lunes, 22 de noviembre de 2010

Memorias de la Intifada (1)

Turismo de combate

-“Tengo tres noticias que darte, dos malas y una buena, en qué orden las quieres?”- la voz de A… sonaba distante al otro lado del teléfono.
-“Primero una mala, luego la buena y después la otra mala”-, respondí yo.
-“La primera mala es que esta noche bombardean Ramallah con aviones. La buena es que sólo van a tirar las bombas sobre un edificio, la segunda mala es que ese edificio está como a cien metros de vuestra casa”.
-¿A qué hora será?”, pregunté azorado.
- ¿Cómo quieres que lo sepa? Soy espía, no mago. No se os ocurra salir de casa, ¿de acuerdo?”.

Conté a las chicas las noticias. Sus reacciones fueron de lo más dispares. Rocío parecía exaltada, casi expectante con el acontecimiento. María Eugenia, la más sensata, entró en un ataque de pánico. Natalia divagaba filosóficamente sobre el sentido de la vida. Eva se fue a preparar cafés para todos.

La bomba cayó a las doce de la noche, puntual como un reloj. Primero fue el ruido metálico de los jet militares rasgando el cielo. Después, el silbido zumbón, y, finalmente, un estruendo atronador que hizo temblar las lámparas. A la mañana siguiente nos acercamos a contemplar los cascotes del edificio pulverizado.

La visita de nuestras amigas, en plena Intifada, llevaba ya días transformada en una yincana huyendo de las bombas. Aún no comprendo cómo conseguimos escabullirnos del cerco israelí a Ramallah para irlas a buscar al aeropuerto el día que llegaron. Con sus elegantes vestidos y sus gafas oscuras, parecían los Ángeles de Charlie, en pleno contraste con la zafiedad propia del estilismo local habitual en el aeropuerto de Tel Aviv. De regreso a casa, cruzamos el campo de refugiados de Kalandia derrapando, mientras la gente nos vociferaba y golpeaba las puertas del coche, como primer presagio de las aventuras que las esperaban.

En Ramallah Maria Eugenia conciliaba mal el sueño. Se pasaba la noche encaramada a la ventana, husmeando a un vecino, que, según ella, siempre descargaba una furgoneta a altas horas de la noche. “-El coleguita que vive enfrente es por menos de la Yihad Islámica-”, nos repetía constantemente. “- El tipo debe estar acumulando un arsenal en su piso”- El tiempo la daría la razón. Tres meses después, durante el primer asalto terrestre a Ramallah, un tanque israelí, parapetado detrás de nuestra casa, se pasó una mañana entera disparando obuses al edificio del presunto yihadista, mientras Eva y yo permanecíamos escondidos en el cuarto de baño.

Viajamos con nuestras amigas al pueblo beduino de Yatah, junto a Hebrón, en una excursión pacifista organizada por los Rabinos Sin Fronteras. Días después recorrimos Galilea, Acre y los Altos del Golán. Un hombre bomba se hizo reventar en la playa de Haifa hora y media después de abandonarla nosotros. Otro se explotó en Rehobot treinta minutos después de nuestro paso. Vivíamos dentro de una película de acción, pero en lugar de actores, éramos los extras de las escenas difíciles.

(Fotos: Eva Pastrana)

sábado, 20 de noviembre de 2010

Diario de Georgia (3)

Dieciséis de noviembre
Un amigo nos ha prestado cierto célebre documental de televisión sobre la vida en Tiflis cuando los apagones de luz eran constantes. Ha sido premiado en varios festivales alternativos de cine (o en varios festivales de cine alternativo, no estoy muy seguro). No está mal. Relata en tono tragicómico como el Ministerio de Energía se dedicaba a destinar la escasa generación eléctrica con la que el país contaba por entonces, a iluminar las piscinas climatizadas de los mafiosos y las residencias de lujo de los jerarcas con conexiones. El ministro responsable de todo aquel chanchullo era un tipo gordo y flemático con aspecto de roncar sonoramente durante la siesta.

Diecisiete de noviembre
Paseamos por el parque de enfrente de casa. Junto a la pequeña tienda de ultramarinos de la entrada un tipo gordo y flemático con aspecto de roncar sonoramente durante la siesta se fuma con desgana un cigarrillo. Le observo detenidamente: es el ex ministro de energía del documental de ayer.

Foto: Calle de Tiflis. Aránzazu Echánove

viernes, 19 de noviembre de 2010

Diario de Georgia (2)

Once de noviembre
Visito un centro de desplazados internos de la guerra de Agosto del 2008. Setenta familias de campesinos georgianos huidos de Osetia del Sur se hacinan en los pequeños cubículos del vetusto y desvencijado edifico estalinista. Me muestran los cerdos y las gallinas que crían en el patio, donados por nuestro proyecto con la FAO. Un viejo labrador me sonríe y habla. Goran, el coordinador del proyecto me traduce sus palabras: “Dice que el futuro de Georgia está en las manos de los campesinos, si el gobierno les diera acceso a semillas, a fertilizantes, a crédito, el país florecería de nuevo”. Asiento con la cabeza.

Doce de noviembre
Reunión en el Ministerio de Agricultura para discutir la estrategia de desarrollo del sector. Un alto funcionario, rechoncho y con esos ojos minúsculos propios de las personas desconfiadas, me suelta sin empacho: “¿Porqué el Gobierno tiene que ayudar a los pequeños campesinos, si son improductivos?”. Me tengo que contener para no vociferarle que tal vez porque esos pequeños campesinos son más de la mitad de la población del su maldito país, y viven en absoluta miseria. Me contengo y me limito a responderle que, precisamente, si el gobierno desarrollara programas en su ayuda, tal vez entonces podrían llegar a ser “productivos”.

(Foto: Juan Echanove)

Diario de Georgia (1)

Tres de noviembre
Frederick se precipita sobre mi oficina con ojos desorbitados. - “¡Hay un camión brotando del suelo en la calle de atrás, vente a verlo!”- exclama exultante. Por un momento pienso que se trata de algún chiste flamenco, pero enseguida me doy cuenta de que los belgas nunca han sido famosos por su sentido del humor, así que le sigo a la carrera hacia su despacho. Me asomo a la ventana. La cabina delantera de un vetusto camión de basura de los años cincuenta parece, efectivamente, brotar de un profundo agujero en medio del asfalto. La parte del vehículo que aflora del suelo ocupa por completo el perímetro del socavón. Bolsas de plástico con desechos rodean al vehículo. La escena no carece de cierto encanto estilístico postmoderno.

Cuatro de noviembre
La única bombilla del ascensor se ha fundido.

Cinco de noviembre
Acudo a la frontera con Azerbaiyán para inspeccionar como se llevan a cabo los controles veterinarios y fitosanitarios. El comisario a cargo del chiringuito me cuenta que el día anterior un campesino intentó a cruzar la frontera montado en su caballo, pero como el animal carecía de documentación en regla, lo mandaron de vuelta. Al poco rato el tipo regresó, de nuevo a lomos de su rocín. Ufano entregó su pasaporte al guardia fronterizo: había pegado con cinta adhesiva una foto del caballo y la había colocado junto a la suya. El aduanero premió su rústico ingenio dejándole pasar sin más preguntas.

Seis de noviembre
Hoy por fin le he cogido el regusto a lo de bajar los once pisos de casa con el ascensor completamente a oscuras. La sensación es más o menos la misma que la de viajar en el tren de la Bruja justo antes del primer susto: te da miedo, pero a la vez quieres que nunca se acabe.

Nueve de noviembre
Participo en una no muy apasionante Conferencia Regional del Sur del Cáucaso Sobre Protección de Suelos y Prevención de la Desertificación. Uno de los asistentes a la reunión, un hombrecillo de pelo cano y ojos vivaces, se acerca a saludarme durante la pausa del café. Me habla en algo que creo identificar como esperanto, aunque al cabo de algún tiempo me doy cuenta de que sencillamente mezcla constantemente palabras en español, inglés, francés e italiano. Me explica que en el año 1994 inventó una nueva regla del futbol (algo relacionado con que el portero debe coger la pelota con la mano antes de tirarla de nuevo) y logró convencer a la FIFA y a la UEFA para su adopción oficial en todo el mundo. Pienso por supuesto que está chiflado.

De pronto abre una carpeta con las gomas desgastadas que lleva debajo del brazo, y extrae una colección desordenada de fotos descoloridas, que me muestra con satisfacción. En todas ellas aparece él, siempre con la misma gabardina color crema, aunque las fotos correspondes a años e incluso décadas diferentes. Y, también en todas ellas, a su lado, hay alguna celebridad del fútbol: Maradona, Pelé, Platini… incluso reconozco a Arconada y a Butragueño. Después de enumerarme uno a uno a todos los jugadores, extrae de la carpetilla un fax ajado por los años, aunque aún legible. Es una carta firmada por Joao Avelans agradeciéndole la invención de la nueva regla futbolística. La pausa del café termina. Regresamos a la sala de conferencias. El hombrecillo toma asiento en silencio y sigue con atención las soporíferas ponencias sobre recuperación de pastos en los desiertos del occidente de Georgia.

Diez de noviembre
Han instalado por fin una lámpara nueva en el ascensor. Carmen y Juanito están exultantes. Dicen que es como la luz del día. Incluso han dejado de aterrorizarse con los siniestros sonidos chirriantes de los engranajes al descender. Y encima ahora subir y bajar es gratis: ya no hay que echar monedas en la caja de latón para que el ascensor de nuestro edificio funcione.

Foto: María Van Ruiten y Aránzazu Echánove

jueves, 4 de noviembre de 2010

En el café de la calle Belén

Tiemblan tus ojos
bajo la luz
de una candela.

Brillan de hinojos
con la quietud
de un sueño en vela.

La llama vuela
y a tu salud
brinda sonrojos.

(Foto: Ignacio Huerga)

Lejanía

Te escribo desde una lejanía inmensa.
Imagina que viajé a otros universos
y desde allí, confuso, te envío letras
como palotes mortecinos, secos,
incapaces de aproximarse
ni unos milímetros más allá del papel.


En un primer momento
sentirás el triste soplo
del vacío que media entre nosotros.
Pero enseguida sonreirás:
mis letras son sólo letras
y las letras nunca se entienden.


(Foto: Vista desde mi balcón. Juan Echánove)

miércoles, 3 de noviembre de 2010

Fuera de sitio


Dicen que detrás
de cada puerta
se esconde la sombra
de un fantasma.
Dicen, también,
que los fantasmas no existen;
y yo así lo creo.

Dicen que una taza de café
contiene el cosmos
y que una cucharilla
tintinea igual que un violín.

Dicen que no hay retornos,
que las trochas en las jungla
son heridas que la naturaleza
jamás perdona.

Dicen, por decir,
que la noche es el día
puesto de espaldas
y que vivir
es una carcajada
fuera de sitio.
(Foto: Juan Echánove)

Flúyete ligero

Flúyete ligero,
dulce sueño.
hazme pasajero
de su ceño.

Surcaré su piel sobre tu quilla.
Saltaré en tropel a su mejilla.
Llévame a la orilla
en tu bajel.

(Foto: Juan Echánove)

lunes, 1 de noviembre de 2010

Humedad


Una lágrima
cruza tu cara
desviada por el viento,
y sientes en tu rostro
la humedad caliente
de tu mirada.

(Foto: Luis Echánove)

Nada será como ahora

Nada será como ahora.
Barrerá el viento la brisa,
mudarán nuestras personas.
Cada mañana distinta
traerá distinta la aurora.

Pasará el tiempo deprisa,
las palabras serán otras;
mas cuando estemos a solas
no cambiará tu sonrisa.

(Foto: Luis Echánove)

El sol te hirió

El sol te hirió.
No podrás negarlo.
te ví fruncir el ceño
y ocultarte el rostro
entre las manos.
Te inquietaba.
Te salpicaba
con su punzante alegría.
Fuera moría el mundo
con algo de frío y de pereza.

(Foto: Luis Echánove)