jueves, 20 de octubre de 2011

Las diferencias cuentan

Es curioso que, aunque el mundo parezca cada vez mas uniforme y las diferencias culturales se vayan diluyendo en el magma de la globalización, los humanos sigamos siendo tan variados en el modo como desarrollamos tareas extremadamente cotidianas. Puede que todos comamos hamburguesas y bebamos coca cola de vez en cuando, peor lo cierto es engullimos tales productos a horas distintas, porque el horario de almuerzo en los diferentes países del mundo sigue presentando enormes discrepancias. En una entrada reciente de este blog analicé con exhaustivo detalle el enorme espectro de sistemas de taxi que funcionan en las diferentes ciudades del planeta. Hoy me ocuparé de algo todavía más cotidiano: el modo como los humanos contamos con los dedos.

La práctica de indicar cifras utilizando los dedos de las manos es por supuesto universal. Lo que cambia, y de una manera muy notable, es como desarrollamos esta tarea tan simple. Llevo años observando este fenómeno y nunca deja de sorprenderme: Aunque se trate de una tarea tan básica y antigua en la historia humana, en cada lugar se hace de un modo diferente.

En España, así como en los países anglosajones, comenzamos a contar alzando primero el dedo índice, luego seguimos hasta el meñique y finalmente, solo levantamos el pulgar cuando llegamos al numero cinco. En cambio, en Alemania y Francia se comienza por el pulgar (lo cual, a primera vista, parece bastante mas razonable). Estas diferencias, por supuesto, pueden inducir a muchas confusiones: Un español en un bar de Berlín que quiera pedir dos cafés seguramente extenderá los dedos índice y corazón, pero es probable que el camarero interprete que está pidiendo tres, dado que, para él, el hecho de erguir el dedo corazón se asocia al numero tres.

Cuando vivía en Filipinas observé que allí las cuentas se inician por el meñique, osea, al revés que en Europa. Si quieres indicar por ejemplo, el numero dos, levantas el meñique y el anular, manteniendo, los otros tres dedos doblados – lo cual no es siempre una tarea sencilla.

En el Este de Europa, y por lo que recuerdo también en Japón, en lugar de levantar los dedos de uno en uno para contar, se comienza con la palma de la mano extendida y después se van doblando las falanges hacia adentro de una en una según se cuenta. En China, para enumerar del seis al diez, en vez de utilizar las dos manos, se sigue usando solo una, trazando ciertas figuras con los dedos para simbolizar los números superiores a cinco.

Todavía no me he encontrado ninguna cultura que cuente con los dedos de los pies, pero tiempo al tiempo.



(Foto: Luis Echanove)

La próxima vez que viajéis y estéis de compras en un mercado, en lugar de preocuparos mucho con regatear para bajar el precio de los productos, dedicaros a observar como indica el vendedor los números con las manos. Tal vez terminéis arruinados, para comprobaréis lo diverso que el mundo sigue siendo.

miércoles, 19 de octubre de 2011

Nomenclator urbano

Dar nombres a las calles no es una tarea nada sencilla. Entraña una enorme responsabilidad. Una vez asignada una denominación, y salvo ciertos casos de cambios de nomenclatura por razones políticas, la calle quedará con ese nombre para siempre. Esto a veces conduce a la paradójica situación de que, los nombres de personas que de otro modo habrían caído en el más ominoso anonimato de la historia, permanezcan vivos en el día a día de las generaciones posteriores.

En muchos barrios de Madrid, por ejemplo, la mayor parte de las vías públicas están dedicadas a ilustres personajes políticos del siglo XIX, etapa en la que la ciudad sufrió un inusitado crecimiento debido a la urbanización de su Ensanche. Algunas de estas personalidades detentaron puestos de relevancia y jugaron un papel crucial en la historia española del momento, tales como Serrano, Espartero (el Príncipe de Vergara) o Sagasta. Estos políticos ocuparían un lugar en los libros escolares de historia (y por tanto en la memoria colectiva) aunque ninguna calle los honrase. No obstante, junto a esta pandilla de personajes (mas que todo generales golpistas), hay además una pléyade de sujetos secundarios en la vida política decimonónica que, sin embargo, se las arreglaron para dar nombre a alguna vía de la ciudad. Arguelles, por ejemplo, fue un simple ministro de Gobernación en el gobierno de Riego; Alberto Aguilera, un gobernador civil en varias provincias en tiempos de Amadeo I y María Cristina; Donoso Cortés, el diputado por Badajoz en época de Espartero. Si la nomenclatura urbana respondiese a criterios objetivos, estas calles madrileñas estarían dedicadas a personajes de alta significación histórica, no a tipos de relativa poca monta como estos.

Pero las calles no siempre son bautizadas en honor a personas. Muchas, sobre todo en los cascos históricos de las ciudades, conservan nombres maravillosos de origen muy antiguo, en referencia, por ejemplo, al oficio que en ellas se practicaba o alguna característica, anécdota o suceso que en ellas aconteció. Hoy por hoy, aplicar tales criterios para designar nuevas vías públicas provocaría encendidas polémicas. Por ejemplo, llamar oficialmente 'cuesta de los Chinos' a una vía en una zona de concentración de comercio minorista de origen oriental, o designar como 'glorieta del Bombazo' o alguna plaza en la que haya tenido lugar un atentado resultaría ridículo, cuando no manifiestamente ofensivo a la mentalidad actual.

Hay, no obstante, modos de evitar todos los problemas anteriores, simplificando sobremanera el asunto: El mismo amigo que me envió la foto de los indagados con Comic Sans, objeto de la entradilla anterior de este blog, me informa que Buiza del Gordón, (entidad menor de la provincia de León) cuenta con una vía denominada calle de la calle. He comprobado el dato en Google Maps y, efectivamente, tal es el caso. Se trata de hecho de la calle principal de la población.

No se si el alcalde y los ciudadanos de Buiza del Gordón son plenamente conscientes de la trascendencia de este hecho: designar a una calle con el nombre de 'calle' no es ya solo un soberbio caso de pensamiento tautológico y un ejemplo notable de lógica circular, es además un indicio de genialidad mayúscula, con concomitancias filosóficas interesantísimas y, si se me permite, alusiva incluso a las nociones de la física quántica mas avanzada y a la Teoría de las Súper Cuerdas.

Yo, si pediera elegir, sin duda preferiría habitar en la calle de la calle antes que, pongamos por caso, en la corredera de Ana Botella, el pasaje de Leire Pajin, o en el boulevard de Cayo Lara.



(Dibujos a tinta de Ignacio Huerga)

Indignación tipográfica

Un amigo me ha enviado la foto de una chica alzando una pancarta durante la última manifestación de los indignados en Madrid. La pancarta –una simple cartulina verde de esas que usábamos para hacer trabajos escolares en nuestra infancia- reza: 'Estos políticos son como Comic Sans'. Ya había leído antes numerosos lemas extremadamente creativos producidos por estos ilusionados e ilusionantes jóvenes, pero éste me parece insuperable.

Comic Sans es una popular tipografía digital que, según Wikipedia, fue 'diseñada (por Microsoft) para imitar las letras de un cómic para situaciones informales'. Se trata, efectivamente, de una burda imitación de la caligrafía manual, con un toque pretendidamente juvenil (o incluso infantiloide) que busca resultar 'simpática' y cercana pero, como no podía ser de otro modo, al final logra el efecto exactamente opuesto. Un texto escrito utilizando Comic Sans es repelente a la vista, desincentiva la lectura y genera en el lector (o al menos, en mí) una cierta desazón interior: te sientes, al leerlo, como si te tomasen por tonto. No importa cuan interesante sea lo escrito; la forzada informalidad de Comic Sans te hace chirriar las neuronas hasta el punto de desinteresarte por el contenido del texto.

No he consultado aun con mi hermano, que es diseñador grafico, cual es su opinión profesional sobre esta tipografía, así que me remito de nuevo a la sapiencia de Wikipedia para buscar fundamento técnico a mi juicio de valor. Dice la maravillosa enciclopedia internáutica que 'algunos diseñadores de tipografías han afirmado que (Comic Sans) está pobremente dibujada ya que se le ha dado el mismo peso a las bajadas y a las horizontales, y poco al interletraje entre pares de caracteres, eliminando todas las características informales de la verdadera escritura a mano alzada'.

Eso mismo es, precisamente, lo que les sucede a los políticos: Ellos, con su acartonado discurso, también eliminan las características informales de los verdaderos debates públicos y de la realidad de la calle. Los políticos, como la Comic Sans, también nos toman por tontos, ofreciéndonos una versión distorsionada y falseada de la vida.

El día a día en realidad se escribe con la frescura de la escritura a mano alzaza, y no por medio de afectados caracteres imitativos. Las inquietudes de los ciudadanos, sus anhelos y esperanzas, habitan en el interletraje, ese breve espacio entre las letras en el cual reside el secreto de la verdadera tipografía…y de la vida misma.

(Foto: Ignacio Huerga)---------------------
Post escriptum: Elaborando más en la metáfora, valga recordar que en algunas versiones de Comic Sans el símbolo del euro (€) incluye en su terminal superior una suerte de cabeza de serpiente, con un ojo claramente dibujado (http://es.wikipedia.org/wiki/Archivo:Euro-comic-sans.png). Me sorprende que todavía no se haya desarrollado ninguna teoría conspirativa en base a este hecho.

martes, 11 de octubre de 2011

Manzanas de caramelo

Cuando yo era niño, todos los días, al mediodía, un hombre algo cheposo, entrecano, muy anciano (o eso me parecía a mi; tal vez tenía menos de cincuenta años) y vestido con batín blanco vendía manzanas dulces a las puertas de mi colegio. Las frutas, bañadas en caramelo rojo y pinchadas en un largo y delgado palito, a modo de chupa-chups gigantes, colgaban de una especie de pértiga de madera que el buen señor asía cansinamente. A veces, además de las manzanas dulces, también dispensaba enormes piruletas del mismo caramelo bermejo. Ofrecía siempre los dulces trazando una sonrisa amplia en su rostro arrugado. Para darte el vuelto, rebuscaba las monedas con calma en el gran bolsillo de su bata de barbero.

Con doce o trece años cambié de cole y, para mi sorpresa, en seguida descubrí que el hombre del batín blanco también brindaba sus sabrosas manzanas, exactamente a la misma hora que antes, pero ahora a la entrada de mi nuevo centro escolar. Pensé en un principio que el vendedor también había cambiado de colegio, pero mis nuevos compañeros de clase me informaron que aquel tipo llevaba toda la vida vendiendo sus dulces también allí. No di más importancia al asunto. Tal vez el misterioso sujeto era capaz de estar en dos sitios a la vez. Cuando eres niño tales cosas no te resultan del todo inverosímiles.

Mucho tiempo después, cuando yo ya estudiaba en la Universidad, charlando en el bar de la Facultad, alguien mencionó al vendedor de manzanas dulces que diariamente acudía al colegio de su infancia al mediodía. Le pedí una descripción del sujeto; no cabía duda, se trataba del mismo hombre a quien tantas manzanas dulces yo había también comprado siendo un crío. Desde entonces decidí preguntar por el jorobado de las manzanas de caramelo a otros amigos que habían estudiado en escuelas diferentes. La respuesta era invariablemente la misma: Sí, aquel venerable anciano de las manzanas y las piruletas también ofrecía sus productos en los centros de enseñanza donde ellos habían estudiado.

Tentado estuve más de una vez de acercarme a algún colegio para verificar si el tipo seguía aún ejerciendo el mismo oficio y preguntarle como se las arreglaba para hacerse presente en todos los centros de primaria de mi ciudad a la misma hora; pero deseché la idea. Probablemente la imposición de estrictas reglas de higiene alimentaria consecuencia de nuestra entrada en la Unión Europa, así como la prohibición de la venta ambulante por parte de las autoridades municipales habrían sin duda dado al traste con el negocio de aquel hombre desde hacia mucho tiempo.

Ayer mi hijo de seis años llegó a casa con los carrillos manchados de caramelo rojo. Me contó que un hombre algo cheposo, entrecano, muy anciano y vestido con batín blanco había comenzado vender manzanas dulces a las puertas de su colegio.

(Foto: Ignacio Huerga)

viernes, 7 de octubre de 2011

Curso básico de taxicología elemental

Primer nivel: Nociones básicas y modalidades (*)


En este mundo tan uniformado de hoy en día, cuando las ciudades cada vez se parecen más unas a otras y los escasos márgenes de diferencia son artificialmente agigantados para parecer que todo sigue siendo muy diverso y 'autentico', persisten, no obstante, algunas disimilitudes en las que pocas veces reparamos.

Un ejemplo claro de ello es el modo como el sistema de transporte en taxi funciona en las diferentes urbes del planeta. Pareciera que, un servicio tan simple y universal -alquilar en la calle y sobre la marcha un coche con conductor para realizar un trayecto corto(**)-, debería responder a unos ciertos principios comunes y universalmente admitidos. Nada más lejos de la realidad: cuando viajas a un lugar por vez primera y te subes a un taxi, estas iniciando una aventura novedosa cuyas reglas desconoces por completo, por más que hayas tomado miles de taxis en otros países.

Hoy en día que casi todo es objeto del estudio de la ciencia, se haría preciso desarrollar una nueva disciplina del conocimiento, a la que provisionalmente daremos el nombre de taxicología, consistente en analizar el sistema de funcionamiento de este servicio en las diferentes ciudades y países. Espero con expectación el día en que se establezca un Centro de Estudios Taxicológicos para el cultivo de este importante campo del saber.

Una obvia primera distinción que podemos establecer a la hora de analizar al detalle el funcionamiento del régimen de transporte en taxi es aquella que se da entre ciudades en las cuales sólo resulta posible parar un taxi circulando por la calle (como por ejemplo en Ramala), y aquellas otras en las cuales únicamente podemos subir a un taxi que se encuentre estacionado en ciertas paradas establecidas específicamente al efecto (como en Bruselas). En las más de las ciudades (verbigracia, en las de España), ambas opciones son posibles y funcionan de modo simultáneo.

El segundo gran aspecto diferenciador se refiere a la determinación de monto a pagar por el servicio. En casi todos los países desarrollados los taxis cuentan con un artilugio (llamado taxímetro) conforme al cual se fija el precio. No obstante, en unos sitios el taxímetro establece el coste de la prestación en función de la duración del trayecto, y en otros en proporción a la distancia que recorremos. Finalmente, hay toda una larga lista de ciudades del mundo (Manila, por ejemplo), en las cuales el taxímetro juega una función puramente simbólica: existe, pero el taxista no lo enciende, así que te ves obligado a negociar el precio una vez ya estás dentro del vehiculo. Más común es el caso de las poblaciones en las cuales los taxis, simplemente, carecen de tal aparatillo, de modo que desde el principio sabes que te tocará preguntar cuanto va a costarte la carrera. Dentro de esta última modalidad, podemos a su vez diferenciar entre al menos tres subcategorías diferentes: (1) el modelo regateo, conforme al cual el conductor te propone una cifra desorbitada y tu debes negociarla a la baja (como en Estambul); (2) el sistema de precio verbal no negociable, según el cual el tipo te dice el precio que te ve a suponer llevarte a donde propones, y tú lo tomas o lo dejas, pero no puedes pedir una reducción (como en Bangkok), y (3) la modalidad de tarifa plana y universal para cualquier trayecto (vayas donde vayas te cuesta siempre lo mismo), que, hasta donde yo conozco, solo existe en Tiflis.

Las diferencias no se limitar a lo descrito. Otra importante clasificación a realizar es la que se establece entre ciudades donde los taxis brindan un servicio exclusivo a un solo cliente o grupo de clientes que entre sí se conocen (que es lo habitual en casi todas partes del mundo), y esos otros lugares en los cuales el taxista va recogiendo gente diferente por el camino, dejando luego a cada quien en el lugar solicitado (Managua es el paradigma de esta modalidad).

No quiero aburrir a los lectores con sucesivas clasificaciones, así que me limitaré a añadir una más: La distinción entre ciudades donde al taxista se le presupone un conocimiento más o menos exhaustivo del callejero de la ciudad (o, en su defecto, cuenta con un GPS), y esas otras donde quien debe indicar al conductor como llegar al destino es en realidad el cliente (como en Bakú).

Viajar ya no es lo que era. La comida rápida está matando la diversidad gastronómica del planeta; la arquitectura moderna es más o menos igual en todas partes; las grandes cadenas hoteleras nos hacen sentirnos en la misma habitación de hotel estemos donde estemos. Sólo al subirnos a un taxi y descubrir las peculiaridades locales del servicio disfrutamos por un instante de ese exotismo que siempre buscamos al emprender un viaje…. aunque la sensación dura poco: Aún en el ultimo rincón de la Tierra, antes o después el chofer nos preguntará de qué país somos y, tras nuestra respuesta, invariablemente, llegará siempre la misma fatídica interpelación: 'Real Madrid or Barcelona?' y nuestro sueño de exotismo se desvanecerá para siempre, apresado otra vez en la tupida red de la globalización.




Fotos: Ildefonso Bellón (superior) e Ignacio Huerga (inferior)
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Notas:
(*) Los niveles 2 ('Conocimientos esenciales para la conversación con taxistas') y 3 ('Resolución de problemas en el trayecto: Perderse, precios abusivos y otras incidencias') del curso básico no se presentarán en forma de entradillas sucesivas en este blog. Estarán algún día disponibles en la Web www.cursobasicodetaxicologia.org.

(**) Por razones de economía de espacio hemos excluido de este análisis topologías diferentes a la de vehiculo automotor de cuatro ruedas de tracción mecánica, tales como motocarros y semejares (tuk tuks y otras variantes); carritos de tracción manual ciclística (riksaws) u otros medios de transporte que realizan labores equivalentes a las de los taxis.

miércoles, 5 de octubre de 2011

La conspiración de los justos

Basta un instante para darse cuenta: Conoces a alguien por vez primera, y, en una fracción de segundo sientes algo intuitivo dentro de ti que te hace ver tu grado de afinidad con esa persona. No hace falta ni hablar. Goethe escribió una maravillosa novela sobre ese asunto (Las Afinidades Electivas). Desgraciadamente, a veces los miedos, los prejuicios o la pereza se interponen en el camino y no te dejas guiar por esa inicial percepción. En esos casos, llega algo de más tiempo el reajuste.

Siempre me ha fascinado que exista cierta magia inmediata en la relación que uno establece con ciertas personas, y en cambio con otras no. En el trabajo lo noto constantemente. Con aquellos que comparto ésa forma de complicidad subconsciente, siempre sé que, más allá de las diferencias circunstanciales, puedo navegar con ellos en la misma dirección, y tejer redes, y hacer volar sueños que, al final, pueden llegar a cumplirse. Si tuviera que expresar en palabras que es lo que define a aquellos ante los cuales presiento esa empatía , diría que es la certeza de que actúan en base a sus principios y no guiados por salvar su cara o por algún otro interés mezquino.

Pienso a veces que se puede trazar una red con todas esas personas con las cuales compartimos tal sensación. Junto a ellos todas las dificultades son superables. Son aquellos que, en lugar de inventarse problemas buscan solucionarlos y que viven en la certeza de que, fuera de ellos mismos y de su inmediato interés, hay algo más grande e importante por lo que merece la pena vivir.

Están también, claro, esos otros para los cuales la vida consiste más que todo en no asumir responsabilidades, en mirar a otro lado y en, por encima de todo, evitar a toda costa mojarse.

La responsabilidad en los problemas del mundo nos corresponde en alguna medida a todos pero, mucho me temo, esa carga de culpa no esta simétricamente repartida: sorprende cuanto daño hacen a veces unos pocos, y cuanto bien, también, otros pocos pueden llegar a generar en su entorno.

Lo interesante del asunto es que, esa felicidad radiante que se siente cuando actúas guiado por aquello en lo que crees, y no por medrar a costa de los otros, es tan grande que te sigue empujando en la misma dirección siempre: la de seguir sin cesar buscando aliados en esa causa inmensa de luchar por la justicia. Y justicia, para mi, significa solamente una cosa: que nadie sea instrumento ni victima de los fines de otro.

(Foto: Ignacio Huerga)

martes, 4 de octubre de 2011

Cinco minutos

Apenas cinco minutos para escribir una entrada de blog…después he de partir a una reunión con la Agencia Georgiana de Alimentación para discutir los términos de nuestro apoyo. He escrito erróneamente 'discurrir' en lugar de 'discutir' y eso me hace recordar a mi abuela. Ella siempre usaba el termino 'discurrir' en lugar de 'pensar'. Entre tanto he abierto un video de Youtube y escucho una vieja canción de Ricardo Arjona, con esperanza de que tranquilice mis neuronas o al menos dome mi atolondramiento, ayudándome a redactar algo coherente.

Cuatro minutos ahora, o tal vez menos, y aun no he logrado narrar nada con contenido. El tiempo vuela; sí, vuela sobre el cielo azul de una tarde que ha arrancado envuelta de sol. Pero yo, en cambio, permanezco aquí en tierra, lejos del tiempo que siempre parte lejos, como quien ha llegado tarde al aeropuerto y aun no sabe si reír, llorar o buscar otro avión.

Tres minutos. La canción no ha terminado todavía. El tipo musita, con voz quejosa: 'la chica es de clase muy sencilla'…el español de America Latina seduce a los oídos de los peninsulares. Esto de escuchar música que trae recuerdos es peligroso: Cualquier día dejaré de saber a que momento de ese tiempo volador estoy asido.

Dos minutos. Me acerco al peligroso santiamén de la recta final, cuando el corazón se acelera, todo apremia y ya no quedan más alternativas que correr a la desesperada. Entre tanto, mi entrada de blog no da visos de aparecer por parte alguna.

Un minuto. Sigue la música, a la que ahora comienzo a coger manía ('¿que es lo que hace un taxista seduciendo a la vida?', se pregunta Arjona, con cierto tono quedo). Escribir es como cazar capsulas de tiempo con un matamoscas: Al final puede que las atrapes, pero a costa de asesinarlas. Y ahí quedan, espachurradas, con las alas rotas, y ya sin navegar por el aire.

Cero minutos. El tiempo ha volado para siempre.

(Foto: Ignacio Huerga)

Lluvia de luz

La mañana se derrama sobre la ciudad, como una lluvia de luz y viento silbante. Olalla hace que lee un libro. Juanito dibuja un pistolero en una pequeña cuartilla. Llegará la hora de ducharse, y de comer, de tirarse pues al mundo (al mundo de los libros que sí se leen y de pistoleros de carne y hueso) y este breve instante, pequeño como el papel del dibujo, se disolverá para siempre.

(Foto: Ildefonso Bellón)

sábado, 1 de octubre de 2011

Prima de riesgo

-Está bien- dijo, pero sabía que mentía. No estaba bien, no. Casi nada estaba bien. De hecho, todo discurría tan rematadamente confuso que las diferencias entre “bien” y “mal”, o incluso entre “estar” y “no estar” comenzaban a carecer de importancia.

- Me alegro- respondió su contertulio, sabiendo también que mentía y que, alegrase o no ya no entraba entre sus prioridades.

Ambos tomaron asiento en sus respectivos despachos y prosiguieron enzarzados en la ardua tarea de descalificar la deuda soberana de algún pequeño país al que arruinar.

(Foto: Luis Echanove)

En algún lugar

A veces me dejo llevar por la melancolía. Cuando esa sensación coincide con unas ganas irrefrenables de escribir el resultado son textos como este.

Presiento que esa pulsión irresistible de quedar por un rato atrapado en la trama de los recuerdos tiene que ver con las circunstancias de mi propia infancia. Mi padre sufrió una trombosis cuando yo iba a cumplir nueve años. Toda mi niñez fue muy feliz pero, desde entonces, esa sensación de que perdí algo atrás (perdí el poder hablar o jugar con mi padre) me lleva de cuando en cuando a sentir que, en algún lugar de la vida ya vivida, se esconde algo que nunca podré recuperar.

Recordar, para mi, no es un sentimiento doloroso. Casi resulta reconfortante. Es como sumergirse en la felicidad pasada para, desde ella, vivir el ahora con fuerzas nuevas.

Esta mañana ese volver la vista atrás me ha conducido a una primavera de hace dieciocho años. Mis recuerdos siempre son muy intentos. Cuando me escondo en ellos, vuelvo a vivirlos. Regreso al vacío del pasado para ser unos segundos aquel muchacho de entonces; vuelvo a sentir el vértigo de un amor fresco y arrebatado. Vivía yo entonces como si cada amanecer fuera el último. Hacíamos el amor en los parques al caer la noche. Viajábamos a Italia, a Eslovenia o a Dalmacia. Bebíamos mucha cerveza. Bailábamos hasta altas horas de la madrugada y amanecíamos abrazados como si el mundo terminara al borde de nuestras sabanas.

Para seguir andando el camino, para seguir amando hoy, vuelvo a verme amando y mirando con los ojos de entonces. Y los ojos con que ahora miro, y la mujer a la que ahora amo, ya no son los mismos ojos ni la misma mujer, o si lo son, en otro cuerpo, con otro alma; porque todas las mujeres a las que he amado, todos los sentimientos que he sentido, todos los viajes que he viajado, me han llevado siempre al mismo lugar: Un sitio sin nombre, sin pensamientos ni prisas. Un lugar donde todos somos uno y las palabras no necesitan ser pronunciadas. Ese lugar se encuentra allí donde no hay ya recuerdos, ni pasado alguno, solo presente. Un presente eterno que dura una brizna de segundo.

( Foto: Luis Echanove)