domingo, 3 de diciembre de 2017

Geografia quintaesenciada

En mi obsesión por la cartografía, llevaba un tiempo dándole vueltas a cómo definir un modelo del mapa de España a base de piezas (como en un puzle) que permitiera reflejar, en modo simplificado, la realidad geográfica, social e histórica de nuestro país. Se trataba, pues de encontrar la configuración de piezas óptima para utilizarlas en el mayor número posible de mapas. Creo que lo he logrado. Unas piezas coinciden con actuales Comunidades Autónomas, pero muchas otras no. Este es resultado…un modo sencillo y pedagógico de reflejar la realidad de España , histórica y presente.Otro de los retos que me impuse era no trazas ninguan linea aparte de las que dividen a cada 'pieza' del puzle...lo he logrado! veanse las cordilleras (lineas gruesas marrones en el mapa orografico).









lunes, 27 de noviembre de 2017

Olvidos

Un reputado musicólogo dice haber demostrado que al menos uno de los movimientos más brillantes de la Quinta Sinfonía de Beethoven no es sólo el resultado de la brillantez creativa del compositor alemán, sino que fruto del mero azar. Tras revisar la partitura autógrafa y compararla con la primera edición impresa, el inquisitivo investigador parece haber comprobado que el tipógrafo, mientras copiaba la versión manuscrita, olvidó incluir la barra de repetición del scherzo y el trío del tercer movimiento.

Alguien podría pensar que un par de pequeños olvidos no parecen nada grave dentro del conjunto de una sinfonía, pero en realidad, pueden cambiarlo todo. Basta escuchar a un aprendiz de pianista cuando yerra alguna tecla de cualquier canción para entender a lo que me refiero. El asunto da para todo tipo de disquisiciones y juegos sobre el concepto mismo de la estética y la creatividad. Por ejemplo: ¿Deberían las orquestas a partir de ahora tocar ese movimiento de la Quinta Sinfonía incluyendo la repetición olvidada? Según una cierta concepción del arte, la respuesta debería ser “sí”, ya que hay que preservar siempre la literalidad de la obra tal y como fue concebida por el autor. Yo en cambio desconfío de esa idea quimérica de la fidelidad total al padre (o madre) del asunto. Llevada hasta sus últimas consecuencias, implicaría que en los conciertos no se deberían utilizar sistemas de reproducción electrónica del sonido (bafles, grabación estereofónica, etc) ya que, por muy perfectos y fiables que resulten, siempre distorsionan en alguna medida, aunque sea infinitesimal, la frecuencia del sonido que brota de los instrumentos musicales. Por la misma razón, sólo podrían utilizarse para tocar melodías del pasado replicas exactas de los instrumentos originales para los que fueron compuestas. Un violín actual, incluso el más artesano, no se fabrica igual a como se hacía en el siglo XIX, y sus propiedades sonoras varían siempre en algún grado.

 Al final siempre es preciso hacer concesiones. Dejar la cosa como está, y olvidarnos de esa olvidada repetición del scherzo y el trío del tercer movimiento de la Quinta Sinfonía tampoco va a hacer a Beethoven retorcerse en espasmos de cólera en su tumba más de lo que ya ha debido de retorcerse desde la invención de los transductores electroacústicos (alias micrófonos). Llevamos 205 años escuchando la Quinta de Beethoven sin la maldita repetición en el tercer movimiento. Si la costumbre es fuente del derecho, no veo porque no pueda serlo también de la creación musical.

Aunque Beethoven originalmente hubiera preferido incluir la barrita de las narices, el asunto es que para el común de los mortales el scherzo y el trío repetitivos sobran; y si Beethoven es Beethoven no es sólo por sí mismo…sino también gracias a los músicos que lo tocan, así como a los críticos musicales que lo juzgan y al publico en general que lo ama. Y para todos ellos, la única Quinta Sinfonía de Beethoven que existe es la de la partitura impresa, y no la que el maestro alemán escribió. Siempre se ha dicho que al final las grandes obras terminan superando a sus autores y cobrando vida propia al margen de estos. Cuando el obrero del taller de impresión de la primera partitura olvidó, en un lapsus no intencionado, incluir el símbolo de la repetición dibujado en el manuscrito, estaba con ello, sin saberlo, colaborando en la elaboración de la obra musical, o si se prefiere, perfeccionándola.

El carácter aleatorio y no volitivo de su pequeña omisión no quitan ni un ápice de creatividad a tal olvido. También el propio Beethoven, estoy seguro, se dejaría inspirar a veces a partir de divagaciones irracionales de sus dedos sobre el piano. Un autor no concibe su obra de una sola atacada, sino que ésta va brotando de él por caminos a veces inverosímiles y no intencionados y por tanto poco racionales. El error de impresión fue sin duda irracional… como irracional es de hecho, en enorme medida, toda creación musical.

 La Quinta Sinfonía de Beethoven es una de las cumbres de la historia musical de todos los tiempos, gracias entre otras muchas cosas, al olvido de un anónimo tipógrafo de partituras... pero, ¿fue realmente un olvido? Yo quisiera pensar que lo hizo a posta.

viernes, 24 de noviembre de 2017

Mundo ideal

La culpa de todo la tiene Aristóteles. Tal vez exagero: la culpa de casi todo. Puede que educase bien a Alejandro Magno hasta hacer del chaval macedonio un conquistador compulsivo, pero por lo que respecta a su filosofía, su principal logro fue tirar por la borda la belleza del pensamiento griego anterior a él.

Me enseñaron en la escuela que la grandeza de los filósofos griegos radicó en dejar a un lado el pensamiento mítico y reemplazarlo por el culto al Logos, al raciocinio abstracto. En realidad, ese punto de inflexión solo se produjo con el plasta de Aristóteles y sus fabulas supuestamente objetivas sobre motores, causas y efectos. Los presocráticos, incluidos los pitagóricos, se movían aún en las apasionantes y surrealistas aguas del mito. Platón, por su parte, fue el eje intermedio del proceso, a caballo entre el mundo onírico y el racional. Platón fue el primero que logró esa curvatura del círculo consistente en bañar de racionalidad el mito, o, si se prefiere, en cubrir de poesía lo meramente cerebral. Por eso, para mi Platón sigue siendo el más grande.

Los pensadores que más admiro (Plotino, Spinoza, Bruno, Kierkegaard, Hegel y el idealismo, los románticos, Nietzsche, Fromm, Jung, los existencialistas) son aquellos que se dejaron llevar por ese sabor a Oriente y a mística. Todos ellos bebieron de las fuentes de Platón. En cambio reniego de aquellos otros que, como el empalagoso Santo Tomás o el soporífero Kant, fueron incapaces de volar por encima de sus enrevesamientos neuronales.

La devoción extrema la racionalidad y al silogismo supone dejar a un lado todo aquello que en verdad nos motiva, y en ultima instancia, nos hace felices: el arte y la belleza, el mundo de los sentimientos, de los ideales, de los sueños y de (porqué no decirlo) la irracionalidad. Claro que también en el campo platónico ha habido interpretaciones desvariadas que no han conducido a nada bueno (por ejemplo: la malversación que los nazis hicieron de Nietzsche), pero sigo pensando que el idealismo está mas cerca de lo esencialmente humano que la noción escolástica de la vida, según la cual todo se explica por causas y efectos analizables con el raciocinio.

Al final ha resultado que las ciencias puras han dado la razón a Platón. Ni los átomos ni las supernovas se rigen por esa lógica lineal y estrecha de gusto aristotélico.

Seguimos en la misma cueva de siempre, mirando siempre el reflejo de un mundo ideal.

(Foto: Luis Echanove)

Isla imaginaria

domingo, 19 de noviembre de 2017

Diálogo menor

- Está bien- dijo, pero sabía que mentía. No estaba bien, no. Casi nada estaba bien. De hecho, todo discurría tan rematadamente confuso que las diferencias entre “bien” y “mal”, o incluso entre “estar” y “no estar” comenzaban a carecer de importancia.

 - Me alegro- respondió su contertulio, sabiendo también que mentía y que, alegrase o no ya no entraba entre sus prioridades.

 Ambos tomaron asiento en sus respectivos despachos y prosiguieron enzarzados en la ardua tarea de descalificar la deuda soberana de algún pequeño país al que arruinar.

El hexágono

De entre mis muchas obsesiones, la de buscar sentineleses es, sin duda, la más estrambótica de todas. 

Ya he escrito aquí en un par de ocasiones sobre los huidizos habitantes de Sentinel del Norte. Situada en el archipiélago de Andamán, en el Océano Índico, esta isla tropical rodeada de arrecifes y completamente cubierta por una tupida jungla, constituye el último rincón poblado del Planeta Tierra sobre el que ninguna nación ejerce una soberanía efectiva. Sentinel está poblada por un número indeterminado de “negritos”, esto es, pigmeos negroides asiáticos, dedicados a la caza y a la recolección, y cuya forma de vida es más o menos semejante a la del resto de la humanidad en el paleolítico. 

Nada sabemos de la lengua de los sentineleses, de sus costumbres o de su religión. Ni siquiera se sabe dónde se sitúan concretamente sus poblados. La única evidencia de su existencia son algunas fotografías vagas de hombres y mujeres desnudos tomadas desde la costa por un antropologo indio, que, en los años ochenta, acompañado de policias fuertemente armados, llegó a tomar pie en la isla. Los sentineleses se volatilizaron en la espesura ante su presencia. El antropólogo regresó después en varias ocasiones a las difíciles costas de la isla. Arrojaba cocos a las aguas, y los sentineleses, desde la distancia, los retiraban con precaución. 

Los sentineleses no son la única comunidad indigena completamente aislada del mundo exterior. En la Amazonia y en Papúa Nueva Guinea todavía sobreviven algunas tribus sin ningún contacto con el resto de la familia humana. Pero el caso de los sentineleses es el más fascinante de todos, por su aislamiento (se trata de una isla) y porque su territorio, estrictamente, no pertenece a ningún país (la India lo reclama, pero jamás ha ejercido ningún dominio efectivo). 

Para mi fortuna, por alguna inescrutable razón la resolución de Sentinel del Norte en Google Earth es verdaderamente detallada, semejante a la de las zonas urbanas de Europa o Estados Unidos. En cuanto me dí cuenta de ello, decidí ejercitar el absurdo entretenimiento de buscar a sus pobladores. La isla no es pequeña (sesenta y tantos kilómetros cuadrados), y la compacta masa forestal cubre integramente su superficie. Ante tales dificultades, no contaba, por supuesto, con identificar individuos, pero si al menos toparme con alguna traza de presencia humana. 

Oscultaba al azar, sin orden ni concierto. Mi vista se agotaba al poco rato de tanto mirar ese tapiz constante de copas de árboles. Pero al segundo día de ejercitarme en este inconfesable vicio de jugar a ser explorador por control remoto, de forma casual identifiqué en medio de la espesura una forma exagonal casi perfecta, semejante a una gran sombrilla contemplada desde el cielo. Apenas se diferenciaba de la naturaleza del entorno, pero, observada con detenimiento, era evidente que sólo un milagro podría haber dado a un árbol una forma geométrica tan perfecta. Sí, aquello parecía si duda una gran cabaña, en la que tal vez convivían varias familias. Enseguida me precipité a otras páginas de Internet para saber cómo describieron los viajeros del siglo XVIII y XIX las viviendas originales de las tribus de las otras islas del archipiélago Andamán (hoy en día construyen chabolas con los desechos de los emigrantes indios). Encontré reproducciones de viejos grabados en las que claramente se reproducían grandes cabañas exagonales de paja. No me había equivocado. Había hallado las coordenadas exactas del lugar dónde habitan algunos de los individuos del pueblo más aislado, remoto y desconocido del planeta; pero no estaba orgulloso, me sentía miserable, como un intruso que ha desvelado un secreto a su pesar. 

Quise imaginar que estarían haciendo en ese mismo momento los pobladores de aquella choza en medio de la selva. Sentí una enorme sensación de vértigo, porque tuve la certeza absoluta de que, en ese preciso instante, los sentineleses acaban de apercibirse de que alguien les había descubierto . 

Desde entonces por la noche, cuando duermo, en mi sueños escucho a veces un susurro de conversaciones en un idioma que no conozco.

Cuento sin sentido

-'Y el poema que nunca se acaba no es, tampoco, un poema circular'-, dijo rotundo, poniendo así fin a tan brillante conferencia. El público aplaudió con cierta solemnidad. El animal ruido de golpear las palmas de las manos para expresar jubilo o asentimiento parecía transformase en un acto de elevada reflexión metafísica, tras los muros de aquel respetable centro del saber. Recogió con cuidado las cuartillas del discurso manuscrito y abandonó el estrado con cierta prisa. Temía y a la vez despreciaba a esos preguntones cobardes, de último momento, que no osan nunca alzar su mano y dirigir sus interpelaciones en público y que esperan, agazapados en el pasillo, para entablar conversación con el conferenciante. Así que aligeró su paso, alzando la mano en saludos sin destinatario, y se encerró rápidamente en su despacho. Oculto de las miradas, cerró los ojos y se repitió mentalmente las ultimas palabras de su brillante presentación: 'Y el poema que nunca se acaba no es tampoco un poema circular'. 

Unos nudillos golpearon la puerta del despacho. Preguntó 'quien es'. Respondió una voz de mujer joven. Por cortesía la dejo pasar. No reconoció el rostro, ni las delgadas piernas, no reconoció nada de nada. Y ella dijo: 'Tomás, esa frase, tú ultima frase en la conferencia de hoy, es brillante'; el sonrió, sonrió por el comentario y sonrió porque no se llamaba Tomás. Aquella joven no sabía ni su nombre, o tal vez le confundía con otro, o se había equivocado de puerta, o de pasillo, o de Facultad, o puede que incluso de ciudad. 'Perdone señorita, yo no me llamo Tomas…'. No puedo acabar la frase; ella le interrumpió resuelta: 'Si, pero esa ultima frase….el poema circular…'-. El se sentía molesto; quería estar solo; aquella desconocida le inquietaba.'Yo-insistió- no me llamo Tomas. Me llamo Federico, Federico Rojas Álvarez, y soy poeta y director del departamento de semiótica….' Pero ella le volvió a interrumpir, aludiendo de nuevo a la frase final, al broche glorioso de las palabras pronunciadas en público apenas un rato antes. 'Mi pregunta a usted es la siguiente: el poema sin fin, si no es circular, ¿Qué es?'. –'la respuesta a esa pregunta- acertó él a responder- hay que buscarla, me temo en otra parte…consulte Internet, lea revistas, diviértase, usted no tiene edad de preguntarse a si misma, ni tampoco de preguntarme a mi, este tipo de cuestiones'. Ella azorada abandono el despacho, sin despedirse. 

 Y él, de pronto se apercibió de toda la farsa escondida bajo su piel. Lloró amargamente unos treinta minutos y al fin escribió el único poema sincero de toda su vida. Se llamaba 'Poema circular'.

miércoles, 6 de septiembre de 2017

Yemen

Los gritos no se escucharon en la pantalla. El rating de audiencia cayó al instante, como el silbido de esa bomba muda. Tintineaba la cuchara en el pocillo. (Un café amargo por favor, con poco azúcar). Otra vez los deportes. Menos mal que el Madrid ganó de nuevo. Y ahora el cotilleo, luego el tiempo (verano tórrido) y el resumen final con la bomba otra vez, aunque más breve. Donde está Yemen, preguntó el niño. Han muerto muchos bebés por las bomba, preguntó otra vez. Llegaron los anuncios antes que las respuestas. El champú y la melena densa y brillante. Un coche rojo, encerado, corriendo solitario por ese bosque inquietante. Yemen está en Arabia. Respondió el padre. De los bebés no dijo nada. Va empezar la serie. Sube el volumen.

Sentada en el suelo

Sentada en el suelo
y envuelta en su manto de colores,
mira de frente,
con ojos como pozos.

Mira y apoya la mano
en el piso de tierra.
Los pliegues del sari hacen ondas
sobre sus rodillas dobladas.

Afuera de la casa de adobe
unos niños juegan,
ahuyentando a los patos
con sus voces alegres.

Sentada en el suelo,
sus oscuras pupilas
escudriñan el silencio.

Sabes ahora que en esa cabaña,
en esa aldea lejana,
 en ese país castigado,
el tiempo ha quedado detenido
a la espera de un quehacer,
de un porqué, de un después.

Quisieras salir ahora corriendo,
huir de sus ojos de dolor,
del suelo de tierra,
de las paredes agrietadas...
escapar de ese espacio sin segundos
y volver al mundo efímero
donde los relojes giran.

Sentada en el suelo
y envuelta en su manto de colores,
mira de frente,
con ojos como pozos.
Cuantos años, cuantas vidas,
cuantos días cotidianos
 se han colado por sus pupilas negras?

Y de pronto tú te sientes ciego,
incapaz de ver lo que ella ve.
Los niños siguen jugando fuera.
El suelo de tierra fría te incomoda.
 Un pájaro se asoma al ventanuco.

Sentada en el suelo
y envuelta en su manto de colores,
mira de frente, con ojos como pozos.
Habla otra mujer.
Una más después.
Y luego otra.
El sol no envejece aún.
La tarde sigue.

En la choza de adobe
el tiempo avanza rápido,
como una vida larga
y lento a la vez,
como su mirar fugaz.

Un perro ladra lejos.
El barquero espera.
Las despedidas.
El instante apremia.
Sentada en el suelo
y envuelta en su manto de colores,
ya no mira de frente.
Ha cerrado los ojos un momento.

miércoles, 30 de agosto de 2017

No era difícil

No era difícil hacer poesía
 en esas mañanas de caminatas tempraneras.
Se colaban los rayos de luz vaporosa
 en faces de polvo denso.
Una neblina alegre envolvía el canal.
Y tú, sobre la bicicleta,
 con el viento en contra
 y el ánimo a favor,
en lugar de buscar los versos,
 te perdías en el hueco feliz entre dos instantes...

Un día cualquiera

Un día de sol en el que apenas te fijas.
La triste mirada que se cruza en tu camino.
El mensaje electrónico con buenas noticias.
Las reuniones, las palabras. Los acuerdos.
 Un almuerzo casero cocinado con entrega.
La música relajante que escoges en tu vuelo.
El recuerdo cercano de tus hijos.
Una noche de hotel.
Un día. Un mes. Un año. Una vida entera.

miércoles, 12 de julio de 2017

Carmen

La vida corre a raudales
por tu cuerpo larguirucho.
Un corriente de alto voltaje
invade el desorden de tu cuarto.

Esa mirada ausente tuya,
ese aire de melancolía despistada
y la chispa de tus ojos vivos…
Siempre te he comprendido.
No me preguntes porqué.

Incluso ahora, que ni tú misma
pareces saber a dónde te lleva
este nuevo mundo al que despiertas,
te sigo comprendiendo.

Yo también tuve catorce años,
fui a las ferias, comía pipas
y daba la vida por mi pandilla.
Yo también soñaba todo a la vez.

Te miro hoy y recuerdo
a la niña que fuiste,
o espero a la mujer que serás.

Estar ahí, para escucharte,
para responder a tus raudales
de preguntas luminosas,
ese es el quehacer al que me debo.

Carmen, la vida es, precisamente,
eso que tu presientes ahora…
Un prado sobre el que correr,
un mar para navegar,
un sendero nuevo
para tu bicicleta.

La vida, Carmen, es un milagro.

Silencio en el mar de islas diminutas


Vivian en sus islas diminutas,
atrapados entre las aguas
de un mar transitorio.
Una barcaza de colores vivos
era su escuela.
Yo tocaba los muros de las casas
de adobe y caño
solo por sentir en mis dedos
la humedad de sus miradas.

Los cirros del cielo
dejaban reflejar rayos oblicuos,
que chispeaban sobre el agua quieta.
Con el viento en el rostro,
navegábamos por el archipiélago
de los desheredados.

Visité sus huertos nimios,
husmeé con curiosidad
en el umbral de todas las casas,
y en algunas entré.
Hablé con ellos.
Escuché, absorto
Las memorias de un mundo
arrinconado y doloroso.

Envueltas en vistosos colores
Las mujeres me hablaban
de la vida y de la muerte
sin transición ni aspaviento.
deshilaban la madeja
de un relato de dolor
y también de esperanza.

Cuchilladas de rabia.
Lagrimas ahogadas…

Y silencio.

lunes, 29 de mayo de 2017

Cuatro estaciones en un dia

No miro atrás. No. Es más bien un presente escondido, que llevo dentro, y aflora el solo, en algunas tardes del final del verano, o si escucho ciertas canciones (y más raramente, si es un dia de sol). A veces tengo seis años, suenan Simon y Garfunkel y entra la luz de la mañana en mi cuarto. Hace un año fue el verano del 94 y volví a a estar en Pompeya con Goga. Hoy de pronto tenía dieciseis y escribia cartas de amor. El miedo de Guatemala, el instante del primer llanto de mis hijos al nacer. la primera noche con Eva. Las bombas en Ramala. Un concierto de U2. El primer día de cole en los jesuitas. Los polis y cacos en el jardín de atrás. Ese golpe de calor al aterrizar en India por vez primera. No, no miro atrás. Son presentes escondidos que escapan solos, a su gusto. Pero esa mañana de final de curso en tercero de EGB, esa, nunca ha vuelto. Ahí sigue, escondida. Arrepentida tal vez, temerosa de mi pasmo o de mi cólera. Esa mañana triste, dolorosa, vive encerrada en la habitación del fondo de mi memoria.

lunes, 15 de mayo de 2017

Ciberfin

Ayer el mundo fue testigo de un aparetivo del tipo de principal amenaza global al bienestar de la sociedad postindustrial...el cibercrimen de escala planetaria. Es el precio de nuestra dependencia tecnologica y mucho me temo que vamos a tener, como sociedades, que empezar prepararnos mentalmente ante la eventualidad de ataques aun mucho mas devastadores. 

Que nuestras sociedades no se paralicen frente a ese enemigo intangible y sepan reaccionar sin panico y con entereza va a ser la gran prueba de madurez de la era de la globalizacion.

Ilustracion del autor

Enheduanna


Enheduanna... Seguro que no habéis oído nunca ese nombre. Yo tampoco, hasta toparme con él por casualidad en Wikipedia. 

Vivió hace más de cinco mil quinientos años en Sumeria, en el actual Irak. Enheduanna escribó poesía. Sus versos son los textos literarios de autoría conocida más antiguos de los que se tiene constancia en la historia del mundo. 

Es sorprendente, por tanto, que su nombre no nos resulte familiar ni lo estudiemos en las escuelas... ¿Tal vez sea debido a que Enheduanna fue una mujer?

'Como una golondrina me hizo volar por las ventanas, y mi vida se fue consumiendo. El me hizo caminar sobre las breñas al borde del desierto' (Enheduanna).

Ilustacion del autor

domingo, 26 de febrero de 2017

Aeropuerto

El aeropuerto de Dar es Salaam es como un museo de la burocracia sin sentido, como un fósil de los años sesenta que vive sin saber que el resto de los aeródromos del mundo hace mucho que reemplazaron los mostradores de formica barata y repintada por muebles modulares y ergonómicos, y los suelos de baldosa barata por superficies de mármol radiante. 

Escribo esto y mientras vivo unos raros segundos de existencia apátrida. Un funcionario de colorido uniforme se ha quedado de malos modos con mi pasaporte para tramitar el visado temporal.

Ahora, junto a una horda de ciudadanos del mundo desposeídos del mismo modo de nuestra carta de identidad, espero paciente a que un subalterno, con uniforme diferente pero idénticas malas formas, aparezca con un fajo de pasaportes y masculle en voz baja nuestros nombres con acento impronunciable. Cada vez que el subalterno asoma, nos arremolinamos todos en torno a él, ansiosos de recuperar nuestros documento y así ser nosotros mismos otra vez. 

Yo ya estoy comenzando a perder las esperanzas. No me veo capaz de superar esta primera prueba iniciática en paciencia africana.

Y al fin llega el momento. El funcionario malencarado me entrega un pasaporte chino. Ahora tengo veintisiete años. Nací, según parece, en Guangzhou y estoy casado, creo, con la chica asiática del gorro extraño que juega con su teléfono móvil en un rincón.

 (Mapa: Juan Echanove)

Un día de fines de febrero

Era un día de fines de febrero, aunque dentro de esa enorme pecera atemporal que es un aeropuerto las estaciones no existen y las noches solo se diferencian de los días por la menor frecuencia de pasajeros. 

En la mesa contigua de esa cafetería sin personalidad un grupo de indonesios con camisas de batik todas iguales desayunaba en silencio bocadillos de pollo recalentados en el microondas del mostrador. Nadie es uno mismo en un aeropuerto. Nos transmutamos en habitantes de una nación de paso y sin nombre. Los motivos del viajar de cada uno ya no importan: en un aeropuerto todos somos presos condenados a vagar por pasillos demasiado iluminados. 

 En eso pensaba yo. Con la mirada fija, sin darme cuenta, en los indonesios uniformados que, a pocos metros, mordían despacio sus bocadillos, en total silencio. Y de pronto uno de ellos me sonrió, como saludándome, del mismo modo que darías los buenos días a tu vecino al cruzartelo en el portal. Enseguida me di cuenta de que aquel tipo no estaba preso. No...el no volaba a ninguna parte. El era libre.

 (Foto: Ignacio Huerga)

El secreto

El secreto mejor escondido está ahí mismo, delante de tus narices. No cuesta dinero encontrarlo ni hay que excavar profundo para dar con él. No es un secreto misterioso ni sorprendente. Es más bien un secreto a voces, sí, pero a voces mudas. El mapa para hallarlo está trazado en el polvo tenue sobre tu escritorio, en la arena de las playas que has pisado, en el contorno de las manchas de bolígrafo de tu infancia y en las formas de las nubes que mirabas cuando soñabas despierto. 

 (Foto: Nacho Huerga)

Fechas

Los años han ido pasando. Has descubierto en ellos, al dorso de cada hoja del calendario, que no importaban las fechas. 

 (Foto: Nacho Huerga)

A veces

A veces aún miras al mar inmenso, o al bosque frondoso en la montaña o un arroyo que fluye. Con menos intensidad. Ya no buscas atraparlos. No es la emoción intensa de antes. 

Crees que has perdido frescura, que tu mirada se ha nublado con el velo del tiempo. Pero sabes que no es cierto. Nunca hubo mirada nítida. Tampoco entonces. No había mirada, no, ni tampoco mar, ni arroyo, ni montaña. Estabas sólo tú. Como ahora. Y dentro de tí, fluía todo, frondoso e inmenso. 

(Foto: Nacho Huerga)

El hueco

Las cosas fueron perdiendo su importancia. Se volvieron más livianas, y por ello, también más elevadas; ahora podían volar al soplo de cualquier viento y alzarse, o diluirse en vapor para volver a tí mutadas en una lluvia de sugerencias o recuerdos. 

Ese hueco dejado por todo aquello que iba perdiendo entidad en torno tuyo, en lugar de vaciarte, te llenaba. Y eras cada vez menos, o cada vez más. Tal vez ya ni eras, o ibas camino de no ser. Quien sabe. 

(Foto: Nacho Huerga)

Decisiones

El camino te va cambiando según lo andas. Creías que tomabas tus propias decisiones y que un criterio propio modelaba tus actos y modulaba tus ideas. Ahora sabes que no eras tú, que no era nadie...y que el camino, en verdad, es una pradera. 

 (Foto: Nacho Huerga)

Transcurrir

Hay que rebuscar con ahínco en la enorme biblioteca para dar con el relato. Es un libro corto; casi un folleto; apenas unas cuartillas cosidas, protegidas en guardas de hule y cerradas con una goma elástica. Parece un cuaderno escolar, o el diario aburrido de un tipo cualquiera. Escrito en la cubierta, en tinta azul pálido, puede leerse: "Método preciso para desempeñarse bien en la tarea de transcurrir". Y como nunca se ha encontrado ese librito y, aun de encontrase, nadie lo leería, vive desvalida la humanidad toda, sin una guía clara que de sentido a sus transcurrires. 

 (Foto: Nacho Huerga)

jueves, 12 de enero de 2017

Homo politicus

  • Soy una persona de izquierdas. Creo firmemente en la socialdemocracia, en la necesidad de garantizar la igualdad no solo de libertades sino también de oportunidades económicas y del acceso a los servicios educativos, médicos y sociales. 
  • Defiendo la democracia. Sospecho de las multinacionales, de la gran banca y de los conglomerados mediáticos. 
  • Me gusta la pequeña empresa y el cooperativismo y la importancia del ámbito de poder local. 
  • Soy keynesiano y creo en el papel del Estado en la economía y pienso que lo de las supuestas virtudes libre mercado sin controles es una mentira chusquera para que los poderosos sigan gestionando el cotarro. 
  • Me dan yuyu los nacionalismos de cualquier color. Creo en las fronteras abiertas. Me asquean el yihadismo, el sionismo, y todos los radicalismos.
  •  Me considero ecologista, pacifista y feminista y creo en la acción positiva para garantizar la igualdad… 
  • Defiendo fervientemente la movilización ciudadana, creo que la pobreza y el hambre son lacras odiosas y que NADA justifica la injusticia ni el que los poderosos instrumentalizan a la gente. Considero que Occidente es en parte responsable de la pobreza del Sur y que se requiere un cambio total de la forma en como el mundo funciona para acabar con la brutal injusticia en el Planeta. 
  • Creo que la educación y la cultura son valores supremos y que los maestros y profesores deberían ganar el doble que los banqueros. 
  • Me gustan las tiendas de barrio, los centros históricos, los parques y la arquitectura tradicional. Sueño con un mundo futuro sin fronteras, ni banderas ni guerras. 
 Pero…
  • Aunque soy demócrata, creo que el modelo actual de partidos  hace aguas y que ya no responde a la realidad de nuestro tiempo. Estoy por una participación real y mucho más activa de los ciudadanos en la toma de decisiones políticas. 
  • Aunque soy socialdemócrata, me dan repelús los partidos socialistas europeos, a los que considero en su mayor parte vendidos a los oligopolios financieros y corporativos. 
  •  Aunque soy keynesiano, no me importa que en algunos supuestos la gestión de los servicios públicos esté en manos privadas siempre y cuando su acceso sea universal, accesible y sometido a estrictos controles. 
  • Aunque soy contrario a los nacionalismos, me encanta que se protejan y difundan activamente las lenguas y culturas minoritarias. 
  • Aunque soy ecologista, me importan más las personas que los paisajes, y las vidas humanas que las de los animales. 
  • Aunque soy pacifista, creo que en situaciones límite, lamentablemente, la única forma de vencer al mal absoluto puede llegar a tener que ser la fuerza. Creo, por ejemplo, que el ISIS es un mal absoluto contra el que la comunidad internacional debe luchar. Tampoco tengo problemas con el tiranicidio, ni con la castración de pederastas o con la cadena perpetua para los genocidas. 
  • Aunque creo en la completa libertad de conciencia, no tengo ninguna fobia particular contra la Iglesia actual ni soy anticlerical. Considero sectarias y generalmente injustificadas las actitudes de ataque gratuito a los sentimientos religiosos de la gente. Creo que la espiritualidad puede jugar un papel importante en la vida de la gente. 
  • Aunque soy feminista, no me gusta usar la arroba cuando escribo ni volverme loco con el uso del género en el lenguaje.