lunes, 31 de enero de 2011

Nada será como ahora

Nada será como ahora.
Barrerá el viento la brisa.
Mudarán nuestras personas.

Cada mañana distinta
traerá distinta la aurora.
Pasará el tiempo deprisa,
las palabras serán otras.
Mas, cuando estemos a solas,
no cambiará tu sonrisa.

(Foto: Juan Echánove)

martes, 25 de enero de 2011

Plutocracia invernal

Yo contemplaba absorto el maravilloso paisaje de montaña en el óleo. Mientras, una gruesa y malencarada celadora observaba con aire displicente a nuestros hijos correteando por los largos pasillos decimonónicos del museo. Al fin y al cabo, el mundo eslavo postsoviético tiene mucho de eso: alta cultura combinada con mala leche. Salimos al fin de la pinacoteca y encaminamos nuestros pasos a un parque público donde los niños pudieran desfogarse a gusto retozándose en la nieve. Aquella fue una decisión equivocada, tal y como los sabañones en las orejas Juanito nos harían ver días mas tarde: jugar en la nieve a menos quince bajo cero no es una buena idea.

Ateridos por el frío, cruzamos a pie el centro de Kiev camino del hotel. La gran avenida principal, peatonalizada por ser domingo, rebosaba de gente. Una brumosa luz amarilla iluminaba los grandiosos edificios estalinistas, haciéndoles parecer la tramoya de una gran opera.

Cenamos en un restaurante típico, en el sótano de nuestro hotel. Extranjeros y locales formaban a partes iguales el resto de la clientela, aunque con grandes diferencias entre ambos grupos: Los extranjeros eran todos cincuentones enchaquetados. La población local, por su parte, estaba representada por jovencitas en minifalda.

Olalla que, pese a sus dos años de edad, es fuerte como una de esas matronas ucranianas del museo, hizo pedazos una copa chocándola contra la mesa. Visto el recelo local hacia los extranjeros, por un momento temí que el camarero, malhumorado, decidiera echarnos del restaurante tras el accidente. Muy por el contrario, se acercó con una sonrisa en la boca y retiró los pedazos de cristal de la mesa con tal soltura que parecía ir a clavárselos en la palma de la mano en cualquier momento. Le sugerí que tuviera cuidado. Me respondió riéndose y negando con la cabeza. Luego explicó que de niño se tragó una vez un vaso de cristal, así que, en cuanto a vidrio se refiere, estaba curado de espantos. Esa es la otra cara de la moneda del carácter ucraniano: simpática fanfarronería.

De regreso a la habitación, tomé de la recepción un periódico gratuito en inglés. En la portaba listaba a los cuarenta hombres más ricos de Ucrania. Entre todos, al parecer, acaparan el 60% del producto interior bruto del país. A juzgar por el artículo, ninguno de aquellos tipos era en verdad un empresario prometedor que hubiera puesto en marcha algún exitoso negocio. Su único merito había consistido en robar las grandes empresas publicas del Estado Soviético, durante la privatización de los noventa. Leí las pequeñas notas biográficas de aquellos cuarenta ladrones que el artículo incluía. Todos y cada uno de aquellos mafiosos son además miembros del parlamento ucraniano. Entonces comprendí el porqué de la cara de amargura de la celadora del museo esa mañana. Supe así que la tristeza en los rostros de Kiev no está causada por el frío cortante de los inviernos.

(Foto: Michael Totten)

lunes, 17 de enero de 2011

Construir democracia

En primero de carrera nuestro profesor de Derecho Natural, Gregorio Peces Barba, no se cansaba de repetirnos que la democracia debe ser entendida como un proceso en constate evolución y desarrollo. Yo, ingenuo de mi, me creí, y me sigo creyendo, este punto de vista. La democracia consiste, antes que nada, en hacer de los ciudadanos responsables de su propio destino político, colocándolos en el centro de los procesos de tomas de decisión. El sistema parlamentario y de partidos políticos no es pues la meta final para la participación de la ciudadanía, sino el punto de partida.

El sistema democrático moderno, con sus principios de soberanía popular y división de poderes, es hijo de la Ilustración. En tiempos de Rousseau, tales conceptos resultaban extraordinariamente novedosos e idealistas y su aplicación logró dar a traste con la sociedad estamental del Antiguo Régimen. Posteriormente, el concepto de democracia siguió perfeccionándose. La erradicación de la esclavitud, el sufragio universal o la Declaración Universal de los Derechos Humanos fueron jalones decisivos en este proceso. Pero pareciera que, en los últimos tiempos, esta evolución se hubiera paralizado casi por completo. Por ejemplo, muchos percibimos el modelo parlamentario como algo esclerótico, donde los ciudadanos no se sienten realmente representados por sus legisladores. Sólo un de cada cien españoles considera que la administración de Justicia funciona bien. El sistema de partidos ya no despierta ningún entusiasmo, tal y como refleja la caída generalizada de afiliaciones en casi todos los países Occidentales, incluida España. La disminución de la participación electoral es otro síntoma evidente de esta generalizada sensación. La democracia está, de algún modo, fosilizada, entumecida.

Es sorprendente que no se haya generado un debate serio, por ejemplo, sobre la utilización de las nuevas tecnologías como instrumento de participación ciudadana. ¿De verdad necesitamos que todas las decisiones sean tomadas por nuestros 'representantes' en el Parlamento cuando, através de Internet, la ciudadanía podría en realidad directamente discutir y votar leyes, sin necesidad de intermediarios? Una medida de este tipo no se pone en práctica de la noche a la mañana y requiere primero un profundo debate y consenso social, pero no deja de pasmarme que un asunto así no sea todavía siquiera discutido por los politólogos e intelectuales.

Pero, además de tales reformas de alto calado, hay muchos pequeños cambios posibles que servirían en ese propósito de poner a los ciudadanos en el primer plano de las decisiones. Manuela Carmena, magistrada recién jubilada y amiga, ha decidido embarcarse en un apasionante debate sobre la reinvención del sistema de justicia. Ha abierto un blog, que os recomiendo vivamente, para volcar sus reflexiones e incitar al debate en relación a este asunto. En él, Manuela propone medidas concretas para avanzar en el proceso de democratización del sistema judicial.


La democracia no es un viejo edificio terminado, sino una obra que a todos nos toca construir.

(Foto: Luis Echanove)

domingo, 16 de enero de 2011

Leyendo entre líneas

Posó los ojos sobre las páginas del libro y comenzó a leer frases al albur. “Un diálogo trágico”, pensó. La chica cerró el tomo y descendió del vagón precipitadamente. Él apenas había podido leer un par de párrafos. Se bajó en la estación siguiente, cambió de línea y tomó un nuevo metro. Un chico desaliñado, apoyado contra la barra de agarrarse, hojeaba un tomo universitario de asunto ingenieril. Discretamente se situó junto al muchacho y fijó su mirada en la lectura. El dueño del manual parecía no apercibirse, o tal vez, como muchos otros, ejercía esa universal tolerancia hacia los que leen por encima de tu hombro. Por suerte el joven no se bajó del tren hasta la penúltima estación, así que a él le dio tiempo para degustar casi un capítulo íntegro de aquel compendio sobre estructuras de hierro forjado en pontones .

Llegado al término de la línea, optó por permanecer en el vagón y hacer el recorrido inverso, dirección la estación del Campo de las Naciones. Para su desgracia, ni uno sólo de sus compañeros de viaje leían nada, salvedad hecha de una mujer entrada en años, lectora ávida de una revista del corazón (y esas, a él, no le interesaban en absoluto), y de un adolescente que miraba sin atención el panfleto de una academia de idiomas. Desalentado, dio por terminada la jornada y regresó a casa, esta vez en autobús. Buscó sitio junto a un anciano concentrado en escudriñar el periódico de cabo a rabo. Alzó la vista y leyó con desgana una crónica deportiva en el diario de su vecino de asiento.

Llegado a casa, tras una escueta cena, se acostó con cierto aire optimista. “Mañana – se dijo- cogeré la línea 5 y con un poco de suerte leo algo de literatura clásica”.
(Foto: Luis Echánove)

jueves, 13 de enero de 2011

Entropía

Corres rápido por la acera, porque sabes que puedes perder el autobús, y si pierdes ese autobús no llegarás a tiempo a la cita, y si eso sucede, ella no te va a perdonar lo de ayer, y si ella no te perdona lo de ayer, tal vez rompáis vuestra relación, y si rompéis vuestra relación, al final no os casareis, ni tendréis una hija al segundo año de matrimonio. Y si esa hija no nace, no existe nunca, entonces habrá un vacío inmenso en el universo, un hueco enorme como un pozo infinito, cuyo fondo, como el de un agujero negro, no se ve. Por eso corres por la acera, y te golpeas con las farolas y las papeleras a cada paso, porque lo que está en juego es, ni más ni menos, un agujero negro.
(Foto: Luis Echanove)

lunes, 10 de enero de 2011

Los muertos cuentan

La Guerra Civil española más allá de un enfrentamiento bélico, consistió ante todo en una bárbara matanza de personas indefensas. Ambos bandos cometieron atrocidades terribles. Durante los años del franquismo los crímenes cometidos por los sublevados contra la República fueron, sencillamente, ignorados, en tanto que el llamado “terror rojo” fue ampliamente estudiado, computado y condenado. Con la llegada de la democracia, la visión predominante fue la de juzgar la actitud de ambos contendientes con cierta equidistancia, dándose por asumido que, a fin de cuentas, el baremo de salvajismo de uno y otro fue semejante.

No obstante, a fecha de hoy, se dispone de suficiente información historiográfica como para determinar, con alta dosis de precisión, cual fue en realidad, la dimensión de la represión en uno y otro bando.

Las cifras de muertos provocados por las fechorías realizadas en el bando republicano fueron concienzudamente establecidas en la llamada Causa General, el pormenorizado estudio, municipio por municipio, llevado a cabo por las autoridades franquistas en los años cuarenta. Según el mismo, el número de personas asesinadas en la zona republicana ascendió a 38,000, incluyendo unos 6,000 miembros del clero católico. Con posterioridad, análisis complementarios llevados a cabo por varios autores demuestran que la cifra real es probablemente algo más elevada, debiéndose situarse en torno a los 50,000, si sumamos los asesinatos cometidos en enfrentamientos internos dentro del propio bando republicano (principalmente troskistas, anarquistas y otros grupos perseguidos por los comunistas, sobre todo en la etapa final de la contienda). La cifra más elevada de víctimas asesinadas en el bando republicano alguna vez mencionada es la de 70,000, la cual, no obstante, no se funda en datos reales y solo es sostenida de forma minoritaria por algunos estudiosos de derechas. Es considerada exagerada por todas las fuentes extranjeras.

En cuanto a la represión llevada a cabo por el bando franquista durante la contienda, hasta la fecha se han podido identificar un total de 143,000 asesinatos, con nombres y apellidos, cifra pues, que puede considerarse como el mínimo indisputado. No obstante, numerosos historiadores elevan esta cifra hasta los 200,000, debido al alto número de desaparecidos y las dificultades de reunir información, debido a que la mayor parte de estos crímenes fueron silenciados durante los cuarenta años del franquismo. A ello debe sumarse las al menos 50,000 personas ejecutadas por los tribunales militares en los primeros años de la postguerra.

Así pues, en total, un mínimo de 193,000 personas (o tal vez 250,000) fueron muertas por la represión franquista, cifra al menos casi cuatro veces superior a la de las víctimas del terror en el bando republicano. Incluso utilizando el exagerado dato de 70,000 asesinados en zona republicana, el terror de los “fascistas” superaría en dos veces y media al ejercido en el lado “rojo”.

Más allá de los datos meramente cuantitativos, es importante también establecer una crucial diferencia cualitativa entre la represión ejercida por uno y otro contendiente. El gobierno de la República en ningún momento desarrolló una política sistemática de exterminio de sus enemigos. Muy por el contrario, el gobierno legítimo en todo momento hizo repetidos llamados al cese de los excesos. Célebres son las palabras de Indalecio Prieto, ministro de defensa del gobierno republicano: "No imitéis esa conducta, os lo ruego, os lo suplico. Ante la crueldad ajena, la piedad vuestra; ante los excesos del enemigo, vuestra benevolencia generosa"; o las del presidente Manuel Azaña pidiendo a los suyos “paz, piedad y perdón”. En la práctica, los desmanes en la zona republicana fueron llevados a cabo no por el gobierno en cuanto a tal, sino, por una parte, y especialmente en los primeros meses de la guerra, por milicianos fuera de todo control y, más adelante, por el Partido Comunista (que, como ya hemos señalado, no limitó su salvaje actitud a erradicar a personas de derechas, sino también a sus supuestos aliados en la lucha contra los sublevados).

Por el contrario, en el bando franquista, la mayor parte de la represión no fue ejercida por elementos extremistas incontrolados, sino por el aparato del Estado, perfectamente organizado en su labor de extermino de enemigos a base de juicios sumarísimos. No se trataba pues de asesinatos extrajudiciales, sino de ejecuciones sistemáticas perfectamente organizadas por el Gobierno.

La guerra civil fue horrible. Ambos bandos merecen ser condenados por sus espantosos excesos. Paracuellos, Guernica, la matanza de Badajoz, el asesinato masivo del clero, los fusilamientos de la postguerra…individualmente considerados, todos y cada uno de estos terribles sucesos merecen la más rotunda condena y producen una horrible sensación de lástima y horror. No obstante, se mire como se mire, la dimensión de la represión fue desigual. Los sublevados, sencillamente, fueron aun peores (que ya es decir) en sus atrocidades. Negar esa evidencia es, sencillamente, ignorar la historia.

Mi abuelo y dos de sus hermanos fueron asesinados en 1936 por milicianos republicanos. Desde mi infancia, pues, he sido consciente del salvajismo ejercido en el bando republicano. Me llevó años ser consciente de la dimensión real de la tragedia y asumir, no ya sólo que la guerra fue terrible en ambos lados, sino que, desde un punto de vista estrictamente objetivo, las cosas fueron bastante peores para los perdedores de la contienda. Sólo mirando de frente a la historia podremos superarla.

sábado, 8 de enero de 2011

Diversidad oriental

Hay un mundo antiguo que se está muriendo hoy. Durante siglos Oriente Medio ha atesorado una diversidad inmensa de minorías religiosas y pequeños grupos étnicos y lingüísticos. Bajo el manto aparentemente uniforme del Islam y la cultura árabe, siempre convivieron en la región una gran cantidad de identidades disidentes, diferentes, casi siempre protegidas, o al menos respetadas, por los sucesivos poderes políticos.

Me refiero aquí a toda esa plétora, por ejemplo, de pequeñas iglesias cristianas presentes en Irak, en Siria y otros países de la región (la Iglesia Caldea, la Iglesia Asiria, y tantas otras); algunas de ellas fieles a Roma, otras a la Ortodoxia Oriental, e incluso algunas emparentadas directamente con el arrianismo o el monofisismo (coptos, siríacos…). Me refiero también a las mil y un disidencias dentro de la religión musulmana, como los drusos, los alauitas y las muchas sectas sufíes heterodoxas; o a esas minúsculas religiones arcaicas aún representadas en la zona por unos pocos miles de seguidores, como los misteriosos mandeos de los esteros del sur de Irak, o las tribus kurdas de los yésidos, tenidos, erróneamente, por adoradores del diablo. Si a ellos sumamos las minorías lingüísticas, como los diversos pequeños enclaves de habladores de arameo aún dispersos por toda la región, o los circasianos de Jordania, los lazis y otros grupúsculos de Anatolia, el panorama, es, sencillamente, inabarcable.

Esta diversidad infinita de minorías sobre la que aquí escribo no es simple materia de interés para folcloristas o de ratones de biblioteca. Hablo de una realidad vida, de personas de carne y hueso. Aquí en Georgia, el país periférico en relación a Oriente Medio en el que vivo, me topo constantemente con ese tejido de minorías a diario. La semana pasada cogí un taxi conducido por un yésido. Algunos de los proyectos de los que me ocupo se desarrollan en la región de los orgullosos svan, o en el área de los depauperados armenios de Javakheti. Un compañero de trabajo está a cargo de un programa de repatriación de mesjetos, una etnia turca expulsada por Stalin desde Georgia Asia Central; otro acaba de viajar al remoto valle de los paganos tushetos; a cincuenta kilómetros de donde vivo se encuentra el último pueblo de Georgia habitado por arameos.

El antiguo Imperio Otomano, última potencia política que logró controlar Oriente Medio, se construyó sobre un puzle de fidelidades, reuniendo en su seno a ese crisol de grupos diversos. Todos tenían su espacio en aquel mundo ya muerto: los turcos gobernantes, los árabes mayoritarios y ese abanico inmenso de grupos varios que salpicaban la región.

Tras la desaparición del viejo imperio, tuvo lugar en Turquía la primera gran oleada homogeneizadora: los griegos fueron expulsados de Anatolia, los armenios exterminados, los georgianos locales y otros grupos, asimilados culturalmente ('turquizados'). Sólo la entidad kurda pareció sobrevivir, en circunstancias extremadamente difíciles. Después, la creación del Estado de Israel provocó una nueva herida en la diversidad cultural: las minorías judías de todo Oriente Medio, ingrediente fundamental de las sociedades locales durante siglos, huyeron en su inmensa mayoría hacia el recién creado Estado hebreo. Por primera vez en más de dos mil años, dejaron pues de vivir judíos en Irak, en Siria, en Irán.

En la región del Cáucaso, el “divide y vencerás” practicado por el régimen comunista para mantener el balance entre las diversas nacionalidades permitió a las diversas minorías de la región no sólo sobrevivir, sino incluso florecer culturalmente. Con el colapso de la URSS y los subsiguientes conflictos bélicos en la zona, las minorías étnicas fueron las primeras en resentirse. Así, por ejemplo, los griegos pónticos abandonaron Georgia en desbandada.

El nacionalismo árabe de Nasser en Egipto, incluidas sus versiones más histriónicas en Irak (Saddam Hussein) o Siria (El Azad) sirvió durante un tiempo como bálsamo apaciguador de esa tendencia hacia la expulsión de las minorías. Los regímenes árabes nacionalistas hicieron de la protección de las minorías un ingrediente importante de su agenda política. La propia dinastía gobernante en Siria es alauita. El ministro de exteriores de Saddam era cristiano. La integración era pues absoluta.

La puntilla final a estas décadas horribles de persecución a las minorías en Oriente Medio la ha dado la ocupación norteamericana de Irak y la consecuente guerra civil y apogeo del radicalismo musulmán. Ya casi no quedan mandeos en Irak. Miles de yésidos y de cristianos han sufrido persecución por parte de los integristas religiosos. La Potencia Ocupante (EEUU) ha sido completamente incapaz de cumplir con su responsabilidad como garante de los derechos y libertades de las minorías, obligadas a exiliarse o morir.

Ocupando Irak, América no sólo acabó con todo viso de legitimidad como supuesto baluarte de la exportación de la democracia. Acabó también, sin quererlo ni beberlo, con tres mil años de riqueza en la diversidad cultural de Oriente Medio. Claro que, de esto último los americanos todavía ni se han enterado.

(Foto: Juan Echánove. Svanetia, Georgia)