miércoles, 19 de mayo de 2010

Guerras inciviles

Lo que siempre hemos sabido hacer mejor los españoles es matarnos entre nosotros. La historia de España, de hecho, puede ser vista como una sucesión casi ininterrumpida de enfrentamientos internos. Los cronistas griegos y romanos ya pintaron a los ibéricos prerromanos como pendencieros y dados a la gresca entre sí. No es pues extraño que las guerras civiles del final de la República Romana tuvieran su principal teatro de operaciones en Hispania.

En la época goda, la muerte de cada rey (casi siempre por asesinato), degeneraba siempre en batallas entre partidarios de los diferentes pretendientes a la sucesión. La mal llamada 'reconquista' fue en realidad una larguísima guerra civil intermitente, a varios bandos (a veces cristianos contra musulmanes, otras muchas, cristianos contra cristianos, o musulmanes contra musulmanes). Isabel la Católica, 'madre' simbólica de la España unificada, llegó al poder tras triunfar en la guerra civil del reino de Castilla. Carlos V también logró el dominio efectivo de sus territorios españoles tras vencer en dos conflictos civiles (la Guerra de los Comuneros y la de las Germanías).

El Siglo de Oro, en cambio, brindó una extraña etapa de paz interna entre españoles, dedicados como estaban a desfogarse guerreando en Indias, Nápoles, Flandes o donde hiciera falta. Por una vez en nuestra historia, en lugar de hacernos la guerra los unos a los otros, se la hacíamos a los demás. El Imperio tocó a su fin con la Guerra de Sucesión, otro horrendo enfrentamiento fratricida (aunque internacionalizado).

El siglo XVIII nos ofreció una segunda etapa de paz interna, aderezado por campañas externas de tan pocos bríos como la olvidada guerra ruso-española, en la que no se disparó ni un solo tiro. Fue también en el Siglo de las Luces cuando comenzaron a esbozarse esas dos Españas enfrentadas a lo largo de los ciento cincuenta años subsiguientes: la de los ilustrados o reformistas (después liberales) y la de los absolutistas o inmovilistas (después conservadores).

El XIX nos trajo las tres guerras civiles carlistas, además de las revueltas cantonalistas, innumerables golpes de Estado sangrientos y otras modalidades del pavoroso arte de matarse entre conciudadanos.

Y por fin llegó el siglo XX, primero con La Semana Trágica, después con la Revolución de Asturias, dos iniciales “conflictos de baja intensidad” (como dicen los periodistas ahora), preparatorios de ese gran festín de salvajismo que fue la Guerra Civil del 36 al 39, nuestra terrible catarsis nacional. Allí por fin nos matamos entre nosotros con tan bestial saña que al fin decidimos romper ese ciclo infinito de sangre.

Es cierto que guerras civiles ha habido en muchos otros países europeos (la guerra de las Dos Rosas en Inglaterra, la guerra entre rojos y blancos en Rusia, la guerra civil irlandesa…) pero es difícil encontrar alguna otra nación del Viejo Continente con una pulsión tan fuerte hacia la confrontación interna. La ultima guerra civil en Francia tuvo lugar hace más de doscientos años (La Vandee), y, en el Reino Unido (la guerra de Cromwell), hace tres siglos y medio. Alemania e Italia nunca han vivido guerras civiles en sus ciento cuarenta años como Estados unificados. Muchas viejas naciones europeas jamás han sufrido esta lacra en toda su dilatada historia (Portugal, Polonia, los países Nórdicos…)

Parece que al final los españoles, por fin, hemos aprendido a convivir sin autodestruirnos… pero esa multisecular tendencia a agruparse en dos bandos irreconciliables, bajo la mortifera premisa del “o estás conmigo o estás contra mí”, sigue, desgraciadamente, formando parte de nuestro ADN (1) .¿Cambiaremos algún día?
Foto: Ignacio Huerga

(1)
En Alemania democristianos y socialdemócratas son capaces de gobernar juntos, en Portugal derecha e izquierda hacen frente común ante la crisis, en el Reino Unido los diputados votan en conciencia, no en función de las consignas de su militancia. En nuestro país, en cambio, esa mentalidad atávica de “los nuestros” frente a “los otros” nos mantiene atrapados en estas absurdas dos Españas de hoy: la del PSOE y la del PP.

lunes, 10 de mayo de 2010

Chincharse

Un amigo me recordaba una vez lo fascinante que resulta que haya una gran cantidad de conocimiento que los niños se transmiten entre si directamente, sin pasar a través del tamiz de los adultos. En sus juegos aprenden canciones, rimas, frases hechas, maneras y modos que, en la adolescencia, enseguida olvidarán y ya nunca utilizarán en su vida adulta. Todo ese acervo pasa de una generación de niños a la siguiente, sin inmiscuirse en el mundo de los grandes. Ese saber permanece para siempre atrapado en el mundo de la infancia. Es pues un conocimiento secreto, que todos hemos poseído alguna vez, pero hemos olvidado. Y, lo más interesante de todo, esa forma de aprehender el mundo propia de los pequeños apenas se altera a lo largo de los siglos. Por ejemplo, los niños romanos, egipcios o prehistóricos se cinchaban con un sonequite idéntico al que hoy siguen usando todos los críos del mundo (na na na na…con una entonación imposible de reflejar solo con letras).

(Foto: Ignacio Huerga)

Mañana

No se porque decías siempre que todas las mañanas te parecían casi iguales. Yo las encuentro muy diferentes entre sí. La de ayer por ejemplo, me trajo tu sonrisa, una conversación corta entre los dos y varios momentos de sosiego en un banco mirando al mar. Hoy en cambio, nada de eso puede brindarme el día. Esta mañana de hoy es completamente distinta a todas las anteriores, aquellas que compartimos juntos.

La de hoy es una mañana muy diferente, porque ayer te fuiste, te fuiste para siempre. Ya no estás junto a mí, ni puedes por tanto recordarme que todas las mañanas son tan semejantes que a veces resulta imposible distinguirlas. Por eso ya no me quedan a mi tampoco mañanas por delante, tan solo atardeceres, atardeceres tristes.

(Foto: Ignacio Huerga)

jueves, 6 de mayo de 2010

Dos de mayo

El 2 de mayo de 1808 fue una fecha trágica en la historia de España, cuando la plebe, azuzada por los cavernícolas de la iglesia y la Corte se lanzó a la calle a morir sin causa. Eso la hizo trágica, no 'la invasión' francesa.

No creo que Goya pretendiese en modo alguno, en su óleo maravilloso sobre los combates en la Puerta del Sol, honrar a héroes algunos, sino simplemente, dejar constancia de la barbarie absurda, de la atrocidad sin bandos ni colores. Sus Desastres de la Guerra, sin ir más lejos, reflejan crueldades de la soldadesca francesa a la par que brutalidad por parte de las guerrillas alzadas.

Es interesante pensar el recuerdo colectivo de 'invasor' que nos ha quedado de las fuerzas napoleónicas 1808, y que en cambio, la aventura de los Cien Mil Hijos de San Luis, en 1823, nunca sea vista como eso mismo, como otra invasión... solo que esta vez de corte ultraconservador. Cuando las fuerzas de la Ilustración de Francia entraron en España resulta que éramos invadidos, pero cuando quien nos llegaba de Francia eran las fuerzas del conservadurismo, entonces resulta que venían a liberarnos.

Lo único honroso de la respuesta Española a la Guerra de Independencia fueron las Cortes de Cádiz. Lo demás, desde el cura Merino al sitio de Zaragoza, fue puro sectarismo.

¡Vivan los afrancesados!
(Foto: Ignacio Huerga)