viernes, 26 de febrero de 2010

bailando en el balcón

“El frío sacude tu cabeza desgastada de pensar que las cosas tienen nombre”.

De pronto te das cuenta de que todo aquello ya no existe. Enciendes el Ipod, te colocas los cascos y haces sonar Seguridad Social, Tequila, Mamá y todo lo demás. Te sirves un copazo de Flor de Caña con Sprite, enciendes un cigarrillo y sales a la terraza, una fría y calma noche de Tiflis. Has montado tu fiesta de una sola persona, que eres tú, y evocas los espíritus de tu gente, dispersa en treinta ciudades de veinte países. Vas llamándolos a todos, uno por uno: los de Madrid (Madrid primero; siempre Madrid), y a los de Bruselas, y a los de Managua, y a los de Jerusalén, Manila, Nueva York, Zagreb, Elche, Quito, Barcelona, Villaviciosa, La Habana...y todos fluyen, todos bailan, todos ríen, todos celebran que aquello ya no existe en el pasado, porque existe ahora, porque existe siempre.

“Quiero tener tu presencia.
Quiero que estés a mi lado.
Quiero buscar un camino
que no se encuentre embarrado”.
Seguridad Social.


(Foto: Luis Echanove)

jueves, 18 de febrero de 2010

Recuerdos despeluchados

(1) Una noche en Katmandú

Una noche en la pensión de Katmandú. Las imágenes de los templos y los colores chillones de los campos de arroz se arremolinaban en nuestras cabezas, fragilmente sostenidas por unos cuerpos cansados de caminar y malcomer. Por delante nos esperaban semanas y más semanas de vagabundeo entre olores de tandori, trenes nocturnos y laberintos de callejuelas en ciudades azules.

Una noche en la pensión de Katmandú. Con Rajastán y Deli a las espaldas y Benarés, Calcuta o Ladakh por delante. Una noche más, una noche menos, de un viaje al fondo de nosotros mismos.
(Foto: TrekEarth.com)

lunes, 15 de febrero de 2010

Ceniza

Hablas, y tus palabras,
según las dices se queman.
Como las aguas son claras.
Son, como el aire, ligeras.
Hablas, y tus palabras
son ceniza y son ausencia.


(Foto; Ignacio Huerga)

viernes, 12 de febrero de 2010

Una semana de invierno

El tipo me lo dijo de repente: "Yo he venido aquí por un libro"- sonrió y se mesó la perilla unos segundos-"un libro especial....no puedo decirte quien me ha enviado a buscarlo, solo te diré que es alguien poderoso, muy poderoso, y que el libro es un ejemplar del Corán muy antiguo y valiosísimo para algunas personas". A esas alturas, ya casi nada podía sorprenderme. Llevabamos seis días juntos en Sarajevo, un mes de enero de 1994.

Me habían avisado de su llegada a Split, en Croacia, pocas horas antes del aterrizaje de su avión. Yo debia esperarle en el aeropuerto, para juntos tomar otro vuelo, esta vez hasta la capital de Bosnia, en el corazón de la guerra. "Este hombre- me dijo con un hilo de voz mi jefe en la ONG- nos va a ayudar a por fin abrir misión en la zona musulmana; con él podemos obtener las garantías y permisos necesarios para funcionar allí y gestionar alguno de los campos de desplazados de la zona". En aquellas guerras balcánicas las organizaciones de ayuda se disputaban las áreas de trabajo como si se tratase de multinacionales luchando por nuevos mercados.

El misterioso personaje me contó la historia de su vida en un par de horas, las que se demaraba el cuatrimotor de Naciones Unidas en arribar al asedidado aeropuerto de la capital bosníaca. Me habló de su infancia granadina, de sus años como músico al lado de Cat Stevens, de su conversión al islamismo y de su actual condición de profesor en la universidad de Medina. "El rey me ha enviado a poner orden y controlar que no le roben las ayudas que manda", decía, y yo no sabía si se refiería a Melchor, a Gaspar o al monarca saudita.

Cruzamos las lineas serbias que separaban el aeropuerto de la ciudad en una tanqueta de los cascos azules egipcios. Los milicianos disparaban por diversión, porque sus balas nada podían hacernos allí dentro, pero el sonido seco de los impactos contra la chapa resultaba bastante inquietante. Además, sienpre existía la posibilidad de que en un golpe de buena puntería lograran estallar alguna de las ruedas.

Recuerdo esos días de Sarajevo entre brumas. Conservo memorias vagas de los dos cruzando bocacalles taponadas con chapas para evitar a los francotiradores, visitas a la carrera a la sede central del ACNUR, a las oficinas del ministerio de sanidad...en todas partes abrían de par en par las puertas al granadino converso, todo el mundo escuchaba con atención sus palabras. Él generalmente sólo hablaba de sí mismo, eso sí, con un tono desenfadado que hacía que su fanfarronería, a la postre, resultase simpática. Prometía ayudas, reñía a gritos a los altos cargos del gobierno por dilapidar la ayuda humanitaria enviada a través de las organizaciones islámicas, contaba chistes en su inglés de cerrado acento andaluz que nadie lograba comprender plenamente.

Y al fin, el último día, me soltó aquello del libro. Supe desde el primer instante que eso no era una brabuconada más. Con detalle me narró como la vieja biblioteca de Sarajevo fue vaciada por el gobierno bosnio para que sus valiosos fondos no resultaran afectados por los bombardeos. La decisión, sin duda, fue extremadamante adecuada, porque a los pocos días de concluir la evacación de los volúmenes el fuego de mortero y un consecuente incendio arrasaron el edificio. Para mayor seguridad, los libros se distribuyeron entre las casas del vecindario. La operación se había llevado a cabo a toda máquina, sin numerar las cajas, sin inventariar las obras. Su misión, pues, era tirar de los hilos que le llevaran al rincón perdido de una habitación cualquiera en una casa anónima donde aquella obra esparaba ser encontrada. Tras su relato, se despidió cortesmente y salió del piso donde nos hospedábamos. "Voy a respirar el frío de la noche", me dijo. Cuando me fui a acostar todavía no había vuelto.

Regresamos a Split al día siguiente. A mitad del vuelo me di cuenta: el hombre agarraba en sus manos, constantemente, una cajita pequeña, envuelta en un paño tosco. Me vio mirarla fijamente pero no dijo nada. Sólo sonrió.

(Foto: Nacho Huerga)

Breve

No dura mucho. Sólo lo sufiente para saber que es cierto, que en realidad ha ocurrido. En ese lapso mínimo que corta como un cuchillo lo real de lo imaginario, se balancea esa imagen pasajera. Y después, a otra cosa. A vivir, a correr otra vez.

Pero en algún escondite queda guardado ese recuerdo mínimo de una textura y de una luz. El día que mueres, pienso, tal vez regresa esa fotografía difuminada de colores vivos, y en un nuevo segundo, se apodera otra vez de todo.
(Foto: Nacho Huerga)

Belén

En una recóndita carpeta de mi portail he encontrado el texto que abajo reproduzco. Lo escribí hace ocho años; pero nada ha cambiado.

Acabamos de regresar de cenar en Belén. Era una cena de despedida. Todas las despedidas son tristes, pero algunas, mucho más que otras. Esta ha sido de las más tristes de toda mi vida.

Mientras Europa se ilumina de luces con la Navidad ya a las puertas, Belén, el pueblo dónde todo aquello empezó, no sólo no está engalanado con ni una estrella luminosa…es que ni tan siquiera tiene farolas. Los tanques israelíes tiraron casi todas abajo en su última invasión. Por sus calles oscuras la gente camina cabizbaja y con prisa, intentando olvidar, tal vez, que están solos. Estas Navidades, los treinta mil palestinos cristianos de Belén no celebrarán nada. Mientras en todo el mundo la gente rememorará lo que allí sucedió hace dos mil años, las gentes de carne y hueso que mal viven asediadas en Belén tienen como única esperanza que al menos la noche del 24 de diciembre el ejercito israelí no bombardee. Una noche de paz en Belén, al menos una noche…

Nuestro amigo Majeed es también cristiano. Vive en Beit Sahur, el pueblito dónde el arcángel se apareció a los pastores. Está en la cincuentena. Es doctor, uno de los mejores en la zona. Dirige una organización de salud que atiende varias clínicas para prestar servicios médicos a la población de menos recursos. Majeed pasará sus navidades sólo, sin su familia. Su mujer y sus hijos han viajado a Estados Unidos, dónde ella nació. A él las autoridades israelíes le impiden salir del limitado perímetro de Beit Sahur. Ahmed, el otro responsable de la organización, tampoco podrá estar con él en estas fechas. Ahmed fue detenido hace un mes y medio. Nadie sabe cuanto tiempo pasará en la cárcel. Tal vez seis años. Su delito: luchar, con sus ideas como único instrumento, por la independencia de su patria. Luchar, sí, luchar con las armas del intelecto, con bisturí, no con pistolas, con tesón, no con odio. Luchar para ayudar a los demás. Luchar , en fin, por el futuro de sus hijos en el que no haya más humillaciones, más torturas, más saña inhumana, más ocupación militar.

Nos hemos ido de Belén, y en el check point de la salida, un imberbe soldado israelí de origen ruso, mientras nos pedía los papeles, ha mostrado sin darse cuenta un amplio crucifijo escondido en un bolsillo. Como tantos otros, emigró a Israel en pos de una vida mejor, agarrándose a algún antecedente familiar judío, religión que, él mismo, no practica. Aquel soldado sólo ha peregrinado a Belén dentro de un tanque, en alguna de las numerosas incursiones israelíes al centro del pueblo. Aquel soldado, como tantos otros cristianos a lo largo y ancho del mundo, cenará caliente en su noche de paz, el 24 de diciembre.

(Foto: Nacho Huerga)

viernes, 5 de febrero de 2010

geograf'ia del absurdo

(2) Países subconscientes

Hablábamos en una reciente entrada de este blog de los países inexistentes, esto es, aquellos que funcionan realmente como países pero no son reconocidos por nadie. Ahora nos ocuparemos de una categoría todavía más disparatada de naciones: los países que, aunque existen, no saben que existen. Para un amante de la geografía del absurdo como yo, sin duda se trata de uno de los campos de exploración más fascinantes. Los llamo países subconscientes porque carecen de la conciencia de su existir.

Ser ciudadano de un país de cuya existencia no se es consciente es un raro privilegio que sólo gozan un pequeño puñado de personas en el mundo. Tras investigar un tanto en este asunto, y no sin esfuerzo, tan sólo he dado con dos naciones actuales que entrarían dentro de esta tipología kafkiana: la isla de Sentinel del Norte y el reino de Tavolara. No se trata, contra lo que pudiera parecer por sus nombres legendarios, de invenciones literarias ni de países de ficción. Ambos existen, y gozan de todos los atributos propios de un Estado independiente con todas las de la ley….salvo que sus habitantes (y el resto de la humanidad) no son en absoluto conscientes de tal cosa. Valga señalar, a este respecto, que en ningún tratado de Derecho Político se dice que un requisito para ser Estado Nación sea el que sus habitantes tengan cognición de pertenecer al mismo.

La isla Sentinel del Norte, de la que ya me he ocupado en este blog en alguna ocasión, forma parte del archipiélago de Andamán, en el océano Indico, no lejos de Birmania. La India ejerce soberanía sobre el resto de estas islas. No obstante, la India no ha reclamado nunca, ocupado ni ejercido autoridad alguna sobre Sentinel del Norte.

En Sentinel del Norte habitan un número indeterminado de indígenas, con los que el resto del mundo nunca ha entrado en contacto directo. Sentinel del Norte es, junto con gran parte de la Antártida, la única porción de tierra firme en el planeta Tierra no reclamada por ninguna nación. Dicho lo cual, y aplicando los principios de Naciones Unidas y del Derecho Internacional Público, es evidente que la soberanía sobre este islote selvático corresponde a sus habitantes. Nada sabemos sobre la forma de gobierno de los sentineleses (si es que acaso cuentan con alguna) y, desde luego, podemos asegurar con certeza que carecen de bandera patria, himno nacional o moneda propia. Pero ninguno de estos atributos es en el fondo esencial para ser un Estado de pleno derecho. Obviamente, los habitantes de esta isla boscosa rodeada de playas no tienen ni pajolera idea de que conforman una nación independiente. Nos encontramos pues ante un ejemplo diáfano de país subconsciente (1).

El caso del reino de Tavolara es igualmente pintoresco. Se trata también de un islote, de unos cinco kilómetros cuadrados, habitado por una cincuentena de pescadores y situado frente a las costas de Cerdeña. Pese a su nimiedad geográfica, arrastra a sus espaldas una abultada historia. Los antiguos la llamaban Hermea; dicen que san Pontiano papa, tras abdicar, se retiró a esta remota isla en el siglo IV. Además, Tavolara siempre ha dado pábulo a leyendas pintorescas, incluyendo un bulo sobre ratas gigantes que poblaban la isla, u otro sobre cabras con un diente de oro. Sin embargo, lo que voy a contar a continuación no tiene nada de leyenda. Es, pura y simplemente, historia; disparatada y tal vez irrelevante, pero historia.

Desde hace siglos, nadie sabe cuántos, Tavolara ha funcionado como una minúscula monarquía con completa independencia política. En 1836 Carlos Alberto, rey de Cerdeña, visitó la isla y reconoció formalmente al reyezuelo local, un paisano llamado Giuseppe Bertoleoni, como soberano legítimo del lugar, tratándole de 'hermano' -que es como se llamaban entre sí los reyes de antaño-. Posteriormente, durante la reunificación italiana, el minúsculo reino logró quedar fuera del arreglo, privilegio que, de entre los muchísimas naciones que hasta entonces habían ocupado el suelo italiano, solo San Marino logró también retener. (2)

En 1903 la independencia total del reino de Tavolara quedó confirmada con la firma de un Tratado de Amistad con Italia. Aquellos fueron los años gloriosos del micropaís. Como en un cuento de Walt Disney, casi todos los habitantes gozaban de algún título principesco otorgado por el soberano de la isla, cuyo oficio, como el del resto de sus conciudadanos, no era otro que el de sacarle peces al Mediterráneo.

Tal bucólico estado de cosas llegó a su fin en los años sesenta. Por aquel tiempo la OTAN instaló una estación de radar en el reino, por supuesto sin pedir permiso a nadie y por tanto vulnerando la soberanía nacional tavolareña. El trasiego de operarios primero y militares después acabó con el aislamiento de la islilla. Al poco tiempo los lugareños comenzaron a actuar como si fueran italianos, y así, poco a poco, en pocos años se olvidaron de su auténtica identidad nacional. No obstante, lo interesante del caso es que la República Italiana nunca ha anexionado formalmente el Reino de Tavolara. Así que, aunque el heredero real ahora sólo mande en el bar que regenta (el único de la isla) y todos los vecinos cuenten ya con documento de identidad italiano, lo cierto es que el maravilloso Reino de Tavolara, a todos los efectos legales, sigue siendo un país soberano.

Si todos los países ignorasen que lo son, nunca habría guerras en el mundo.

(Foto: Luis Echanove)

Notas
(1) Quedan todavía numerosas tribus en semejante aislamiento total en la Amazonia y otros lugares, pero todas ellas habitan en territorios bajo la soberanía de Estados Nacionales ya constituidos. El caso de Sentinel del Norte es, en este sentido, absolutamente único en el mundo.

(2) La aldea de Sagorba, en Liguria, en la frontera con Francia, quedó olvidada en el reparto del Congreso de Viena de 1815, y tampoco se integró en Italia en el momento de la reunificación nacional, en 1868. Hay fuertes razones jurídicas para considerar que legalmente todavía hoy retiene su condición de Estado Soberano, puesto que su territorio nunca ha sido formalmente anexionado. No lo incluyo en la categoría de países subconscientes porque en este caso sus habitantes sí saben que en realidad conforman un país diferente a Italia (aunque el resto de las naciones ignoren esta circunstancia, empezando claro por la propia Italia). El jefe de la cooperativa de flores local es el soberano del reino, y regenta el chocante título oficial de “Su Tremendidad” ('Sua Tremendità'). En un reciente referéndum, 204 de los 308 habitantes de la aldea se mostraron favorables a retener la independencia.

lunes, 1 de febrero de 2010

Frustraciones

Una vez un buen amigo me dijo que yo en realidad soy un escritor frustrado. Lo dijo sin ninguna malicia. Todo lo contrario. Pienso que en realidad intentaba darme ánimos para que me tomara más en serio el oficio de escribir.

En realidad, no está nada mal esto de ser un escritor frustrado. Para empezar, aunque frustrado, eres escritor. La especie de los escritores frustrados pertenece al género más amplio de los escritores en general. Para quien gusta de escribir, lo peor, a fin de cuentas, es no ser considerado ni escritor. Si eres escritor frustrado, al menos formas parte de la familia de los escritores, aunque sea en condición de primo lejano y tal vez advenedizo.

Además, es notorio que los escritores frustrados no carecen de cierto glamour. Los autores malditos franceses del diecinueve eran todos escritores frustrados; a Becquer le echaron del trabajo por escribir poemas en horas de oficina; poemas que, por supuesto, no tuvieron éxito alguno mientras el autor vivió. Casi se podría decir que, durante siglos, ser escritor frustrado era un prerrequisito para ser escritor de verdad.

Un escritor frustrado, no tiene necesidad ni obligación de ser leído o de vender sus libros. Preservar la condición no implica esfuerzo alguno por su parte. Ser escritor fustado, en resumen, es notablemente cómodo y llevadero.

De una cosa sí estoy claro: es mucho mejor ser escritor frustrado que escritor frustrante. El escritor frustrado sólo se frustra a si mismo. El escritor frustrante, en cambio, es el que frustra a sus lectores.
(Foto: Luis Echanove)