miércoles, 28 de noviembre de 2007

Doble mirada


Parejas creadoras

Chiki Antolín, poetisa, escritora y amiga, acaba de escribir un libro maravilloso, ilustrado por Juanma Santomé, su chico. Es una biografía poetizada de Gloria Fuertes, escrita para niños. A esta seguirán otras, dedicadas siempre a mujeres escritoras. El libro se llama Gloria la poeta y lo edita Hotel de Papel. En palabras de Chiki: “Gloria Fuertes fue una niña de ciudad que siempre andaba buscando palomas y mariposas. Un día descubrió que leer era como mirar por la ventana, irse de viaje, correr hacia el mar o acariciarse el corazón. Así que, como no podía comprar cuentos, decidió escribirlos ella misma. Pero un día de verano llegó la guerra y cuando por fin se alejó, Gloria decidió convertirse en paloma de la paz y perseguirla con sus poemas y sus personajes para siempre”.

Miriam e Yves, otra pareja de amigos, sacaron a la luz hace un tiempo un documental extraordinario sobre la desertificación, la pobreza, el deterioro ambiental y la injusticia, llamado La Mar del Silencio. Miriam escribió el guión, Yves grabó y editó y ambos pusieron en ello todas sus ilusiones, sensaciones y ganas. Ayer pude verlo por vez primera. Lleno de frescura, el documental apela a la vez a la cabeza y a las emociones. Dosis de pensamiento libre en vena!!! Para mas información: Fundación IPADE Tel.: 91.544.86.81 email: comunicacion@fundacion-ipade.org.

(ilustracion de Juanma Santomé, poster de Yves Sadurni)

lunes, 19 de noviembre de 2007

Las historias del gusano barrenador


Física y química
Las risas de los niños golpean las paredes de conglomerado. Las aulas calientes se oscurecen al mediodía. El calor pastoso hace vibrar el aire con parsimonia. Contrasta esa calma chica de vapor estático con el correr incesante de los niños. Unos cuantos se arremolinan ante la pila para sacudir el lampazo después de fregar. En el perímetro de la escuelita varios jirones de plástico hondean atrapados en las púas del alambre espino, como banderolas mágicas de algún culto tibetano. Pero no es el Tibet. Es el distrito once de Ciudad Sandino.

En la calle polvosa un hombre azuza al caballo agotado. Carga en su carretón melones amarillos del tamaño de pelotas de jugar a los bolos. Unas varas más adelante otro carretón, con otro hombre azuzando a un caballo igualmente agotado transporta otros melones amarillos. Chapotean los cascos de ambos caballos cuando cruzan los charcos hediondos que salpican la calleja.

En la esquina la mujer que vende tortillas se abanica con un pedazo de periódico, con el rictus apesadumbrado del mediodía. Esa tez arrugada como la piel de los melones amarillos que los carretones transportan. Esos labios doblados y la mirada posada en la nada. No cabe duda: aquella vendedora se encuentra aplastada por el momento, como atrapada en una jaula cuyos barrotes son los instantes solidificados. Todo se derrite al medio día, menos la sensación plomiza del tiempo en suspenso.

El aire acarrea las voces de los muchachos en la escuela, y las encamina, calle abajo, en dirección al lago. Y allá las vierte, y sobre las aguas flotan hasta cruzarlo. Las voces sobrevuelan los raudales del río San Juan y rompen contra el Caribe en una espuma de burbujas frías y diminutas. Después trazan un curso errático por el Atlántico y se dispersan por los mares que bañan todos los continentes.

Y es así, en forma de risas y gritos infantiles, como el tiempo, petrificado en el distrito once de Ciudad Sandino, un mediodía cualquiera abandona su cascarón transparente y se diluye en el ancho mundo.

martes, 13 de noviembre de 2007

Cargas en el mar


A veces la vida pesa demasiado. No es que resulte difícil portar la carga: es solo que el equipaje excede las fuerzas. Claro que, al final del camino (¿cuál camino?) tal vez descubres que aquellas albardas resultaron a la larga llevaderas. O no.

Todo esto lo escribo por un amigo que se ha roto. Sus ojos navegan en lágrimas. No lavan el dolor, solo lo muestran desnudo. Es un dolor a raudales, como el de un árbol quebrado por un rayo, o el de un pez agonizando en una orilla. Llegará un mar, una marea alta, y el pez se diluirá en el océano de nuevo. Un océano cubierto de lágrimas. Pero en el agua, ya se sabe, todas las cargas se aligeran.

viernes, 9 de noviembre de 2007

71 años



Quero creer que la mayoría de mis conciudadanos españoles estarían dispuestos a suscribir los párrafos que siguen:

Hace 71 años (se dice pronto) hubo en España una salvaje carnicería a varias bandas que resultó en mas de un millón de muertos. Todos los bandos envueltos en la guerra fueron a la vez víctimas y autores de tropelías y crueldades sin límite, que incluyeron asesinatos masivos, bombardeos indiscriminados, ajusticiamientos y demás crímenes horrendos.

Es difícil ver algún romanticismo en la serie de dislates que propiciaron esta carnicería. La guerra tuvo por causa inmediata un ilegal golpe de Estado militar contra el gobierno democrático elegido por la mayoría. Los alzados actuaron en alianza con las fuerzas fascistas existentes en España y con apoyo militar del nazismo alemán. En el bando leal a la Republica, se produjo una revolución campesina y obrera a sangre y fuego, que provocó persecuciones religiosas y tropelías sin límite. Al final, los comunitas, con el apoyo de la Rusia de Stalin, lograron un mayoritario control, a costa de no escatimar crueldades contra sus supuestos aliados anarquistas o socialistas. Como en todas las guerras, los radicales de uno y otro bando (falangistas y comunistas) terminaron pues siendo los protagonistas de la escena, a costa de la mayoría de los españoles. Nadie defendía ya la democracia. Las ideas en juego no eran otras que dos formas de totalitarismo: fascismo versus marxismo-leninismo. La guerra fue un disparate colectivo, una vergüenza para todos, para unos y otros. Todos fueron culpables…y todos fueron victimas también.

Guérnica, Paracuellos, los salvajes asesinatos de curas y monjas, los juicios sumarísimos por parte de los nacionalistas, la violencia de las checas comunistas, el asesinato de Garcia Lorca…forman (o deben formar parte) de la memoria colectiva de TODOS los españoles, independientemente al color político en que combatieron los abuelos de uno. Estas atrocidades –las de los unos y las de los otros, TODAS- nos deben llevar a una reflexión colectiva cuya única conclusión posible es: Nunca más.

A la guerra siguió una dictadura militar en la que el bando vencedor se ocupó, de nuevo a sangre y fuego, de aplastar a su ya abatido contrincante. Fusilamientos políticos, humillaciones, exilio. Nada, absolutamente nada (y desde luego en absoluto su simple condición de vencedor en la contienda) podrá nunca justificar el revanchismo odioso del Franquismo contra el bando perdedor.

La dictadura duró 40 años, 40 años sin libertades publicas, pero cuarenta años de crecimiento económico (menor sin duda al que se habría alcanzado con 40 años de democracia) y de políticas sociales que lograron ir expandiendo la hasta entonces raquítica clase media. Una milagrosa transición, salpicada de riesgo, nos llevó, tras la muerte de Franco, a la actual democracia. Esa democracia fue fruto del esfuerzo de todos: tanto colaboracionistas del franquismo conscientes de que tocaban tiempos de cambio como opositores al régimen. Si vivimos en democracia es gracias a aquellos hombres y mujeres, que, pese a cual fuera su punto de partida y su pasado (Fraga, Carrillo, Suárez, Felipe), estuvieron a la altura del momento histórico, miraron hacia atrás y supieron decir: Nunca más.

Distanciémonos de las emociones a flor de piel, y recordemos las historias que de niños nuestros mayores nos contaron de la guerra: ¿Había en ellos odio o revanchismo? No, solo ganas de sacudirse esas memorias a fuerza de contarnos lo que les tocó vivir. Esas historias se resumían en un mensaje rotundo: La guerra fue horrible. Aquella generación tuvo que vivir el conflicto para aprender esa lección. Recordarlo es la mejor manera de honrar a aquellos que murieron, a todos: porque los muertos ya no militan en ningún bando.

jueves, 8 de noviembre de 2007

Sol naciente


Kami

El shintoismo es la antiquísima religión tradicional de Japón, en gran medida perneada de elementos budistas. La esencia del shintoismo es la creencia en el kami, una energía vital impersonal que todo lo inunda, y que se manifiesta particularmente allí donde la naturaleza se revela en todo su poder: en los lugares más bellos, más sobrecogedores, como altas montañas, cascadas o sombríos bosques otoñales. El shintoismo es pues una religión contemplativa, observadora, pausada y nada dogmática.

Los equilibrados templos shintoístas no contienen representaciones de dioses de ninguna clase. Las únicas figuras presentes son, a lo sumo, los retratos en tinta china de los grandes poetas clásicos de Japón, alineados en los muros laterales. ¡Maravillosa religión ésta, que rinde tal respeto a los poetas!

En el altar principal de los santuarios shinto, en lugar de imágenes de deidades, santos o profetas, hay tan solo objetos cotidianos, símbolos del kami, de la energía cósmica que alienta la vida. En los espesos bosques de Kamakura hay un pequeño templo shintoista, accesible tan solo por un estrecho corredor excavado en la rocosa montaña. El símbolo del kami colocado allí sobre el rustico altar es...un espejo. Cualquiera pues es allí Dios… cuando contempla.

Zen

Hay, también en Kamakura, un monasterio budista, llamado Kenchō-ji que, es, según se dice, el más antiguo santuario zen de Japón. A espaldas del mismo se encuentra el pequeño jardín diseñado por un maestro zen hace 700 años con el propósito de inducir a la meditación. El parquecillo en sí es una nada, apenas algunas mínimas colinas tapizadas de hierba de intenso color verde, tachonadas de rocas y bonsáis, entorno a un estanque serpenteante.

Basta observarlo un momento y de inmediato algo sucede. Solo dura unos segundos.
(foto: Jardin zen del monasterio Kenchō-ji- Juan Echanove)