lunes, 30 de noviembre de 2009

Democracia pistolera

Cincuenta y siete personas (o tal vez más, siguen buscando cadáveres) han sido asesinadas en una emboscada la semana pasada en Maguindano, Filipinas. Eran civiles en su mayoría, incluidos una docena de periodistas y numerosas mujeres y niños. No es una atrocidad aislada. Se trata, más bien, de un caso extremo y especialmente horrendo de la forma de hacer política en el país.

Filipinas vive gobernada por élites locales que en cada provincia reinan, roban fondos públicos y asesinan a oponentes a su antojo, amparadas muchas veces por ejércitos privados. La mayoría de esas familias poderosas llevan ejerciendo el control local desde hace generaciones. Se reparten los puestos públicos con total nepotismo: alcaldes, gobernadores, congresistas, senadores...apenas una cuarentena de apellidos coaptan todos los puestos públicos. Los políticos filipinos trafican con los votos, compran la voluntad de los electores con prebendas o, en última instancia, acuden al más vulgar pucherazo. La actual presidenta, Gloria Macapagal, ganó hace cuatro años fraudulentamente las elecciones, apoyada, por supuesto, por las camarillas mafiosas de las provincias. Durante su mandato cientos de periodistas, de activistas de derechos humanos y de opositores de izquierda han sido asesinados por grupos paramilitares a lo largo y ancho del país. En el caso de la matanza del lunes todo apunta como responsable de la salvaje carnicería al poderoso clan de los Ampatuan, el firme aliado de Macapagal en la región. Muchos testimonios indican que altos mandos policiales también están directamente implicados.

En las enciclopedias, en la CNN y en los discursos de los políticos internacionales se define a Filipinas como “una democracia”.

(Foto:Luis Echánove)

miércoles, 25 de noviembre de 2009

Descubrimiento del vino

El coche de la Unión Europea me había recogido a las puertas de la sede de una ONG. Acababa de atender la conferencia sobre cierto proyecto europeo de un tendido de alta tensión que cruzaría el parque Natural de Borjomi. Contra el pronóstico inicial, fue una reunión muy interesante, aunque probablemente ello fuera debido a la deficiencia de la traducción simultánea, repleta de chascarrillos ingeniosos con los que el intérprete había aderezado los aburridos discursos de los ponentes.

Cruzamos la avenida Rustaveli en dirección a la oficina del Banco Mundial. En el corto trayecto entablé conversación por vez primera con el conductor. Me dijo que llevaba siete años trabajando para la UE pero que él, en realidad, era arqueólogo, especializado en el paleolítico inferior (¿o en el superior?). Le pregunté si era cierto aquello de que el cultivo de la uva y la producción del vino tuvieron su origen en el Cáucaso. Todos los georgianos que conozco se jactan de ello. Hasta la página de internet del Ministerio de Turismo lo menciona con orgullo. La misma web también indica que la Peste Negra de la Edad Media europea brotó en Georgia por vez primera, pero eso no me pareció oportuno mencionárselo al conductor.

Mi pregunta sobre el origen del vino cambió el gesto del chófer ilustrado. Sonrió, se dio la vuelta y sin dejar de conducir me miró fijamente. “Fui yo quien encontró los restos arqueológicos de producción de vino más antiguos que se han descubierto en el mundo”. Volvió la cabeza adelante y continuó conduciendo lleno de satisfacción.

Pensé de inmediato en invitarle a comer. Me contuve por temor a equivocarme a la hora de elegir el vino más apropiado para la ocasión.

(foto: Luis Echanove)

martes, 17 de noviembre de 2009

Pequeñas tretas

Siempre agarrado a la alegría, como el niño que pasea por las calles con el bocadillo de la merienda asido a su mano. Con el aire de lo vivido a la espalda pero con la vista puesta en lo que vendrá. Así camino sobre la tarde, pensando que el sol brillará más fuerte mañana que hoy.

(Foto: Luis Echanove)

lunes, 16 de noviembre de 2009

Tarde de tedio

Entonces se dio cuenta de que estaba perdiendo el tiempo aquella tarde y que nada de lo que había hecho, desde la hora del almuerzo, iba a cambiar su vida en lo mas mínimo, ni la de los demás. Así que para animarse repasó mentalmente la mañana, ansioso por encontrar alguna actividad con sentido. No dio con nada relevante, nada de provecho, nada realmente útil. Siguió mirando atrás…ayer…tampoco…o tal vez sí: fue útil, práctico, necesario ir a comprar ese par de mocasines…o tal vez no, ya tenía zapatos, muchos. Adquirió los mocasines por capricho, no por utilidad. Se preguntó: ¿y el par de zapatos anterior? ¿y el anterior al par de zapatos anterior? ¿y el primer par de zapatos que tuvo en su vida, o que su madre compró por él, siendo niño? Y también: ¿comprar zapatos compensaba una vida entera? Francamente no. Pensó en otras cosas, en los trabajos, en las novias, en los amigos, en las vacaciones, en los restaurantes, en las tardes en el patio del colegio y en las mañanas en el bar de la Universidad. Los pensamientos desfilaban a gran velocidad sobre su mente. Pero la conclusión era todo el rato la misma: Nada compensaba el esfuerzo dedicado. Su vida había sido una perdida de tiempo.

Y aquella tarde, de pronto, había caído en la cuenta.

Se relajó sobre el sofá. Sonó el teléfono. Pero no lo cogió. Y enseguida su vida cobró sentido.
(Foto: Luis Echanove)

viernes, 13 de noviembre de 2009

Ojos negros

Anda por las calles envuelta en una especie de gasa negra, con una falda de paño también negra ceñida a la cintura, zapatillas del mismo color. Todo es negro en ella, hasta sus ojos. Todo salvo la tez, que es pálida como el invierno. Pide limosna con vergüenza. Su edad es indescifrable, peor no baja de los setenta. Intuyamos su vida: infancia durante la guerra mundial, hambre de postguerra soviética, cierta dignidad económica en los sesenta y setenta, con casa gratis, comida barata y un trabajo decente. Todo pagado por el Estado. Todo sencillo, justo, pero suficiente. Y luego el colapso, el fin del mundo ideológico y también del real. El cierre de la empresa, en fin de la sanidad gratuita, y aun peor, la guerra, las guerras, tres guerras en diez años. Y luego la paz, y con la paz los edificios modernos, la visita de George Bush, las chicas en minifalda con trajes de marca, pero ella en la indigencia, en la chavola, los precios exorbitantes de los supermercados, una sociedad disparada en su carrera hacia ninguna parte y ella en los márgenes, tirada en la cuneta. Y al fin, una cuarta guerra, corta pero intensa, los rusos otra vez y ella pide dinero en la calle, tras una vida entera como conejillo de indias de todos los experimentos politicos posibles, y ella tiene al menos setenta años de sacrificios a la espalda y su vida es una mierda, y lleva siendo una mierda desde hace décadas, y este mundo es incomprensible, para ella y para mi, y yo por la noche no puedo dormir, porque me acuerdo de sus ojos negros.
(Foto: Luis Echanove)

viernes, 6 de noviembre de 2009

Buscando casa en Tiflis

Era una casa de muchos pisos. Y de muchas mujeres: Había mujeres por todas partes, de todas las edades, de todas las composturas y actitudes, y todas con un común gesto de arreglarse la vida bien sin hombres zánganos alrededor. El balcón de la sala principal miraba a los edificios estalinistas. El de la cocina daba sobre los pinos de la montaña. Un viejo arropado en una manta yacía en un sofá de aspecto poco confortable. Nos ofrecieron pastel de granadas; un tanto crudo, pero caliente. Mi interés en la casa, a esas alturas, era más sociológico que real. No pretendía alquilarla. Solo quería seguir hablando con la matriarca de esa tribu femenina y seguir degustando pastel crudo de granadas. La agente inmobiliaria y traductora ocasional, una armenia robusta, dicharachera y también feminista, les contó nuestra vida a ritmo de caladas de cigarrillo. Cuando mencionó que una chica filipina vivía con nosotros, la matrona de ese nido de águilas mujeril mencionó que en la casa de enfrente una tagala trabajaba como profesora de kindergarten. Allí fuimos. Dos niños pequeños nos abrieron la puerta. La cría vestía de princesa Disney. El muchacho agarraba un arpón de cazar ballenas. Efectivamente, su madre, que no estaba en la casa/colegio era extranjera, pero no filipina, sino neozelandesa. El jardín de infancia parecía más un reformatorio infantil que un lugar de juegos para niños. Dejamos el barrio y en el Lada de nuestra armenia nos encaminamos a visitar otra casa, esta vez en las alturas de Sololaki. Se trataba de una mansión cúbica, sin decoraciones de ninguna clase en el exterior, pero por dentro cremosa como un pastel de boda latinoamericano. Guardias armados en todos los ángulos. Instrucciones del agua caliente de la piscina interior (sí: tenía una piscina cubierta, en el sótano) en hebreo…aquel palacete hortera olía a algo raro, no solo metafóricamente, también en un sentido literal.

Volvimos a casa, no sin antes comprar pan recién horneado en la tahona cercana. Buscar case en Tiflis es como recorrer Praga de la mano de Kafka o andurrear Madrid con Valle-Inclán: entre disparatado y cotidiano.