, la pasada primavera. El sol bañaba Tiflis con una luz alegre. Me sirvió dos salchichas en el plato de plástico, extendió su mano, se presentó y añadió que era serbio. Yo no pude evitar mencionarle que, hace dieciséis años, durante el tiempo de la guerra, trabajé en la antigua Yugoslavia como cooperante. Dedujo mi nacionalidad por el acento y con gran satisfacción recordó como, en aquellos años, él desertó del ejército federal, formó una banda de rock y tocó como telonero de varios grupos europeos de gira por Croacia.

Cuando la pequeña fiesta terminó, mencioné a Eva el encuentro. Curiosamente, ella no se había percatado de la presencia de aquel tipo grande que distribuía las salchichas. Nuestros anfitriones, con la que hablé al siguiente día, mostraron cierto desconcierto cuando también a ellos les pregunté por aquel serbio al que había conocido en su casa. Parecían no tener muy claro a quién me estaba refiriendo.

Anteayer, ordenando papeles en mi habitación, dentro de una vieja carpeta de cartón azul, me reencontré con unos folios amarillentos, prensados con un clip ya algo oxidado. Eran los primeros capítulos de una novela de ficción que escribí de una atacada durante cuatro frenéticas tardes en El Retiro, nada más regresar de la guerra de los Balcanes. Resultaba muy extraño volver a leer aquello después de tantos años. Ya ni la trama me resultaba familiar; parecía escrito por otra persona.

Una frase de la cuarta página me dejó perplejo: “Hablaron de un muchacho serbio, desertor del ejército federal, que ahora lideraba una banda de éxito, telonera de grupos extranjeros de gira por Croacia”.

Lleno de inquietud, enseguida comprendí que los personajes de mi novela inconclusa habían comenzado a escaparse de sus páginas amarillentas. Un hilo de sudor frío recorrió mi espalda.

(Foto: Luis Echánove)

miércoles, 8 de septiembre de 2010

Arte y justicia

Mi amigo Juanma decidió hace muchos años que en la vida, que en su vida, es necesario hacer aquello a lo que uno se siente impulsado desde dentro. Las decisiones, pues, no están escritas fuera de uno mismo, sino que nacen de ese rincón secreto donde todos guardamos los anhelos, las ganas de vivir, el impulso de ser nosotros mismos y a la vez trascendernos. Por eso mi amigo Juanma es un artista, y a la vez un ideólogo del desarrollo y la cooperación, y también un extraordinario padre de familia, un amante intenso de su chica y un leal compañero en el camino de los que tenemos la suerte de conocerle (*).

Juanma cree en las personas, en la posibilidad real de un planeta más justo, de escala humana. Y a ese propósito, varios instrumentos sirven.

Mi amigo Juanma viaja frecuentemente a America Latina, un continente que lleva ya escrito bajo la piel. Su mapa latinoamericano se compone de los cientos de rostros, de personas de carne y hueso, cuyos problemas ha conocido de primera mano en su trabajo como cooperante. Y la vez, Juanma es un creador nato: autor de ilustraciones para libros infantiles, pintor de lienzos repletos de energía, dibujante de comics…fabricante de sueños.

Y el último sueño de mi amigo Juanma ha sido traducir en una obra plástica el dolor, la rabia y la impotencia frente a los desmanes de las multinacionales españolas en Latinoamérica. (**)

Juanma vivió de primera mano como Unión Fenosa, guiada por ciegos criterios de mercado y lucro rápido, llevó a la oscuridad a un país entero (Nicaragua, 'mi' Nicaragua!). Mi amigo fue testigo de cómo en un hospital, los enfermos debían ser operados a tientas, a la luz de las velas. De esa historia nació una de sus obras, recientemente seleccionada dentro de un estimulante proyecto de arte comprometido con el cambio social y la denuncia (http://www.rightsforpeople.org/exhibition). Su creación será próximamente expuesta en Berlín.

Los fabricantes de sueños como Juanma permiten que en este planeta nuestro, donde la pesadilla de la injusticia atenaza las vidas de tantos, la esperanza, al fin, nunca se apague.

(Foto: Luis Echanove)
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(*) Para los que no le conozcáis: A Juanma 'le gusta la montaña, el olor de los cuadernos recién estrenados, cocinar guisos caseros y hacer cosquillas a su hijo Bruno y su hija Candela. Nació en Madrid, pero su casa es blanca con las ventanas azules y está en Menorca, junto al mar, donde ha vivido los últimos cuatro años. Ahora vive en Bruselas' (Nota Biográfica de Editorial de Papel)

(**)Echad un vistazo a este video y alucinad:
http://www.blip.tv/file/3723791