
Llegado al término de la línea, optó por permanecer en el vagón y hacer el recorrido inverso, dirección la estación del Campo de las Naciones. Para su desgracia, ni uno sólo de sus compañeros de viaje leían nada, salvedad hecha de una mujer entrada en años, lectora ávida de una revista del corazón (y esas, a él, no le interesaban en absoluto), y de un adolescente que miraba sin atención el panfleto de una academia de idiomas. Desalentado, dio por terminada la jornada y regresó a casa, esta vez en autobús. Buscó sitio junto a un anciano concentrado en escudriñar el periódico de cabo a rabo. Alzó la vista y leyó con desgana una crónica deportiva en el diario de su vecino de asiento.
Llegado a casa, tras una escueta cena, se acostó con cierto aire optimista. “Mañana – se dijo- cogeré la línea 5 y con un poco de suerte leo algo de literatura clásica”.
(Foto: Luis Echánove)
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