jueves, 25 de octubre de 2012

Tumbado

Tumbado en medio de la nada, miro a la pared desnuda y juego a imaginar versos escritos con los pespuntes de sus grietas.

Ahí, justo bajo la sombra inclinada del rincón, encuentro sin querer una letra 'T', espigada y altiva como un girasol en primavera. Con ella empiezo a desbrozas las palabras, una tras otra, y escribo: "Tumbado en medio de la nada, miro a la pared desnuda y juego a imaginar versos…(…)"

(Foto: Ignacio Huerga)

martes, 23 de octubre de 2012

lunes, 22 de octubre de 2012

Shakuhachi

Algunos monjes zen de la escuela rinzai decidieron hace siglos que permanecer sentados meditando koans –esos acertijos sinsentido que buscan romper el bucle del ego- sobre el tatami estaba muy bien, peor que el gran reto sería tal vez meditar tocando la flauta, con un cesto cubriendo la cabeza (para evocar la negación del ego personal) mientras caminaban de forma itinerante.

Un par de siglos después los shogunes, amos despóticos del nuevo Japón naciente, encontraron estas prácticas demasiado heterodoxas y prohibieron tocar la flauta tradicional japonesa con fines religiosos. Dicen que sospechaban que algunos samurais enemigos de la naciente monarquía centralizada se escondían bajo los cestos de mimbre. Quien sabe. Aunque la prohibición sólo duró 4 años, acabó casi por completo con la práctica de los monjes flautistas errantes.

Como casi siempre sucede, algunos monjes logaron mantener viva la tradición a escondidas. Hoy, el shakuhachi, o música zen con flauta, es una rareza al borde de la extensión, y solo unos pocos maestros elevados, en un par de monasterios, conocen sus verdaderos secretos. No obstante, y gracias a Youtube, puedo ahora también yo escucharlo.

El sonido silbante del aire arrastrándose a través del caño de la flauta me produce la misma sensación que la de alguien soplándome en el cogote. Es increíble.

(Foto: Ignacio Huerga)

lunes, 1 de octubre de 2012

Dresde

Es una tarde de domingo, calma y soleada. Estoy en Dresde. Miro  a los santos de piedra alzados como titanes místicos sobre la cubierta de la iglesia palatina de los antiguos Electores de Sajonia. Los perfiles de las enormes figuras se recortan oscuros sobre el cielo intenso y desnudo de nubes.  Acabo de cruzar el Elba por el puente viejo, con la vista del  elegante burgo barroco en mi horizonte. He dejado en la otra orilla una muchedumbre plácida de familias, parejas de novios y grupos de jóvenes tomando el sol sobre la yerba rasa que roza la orilla norte del río. 

Y ahora estoy aquí, absorto y con los ojos prendados de esas esculturas alzadas en lo alto, como dioses arcanos. Siento la historia entera de Europa rendida a los pies de la ciudad.  Entiendo ahora el sentido profundo del barroco en Alemania (el amansamiento, la sumisión al mundo clásico). Y comprendo también lo que significan las piedras de una iglesia arrasada, colocadas de nuevo en su lugar por un pueblo abatido por el peso de su propia furia. No se si es el sol intenso que me hace sentirme en latitudes mediterráneas, pero en Dresde, ciudad mansa y trágica a la vez, veo discurrir el destino de todo un continente. 

Me acompaña la música por estas calles que son en verdad la tramoya de una opera extraordinaria. Mas tarde sabré que dos muchachos eslavos tocan el violín y el oboe en el pasadizo que discurre bajo el edificio del ayuntamiento. Pero ahora, mientras pierdo mi vista en  esas imágenes pétreas colgadas de las alturas, el Ave María de Schubert y la Primavera de Vivaldi dejan de ser música y se transforman en escalofríos intensos, en sensaciones sin nombre, que parecen alzarse sobre el tiempo y el espacio y enredarse en el aire para dar vida a las grandiosas efigies de granito y hacerlas moverse, y hablar, y tal vez bajar un día a la ciudad y caminar entre nosotros, los mortales. 

(Foto Luis Echanove)

El mapa imaginario

Mapa imaginario de un micro-Estado inexistente, Juan Echanove Echanove

viernes, 28 de septiembre de 2012

Quince minutos contigo

Tumbado en un banco del parque,
la brisa te trae algunos recuerdos.
Piensas en los días luminosos,
cuando las horas sucedían más despacio.

Tumbado en un banco del parque,
miras pasar la vida ante tus ojos, 
casi hasta el final de la tarde.

Al fin el sol se ha puesto.

La noche esconde un secreto.

(Foto: Luis Echanove)

miércoles, 26 de septiembre de 2012

Perdidos

A veces nos sentimos perdidos en esta vida, como si de verdad hubiera una trama reticulada sobe la que andar, un haz de caminos ante nuestros ojos…más bien es un prado inmenso el que se abre frente a nuestra sombra; un prado de alta yerba brillante, flambeando al viento.

Esa planicie inmensa no llama con su grito sin voz, invitándonos a cruzarla a la carrera, sin trazas, sin recorridos fijados… nos quedamos sentados en las márgenes, mirando el pasto bailar al son del aire, gozando su colorido intenso con la vista, aunque incapaces de hoyar con nuestros pies descalzos el mar verde.

Pero en algunas ocasiones, muy contadas, dejamos de pensar, de sentir incluso, y solo queremos correr, cruzar la pradera inabarcable.

Es entonces cuando estamos vivos.

(Foto: Luis Echanove)

Aunque tú no lo sepas

Cada golpe, cada bofetada, cada insulto, cada lágrima, cada ruego, cada petición de piedad al verdugo…cada segundo de dolor cruel, de herida innecesaria, de humillación… cada mofa, cada ultraje…cada llaga horrenda… todo queda para siempre escrito en el libro de la verdad y la justicia. Mil años pasarán, o tal vez ninguno, pero un día ese libro será al fin abierto, y todos podremos quizás leer sus letras temblorosas sus asustados capítulos…y sabremos, llegados al renglón final, si también nuestro nombre estaba escrito en la lista enorme de ayudantes silenciosos de los torturadores.


Dedicado a todas las víctimas de la brutal y sistemática tortura ejercida en las prisiones de Georgia.

(Foto: Luis Echanove)

lunes, 16 de julio de 2012

De dónde venimos...


(2) El ancestro hereje
Como ya expliqué en la entrada anterior, la familia Echanove procede de Izurza y Mañaria, dos pueblillos situados en la comarca de Durango, al pie de las montanas de Urkiola. Ya he intentado demostrar que, con probabilidad, corren por los Echanove la sangre de brujas y recalcitrantes idolatras. Pues bien, me dispongo aquí a exponer como, además de tales, los Echanove hemos tenido también nuestro pasado hereje.
Hacia 1425 un franciscano de origen incierto, llamado Alonso Mella, comenzó a predicar por la villa de Durango y su región una extraña nueva teología basada en la pobreza y la negación del poder papal. Según algunos estudiosos, se trataba de una doctrina de clara influencia cátara. La nueva fe enseguida prendió entre los humildes labriegos del Duranguesado. No es descartable que ese sustrato de cultos pre-cristianos aun practicado a escondidas en las aldeas de Izurza, Mañaria y otras de los montes de Urquiola de algún modo sirvió de caldo de cultivo para la veloz propagación de la herejía por aquellos andurriales.
Los adeptos a esta nueva filosofía, adelantándose unos cuantos siglos al comunismo y también a la liberación sexual, comenzaron a practicar la comunidad de bienes…y la de mujeres. Acudían regularmente en tropel a Amboto (como y vimos, lugar sagrado para los vascos desde siempre) monjes franciscanos y varios cientos de mujeres de la comarca y allí se dejaban llevar por un desenfreno amoroso digno del mejor porno duro.

La iglesia y el poder civil, aterrados frente a tamaña herejía e inmoralidad, se pusieron enseguida manos a la obra para erradicar tanto pecado. No obstante, a los inquisidores les llevó mas tiempo de lo previsto remover la semilla de de la abominación. Parece que a los lugareños eso de practicar el amor libre y no seguir los dictámenes de los curas le divertía a rabiar.

Finalmente, en 1442 son aprehendidos por todo el Duranguesado unos mil quinientos herejes,  incluidos, sin duda, muchos vecinos de Izurza y Mañaria, una cifra inusitadamente alta para una región que, por entonces, sumaba apenas cinco mil familias.  Los cien más recalcitrantes  fueron finalmente quemados en la hoguera, algunos en Durango, otros llevados a Santo Domingo de la Calzada y a Valladolid, en lo que constituyó el primer proceso –y el más sanguinario- contra la brujería y la herejía en la historia del País Vasco.

Los documentos históricos no nos enumeran los nombres de esos pobres desgraciados sometidos a condena pero, por simple estadística, no seria nada extraño que alguno de los Echanove de Izurza y Mañaria hubiese sufrido tan espantoso fin.

Tanta herejía y nigromancia en el pasado familiar se compensa de algún modo, con otro dato sorprendente: me llamo Juan en honor a un inquisidor del siglo XVI, antepaso mío por parte Mugartegui.  Pero este asunto es digno, por si mismo, de otra entrada en este blog…

(Foto: Luis Echánove)

De dónde venimos....

(1) La antepasada bruja
El apellido Echanove (Etxanobe) procede de la minúscula aldea de Echano (del euskera etxano, 'la casita'), situada en la parte sur del diminuto municipio de Izurza y camino del de Mañaria, ambos en el Duranguesado, en Vizcaya. La comarca de la que hablamos se sitúa en un área montaraz y boscosa  incrustada en el parque natural de Urquiola; de hecho, la inmensa mayoría del municipio de Mañaria entra dentro del perímetro del parque.  Hay acreditada la presencia de mis antepasados directos en aquellos parajes desde fines del siglo XVI, aunque se sabe de unos Echanobengoa (antecesores suyos) morando por allí desde mucho antes.

Existen muchísimos indicios históricos como para afirmar que esta pequeña región de cumbres rocosas y tupidos bosques en el corazón de Euskadi fue uno de los últimos lugares de la geografía peninsular donde los ancestrales cultos anteriores al cristianismo lograron sobrevivir por más tiempo. La zona conformaba, de algún modo, un último reducto de las esencias más antiguas de la cultura y la religiosidad vascas. El imponente Amboto, ubicado en Urquiola, ha sido considerado siempre como el gran monte sagrado de la religión pre-cristiana. En él se emplaza la cueva natural de Mariurika, el hogar principal de Mari, la diosa madre de la religión vasca antigua, adorada en secreto hasta tiempos no muy lejanos entre los habitantes de los caseríos de la zona. Según se cuenta, el párroco de la comarca acudía a la cueva a celebrar misa cada siente años en honor de la diosa madre. A muy posos kilómetros de Amboto, a espaldas de la aldeilla de Echano, se alza  la montaña de  Mugarra, otro de los escondites de Mari. En la misma área esta la cueva de Azkondo que, según las tradiciones populares, era lugar de reunión secreta de las sorionak  o sacerdotisas de la diosa, tenidas por brujas por las autoridades eclesiásticas. No lejos hay un paraje llamado a Akelarre (como el celebre sitio en Navarra cuyo nombre ha servido finalmente para significar de modo genérico, una reunión de brujas).

Es más que verosímil suponer que aquellos aldeanos de Etxano (por entonces, y aun hoy, apenas una docena de familias, incluidos los Echánove), practicaran hasta bien entrada la Edad Moderna, al igual que los demás escasos pobladores de las montanas de Urquiola, los atávicos cultos a Mari y otras deidades paganas. Quien sabe, hasta es posible que por las venas de mis hijas corra la sangre de alguna de aquellas sorionak,  la brujas vascas.

(Foto: Luis Echánove)

martes, 3 de julio de 2012

El fondo del vaso


Yo no podía apartar la vista del amplio grupo de comensales de enfrente. Una docena de asiáticos, el grueso georgiano de cuello de ogro y dos sujetos europeos vestidos con camisetas multicolores se distribuían en torno a una enorme mesa cuadrangular de  caoba oscura. Solo el georgiano hablaba, y muy de cuando en cuando. Los platos estaban vacíos y todas aquellas personas parecían esperar unos postres que nunca terminaban de llegar. Alguno daba sorbos al vaso de vino, pero la mayoría, y sobre todo los orientales, mataban el tiempo pretendiendo que enviaban mensajes por el móvil, aunque era evidente que en realidad estaban jugando al tetris o haciendo sudokus, porque ningún asiatico tarda  tanto en escribir con el teléfono celular.

Mi depurado ojo clínico para clasificar habitantes de Extremo Oriente conforme a su nacionalidad se puso en marcha. Más de cinco años residiendo en Filipinas me permiten hoy en día determinar si un tipo es originario de, por ejemplo, Birmania, Corea del Sur o la China continental con un margen de error muy modesto. Saber de que país es la gente con al cual uno se cruza es una de las formas de curiosidad más universales. Yo me paso el día aclarando a los tenderos taxistas o camareros que no soy griego, ni francés, ni armenio, sino español. Generalmente incluso se lo digo antes de que me pregunten, para no mantenerles con el alma en vilo ni un segundo.

Los asiáticos de la mesa de al lado me parecían, por sus rasgos, oriundos del mundo malayo; eso reducía las opciones a cuatro posibles nacionalidades: Filipinas, Brunei, Malasia e Indonesia. Descarté Brunei por simples razones estadísticas (demasiado improbable; allí vive muy poca gente); luego borré Filipinas de la lista por la indumentaria (demasiadas camisas de batik); el hecho de que al menos dos en el grupo mostraran un aspecto claramente sudasiático me decantó por Malasia (un diez por ciento de la población del país procede de la India). Bien, eso aclaraba parte del dilema, pero no la pregunta más acuciante: ¿Qué hacía un numeroso grupo de malayos cenando en un restaurante de Tiflis, en el Cáucaso?  

Yo seguía observando a aquel grupo de modo obsesivo. Finalmente llegaron sus postres. Sentí en los rostros el alivio de encontrar al fin una buena disculpa para seguir sin hablar. Ya no tenían que evitar las conversaciones haciendo que enviaban textos con el móvil. Ahora podían comer tranquilamente, sin preocuparse en absoluto del mundo exterior. Al fin terminaron. El georgiano se levantó el primero, después los europeos de aire extraño y finalmente los malayos.

Tres se rezagaron un poco. Sacaron una sonrisa del baúl de los gestos falsos y se hicieron fotos con ella puesta, garantizando así que la eternidad conservase un recuerdo escamotado de aquella velada tan aburrida. Apagaron las cámaras digitales y el gesto amable y dos de ellos se marcharon. El ultimo quedo allí, detenido un segundo más ante la mesa, como absorto. Luego miró a hurtadillas en todas las direcciones, igual que un niño cuando se dispone a hacer una travesura y quiere evitar testigos incómodos. Entonces, como un chaval pillo tras un banquete de bodas, se abalanzó una a una sobre todas las copas de vino, aun esparcidas sobre la mesa, y se bebió a sorbos rápidos los culillos de tinto rezagados al fondo de cada una. Y entonces sí, estalló en su rostro una sonrisa inconmensurable.

(Foto: Luis Echanove)

Profesiones inverosímiles: Estilita


A veces una sola letra puede cambiar por completo el sentido de la vida. La palabras estilita y estilista solo se diferencian en la silbante segunda 's'; no obstante, entrambos términos media un abismo conceptual. Los estilistas se ocupan de mejorar la apariencia externa de las personas; los estilitas, por su parte, se hacen cargo de mejorar el espíritu, o, dicho de otro modo, de aproximar el alma al paraíso. Ambos comparten un interés común por la persona humana y su desarrollo; la diferencia sólo radica en el enfoque: para los estilistas, la materia prima de su labor es el cuerpo, la forma de vestir y actuar, lo tangible, el mundo de los sentidos. Para los estilitas la estrategia es la contraria: hay que alejarse del mundanal ruido y buscar el cielo en total aislamiento.  Para llevar a cabo tan ambiciosa labor, los estilitas optan por la práctica de un estilo de vida cuasi circense: Vivir encima de una columna a varios metros sobre el suelo.

La invención de esta original ocupación se atribuye a un ermitaño sirio de fines del siglo IV llamado Simeón. A Simeón las distancias cortas con la gente no le gustaban en absoluto. Harto ya de que las masas de fieles perturbaran su solitaria paz espiritual visitándole en la remota cueva en la que habitaba, el tipo optó por levantar un alto pilar y subirse encima. Como suele suceder con los famosos cuando intentan escabullirse de sus fans, el alejamiento físico de Simeón, en lugar de retraerle del ojo público, le hizo aun más popular. Las multitudes se acercaban por cientos a los pies al pilar para admirar al santo Simeón y rogarle bendiciones. Simeón, que, como queda dicho, no destacaba por su sociabilidad, decidió entonces encaramarse a una columna todavía más alta, para, a medida que se acercaba al cielo, alejarse del fragor popular.  De nada sirvió la medida: Cuanto más se alejaba del suelo Simeón, más gente acudía a visitarle y admirar su prodigiosa forma de vida, en prueba evidente de ese principio quántico conforme al cual la observación de la realidad modifica el objeto observado. Al final de sus largos días, Simeón el estilita (de stylos, columna en griego) residía  en una pequeña plataforma alzada ya a quince metros sobre el suelo. Aunque parezca sorprende, murió de viejo, y no de un trompazo por caerse hasta el suelo alguna noche de sueño agitado.

El ejemplo de Simeón cundió y, en las décadas y siglos posteriores, eso de buscar la espiritualidad a base de vivir subido a una columna se convirtió en una practica bastante habitual entre los místicos (y algunos 'friquis') de la antigüedad. Curiosamente los más afamados subsiguientes estilitas se llamaron también Simeón, como si por alguna extraña razón el nombre predispusiera a una cierta querencia por vivir en las alturas. Hubo así un  Simeón el estilita el joven (que, pese a su mote, murió a los 84 años), y hasta un Simeón el estilita III (conocido por la historia así, con el numero detrás, como si tratase del miembro de una saga de pelotaris o toreros). Otros estilitas celebres respondieron a nombres mucho más originales, tales como los pomposos san Alipio de Adrianopolis o San Walfor.

Por inverosímil que resulte la profesión de estilita, no merecería una entrada en este blog sino fuera porque todavía se continúa ejerciendo: En Georgia, el país donde ahora moro, vive probablemente el único estilita del planeta: se llama Maxim y habita encima del pilar de Katshi,  una estrecha columna natural de roca de unos 30 metros de altura con una pequeña ermita encima, solo accesible mediante un sistema de poleas. Maxim, pese a su inusual forma de vida y al hecho de ser citado en la mismísima Wikipedia, todavía no ha atraído la atención de los curiosos.

Hubo una época en la cual los estilitas abundaban y los estilistas no se prodigaban. Ahora sucede a la inversa.  Por el bien de la diversidad humana espero de veras que el ejemplo de Maxim cunda un poco y el ejercicio del estilitismo se propague de nuevo. Me encantaría, por ejemplo, que unos cuantos banqueros avariciosos, especuladores bursátiles y demás gentes de estiloso mal vivir, optaran por enmendar sus muchos pecados subiéndose a vivir encima de una columna, en lugar de dedicarse jorobar la vida del prójimo.   

(Foto: Ignacio Huerga)

jueves, 28 de junio de 2012

Burbujas y balones

Derrota a Francia. Al día siguiente, en un restaurante, un grupo de amigos galos se ponen de pie cuando entras, aplauden y vitorean' ¡sois los mejores! Victoria en penaltis sobre Portugal. Tus compañeros de oficina (georgianos, italianos, alemanes…de todas partes) de nuevo te felicitan, sonríen, y alguien te dice; '-que orgulloso debes estar de tu selección de futbol…son unos chicos maravillosos… eso es un equipo de verdad! -. Y entonces, por un momento, piensas en España y te olvidas de estos cuatro años de crisis brutal, de millones de parados y de tus amigos en empresas a apunto de quebrar (incluida mucha gente cercana a ti), y te olvidas también de la prima de riesgo, del ladrillazo y la burbuja, y del ruin jefe de los jueces que arañaba erario publico para pagar sus cenorras, y de ese rey irracional que mata elefantes mientras el reino se hunde, y de los políticos incompetentes, y de los alcaldes corruptos…te olvidas del Lazarillo de Tormes, de la picaresca, del 'ande yo caliente' y del 'salvase quien pueda' y te acuerdas, por un momento, de aquello de que 'todo esta perdido…menos la honra', y de que tu país también es esos muchachos jugando al futbol y su entrañable entrenador. Y entonces caes en la cuenta: hay esperanza, claro que hay esperanza.

(Foto: Luis Echanove)

miércoles, 6 de junio de 2012

A.J.M.


Me conoces. Te conozco. Ni tú sabes, ni yo tampoco, qué nos unió entonces. Sabemos, sí, cuantos años el tiempo nos ha alejado. Y, aun con todo, si miras atrás, puedes beber de esos recuerdos como quien toma agua fresca una tarde de calor. 

Me conoces. Te conozco. Decidimos querernos porque sí, o tal vez porque los dos eramos (somos) náufragos de nosotros mismos, náufragos en un mar de amistades y de palabras, pero náufragos a fin de cuentas. Entre nosotros, en el fondo, hablábamos por hablar, porque en verdad todo parecía haber sido dicho desde siempre. Eso era lo mejor de todo: no valían las justificaciones, las disculpas ni las explicaciones. Valía, en cambio, ese refilón triste escondido detrás de nosotros, que solo ambos sabemos en verdad captar. Porque los dos somos niños que una vez se quedaron solos y aun esperamos que alguien llame a la puerta y regrese. 

Me conoces. Te conozco. Ni tú sabes, ni yo tampoco, qué nos unió entonces. Sabemos, sí, cuantos años el tiempo nos ha alejado y que, a pesar de todo, seguimos tan cerca el uno del otro como entonces. 


(Foto: Nacho Huerga)

A.P.H.

It's time the tale were told 
of how you took a child
 and you made him old  
(Reel Around the fountain. The Smiths, 1984) 

Tras ese portón de chapa negra, en la calle de Juan Bravo, se escondía la isla  secreta. Un pedazo de otredad en el medio de Madrid, eso era aquel bar, con su descuidado jardín, sus futbolines y los árboles de hojas cubiertas de polvo.  En verano el sol de la tarde derretía los instantes, fundiéndolos en cubalibres. Esos veranos de entonces, esos veranos que nunca volverán…. 

Sentías cosquillas en la el estómago, nervioso por la felicidad del final de curso. Sus pelos rizados y atolondrados volaban al son de las ráfagas pasajeras del artificial viento acondicionado. Ella se desenvolvía libre por aquel jardín minúsculo  y a la vez inmenso, volando de un corrillo al otro, repartiendo alegrías y conversaciones cortas, con la copa en la mano... A veces, echando atrás una ojeada, te miraba con sus ojos oblicuos. Te miraba, sí,  y al segundo siguiente, con sus pupilas aun en suspendo, detenidas en ti, curvaba con sus labios una sonrisa liviana y profunda, como ese atardecer de verano. Supiste entonces que algún día escribirías esto, desde la distancia inmensa de un tiempo infinito, triste y feliz, feliz y triste. 

(Foto: Nacho Huerga)

jueves, 24 de mayo de 2012

Profesionales inverosímiles: Catadores de ajos


La reciente noticia del hallazgo, en los almacenes oficiales castellano-manchegos, de montañas de libros editados por el gobierno regional y de cientos de miles de llaveritos de motivo quijotesco y otros muchos objetos de publicidad institucional, aparentemente adquiridos por la administración autonómica a lo largo de los años y nunca utilizados, me ha sorprendido bastante. El bisabuelo de mis nietos, honrado labrador vecino de los Yébenes, en los montes de Toledo, ha venido recibiendo de manera puntual, durante muchísimo tiempo, gruesos tomos con muchas fotos  (de esos que se hojean cuando los ves por primera vez y ya nunca vuelves a abrirlos en tu vida) publicados con primor por las autoridades manchegas, sobre temáticas tales como 'La cocina de Don Quijote', 'Viajes del Príncipe Felipe por Castilla-La Mancha' o 'Los parques naturales de nuestra región'. Los libros, regalo sorpresa del Gobierno autonómico, eran entregados a domicilio, sin coste alguno para el receptor. Comparada con la habitual práctica de distribuir tales costosas publicaciones exclusivamente entre el círculo de visitantes oficiales o los primos de la autoridad de turno, eso de llevar a la puerta de las casas de los manchegos -donde la hospitalidad abunda pero, generalmente, la literatura falta- esos gruesos tomos de  asunto regional me parece una medida que, aunque tal vez poco eficiente económicamente, resulta de lo mas democrática.

Además de una cierta obsesión fetichista con el protagonista de novela de Cervantes (*),   el otro gran elemento común a todas esas maravillosas publicaciones era el preámbulo, compuesto siempre de las mismas frases más o menos vacías. Prologar obras institucionales es, desde luego, uno de los trabajos mas ingratos que puedan existir.

Hace poco leí con aprovechamiento uno de estos mostrencos: 'El ajo en Castilla la Mancha' se llamaba el libro. Aprendí allí que los ajos morados de Las Pedroñeras poseen el doble de virtudes curativas que las demás clases de ajos, o que el cuarenta por ciento de la producción europea de este bulbo procede de las provincias de Albacete y Cuenca. No obstante, lo que más atención  me llamó del libro fue enterarme de que los ajos de alta calidad, al igual que el vino o los quesos, también se catan. ¿Cabe imaginar en una profesión más ingrata que la de catador de ajos? Es  incluso todavía más desagradecido que trabajar como prologuista de libros institucionales. Me pregunto cual es la tasa de soltería en el gremio; debe resultar elevadísima.   

(Foto: Luis Echanove)

(*) Pese a contar con tantos ilustres personajes históricos de carne y hueso en su pasado, a los manchegos lo que más le gusta es fardar de una persona que nunca existió.

Profesionales inverosímiles: Protonotarios


Hubo un tiempo en que incluía de vez en cuando en el blog entradillas dedicadas a describir empleos extraños. Ascensoristas, piratas o contadores de nubes fueron algunas de las tareas profesionales de las que me ocupé entonces.  No tenía intención alguna de retomar esta serie, pero es que ayer noche,  navegando perdido por la Wikipedia, naufragué por casualidad en la descripción de unos sujetos llamados los protonotarios, y no he podido resistirme.

Contra lo que pueda parecer, los protonotarios no son una variedad paleolítica de los notarios (por cierto: ¿existe alguna profesión más inverosímil – e inútil- que la de notario? Forrase a base de echar firmas con las que no se asume responsabilidad alguna no parece una función que aporte a la sociedad demasiado, la verdad). Los protonotarios son una categoría dentro de la compleja jerarquía de la iglesia católica, o, en palabras de la preclara Wikipedia, un protonotario es 'un  miembro del más alto colegio no episcopal de prelados en la Curia Romana'.

Lo que más caracteriza a los protonotarios es su indumentaria. Yo nunca he visto a ninguno en vivo y en directo, pero, a juzgar por la descripción wikipedistica, me los imagino a medio camino entre una drag queen  y una lagarterana en traje de gala.  Y es que, según los códigos eclesiásticos, los protonotarios, si la ocasión lo amerita,  pueden usar mantelete, llevar una birreta con borla roja y hasta ponerse un roquete de encaje. No tengo una idea muy precisa de  de lo que significa mantelete, birreta o roquete, pero hay que reconocer que son palabras graciosísimas.

Sin embargo, dice la enciclopedia virtual que desde 1969 el 'privilegio' (!!) de llevar calzado eclesiástico de seda y guantes pontifícales les ha sido prohibido. No comprendo el porqué de esta intransigencia; pobrecillos: seguro que les chiflaba ponerse el uniforme de locaza al completo, incluidos todos los complementos.

Pese a tanta banalidad estilística, la figura del protonotario no es, ni mucho menos, meramente figurativa o simbólica. Los protonotarios (cuyo tratamiento es el muy reiterativo 'Reverendissimo Signor Monsignore') ejercen 'ciertas labores concernientes a los documentos papales', aunque no me queda muy claro si siguen firmando las bulas –tarea esta que, hasta hace un siglo, compartían con otros profesionales del ramo, llamados 'abreviadores'.

El fascinante mundo eclesiástico, con su absoluta desconexión de la realidad, sus ritualismos y sus pompas constituya la mejor prueba de que, en el fondo, lo más irracional es lo más duradero.

(Foto: R.S.M. Ignatious Huerga)

miércoles, 23 de mayo de 2012

La foto en el cajón

Entornabas los ojos, casi hasta cerrarlos, y esas arrugas pequeñas, a los lados de tus labios, se marcaban de nuevo…El sol bañaba la plaza. Ahí estábamos: sentados en las escaleras, ante una iglesia barroca (¿de donde era? ¿Praga? ¿Budapest?) Con tus manos abrazando las rodillas, gozando del calor de un verano remoto…así te recuerdo hoy.

(Foto: Ignacio Huerga)

Verano

Hubo un tiempo en que los días duraban a veces como meses enteros, y otras veces eran en cambio breves como un segundo escurridizo. Yo en esa época me levantaba de la cama sin saber en absoluto cuanto tiempo me iba a deparar la jornada por delante.

Si tocaba un día largo, todo podía empezar con un desayuno frugal de tostadas con periódico, eternizarse luego con la modorra de un paseo a ningún sitio, tal vez escuchando música con los cascos (música lenta, por supuesto). Tras un vacío ineludible (las tardes, en verano, son un agujero inmenso en la existencia)  llegaba el placentero principio de la noche. Entraban entonces ciertas ganas de recuperar los cientos de minutos perdidos antes y fácilmente uno se lanzaba en brazos del teléfono: amigos, un bar  y las cervezas.

Si el día en cambio venía corto, entonces desayuno, comida y cena se amalgamaban en una sucesión continuada de gazpachos y pinchos de tortilla, con palabras a tropel aderezándolo todo, y con los sonidos ruidosos y adrenalinicos de Radio Futura marcando el compás. Luego los cubatas de garrafa, los garitos y a ligar –o a intentarlo-. La noche se quemaba como una cerilla que se prende demasiado pronto, convertida en seguida en un patético palillo carbonizado,  para caer después rendido en la cama, agotado, tarde en el reloj, pero tremendamente pronto en tu cabeza.

(Foto: Luis Echanove)

Salvando las distancias

Miras el morral de los recuerdos, y piensas en sacar  uno así, al azar, y luego colocarlo tieso sobre la yerba flaca, arremangarlo un poco, y  echarlo a andar, como quien repara  un  reloj viejo… Pero no. Cazar recuerdos se parece más a mirar hacia abajo al borde de un precipicio que a husmear en una bolsa de objetos lejanos. El fondo del acantilado esta solo a un paso de ti, y sin embargo, te desune de ese punto una distancia enorme, y en realidad infranqueable, a no ser que arriesgues tu propia vida para salvarla, saltando al vacío.

(Foto: Luis Echanove)

lunes, 14 de mayo de 2012

Nunca escribo el remite en el sobre

Estás alegre hoy,
Y por eso mismo triste.

Sonríen tus hijos,
y en sus ojos brillantes
de felicidad sin puertas
tú -ajado por los años-  
quieres ya ver los surcos
tajándoles el sendero,
y los riesgos del tropiezo,
y los cerrojos en las puertas

Dices siempre que la alegría,
en el fondo,
esconde cierta sombra,
como un velo,
o un final anunciado.
Dices… sí, y luego callas,
y los miras otra vez
(a los niños, y a sus ojos brillantes)
y ya no ves las puertas;
solo un raudal, camino del gran mar,
sin linderos.

(Foto: Ignacio Huerga)

miércoles, 9 de mayo de 2012

jueves, 26 de abril de 2012

Microcuentos primaverales (3)

Para siempre
Había llegado la primavera, y eso iluminaba sus mañanas con una alegría nueva. Ese día rehuyó a mediodía la cantina de debajo de la oficina, y, aun consciente del poco tiempo disponible, se encaminó al parque a paso ligero. Sentado en un banco, cerró los ojos y se dejó calentar el rostro por ese sol amable de mayo. De pronto ya no pensaba en nada, o pensaba en todo; pero el asunto fue que, al abrir los ojos, ya no estaba allí. Ni tampoco en ningún otro sitio. Había desaparecido.

Foto: Ignacio Huerga

Microcuentos primaverales (2)

No quieres recordarlo
No quieres recordarlo aunque sabes que es muy cierto: Hubo un tiempo en que pensabas que la vida era una carretera de doble dirección. Dar marcha atrás era tal vez peligroso, pero, a fin de cuentas, resultaba posible…o eso te decías a ti mismo.  Y ahí estas ahora, tirado en la cuneta, mirando al muro que se levanta delante  tuyo. No hay giro en 'u'. La única escapatoria –piensas- es esperar… ¿esperar a qué?  Una voz interior te susurra;' bájate del coche idiota, y luego camina, e intenta trepar'. Pero no haces caso. Te quedas quieto. A ti la cuneta en el fondo te gusta.

Foto: Luis Echanove

Microcuentos primaverales

Abomina
Teníamos diecisiete años y habíamos comprado aquellos tres libros de tapas blandas en el supermercado solo porque eran los más baratos. Abrimos al azar uno de ellos (¿el de Gramsci? ¿el de Ortega?) y apuntamos a boleo sobre la pagina obtenida:  ' (…) abomina de su propio ser', leímos, partidos de la risa ante aquel ejercicio de irracionalidad plena. Nos juramentamos a emplear aquella ridícula expresión, enlazada a cualquier sustantivo, en toda ocasión oficial posible. Llevamos pues dos décadas y media dejándola caer en conversaciones documentos legales, informes, conferencias y cualesquiera otra ocasiones que la vida nos ofrece.

Hoy, al final de un mes de abril, de pronto caigo en la cuenta de que, tras casi 400 entradas en este blog, nunca la he utilizado aquí, así que ahí va:

La primavera abomina de su propio ser.

Foto: Ignacio Huerga

jueves, 12 de abril de 2012

Miradas penetrantes

Fama y calidad artística nunca han ido necesariamente de la mano. La Gioconda, por ejemplo, es sin duda el cuadro más famoso del mundo. Varias decenas de miles de personas contemplan el pequeño óleo cada día en el Louvre. Se trata, ciertamente, de una obra maestra pero, ¿justifica su calidad estética el interés que despierta en el gran público? A mi modo de ver, en absoluto.

Técnicamente la Monalisa no aporta nada fundamental a la historia del arte: su composición y temática son altamente convencionales (por no decir escasamente originales): Un retrato de medio cuerpo sobre fondo imaginario. Bien es cierto que el cuadro constituye un primoroso ejemplo de utilización de la perspectiva aérea, método  no obstante, que los pintores holandeses venían ya utilizando desde al menos un siglo antes con igual o superior talento.

La mayor cualidad estilística de la Gioconda, como tantas veces se ha dicho, es quizás el magistral uso de la técnica del esfumado, esa indefinición de los contornos lograda a base de superponer finísimas capas de pintura. No obstante, Da Vinci ya había logrado esplendidos efectos vaporosos en obras anteriores; su San Juan Bautista, coetáneo a la Monalisa, ofrece un ejemplo aún más notable  en el uso de ese modo pictórico. Personalmente, incluso tiendo a pensar que parte del esfumado de la Monalisa es más bien resultado de excesivas y pobres restauraciones; prueba de ello es la ausencia de cejas sobre los ojos de la dama, esfumadas sí, pero no por voluntad del artista sino como resultado de inadecuados tratamiento de la obra, tal y como recientes estudios con rayos X han demostrado.

La cualidad de la Gioconda como retrato psicológico ha sido, pienso, también muy exagerada. Mucho se ha hablado de su enigmática sonrisa. Yo, más bien, lo que observo es falta de expresividad. A mi modo de ver, hay al menos otros dos retratos femeninos atribuidos al genio florentino cuyos valores artísticos superan ampliamente a la celebre obra del Louvre: Uno es la Belle Ferronière, exhibida también en el museo parisino (aunque pasa desapercibida para gran numero de visitantes); el otro es la Dama del Armiño, conservada en Cracovia. El supuesto aire misterioso de los labios ligeramente inclinados de la Monalisa es casi una carantoña vacía comparado con ese magnifico sonreír sugerido en la Dama del Armiño. La Belle Ferroniere, por su parte, nos observa con la mirada más penetrante de la historia de la pintura; la Gioconda, por contra, parece en cambio contemplarnos con la frialdad de una estatua de cera. 

Hay quien atribuye la fama de la Monalisa al supuesto misterio que la rodea. Me pregunto: ¿qué misterio es ese? Es verdad que no conocemos la identidad de la mujer retratada, pero eso también sucede con una multitud de otras obras de los grandes maestros (incluida la propia Belle Ferronière) sin que por ello hayan sido rodeadas de ese hálito de ocultismo. Por otra parte, gran parte de ese supuesto aire misterioso es debido al difuso tono broncino, que baña la obra; pero hoy sabemos, gracias a la reciente restauración de la copia de la Monalisa del Prado, que bajo esa patina amarillenta, ganada con la suciedad, la Monalisa esconde colores muy vivos.

La fama de la Giocionda tiene en verdad poco que ver con sus cualidades estáticas intrínsecas. Estas, aunque innegables, están también presentes (muchas veces en grado muy superior) en otras obras, infinitamente menos conocidas, de Leonardo y de muchos otros autores. Todo el mundo conoce la Gioconda porque esta ha sido fruto, a lo largo de los últimos 100 años, de una fabulosa operación mediática. Todo comenzó con su extraño robo en 1911 y posterior recuperación dos años después. El hecho colocó al cuadro (ya por entonces célebre, pero no tanto) en la primera plana de los periódicos de todo el mundo durante meses. A caballo de esos sucesos, la administración del Louvre y el conjunto del aparato publicitario del Estado francés orquestaron en las décadas siguientes, entorno a la obra,  una cuidada campaña de marketing para atraer turistas. Fue entonces cuando las leyendas sobre su misteriosa sonrisa y demás zarandajas comenzaron a tejerse. En años mas recientes, una celebre saga de pseudo literatura  conspiratoria  de gran éxito ha vuelto a poner el cuadro de moda otra vez.

La próxima vez que vayas al Louvre dispuesto  a disfrutar del arte, ignora con desdén a la Gioconda (de todos modos, admirar un cuadro mientras se soportan los empujones de otros cientos de personas que intentan hacer lo mismo que tú  no es una tarea fácil) y en cambio detente un largo y tendido rato ante la Belle Ferronière, en la sala inmediatamente anterior. Vivirás una experiencia inolvidable. 

Imagen: La Belle Ferronière, Leonardo Da Vinci, Museo del Louvre, Paris.


viernes, 6 de abril de 2012

Cerebro de goma

Una de mis distracciones favoritas consiste en divagar, con cierto desorden, aunque siguiendo pistas intuitivamente, a través del vasto universo de Wikipedia. Así ha sido como hoy he conocido a Orlando Sarrel, un tipo norteamericano de mi edad en cuyo cerebro se esconde, probablemente, el secreto de la inteligencia humana.

A los diez años, Sarrel era un muchacho corriente, con una inteligencia y memoria normales para su edad. Un día, jugando un partido de béisbol en el colegio, recibió un fuerte pelozato en la cabeza que le hizo permanecer inconsciente durante unos segundos. Al rato despertó, aparentemente en estado normal, y prosiguió jugando con sus amigos. A partir de este incidente, durante una larga temporada sufría con regularidad intensos dolores de cabeza. No se lo dijo a sus padres y tampoco acudió al médico. Una mañana, se despertó sin dolor alguno y enseguida percibió que algo había cambiado radicalmente en su mente: de pronto era capaz de hacer complejas operaciones matemáticas basadas en las fechas del calendario y recordar de memoria todos los detalles de su vida cotidiana, hasta en los más nimios aspectos. Salvo estas dos habilidades, su cerebro parecía seguir funcionando como siempre.

El hecho de que un fuerte pelotazo en la cabeza pueda dejarnos tontos (esto es, dañe de modo irreversible nuestro cerebro haciéndonos perder cualidades mentales) parece bastante razonable. Pero que ese golpetazo nos vuelva más listos, despertando en nosotros alguna habilidad genial escondida hasta la fecha, parece propio de una película cómica. Sin embargo, la historia de Sarrel es absolutamente cierta, y, además, no es la única. Sarrel sufre (o más bien disfruta) de savantismo adquirido. El savantismo, también llamado síndrome del sabio, es una patología cognoscitiva extraordinariamente infrecuente consistente en poseer una habilidad mental extraordinaria en algo sumamente específico. Los savantistas pueden, por ejemplo, poseer una capacidad fotográfica para recordar paisajes y dibujarlos después y, en las demás facetas de la inteligencia, demostrar resultados normalitos o incluso manifiestamente inferiores a la media. Y es que un porcentaje muy elevado de los savantistas son autistas o sufren otros desordenes mentales. 


Un caso célebre de savantismo fue el de Kim Peek, cuya biografía inspiró el argumento de la película Rain Man, protagonizada por Dustin Hoffman. Peek se sabía de memoria los 12,000 libros que había leído, pero no sabia como abrochar su camisa y tenia grandes limitaciones para desenvolverse en sociedad.

Al contrario que Sarrel, Peek no había recibido de niño ningún pelozato en la cabeza. Simplemente nació así. Al parecer, debido a un problema de su desarrollo embrionario, el cerebro de Peek sufría algo que los médicos llaman agenesia del cuerpo calloso. Para adaptarse a dicha situación, sus neuronas habían desarrollado conexiones inusuales, lo cual explica su memoria propia de una computadora.

Eso mismo es lo que seguramente sucedió dentro de la cabeza de Carrel tras el impacto de la pelota de béisbol; sus neuronas se reorganizaron, haciendo que de pronto se convirtiera en el tipo con la mejor memoria del Planeta para recordar fechas.

Todos poseemos en realidad un cerebro absolutamente plástico. Nuestras conexiones neuronales pueden readaptarse ante estímulos externos. Nada esta pues completamente determinado dentro de nosotros: tal vez todos poseamos la llave secreta de despertar nuetras potencialidades sin necesidad de recibir un pelotazo.

(Foto: Luis Echanove)

martes, 20 de marzo de 2012

Conciencia

Me sulfura esta situación, me descontrola. Puede más que yo. Una parte de mí se niega en rotundo incluso a creerse que sea cierto. No es sólo lo que ha hecho: es cómo lo ha hecho. Aún con todo, lo más aberrante es que los demás lo sepan y nadie reaccione. Por eso él se crece, por que sabe que nadie va a mover un dedo para denunciarle. Es verdad que el tema poco tiene que ver conmigo directamente….pero cada vez que pienso en que todo ese dinero que el capullo se embolsa deja de gastarse en aquello a lo iba originalmente destinado me revientan las entrañas del asco…¡es repugnante!...

Es repugnante sí, pero ¿es que acaso los demás no se dan cuenta? ¿no sienten ellos ese mismo asco que ahora yo, desde que lo sé, también siento? ¿Es posible, acaso, que yo esté exagerando en mi reacción?... desde pequeño me he salido de tono ante las injusticias, pero es que tal vez mi percepción de lo que es o no justo sea un poco exagerada…no digo que forzosamente tal sea la situación pero… ¿y si, de algún modo, el equivocado soy yo? En el fondo me encanta el protagonismo…es más que probable que mi principal intención a la hora de destapar todo este cotarro no sea otra que ganar notoriedad frente al jefe o, aún peor, regalarme esa sensación tan mezquina del “deber cumplido”.

Si soy un poco sincero conmigo mismo debo reconocerme que, en el fondo, lo que más me disgusta de todo esta sucia trama es que me siento tonto. Sí: esa es la palabra, tonto porque disfrazo de moral lo que en el fondo no son sino ganas de notoriedad. Por otra parte, sé que si me rebelo contra este turbio mamoneo me la voy a jugar: primero, porque no dispongo de todas las pruebas; segundo, porque aunque a la larga todo se acabe arreglando es evidente que, mientras tanto, todos los otros me va a hacer la vida imposible aquí. Y eso puede durar mucho tiempo. El cabronazo que está echando la mano a la caja, además, bien podría, al verse acorralo y cegado por la venganza, hacerme cualquier jugarreta sucia que ahora mismo no puedo llegar ni a imaginar. Podría, por ejemplo, mezclarme a mí en todo este rollo, aduciendo motivos falsos… si me quemo en esta batalla no podré luchar en otras guerras, tal vez más importantes, en el futuro.

Así que la pregunta que en verdad debo hacerme es: ¿Merece la pena realmente montar un escándalo? Además, las cifras no son tan elevadas…ya sé que lo mismo da robar uno que cien, o al menos eso dicen. Según como definamos el verbo robar, alguien podría decir que yo mismo he robado alguna vez al ministerio…por ejemplo, aquel recibo de un taxi con una cantidad bastante superior a la que marcaba el taxímetro…la idea no fue mía no, sino del taxista aquel, pero yo no rechisté entonces…si, tan solo eran diez o veinte euros, y ahora en cambio hablamos de miles, tal vez decenas de miles…pero, como quien dice, en robar todo es empezar. Yo no soy mejor tipo que el chalado este.

Me creo un santurrón, sí, eso es lo que me pasa…me planteo denunciar este tinglado sólo para figurar de héroe, pero soy igual o peor que él. ¿Quién podría asegurar que si no tuviera acceso diario a la cartera de pagos y tratar con los proveedores no terminaría arrancando algún pellizco?... Además, el tipo se queda con dinero que no es suyo, pero quiere a sus hijos, y a su mujer…nunca diría que es una mala persona. Tiene ese defecto, sí, pero, “el que esté libre de pecado, que tire la primera piedra”, como me decían los curas en el colegio. Y además, es posible que realmente necesite el dinero…que sé yo de su vida, igual tiene un familiar con leucemia o algo así y tiene que sufragarle la hospitalización en Huston… ¿ que coño sé yo de subida? Estoy juzgándole por una cosa mala que hace, pero no conozco el contexto general. Y además: estoy dispuesto a echarme sobre los hombros la responsabilidad de hundir la vida de su familia?¿Cómo se sentirían sus hijos si su padre acabase entre rejas?

Bueno, parece que ya voy teniendo las cosas un poco más claras. Menos mal, me siento bastante más relajado…menudo sofoco, no puedo vivir con este estrés encima, mejor olvido todo el tema y a otra cosa. Y si el asunto tiene que destaparse, ya se destapará sólo antes o después. Más me vale, por una vez, evitar el meterme en problemas yo solito.

(Foto: Luis Echanove)