El coche de la Unión Europea me había recogido a las puertas de la sede de una ONG. Acababa de atender la conferencia sobre cierto proyecto europeo de un tendido de alta tensión que cruzaría el parque Natural de Borjomi. Contra el pronóstico inicial, fue una reunión muy interesante, aunque probablemente ello fuera debido a la deficiencia de la traducción simultánea, repleta de chascarrillos ingeniosos con los que el intérprete había aderezado los aburridos discursos de los ponentes.
Cruzamos la avenida Rustaveli en dirección a la oficina del Banco Mundial. En el corto trayecto entablé conversación por vez primera con el conductor. Me dijo que llevaba siete años trabajando para la UE pero que él, en realidad, era arqueólogo, especializado en el paleolítico inferior (¿o en el superior?). Le pregunté si era cierto aquello de que el cultivo de la uva y la producción del vino tuvieron su origen en el Cáucaso. Todos los georgianos que conozco se jactan de ello. Hasta la página de internet del Ministerio de Turismo lo menciona con orgullo. La misma web también indica que la Peste Negra de la Edad Media europea brotó en Georgia por vez primera, pero eso no me pareció oportuno mencionárselo al conductor.
Mi pregunta sobre el origen del vino cambió el gesto del chófer ilustrado. Sonrió, se dio la vuelta y sin dejar de conducir me miró fijamente. “Fui yo quien encontró los restos arqueológicos de producción de vino más antiguos que se han descubierto en el mundo”. Volvió la cabeza adelante y continuó conduciendo lleno de satisfacción.
Pensé de inmediato en invitarle a comer. Me contuve por temor a equivocarme a la hora de elegir el vino más apropiado para la ocasión.
(foto: Luis Echanove)
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