miércoles, 29 de junio de 2016

martes, 7 de junio de 2016

Mangas

Hace tres años redescubrí los comics. Un buen amigo me puso sobre la pista de los fabulosos nuevos mundos de creación que la novela gráfica contemporánea está explorando y, como soy compulsivo, en cuanto comencé a nadar en ese mar terminé sumergido hasta el fondo. Ahora una cuidada colección de tebeos franceses, anglosajones, españoles o incluso indios y coreanos, ocupa cuatro baldas de mi librería. La selección incluye casi todos los clásicos del canon (Watchmen, Mouse, El Inkal, Persepolis…), las joyas del underground gringo (Burns, Clowes, los Hernández…), el cómic-reportaje actual (Sacco, Delisle, Davodeau…), lo mejor de las aventuras seriadas francófonas (Cosey, Bilal, Marini), las autobiografías intimistas que tanto se prodigan hoy en el mundo de la historieta (David B, TruongGallardo, Thompson) y hasta los metacómics y otras experimentaciones de autores como McClaud, McGuire o Sousanis.

Manga, en cambio, he leído poco. Conozco Japón y me fascina su cultura, pero un prurito de prejuicio y pánico a transformarme definitivamente en un friki me mantienen distante del mundo del noveno arte nipón. Pero como me las quiero dar de marisabidillo comiquero, no he tenido más remedio que incursionar un poco en el subgénero. Eso sí, lo he hecho con cuidado, tímidamente, y sólo dispuesto a catar obras consagradas.

Aquí dejo pues tres recomendaciones de obras clásicas del manga, atípicas las tres. Tebeos, sí, pero de una densidad creativa apabullante.

Pies Descalzos, de Keui Nakazawa, viene a ser al manga lo que Mouse es al tebeo occidental: Como la obra de Spiegelman, narra en viñetas una tragedia histórica de dimensiones apocalípticas. Pies Descalzos nos cuenta, en primera persona, la detonación nuclear de Hiroshima y la vida de los supervivientes en los días subsiguientes a la debacle. Nakazawa, que vivió de niño en carne propia todo lo que describe, nos regala un relato sin muchos epítetos ni exageraciones (en todo caso, es difícil exagerar un horror mayor que el que realmente sucedió). Todo está contado con imágenes infantiloides y una narrativa sencilla que provocan un aterrador efecto de contraste entre la inocencia infantil y el horror sin límites. Es, simplemente, un libro imprescindible, cuya lectura debería ser obligatoria en todas las escuelas del mundo, si es que de verdad estamos interesados en crear sociedades pacíficas. Es imposible no oponerse a las armas nucleares después de haber leído Pies Descalzos. Uno nunca vuelve a ver el tema con los mismos ojos. Es un cómic que transforma algo dentro de ti.

Pesadillas, de Katsuhiro Otomo, es una obra muy diferente. Para empezar, se trata de pura y dura ficción, o, para ser más específicos, de una novela negra. Ambientada en una arquitectura de geometrías claustrofóbicas, este manga, maravillosamente ilustrado, combina el hiperrealismo descriptivo del Japón urbano contemporáneo con un guion fantasioso e inquietante propio, efectivamente, de la más junguiana de las pesadillas simbólicas.

El hombre que camina es el contrapeso perfecto a la anterior. Su autor, Jiro Tanigchi, logra reducir el cómic a un sencillo (y a la vez profundísimo), ejercicio zen: Un tipo camina por un barrio periférico en Japón, en la frontera entre la ciudad y el campo. En cada paseo afronta historias nimias, tales como encuentros con perros y gatos, observaciones del cielo nocturno, baños furtivos en una piscina pública al caer la tarde… intrahistorias cuya profundidad radica, precisamente, en su liviandad. El gran secreto escondido en Un Hombre que camina se llama observación, ese arte complejísimo que los cómics nos enseñan a cultivar.

Cada cual de estas novelas gráficas arroja luz sobre un aspecto especifico de ese mirar al mundo tan único del Japón: narrativa realista en la linde entre la infancia y el peso de la historia en el caso de Pies descalzos; inquietantes mundos interiores de anónimos urbanitas en Pesadillas y evocación del misterio y la estética de lo sencillo en El hombre que camina. Si queréis retozar un poco en ese otro mundo cultural que es el País del Sol Naciente y echaros a las alforjas una buena dosis de sapiencia y placer intelectual, no dejéis de leerlos. 

domingo, 5 de junio de 2016

¿Podemos?

Cada vitriólica diatriba de El País contra Podemos, cada griterío desaforado de Felipe González, Cebrián o Aznar (que tanto montan) demonizando a la alianza de izquierdas, en lugar de desinflarla (como supuestamente pretenden) sirven para engordarla. 

En lugar de tratar el fenómeno Podemos con naturalidad política e intentar acotarlo (si es ese su objetivo) con la fuerza de la razón, la lógica del debate y el realismo de la palabra, prefieren arrojarlo a los infiernos y calumniarlo con sandeces. 

Y es que, el asunto de fondo es que eso que antes cursimente se llamaba el Establishment y otros, yendo más al grano, llaman IBEX, aun no quiere despertar del sueño y asumir de una vez por todas que una porción sustancial del electorado español se siente hasta las mismísimas de la clase política, y abandonada a la deriva de un estado del Bienestar que nunca llegó a ser tal. 

El problema no se llama Pablo Iglesias, ni Podemos, ni Colau, ni Zapata. El problema se llama intereses creados, pobreza, corrupción, paro, falta de futuro. Todo lo demás son solo síntomas,derivados, efectos. Si tienen miedo a Podemos, combatan las causas, no las consecuencias.

jueves, 2 de junio de 2016

Silencio

Hay en el silencio 
un algo lejano, 
conocido. 

A veces estar solo
es como encontrarse 
a un viejo amigo: 

al comienzo da reparo, 
pero enseguida 
una luz se enciende. 
Y ya no piensas. 
Solo vives. 

En la tarde

Me equivoco tantas veces…
Yerro en los recuerdos
creyendo que el color de la tarde
iluminaba los rostros siempre.

Falto a la verdad con estos versos
que quieren agarrar este segundo.
Miento dejándome llevar
a ningún lado.

Falseo el verde de ese árbol,
el pálido azul de un cielo triste,
y la transparencia de este cuarto.
Finjo, simulo, exagero…

Si fuera fiel a una verdad,
a una tan solo
(tal vez pequeña)
entonces callaría. 

Héroes y villanos

Durante siglos la esclavitud fue un ingrediente natural de las relaciones socioeconómicas de Occidente, hasta que un puñado de individuos en el siglo XIX, tenidos al principio por locos o antisociales, comenzó a combatirla con la fuerza de sus argumentos y sus convicciones.  Pudo no haber sucedido. Sin esos valientes tal vez todavía hoy millones de seres humanos nos serían considerados personas. Pero sucedió. No por azar o por una evolución natural de las cosas. Ocurrió porque hubo quienes fueron capaces de alzar su voz y jugarse su posición social, su prestigio o incluso su vida por aquello que consideraban justo.  

Hasta hace no muchas décadas la pena de muerte se aplicaba cotidianamente en casi todo el planeta. Hoy, afortunadamente, ha sido erradicada de Europa, América Latina y muchos otros países del mundo. No fue tampoco aquí el cambio resultado de un proceso espontaneo; fue obra de la visión profundamente humanista inicialmente de unos pocos.

La prohibición del trabajo infantil en muchas partes del mundo, el surgimiento e la conciencia medioambiental, el comienzo del fin de la opresión de minorías sexuales… todas las grandes transformaciones sociales en curso son el resultado del impulso de aquellos capaces de trascender la inmediatez, levantarse y gritar con su voz y su ejemplo: ‘Así no, basta ya,  esto hay que cambiarlo.”

Son siempre personas con nombres y apellidos, de carne y hueso, las que están detrás de los grandes cambios a favor de la democracia, de la libertad, de la justicia, del respeto, de la igualdad. A veces conocemos sus nombres, y terminan siendo aceptados en el elenco de los protagonistas de la Historia con mayúscula: Ghandi, Luther King, Mandela… pero junto a ellos hay también otros muchos héroes que, aunque anónimos, son imprescindibles.

Cuando una nueva transformación social positiva ya se ha logrado, todos la disfrutamos y al final terminamos percibiéndola como algo natural, como si siempre hubiera estado ahí; pero en verdad es a la sangre de los justos a quien debemos lo que somos.