viernes, 20 de enero de 2012

A veces

A veces pienso que las tardes del invierno son tristes, como caminar por la ciudad en un día de lluvia o contemplar la playa al final del verano. Y, a veces, andando el mundo entre las brumas , con esa carga de tristeza a mis espaldas, miro adelante y…sonrío de pronto.

(Foto: Acuearela de Ignacio Huerga)

Camilo

 A Celsa y a Nacho.


Después de tres días en coma, y contra todo pronóstico, la mañana del sábado Camilo despertó. Supe por  su mirada que me reconocía y, pese a que apenas podía hablar, le  pude entender que me decía: Ignacio, ¿xa desayunaches?

Una vez, siendo niño (mucho antes de conocer a Camilo, incluso a Celsa, su nieta), soñé que este momento llegaría.

'Desayuné, si' – respondí, y una enorme sonrisa se dibujó en mi rostro. Hasta dos segundos antes había pensando que jamás volvería a escuchar su voz. Y ahí estaba de nuevo, mirándome con sus ojos vivos. Le tomó algún tiempo recuperar la palabra, y lo hizo al comienzo de un modo casi inaudible, aunque yo entendía bien lo que me decía: –ben, agora teño que contar unha historia que só pode ser oído con barriga chea. Y ahí comenzó su relato, hilvanando cada frase con la cadencia relajada, distante y cercana a la vez de quien viene de realizar un viaje largo del que no pensaba regresar.

He hecho algunos esfuerzos por intentar recoger por escrito las cosas que me contó aquella larga tarde. Porque, a decir verdad, a estas alturas ya no sé bien que parte de su historia me la expresaba en palabras y cual era narrada con el lenguaje silencioso de su mirar vivo. Puede tal vez que gran parte del relato lo haya yo intuido, inspirado por la luz clara entrando en la habitación esa tarde del invierno o inundando el verdor de su huerto la primavera anterior. Mentiría además si no reconociese que, algunos aspectos de detalle me fueron aclarados a posteriori por su gato, que siempre va y viene libre, como él. El libro abierto de las arrugas de su rostro me dio las claves finales para completar esta historia breve, que comienza así:

Camilo cumplirá cien años en febrero.

(Foto: Ignacio Huerga)

miércoles, 18 de enero de 2012

Museos

Ya se sabe que en el mundo existen museos para todos los gustos: desde el museo de los parásitos, en Tokio (cuya colección incluye, según información oficial de la pagina de turismo de Japón, ' un gusano de más de 8 metros de longitud encontrado en los intestinos de un ciudadano de Yokohama que en 1986 se infectó tras comer sushi') hasta el de carruajes fúnebres en Barcelona, sin olvidarnos del excéntrico museo de los collares de perro del castillo de Leeds o del estrambótico museo de las Santas Animas del Purgatorio, sito en la Iglesia del Sagrado Corazón del Sufragio, en Roma.  

Pensaba yo que, entre tantos museos bizarros, la palma de oro en cuanto a originalidad se la llevaba el museo falológico de Reikiavik (http://phallus.is), que contiene la mayor colección del mundo de penes de mamíferos; pero me equivocaba, hay museos todavía mas sorprendentes: He descubierto, de modo casual, que desde 1994 existe en el área de Boston una maravilla museística denominada MOBA (Museum of bad Art).

Gestionado privadamente y ubicado junto a los lavabos de un cine abandonado, el MOBA (http://museumofbadart.org) reúne una colección de más de 600 pinturas procedentes de diferentes rincones del mundo, todas ellas de abominable estilo y traza o, como la curadora de la colección prefiere denominarlas, de 'alta pésima calidad'. Se trata, pues, de piezas pictóricas de supuesto arte cuyo nulo valor estético  demuestra, no solo un desconocimiento total por parte del autor de los mas elementales rudimentos de la pintura sino, además, un lamentable gusto a la hora de escoger los temas, las composiciones, los colores, etc. Tal y como he comprobado al consultar en Internet el catalogo de la colección, el MOBA reúne horripilantes óleos de caniches, vomitivos retratos de payasos en tonos pastel, acuarelas surrealistas tales como una intitulada 'mujer subida en un crustáceo', así como una aberrante colección de insufribles paisajes, por no mencionar unos conejitos robóticos cuya visión me ha producido unas desesperadas ganas de golpear la pantalla el ordenador y salir corriendo.

El modo como los cuadros del MOBA nos hablan de la inhabilidad de sus autores para comunicar algo a través de las obras resulta, hasta cierto punto, casi entrañable. Tal y como reza el manifiesto fundacional del MOBA, se trata, en definida, de 'arte demasiado malo como para ser ignorado'.

Además de su colección permanente, MOBA organiza de vez en cuando exposiciones temporales en diferentes puntos de Boston, incluyendo la exhibición de sus obras más espantosas en trenes de lavados de coches.  Sueño con el día en que el MOBA abra sucursales por todo el mundo y, al fin, las grandes masas del Planeta puedan deleitarse con lo peor del arte jamás creado.

(Fotos: Superior, Luis Echanove; inferior, cartel del MOBA)

Compro islas

Uno de los escasos efectos positivos que le encuentro a la horrible crisis financiera internacional actual es sus efectos en la caída de los precios de las islas. Por razones difíciles de entender, incluso para mí mismo, siempre me han fascinado estos accidentes geográficos. Ocasionalmente, buceo en el puñado de sitios de Internet dedicados a la venta de islas, islotes, atolones o incluso archipiélagos enteros. Practico esta  esquizoide afición con la obvia intencionalidad de fantasear con la idea de imaginarme reino y señor de mi propia micro-nación insular (ningún hombre es una isla, pero poseer una isla propia constituye el paradigma mayúsculo del egocentrismo). Nunca, pues, me había planteado en serio, ni remotamente, la posibilidad de comprar una isla. Sin embargo, con la brutal caída de precios que estoy constatando, por primera vez he dejado que la idea comience a fluir desde la fantasía pura al ámbito de la especulación racional.

Las islas, hoy en día, están de saldo. En estos tiempos, con apenas 20,000 euros puede uno comprarse un islote en medio del lago Gatun, en Panamá.  Según la publicidad al respecto, el lugar está atiborrado de tucanes, loros y monos, aunque no queda claro si el valor de tales animales queda incluido en el precio. Por 40,000 nos podemos hacer con el estupendo cayo Barnard, en Florida.  60,000 euros bastan para comprar una isla rocosa de unos 15,000 metros cuadros de extensión en  Escocia, llamada Eilean an Seamraig. Aunque carece de árboles, una bella pradera ocupa casi toda su superficie, y las vistas del entorno, en medio del archipiélago de las Hebridas, parecen excelentes. 


Si elevamos nuestro presupuesto un poco, las gangas resultan todavía más evidentes. Por algo menos de 100,000 euros podemos escoger entre diversas islillas boscosas en Canadá o Nueva Inglaterra.  Pero el gran chollo es, desde luego, la exótica isla de Duda, en el río San Francisco, en Brasil: sus 330,000 metros cuadrados (3.3 hectáreas) de palmeras y playas arenosas,  se venden a ½ euro el metro cuadrado, esto es: 150,000 euros en total… lo mismo que un apartamento  de 70 m2 en el madrileño barrio del Puente de Vallecas tras el pinchazo de la burbuja inmobiliaria.


(Foto: Luis Echanove)