martes, 20 de agosto de 2013

Sueños de agosto


Sentado en la poltrona, el viejo cartujo disfrutaba de la brisa bajo los álamos en medio del jardín del monasterio. Las sombras de las ramas trazaban un damero caótico sobre el prado. El viento fresco de la sierra refrescaba un poco ese mediodía de agosto. Las hojas silbaban y bailaban mecidas a un ritmo lento, y el monje las miraba, sin pensar en nada, o pensando poco. Escrutaba con la mirada perdida al árbol antiguo alzado frente a él. Una enredadera, no muy tupida, se abrazaba a los pies del enorme tronco. Luego posó la vista en el abrevadero de granito. Miraba ensimismado lo líquenes, musgos y sombras de la piedra rugosa. Al fin cerró los ojos, no del todo dormido, tampoco despierto. El rumor de aire le relajaba.

Se desveló entonces, sobresaltado por el extraño sueño. Incrédulo alzó la cabeza para comprobar que, efectivamente, no era un monje. En lugar del hábito blanco con que se había imaginado a sí mismo, vestía sus ceñidos pantalones negros, la camiseta de Motorhead sin mangas que dejaba a la vista los tatuajes geométricos, y las altas botas negras de cordones. Alargó la mano y agarró el botellín de cerveza, ahora recalentado. De un sorbo se bebió la mitad. Miraba ahora, alrededor suyo, el bosque de antenas de televisión, los altillos, las terrazas, las tejas viejas y nuevas de ese Madrid visto desde lo alto de la azotea del edificio okupado. ¿Porqué un monje anciano en un jardín? ¿porqué ese sueño? Cerró los ojos otra vez. El sol abrasador le producía picor en los párpados. Quedó dormido.

La tarde estaba bien avanzada cuando acabó su siesta. Ahí seguía el viejo tronco, frente a él, y también el abrevadero de granito con su crisol de tonos grises y verdosos, y la yerba a sus pies, ya casi completamente cubierta por las sombras de las copas de los álamos. En su duermevela los recuerdos de juventud habían regresado, más vivos que nunca. La memoria le había devuelto a aquel ático anarquista de Lavapiés, con sus maceteros de marihuana y los graffiti decorando las paredes. Las campanas rompieron el silencio de la tarde. Con cierto esfuerzo se levantó y a paso lento se encaminó hacia el coro de la capilla. La casulla blanca apenas lograba cubrir la espectacular cresta multicolor que coronaba su cabeza.

(Foto: Ignacio Huerga)