domingo, 16 de enero de 2011

Leyendo entre líneas

Posó los ojos sobre las páginas del libro y comenzó a leer frases al albur. “Un diálogo trágico”, pensó. La chica cerró el tomo y descendió del vagón precipitadamente. Él apenas había podido leer un par de párrafos. Se bajó en la estación siguiente, cambió de línea y tomó un nuevo metro. Un chico desaliñado, apoyado contra la barra de agarrarse, hojeaba un tomo universitario de asunto ingenieril. Discretamente se situó junto al muchacho y fijó su mirada en la lectura. El dueño del manual parecía no apercibirse, o tal vez, como muchos otros, ejercía esa universal tolerancia hacia los que leen por encima de tu hombro. Por suerte el joven no se bajó del tren hasta la penúltima estación, así que a él le dio tiempo para degustar casi un capítulo íntegro de aquel compendio sobre estructuras de hierro forjado en pontones .

Llegado al término de la línea, optó por permanecer en el vagón y hacer el recorrido inverso, dirección la estación del Campo de las Naciones. Para su desgracia, ni uno sólo de sus compañeros de viaje leían nada, salvedad hecha de una mujer entrada en años, lectora ávida de una revista del corazón (y esas, a él, no le interesaban en absoluto), y de un adolescente que miraba sin atención el panfleto de una academia de idiomas. Desalentado, dio por terminada la jornada y regresó a casa, esta vez en autobús. Buscó sitio junto a un anciano concentrado en escudriñar el periódico de cabo a rabo. Alzó la vista y leyó con desgana una crónica deportiva en el diario de su vecino de asiento.

Llegado a casa, tras una escueta cena, se acostó con cierto aire optimista. “Mañana – se dijo- cogeré la línea 5 y con un poco de suerte leo algo de literatura clásica”.
(Foto: Luis Echánove)

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