domingo, 31 de mayo de 2009

Selección natural

-Hay muy pocas posibilidades de que todo termine bien-.

Julián arrojó su sentencia deleitándose en la pronunciación de cada palabra, de cada letra. Los demás nos quedamos atónitos. Ana, tal vez la más proclive a las influencias ajenas, dejó asomar por el rostro una lágrima breve y rítmica, como la frase de Julián. Los demás apenas mudamos la faz. Si existiesen cámaras fotográficas capaces de reproducir lo que se piensa, tal vez más de uno se habría sorprendido contemplando la imagen que el conjunto de nosotros podía ofrecer en aquel momento. Matías, Nuria y Rafael intentaban recordar momentos vividos en aquellos días de locura. Las neuronas de Daniel lamían con pericia las heridas de su mente dañada. El otro Rafael repetía interiormente la frase de Julián, como si se tratara de una letanía con poder curativo.

Transcurrió un lapso de tiempo cuya duración, meses después, ninguno de ellos se atrevería a reconocer. Finalmente Julián tomó de nuevo la palabra. Lo hizo con esa calma suya tan desagradable pero tan fiel a sus principios morales.

- Ya sabíais a lo que se exponíais cuando os apuntásteis.

Ana lloró de nuevo, acompañándose ahora de un sollozo quedo, de esos que sirven para delatar un resfriado ligero. Los pensamientos de Matías, de Nuria y de Rafael discurrieron por sendas diferentes. Matías cayó en la trampa tendida por Julián. Nuria se debatía entre odiar a Julián por regodearse de ese modo, justificándose con algo que ya todos conocían de antemano. Rafael dejó su mente en blanco. En cuanto a Daniel, ahondó en su resquemor eterno. El otro Rafael continuaba masticando la primera frase.

El silencio de todos elevó la dosis de arrogancia de Julián.

- ¿Acaso pensabais que esto era algo sencillo? Hacedlo de una vez…¡coño!

Entonces Daniel secó del cinturón el revólver reglamentario que la productora del programa le dio antes del primer rodaje y disparó, y al instante Nuria, Matías y los dos Rafaeles imitaron su ejemplo. Julián convulsionaba en el suelo, encharcado en sangre. Las cámaras tomaban primeros planos.

El primer eliminado en “Selección Natural”, el programa estrella de Tele Ocho, se retorcía entre estertores sobre el plató. “Esto va a ser éxito rotundo de audiencia” vociferaba el realizador a sus ayudantes.

(Foto: Luis Echanove)

viernes, 29 de mayo de 2009

Aislados en la globalidad

Me acaba de llegar un correo electrónico al trabajo. Me lo envía Crissy, líder de una ONG que trabaja con comunidades tribales. Me cuenta que Miks, la responsable de uno de nuestros proyectos de medio ambiente se encuentra en estos momentos en la aldea más remota de Siayan, el municipio, según las estadísticas, mas pobre de toda Filipinas. Allí no hay servicios de salud de ninguna clase ni por supuesto medico o trabajadores sanitarios. En los tres días que Miks lleva en la aldea han muerto cinco personas, deshidratas por diarreas y vómitos. Miks esta desesperada, nos pide ayuda.

Cada año decenas de miles de enfermeras y doctores filipinos emigran a trabajar a Inglaterra, Estados Unidos, Arabia Saudita y otros países ricos. Para un hospital privado en estos países, resulta mucho mas barato contratar a un filipino que a un costoso doctor o enfermera local. Con tanta migración, el país se esta quedando sin personal de salud para atender las áreas rurales.

La globalización, al final, afecta a todos. Hasta a los habitantes de la aldea más remota del pueblo más alejado y pobre de Filipinas.

(Foto: Luis Echanove)

jueves, 21 de mayo de 2009

Profesiones inverosímiles (y 4)

Ascensoristas

A falta de parques, en Manila, a veces vamos toda la familia a un centro comercial llamado Greenbelt, edificado entorno a un cuidado jardín japonés. En un recodo bajo unas escondidas escaleras mecánicas, se agazapa un montacargas algo cochambre que tomamos para subir hasta la planta de los cines. Además de nuestro medio de transporte por unos segundos, el elevador es también el centro de trabajo de un desdichado ascensorista, que pasea su vida arriba y abajo, todo el día metido en el cubículo metálico, siempre sentado en una trona azul de plástico.

Lo menos que se le puede pedir a un trabajo en esta vida es que permita un mínimo de creatividad, que no sea demasiado rutinario y que de oportunidad para interactuar con otras personas. Nada de eso sucede en el caso de los ascensoristas, sin duda la profesión mas castigada por el aburrimiento de cuantas quepa imaginar. Apretar los botones del ascensor no deja mucho margen a la libre creación; agotar la existencia propia en una caja de aluminio de cuatro metros cuadrados no es precisamente una labor muy variada, y gastar las horas en compañía fugaz de gente con la que la única conversación posible es un saludo y preguntar a que piso van tampoco es el mejor ejemplo de socialización.

Entiendo que la mayor parte de los ascensoristas, como los presos o los operarios de plantas radioactivas, no elijen su profesión por vocación. De todos modos, cada vez que mi hijo Juan, de tres años, me recuerda que de mayor quiere ser domador de dinosaurios, yo suspiro con alivio y me digo para mis adentros: "Sé lo que quieras hijo, lo que quieras, como si deseas convertirte en el adjunto del tesorero de la Confederación Hidrográfica del Río Guadalfeo…lo que quieras, menos ascensorista, por favor".

Si alguna vez os aburre mucho el tajo, acordaos de los ascensoristas.

(Foto: Luis Echanove)

Profesiones inverosímiles (3)

Místicos

El misticismo oriental (budista, hindú, taoísta, sufí…) lleva ya más de cien años 'de moda' en Occidente. En las primeras décadas del siglo XX, Huxley, Jung y tantos otros levantaron las tapas de esas cajas de sabiduría y encontraron en ellas fuente de inspiración para compensar una modernidad occidental cada vez mas mecanizada, consumista y deshumanizada. Después, en los 60, todo el mundo empezó a practicar yoga y hasta los Beatles se buscaron un gurú. Hoy en día, de la mano de la "nueva era' y otras corrientes afines, el interés por la espiritualidad asiática sigue renovándose.

El gran dilema, que pocos se atreven a reconocer, es que por más que es cierto que la mística, por definición, tiene siempre un valor universal, en la práctica cada tradición religiosa se manifiesta 'empaquetada' en el formato de la cultura y en el contexto histórico, lingüístico y social que la vio nacer. El zen es fascinante, pero es mucho más fácil (o menos difícil) avanzar en esa ruta si uno puede leer los koans en japonés; el budismo tibetano maravilla, pero resulta a todas luces arduo comprender todas las sutilezas de su sistema filosófico si no se deja uno empapar primero por las complejidades de la cultura del país himalayo y el pensamiento tantrico.

Hay a mano una veta espiritual, igualmente profunda, que no obstante desdeñamos. Es mucho más cercana, comprensible y accesible. Me refiero, claro está, a las corrientes místicas de Occidente. Para quien quiera darse un baño de lecturas sosegantes y a la vez provocadoras, yo le recomendaría que, en lugar del escapar a tradiciones religiosas venerables pero lejanas a nuestro universo mental, comenzara por leer a san Juan de la Cruz, a Juliana de Norwick, al Maestro Eckhart, o (por citar místicos más recientes), a Merton o a Teilhard de Chardin. La barrera mental que frena a muchos potenciales lectores ante tales nombres es la raíz cristiana de ese misticismo. La sociedad occidental actual (sobre todo la europea) es post-religiosa, en el sentido de que las iglesias ya no marcan en absoluto las pautas de la vida cotidiana de la mayoría de la gente. Hemos logrado alejar al fanatismo religioso de nuestras vidas. Pero eso no debería llevarnos a renunciar a toda la rica tradición mística cristiana acumulada durante siglos en nuestra propia cultura. El misticismo, por definición, trasciende todas las barreras religiosas y es incompatible con cualquier dogmatismo. No hace falta sentirse católico para percibir la trascendencia religiosa de un Juan de la Cruz. Podemos leerlo en su lengua original y entender sus metáforas de una manera intuitiva, casi directa. Está bien observar un mandala para meditar, pero contemplar debidamente un fresco románico puede producir un efecto semejante.

Exploramos ríos lejanos de espiritualidad, cuando resulta que en nuestro propio jardín mana también el agua que buscamos.

(Foto: Luis Echanove)

miércoles, 20 de mayo de 2009

Profesiones inverosímiles (2)

Taxonomistas

Los taxonomistas son unos sujetos dedicados al noble arte de clasificar especies animales y plantas. Buscan escarabajos exóticos en selvas remotas, y cuando los encuentran, cuentan sus patitas, las miden, lo apuntan y luego pinchan al bicho en el tórax con un alfiler de cabeza gruesa y lo colocan en un anaquel del polvoriento archivo de algún museo de ciencias naturales. Eso era al menos lo que yo pensaba, hasta que, anteayer, tuve la suprema dicha de participar en un congreso internacional de taxonomistas, celebrado en Los Baños, un pueblo cercano a Manila.

Contra toda expectativa, los taxonomistas que allí conocí no portaban uniformes con golilla ni lucían cara de sabios despistados. Eran, más bien, personas casi normales. Había botánicos franceses (muchos; nada hay tan cartesiano, y por tanto tan francés, como la taxonomia) llegados del Museo de Historia Natural de Paris, biólogos japoneses del Ministerio de Medio Ambiente, expertos filipinos en bosques tropicales y hasta algún mongol despistado.

Lo primero que deduje después de las primeras discusiones es que en esto de la ciencia taxonómica, la distribución de la carga de trabajo es bastante injusta. El taxonomista mongol no tiene demasiado que hacer (el desierto del Gobi no se caracteriza precisamente por su abundancia de plantas o animales); en cambio, los expertos de países tropicales no dan abasto, dada la voluptuosa diversidad animal y vegetal de las selvas.

No obstante, en general puede decirse que casi todo el gremio taxonómico lleva una existencia bastante atribulada. Son tantos los millones de animalillos y plantas aun por descubrir y clasificar, y tan pocos los desdichados individuos cultivados en esto de dar nombres en latín a nuevas criaturas, que la mayor parte viven abrumados ante la ingente labor que tienen por delante. Como personajes de un cuento de Borges, saben que a lo largo de su vida solo lograrán registrar una mínima fracción del conjunto de seres vivos aun por bautizar.

Me he enterado también que cada género animal o vegetal cuenta con un máximo responsable mundial, un taxonomista que funge como suprema autoridad para decidir que especies deben formar parte del grupo y que nombre dar a las que se descubran. Así, por ejemplo, existe un responsable máximo para plantígrados (llámenosle Sr. Oso), encargado de decidir, en el hipotético y remoto caso de que se descubriese una nueva especie de oso, cual debiera ser su nombre científico. Por la misma razón, también existe un Sr. Gusanos de Seda, o tal vez una Sra. Geranios, pongamos por caso. Estoy seguro que al tipo encargado de las ratas le miran mal en todos los congresos.

Así que, si en estos tiempos de crisis alguien tiene vocación de taxonomista, ya sabe: trabajo no falta. Aunque la tarea parezca fútil, dar nombres a la vida ha sido siempre un atributo de los dioses.


(Foto: Luis Echanove)

martes, 19 de mayo de 2009

Profesiones inverosímiles (1)

Piratas
No puedo evitarlo: Cada vez que veo en la BBC imágenes de los piratas somalíes, en lugar de darme miedo me producen lástima. Están famélicos, apenas pueden levantar los bazookas del suelo. No digo que sean unos santos; tampoco niego que su cara de malas pulgas impone bastante, pero lo cierto es que tratan a sus secuestrados con cierta consideración y cuando atacan un barco parece que evitan causar víctimas. Si tenemos en cuenta que sobre todo abordan buques cargueros con mercancías procedentes de países ricos o yates lujosos de millonarios colgados, alguien podría llegar a ver en ellos a unos auténticos Robin Hood de los mares. Sin embargo, la prensa y los políticos intentan convenceros de que esos filibusteros hambrientos, que roban para dar de comer a sus familias, son peligrosísimos terroristas a los que exterminar a cualquier precio.

Lo curioso del caso es que en cambio los bucaneros del Caribe que hace cuatro siglos se dedicaban a pasar a cuchillo a ciudades enteras, torturar prisioneros y violar a cualquier mujer o niña que se cruzara en su camino se han acabo convirtiendo, por obra y gracia de Espronceda (“con cien cañones por banda…”), Errol Flynn, Disneylandia y, más recientemente, Johnny Depp, en arquetipo de la libertad y las aventuras. Los piratas históricos sí que fueron terroristas de verdad, sanguinarios sin piedad cuya “memoria histórica” mereciera ser menos alagüeña. Espero que dentro de cuatrocientos años nadie considere a Stalin, a Hitler o a Bokassa héroes a los que admirar. Por eso mismo, creo que enaltecer a tipejos como Morgan o Barba Negra está fuera de lugar.
Me pregunto si dentro de cuatro siglos los piratas somalíes también serán los héroes de los cuentos infantiles.

lunes, 18 de mayo de 2009

Benedetti

Yo conocí a Benedetti en el Retiro. No es que me lo presentaran en la Chopera o que me lo encontrase sentado en un banco del estanque frente al Palacio de Cristal. Es que fue en el Retiro donde comencé a devorar sus cuentos y dejarme llevar por sus poemas.

Hay autores cuya palabra nos arrebata, nos emociona, y algunos pocos que, además de eso, nos enseñan a vivir. A estos últimos, además de admirarlos, los consideramos amigos nuestros, compañeros de este quehacer fascinante que es estar vivo. Así era Benedetti con sus lectores: Un viajero cercano, un aliado en la búsqueda de la sonrisa cotidiana, y también del recuerdo doloroso.

Benedetti no era poeta sólo por su dardo cierto en la palabra precisa. Benedetti era poeta porque amaba a la vida y a los vivos. Y por eso mismo, aunque muerto, sigue viviendo, y no sólo en sus libros. También vive en todos nosotros, aquellos que, en nuestro viaje, llevamos a bordo algunos de sus versos, para mejor guiarnos a través del mar del vivir.

(Foto: Luis Echánove)

viernes, 15 de mayo de 2009

Crisis de los cuarenta

Una muy buena amiga, victima recurrente de este blog (o, como antes de decía, 'fiel lectora' del mismo) me dice que últimamente se me nota mucho que ya friso la cuarentena por las constantes referencias al pasado que de un tiempo a esta parte incluyo aquí. Creo que tiene razón.

La crisis de los cuarenta existe y se caracteriza, al menos en mi caso, por un aburridísimo ejercicio constante de hacer inventario de las cosas que uno ha hecho en la vida hasta el momento. Me acerco peligrosamente a la figura del típico abuelete narrando batallitas. Como mi mujer y mis amigos ya se las saben, y mis hijos no tienen edad de entenderlas, someto a los improbables lectores del blog a tales letárgicas referencias al ayer.

Aunque la verdad, el problema de fondo es tal vez un poco mas complejo. En el trabajo de escribir uno solo puede optar entre dos caminos: o bien cuentas lo que has vivido o bien imaginas historias (por definición intemporales, aunque las ubiques en el pasado, en el presente o en el futuro). Existe siempre, claro, la posibilidad de hablar de la actualidad, de lo de ahora mismo. Pero el presente, por definición no se cuenta, sino que se comenta. Comentar es propio de tertulianos y de esas intrigantes figuras llamadas 'obervadores politicos' de las que a veces se habla en los telediarios y que nadie sabe realmente quienes son. A a mi lo que me gusta de verdad es contar historias, no comentarlas.

Así que, además de crisis de los 40, lo que sufro es una crisis de identidad narrativa. Esta entradilla en el blog es, sin duda, la mejor prueba de ello.
(Foto de Luis Echanove)

Trivialidad tribal

Cuando yo era mozo el mundo adolescente y juvenil en España conformaba una sociedad estamental. Había cuatro grandes categorías taxonómicas entre los jovenzuelos: Pijo, hortera, macarra y paleto. Todas estas denominaciones eran peyorativas, así que en principio la gente rehuía auto-identificarse así, sin por ello negar la perteniencia al grupo.

De forma muy aproximada, cada uno de estas cuatro grandes tribus juveniles podía relacionase con un estrato de la sociedad española de entonces: los pijos eran los pichones de las clases altas y de los profesionales liberales; los horteras, en cambio, solían proceder de familias de clase media o media baja (del sector comercio, hosteleria, etc.); los macarras, eran en general de origen obrero, y los paletos, del sector agrario. Claro está que como en todo, había excepciones: uno podía encontrase con un macarra con titulo nobiliario o con un pijo de origen social muy modesto. Esta estratificación tribal tenia también un paralelo económico: los pijos solían tener mas pelas, y los macarras se pasaban el día sin un duro. Pero había excepciones: un hortera nuevo rico, por ejemplo, manejaba, por supuesto, mucha pasta. Cada tribu se identificaba normalmente con el grupo político propio de su clase social y económica, aunque había variantes, como la interesante sub-tribu de los pijos de izquierdas o la modalidad de los paletos de derechas.

La clasificación incluso tenia una cierta tradición geográfica: Los pijos habitaban las zonas céntricas y prestigiosas de las ciudades; los macarras, la periferia de las ciudades dormitorio; los horteras abundaban en las ciudades medias de provincias; los pueblos eran el territorio natural de los paletos. Ciertas urbes, como San Sebastián, Valladolid, Sevilla o Jerez (además, claro, de Madrid o Barcelona) eran celebres por sus abigarradas colonias de pijos. La costa del Mediterráneo, en cambio, era el bastión del planeta hortera. Los macarras eran especialmente abundantes en lugares como la margen derecha del Nervion, Parla, Getafe o Vigo.

Además de los cuatro grupos primarios, existían también una serie de tribus urbanas más transversales, menos directamente relacionadas con un grupo social especifico (rockers, mods, punks, romanticos…) pero, contra todo lo que nos quieran vender ahora, se trataba de un fenómeno mas bien minoritario. La mayor parte de los adolescentes de entonces eran (eramos) o pijos, u horteras, o macarras o paletos, y punto pelota.

Dentro de cada uno de estos grandes grupos existían variaciones notables. No era lo mismo un mega-pijo del barrio de Salamanca que un pijo a secas clase media-media. Del mismo modo, nada tenían que ver, aunque formasen parte del mismo grupo, un macarrilla de barrio con un heavy-metal hecho y derecho, o un cazurro de aldea con un paletillo.

Cada grupo se vestía de un modo diferente, escuchaba un tipo de música y se divertida de una u otra manera muy distinta. Solo nos aunaba a todos el amor a la cerveza y las ganas de ligar. Hoy los adolescentes hacen casi todos las mismas cosas, van a los mismos sitios y todos bailan lo mismo.

Miro atrás, veo ese mundo esquizofrénico de grupos cerrados mirándose con respectiva hostilidad y desden, y lo comparo con la gente joven de ahora y me doy cuenta del enorme y positivo avance de la sociedad española en cuanto a una mayor cohesión social.

La mejora de las condiciones en las zonas rurales ha equiparado los estilos de vida rural y urbana, diluyendo la tradicional figura del paleto. La generalización del 'estilismo' y la moda han casi liquidado el fenómeno hortera. Los barrios obreros ya no son lo que eran, porque ya casi todos se fábrica en China, de modo que el coto natural de los macarras ha desaparecido. Los pijos siguen existiendo, pero muchos marcan menos las distancias que antiguamente.

Aquel mundo de apartheid juvenil que nos toco vivir era absolutamente ridículo.

martes, 12 de mayo de 2009

Silencio, brisa y cordura

Antonio, ayer la luz de la mañana entró en tu habitación por última vez. Te has ido un día cualquiera, sin saber qué hora es. Te has marchado en una décima de segundo, como una ráfaga de aire frío.

Eras una incógnita que faltaba por despejar. Nunca comprendiste la velocidad del tiempo. El abismo te acompañaba siempre, sentado al borde de ti. Andabas hacia ningún lugar y ahora las sombras se han fundido con la tuya.

Nos dejas, Antonio, tus canciones, y la tristeza en el bolsillo; tristeza de nieve, huracán y abismos. Has partido hacia el lugar donde encontrarás el sol, allí donde crecen las semillas de lo absurdo y lo genial, y donde, con los ojos cerrados, se divisan infinitos campos.

Ha muerto Antonio Vega, y con él, una parte de nuestra juventud.

viernes, 8 de mayo de 2009

¿Cómo se come la crisis?

En el mundo industrializado vivimos tan concentrados en mirarnos el ombligo que todos nos hemos creído a píes juntillas que la actual depresión internacional se inició en el momento que empezó a afectar a nuestras economías, esto es, a partir de fines del 2008.

La realidad es que la mayor parte de la humanidad lleva en recesión económica desde bastante tiempo antes. En decenas de países subdesarrollados se viene viviendo un salvaje incremento en las cifras de pobreza desde mediados del 2008, cuando los precios de los alimentos básicos que constituyen la mayor parte de la dieta de, literalmente, miles de millones de personas, se dispararon hasta niveles nunca vistos. El precio internacional del arroz, por ejemplo, se multiplicó por cuatro en tan sólo unos meses. Se estima que entre un 30 y un 50% de los ingresos de los hogares pobres en Asia se destinan a la compra de este cereal. No es difícil, por tanto, hacerse a la idea de los estragos que esta brutal subida de precios ha producido. Según estimaciones de Naciones Unidas, tan sólo en Asia, hay cien millones más de pobres a causa de la crisis de los precios de los alimentos.

Varios factores de corto plazo contribuyeron a esta trágica subida de precios alimentarios en el 2008: el aumento del coste de los combustibles (con su inmediato impacto en los costes de producción y de distribución de alimentos), la reducción de la producción debida a inclemencias meteorológicas en ciertos países, el boom del biodiesel (millones de toneladas de soja, maíz y otros productos, antes destinadas al consumo humano, pasaron a usarse como combustible) y, sobre todo, la sempiterna especulación y ambición desmesurada de unos pocos. El mercado mundial de muchos productos alimentarios vive secuestrado, como en tantos otros sectores, por un puñado escaso de multinacionales de dimensiones monstruosas capaces de fijar los precios mundiales y manipular las reglas del libre mercado.

Pero la crisis de precios del 2008 no fue simplemente una enfermedad pasajera provocada por la coincidencia de varios factores en el corto plazo. Más bien, fue una fase aguda de una dolencia de larga duración que, en realidad, había comenzado años antes. Los precios del trigo, del arroz, del maíz, llevaban ya mucho tiempo incrementándose de manera sostenida a un ritmo nunca visto en decenios.
Tal y como hasta los menos duchos en economía sabemos bien, cuando la demanda crece y la oferta se reduce, los precios se disparan. Y eso es precisamente lo que ha sucedido con la producción agrícola en nuestro planeta. La demanda crece sin parar debido al aumento de la población mundial y al incremento del consumo per cápita en países como China , donde la clase media aumenta. La oferta de alimentos, por el contrario, ha sido incapaz de aumentar al ritmo de esa demanda disparada, debido a la caída brutal de la inversión agraria (infraestructuras rurales, sistemas de riego, silos, asistencia técnica para los agricultores…). Los países del tercer mundo han dejado de invertir en mejorar el agro, bajo la recomendación de ese camarote de economistas locos llamado FMI consistente en reducir gastos del sector público a todo coste.

Por eso, aunque las causas inmediatas de la demencial subida de precios de los alimentos en el 2008 han cesado (el coste de combustible, por ejemplo, ha caído en picado), sin embargo el precio del arroz, del maíz o del trigo sigue siendo espectacularmente alto. La situación no tiene ninguna pinta de mejorar: La actual crisis financiera (que, como digo, para el Tercer Mundo es en realidad una ‘nueva ola´ de una crisis ya iniciada antes) se está cebando también con los países pobres, con lo cual, su margen de maniobra para repuntar las inversiones en el agro y así aumentar la producción de alimentos son más bien nulas.

La crisis financiera del Occidente opulento empuja a muchos de sus ciudadanos al desempleo, lo cual es trágico. La crisis alimentaria del Tercer Mundo empuja a muchos de sus ciudadanos al hambre, lo cual es aún más trágico.
(Foto: Luis Echánove)

jueves, 7 de mayo de 2009

Estaciones

Yo quiero vivir en una ciudad con estaciones (sobre todo con estaciones del año, pero también con estaciones de tren).

Las estaciones son la fibra del tiempo. Sin ellas el transcurrir de los días adquiere una linealidad atosigante. Cuando no hay estaciones sólo queda el tiempo recto, la abismal repetición de un mismo clima, de un mismo sol.

Yo quiero vivir en una ciudad con estaciones. Con primavera; y con Atocha.
(Acuarela de Ignacio Huerga).

Haiku lluvioso

Llueve una lluvia menuda, una lluvia tonta que baja las defensas del optimismo.
El tifón se acerca.

martes, 5 de mayo de 2009

Libros

Tres libros extraños han dado conmigo. Dos aparecieron durante unas recientes vacaciones familiares en Malasia. Otro se topó conmigo en el desorden de Filipinas.

Encontré el primero en una librería junto al barrio chino, en Kuala Lumpur. Es un libro sobre zen publicado recientemente. Está repleto de viñetas estilo manga que reproducen diálogos clásicos entre maestros de esta sobrecogedora corriente budista. Son conversaciones breves, ilustradas con equilibrados dibujos de trazos limpios. Esa perplejidad que el zen busca, para así abrir las puertas de lo trascendente, logra expresarse en plena transparencia a través de los dibujos de comic.

El segundo libro me esperaba en una de las largas repisas de la librería del museo de arte islámico, también en Kuala Lumpur. Es una obra de naturaleza muy diferente al anterior: Se trata de una reedición en rústica, impresa en India, de una publicación sobre sufismo de los años veinte, escrita por cierto oficial británico. Contiene varios ensayos de compleja lectura, incluido uno sobre la vida y pensamiento del morabito persa Abu Sa’id.

El tercero cayó en mis manos mientras revolvía volúmenes a precio de saldo en la feria del día libro en el Instituto Cervantes de Manila. Es una historia de la pintura románica en Castilla y León.

Los libros que leemos siempre nos esperan. A veces en lugares evidentes. Otras en sitios remotos; pero al final siempre logran recorrer su camino hacia nosotros, y es entonces cuando descubrimos que, aunque no lo supiéramos, estábamos destinados a leerlos.

(Foto: Luis Echánove)