lunes, 28 de septiembre de 2009

Entre dos aguas

Eran las tres en punto de la tarde cuando el agua comenzó a filtrarse bajo el quicio de la puerta. Nadie pareció darse cuenta. O nadie quiso darse cuenta. A las tres y catorce la mesa de reuniones, que era de plástico, ya flotaba dos palmos sobre el suelo. Navegaba distancias minúsculas, atrapada en parte por las sillas (que eran de metal). Hubo, claro, que cancelar la reunión y salvar los documentos. Todos se afanaron en subir los cajones bajos a los armarios, luego, en llevarse los armarios enteros. Finalmente, alguien miró a la puerta y avisó del riesgo de quedarse atapados dentro si no salíamos de allí ya mismo. Todos se tiraron a raudales al agua, el cual fluía de la misma forma calle abajo. Unos caminaron con tiento sobre las altas aceras, donde la riada apenas llegaba aún a las rodillas. Otros se lanzaron a nado por el centro de la vía. Eran aquellas unas aguas turbias, pastosas, color inodoro con diarrea. Y además, olían francamente mal.

Me precipité calle arriba, nadando también, pero antes de llegar a la loma, dos manzanas más adelante, donde las aguas dejaban paso al asfalto, escuché voces saliendo de una casa y cambié la dirección de mi nadar. Alguien gritaba “socorro”, o tal vez “auxilio”, o más probablemente ambas cosas. La puerta de la casa estaba abierta. El agua anegaba la planta baja. Yo no hacía pie, así que continué nadando, ya a tientas. La noche estaba cayendo y en aquella casona no había luz alguna. De vez en cuando me chocaba con formas flotantes: libros, lámparas, sillas… Al fondo tenté con las manos un pasamanos y enseguida di con los escalones. Los ascendí deprisa, como saliendo de ese infierno de liquido turbio, camino de algún paraíso. Arriba, una mujer gorda, obesa, inmensa, lloraba en un rincón, hecha un ovillo. “No sé nadar”, balbuceó.

Me la eché a la espalda. Casi nos deslomamos ambos bajando al zaguán por aquellas escaleras. No sé aún como conseguí después cargarla mientras braceaba primero hacia afuera de la casa, luego por la calle, siempre con la fuerte corriente atraviesa, a punto cien veces de empujarme riada abajo sin control. Y al fin, de pronto, alcancé la loma, salí del infierno. Y entonces, cuando ya todo había concluido, cuando ni mi vida ni la suya peligraban, sentí pánico. Un pánico vacío, el pánico a lo que ya ha sucedido, que es el pánico de verdad.

Ocurrió hace casi diez años, en Matagalpa, Nicaragua. Ahora que Manila está anegada en el fango de pronto me asaltó el recuerdo de ese temor frio, metálico, imposible y enorme. No es que mi vida haya estado ahora en riesgo, como sí lo estuvo entonces. No, en absoluto. He vivido estas otras inundaciones desde la comodidad de los barrios que nunca se inundan del todo. Es solo que el terror inmenso, en realidad, nunca se olvida, solo se esconde.

La tormenta tropical Ondoy arrasó Manila hace dos días, dejando el ochenta por cien de la ciudad bajo el agua, provocando decenas de muertos y dejando a cientos de miles de personas sin hogar.

(Foto: Luis Echánove)

viernes, 25 de septiembre de 2009

El español en Filipinas: Mitos y realidades

La cuestión de la pervivencia del español en Filipinas ofrece un interesante ejemplo de negación de la realidad. En España nadie parece saber muy bien si en la ex colonia de las siete mil islas se habla o no aún la lengua de Cervantes. Casi toda la información que se publica al respecto es siempre confusa, tópica y en general inexacta. Y en medio de ese batiburrillo, la gente de a pie, y hasta las altas instancias, siguen pensando que algo queda por salvar. Pareciera como si nadie en España estuviera aun dispuesto a firmar el acta de defunción de nuestra lengua en el país asiático.

¿Cuál es pues, en realidad, la situación actual? Resumámoslo en pocas palabras: El español se ha perdido en Filipinas, y negar esta evidencia es cerrar los ojos a la realidad. En cinco años en este país, el cual he tenido oportunidad de recorrer exhaustivamente, puedo contar con los dedos de una mano las veces que he escuchado en la calle una conversación entre filipinos en español (salvando, claro, está, las situaciones en que sabían hablarlo algo, como segunda o tercera lengua, y la usaban por deferencia ante mi).

De todos modos, como con todo en la vida, esta tajante afirmación requiere de algunos matices. Aunque, efectivamente el español en Filipinas está muerto como lengua de la calle y relegado al mismo papel que, digamos, el francés en España (tercer idioma de las personas más cultivadas), quedan, es cierto, un puñado de familias Filipinas que todavía lo consideran su primera lengua de comunicación. Según el último censo disponible, son apenas dos mil quinientas personas, es decir, una nimia minoría en un país de 90 millones de individuos. Pese a su corto número, la relevancia social de este grupo de hispanohablantes es alta, porque en general se trata de familias de origen mestizo de la alta sociedad de Manila y Cebú –incluida, por ejemplo, la actual presidenta del país. Nos encontramos por tanto ante una rareza moribunda, ante el último balbuceo, el eco final de un pasado más glorioso. En resumen, hispanohablantes en Filipinas, haberlos, hay los….pero más como testimonio de algo que está a punto de colapsar que como prueba de vigor alguno.

Aunque los fuegos del español en Filipinas se hayan quedado en ascuas a punto de extinguirse, hay no obstante algunos otros datos a tomar en cuenta para comprender cabalmente el estado de la cuestión: Mas o menos medio millón de filipinos en Zamboanga (Mindanao) y algunos pocos miles o cientos en otros encalves (Ternate, Cavite, Davao) tienen por lengua materna el chabacano, un idioma derivado del español que, sin embargo, no es español. Surgió como lengua vehicular entre pobladores de diferentes islas, llevados por los colonizadores como mano de obra en la construcción de fuertes militares. Un hispanohablante, cuando escucha chabacano, sustancialmente lo entiende, pero al igual que entiende relativamente bien el gallego o el catalán.

Por otro lado, hay por supuesto bastantes filipinos que saben hablar castellano, mucho o poco, pero sin que ni remotamente se trate de su lengua materna, ni tan siquiera sea su segundo idioma (papel en Filipinas reservado al inglés). En términos porcentuales al total de la población, Los filipinos con algún conocimiento de español son escasos, y se pueden agrupar en dos grandes segmentos: por una parte, personas de clase media o alta, de la tercera edad, que aprendieron el castellano como segunda o tercera lengua en su infancia; ya casi no lo utilizan, pero cuando lo hacen, en general se expresan con mucha fluidez. Por otra parte, hay un creciente número de gente joven, sobre todo en las grandes ciudades, con conocimientos básicos de español, adquiridos generalmente en el Instituto Cervantes de Manila (cuya matricula es la más alta del mundo); para estos jóvenes, su interés en estudiar castellano radica ante todo en las posibilidades que ofrece para emigrar a ciertos Estados de Norteamérica o porque a veces es requerido en algunos 'call centres' que trabajan con empresas de Estados Unidos.

Finalmente, no debemos olvidar que las lenguas de Filipinas conservan una cantidad ingente de palabras de origen español: tres mil en el caso del tagalo, y tal vez más en el visaya y en otras hablas locales. Esto no quiere decir, en absoluto, que para un hispano hablante estos idiomas resulten fácilmente comprensibles. El español dispone también de varios miles de vocablos de origen árabe y eso no nos convierte en potenciales lectores del Corán en su lengua original.

Hablar de la vuelta del castellano al país de Asia (tal y como la prensa española ha venido desinformando en los últimos meses, sobre la frágil base de la reciente decisión del gobierno filipino de incorporarlo al currículo educativo, como tercera lengua, en unos 80 colegios del país) es cuanto menos, una exageración con escaso fundamento.

España lleva demasiados lustros mirando a Filipinas con ojos de nostalgia algo casposa, atrapada en un pasado ya desaparecido. Más allá de los manidos lugares comunes (los Últimos de Filipinas, los mantones de Manila y todo el resto del acartonado imaginario colectivo hispanofilipino), hay una realidad de pasado común y mutuas influencias profundas, que deberían servir de base para la construcción de una relación con proyección de futuro. Para ello, es esencial aparcar los topicazos y mirar la realidad a la cara.

(Fotos: Luis Echanove)

sábado, 19 de septiembre de 2009

La guerra de la morcilla

Caminó en solitario por el jardín un buen rato. Imaginaba que los infrecuentes coches que cruzaban viejas carreteras eran hipopótamos surcando ríos, y que las vacas serranas que pastaban en los prados eran ñus. Se lo contó a los demás y designó a La Casita del Príncipe propiamente dicha como capital de ese micro reino africano de fantasía. La maraña de rocas descomunales de la zona norte del jardín, con sus pequeñas cuevas, era una aldea tribal. Y ellos, él y sus amigos, se habían alzado en armas contra el despótico monarca, y con sus fusiles de balines y sus pistolas de plástico, se agazapaban detrás de los chopos, prestos al combate. ¿Al combate contra quién? Eran demasiado pocos para formase en bandos. Ni modo. Combatirían contra los mayores, contra los padres, que plácidamente tapeaban morcilla escurialense en el bar de la Casita. Avanzaron rápido, en pequeñas carreras, de árbol en árbol, para no ser vistos. A veces se tiraban al suelo, evitando rozar los helechos, y luego se ponían de pie de nuevo y corrían otra vez. Y al fin llegaron hasta la cadena de la entrada. La saltaron con cuidado y cruzaron el arenal a toda prisa e irrumpieron en tropel en la terraza del bar, chasqueando los dientes, para imitar el ruido de sus ametralladoras. Habían ganado la guerra. Pidió permiso a su padre para rebañar el plato de las morcillas. Después le abrazó y regresaron los dos a casa de la mano.

jueves, 17 de septiembre de 2009

En el jardín zen

'Mirar el mar es ejercitase en el arte de la astronomía. Contemplar las estrellas es como estudiar las corrientes marinas. Igual arriba que abajo. Igual abajo que arriba'.

Esto me dijo el maestro zen, sentado sobre un banco de granito frío, en medio del jardín japonés. Mantuve quieto el silencio que siguió. Temí que cualquier palabra que yo añadiera sonase vacía, o tal vez demasiado llena. En todo caso innecesaria.

Pero al fin abrí la boca. 'Maestro –dije- todo en este jardín yace en su sitio: las rocas apiladas en la esquina, la arena orillada en franjas por el rastrillo, los penachos de musgo al borde del agua. Parece distribuido al azar, pero es tan armonioso…'. El maestro entonces se levantó bruscamente, y con su vara de abedul desordenó las franjas de la arena sin contemplaciones. Luego levantó las rocas apiladas en la esquina y las arrojó al estanque con brusquedad. Finalmente, destrozó los penachos de musgo a pisotadas.

'A mi me gusta más así', dijo, y se fue sin despedirse.

(Foto: Luis Echanove)

Ultima cena

Foto de Pat Simpao. Pinchable, es de alta resolución

viernes, 11 de septiembre de 2009

Viaje con nosotros

La pareja entró en la agencia como quien traspasa el umbral de una catedral: asombro mezclado con cautela.
-Hola buenas, buscábamos un destino lejano pero barato…algo exótico, dónde nuestros amigos no hayan estado, pero que tampoco nos cueste una pasta, ¿me entiende?
- Le entiendo perfectamente, y de hecho creo que puedo ofrecerles exactamente lo que están buscando… ¿Mongolia? ¿Qué me dicen de Mongolia? ¿O tal vez algo en África, algo poco visto, tipo Leshoto o Malawi?- al agente de ventas parecían gustarle especialmente los países con nombres difícilmente pronunciables. En Leshoto extendió el sonido sh más allá de lo razonable, y la uve doble de Malawi la pronunciaba como una g, más que como una u.
- Purita, a mi lo de Malawi me da buen rollo, ¿tú qué piensas?- el agente en seguida se dio cuenta de que al tipo le daba igual Malawi o Marte; sólo preguntaba a su novia para facilitarle a ella la toma de decisión.
-A mí, Carlos, ya sabes que todo me parece bien. Eso de Malawi, ¿cuánto nos costaría? – (“a estos dos –pensó el agente de ventas- les coloco el paquete completo como que me llamo Arturo”).
- Miren, Malawi precisamente lo tengo de oferta. Imagino que les interesa un todo incluido, ¿verdad?
- Sí, sí, todo incluido- respondieron ambos exactamente a la vez (“un dos tres bis bis, no podéis hablar hasta que os llamen por vuestro nombre”, pensó el agente de ventas).
- Muy bien – al agente de ventas la sonrisa de comercial triunfante ya casi se le salía de la cara-Un todo completo en Malawi, de, digamos, una semana de duración, les saldría por unos doscientos euritos por cabeza.
- Muy bien, no pensábamos gastarnos mucho más de eso, pero díganos… ¿que incluye?- demandó Purita, con cara de escasa curiosidad. Carlos, mientras tanto, ojeaba las revistas desplegadas sobre la mesa del agente de ventas.
- Pues mire, incluye cinco set completos, de treinta fotos cada uno, tratadas por profesionales de la alteración fotográfica digital. En las fotos aparecerían ustedes sobre fondos del destino seleccionado, en diferentes situaciones y monentos del viaje. Incluye además replicas de alta calidad de tarjetas de embarque y de folletos de hoteles locales, un cursillo intensivo de hora y media sobre el país, para que luego puedan contar lo que se supone que vieron, y el curso acelerado estándar de media hora “anécdotas de viajes”. Este último se sirve para todos los destinos. Con la oferta se llevan de paso un video de cinco minutos de ustedes dos con figurantes de raza negra, a rodar integramente en un ambiente tipo selvático, en nuestros estudios de Palomeras Bajas.
- ¿Y el hotel?-inquirió Carlos.
-Y el hotel, por supuesto –replicó Arturo, con su perenne tonillo de vendedor avezado-. Durante toda la semana del presunto viaje les mantendríamos alojados en un discreto hotelito de Tres Cantos, a pensión completa, fuera de miradas curiosas no sea que algún amigo o familiar se cosque.
- ¡Estupendo! Contratamos el paquete- dijo Purita, mirando satisfecha a Carlos.

(Foto: Luis Echánove)

Palabras

- ''Sabes bien que nunca quise tener esta conversación. También sabes que, aunque finalmente estemos hablando, lo hago sólo por ti, porque me lo has implorado, porque pareces no poder vivir a gusto sin mis palabras. Pero mis palabras, me dices a veces, también te hieren. Y esas heridas, insistes, solo se curan con más palabras. Y deja de tocarte el pelo, por favor, deja también de ponerme esa cara de contrición, porque nada de lo que te estoy explicando es nuevo para ti. Entonces, dime: ¿Qué quieres? ¿Quieres que esta conversación dure siempre? ¿Quieres que volvamos aquellos tiempos en los que, hablando por hablar, se nos hacían las tantas? Y después, luego, siempre repetías que no nos quedaba tiempo para nada… ni para ir al cine, ni para ir de compras, ni siquiera para ver la tele, o leer un libro, o hacer el amor. Solo nos restaba espacio para hablar, y lo aprovechamos bien, a decir verdad. Y ahora, que al fin tenemos tiempo para algo diferente, volvemos a gastarlo en hablar, en tirar palabras por la borda…Pero mira, yo ya no puedo más, me he quedado sin frases. Nada que te diga será ya nunca nuevo. Y por eso, sólo por eso, al fin me callo. Y no me respondas, nada me digas, y mira el paisaje delante de nosotros. No es especialmente bonito, pero esta ahí, es real, no como nuestras palabras'', dijo él.

Y entonces, de repente, ella pensó que tal vez él la quería aún.

Pero se equivocaba.

(Foto: Luis Echanove)

miércoles, 9 de septiembre de 2009

No sé

Quizás tú no me des
lo que yo pido.
Quizás yo no te pida
lo que tu das.
Quizás,
tantos quizás
colgando
de esta escalera
sin peldaños.

(Foto: Juan Echánove)

Voz

Beso de tu voz
conciliadora.

Sueño que en tu piel,
lejana ahora,
poso mi quehacer
hasta la aurora.

(Foto: Eva Pastrana)

lunes, 7 de septiembre de 2009

Insurrección

La injusticia está ahí, al cabo de la calle, al otro lado de la esquina. No hay que irse ni muy lejos ni muy cerca para encóstrasela. Basta con no cerrar los ojos. Pero, eso, no cerrar los ojos, es lo más difícil de todo. Así, mirando de cara a la vida, simplemente deteniéndose a ver lo que hay ahí fuera (fuera de los juegos mentales propios, fuera del escondite esquizoide y circular de la carrera profesional, las pelas, los modelos de coches o las marcas de ropa, es decir, en el mundo de verdad) aparece de pronto esa especie de aire tibio que se llama realidad. Y o la tomas o la dejas, no hay vuelta de hoja.

(Foto: Luis Echánove)

domingo, 6 de septiembre de 2009

Despedida

Dicen que luchar es el camino;
a veces sin descanso;
a veces sin motivo.
Dicen que el impulso de un gran salto
puede superar a cualquier río.

Que la vida es una,
y el rendirse frío.
Que aguardar a la fortuna
es llorar hasta el hastío.

Dicen que existir en lo que dura
es morir cien veces si no hay vilo
y que al otro lado de la duda
queda el largo trecho de un vacío.

Dicen que luchar es el camino.
Que no hay sino ese lapso
de tiempo suspendido
que sólo en el correr cobra sentido.

Y yo, bañado en mi remanso,
a veces sin descanso,
a veces sin motivo,
recojo tu silencio y nada digo.

(Foto: Luis Echánove)

Agarrado a la pared

Es difícil explicarte que tu rostro detenido es una imagen quiebra de mis impulsos, y me vuelve tras de los pasos lentos de un andar sencillo. A la espalda de tantos anhelos, algunos marchitos, otros frescos como el color del mar en las Antillas, te escondes tú. Y en este ir y venir sobre mundos inconclusos, tu mirar quedo, y esa tu sonrisa inmensa, lo son, aún, todo.

(Foto: Luis Echánove)

jueves, 3 de septiembre de 2009

Listos para la inmersión

“No es cierto que inventarse una historia, un cuento corto, sea tan difícil”, se dijo a sí mismo, en medio de aquella noche de insomnio buscando argumentos para entradas en su blog. “El problema -pensó de pronto- es creer que se escribe para algo o para alguien….cuando simplemente se agarra la pluma o se repiquetea el ordenador sin nada preconcebido en la cabeza es cuando realmente las ideas brotan solas, como palomas saliendo de la chistera de un mago”. Le gustó la metáfora –algo cursi, a decir verdad- del mago y las palomas, de modo que intentó explorar argumentos relacionados con la magia, o quizás del circo. Tiró por la borda cuantas ideas saltaban en su mente, o más bien simples intentos de ideas, abortos mezquinos que no llegaban a ninguna parte: Tal vez la historia de un payaso drogadicto, o la de un ventrílocuo (qué bonita palabra) tan identificado con sus muñecos que al final acaba sintiéndose él mismo muñeco de una mano divina. En fin, que arranques para narrar algo no le faltaban. El problema era el desenlace. Uno tira del hilo, desovilla la madeja de palabras locas y así va tejiendo, como quien no quiere la cosa, una mañanita en forma de leyenda terrorífica, un jersey de surrealismo o unos guantes con trasfondo social. Pero al final el cordel se acaba, la soga se termina de pronto y ya no hay de dónde tirar. “Pero una entrada de blog – pensó entonces- no es precisamente una pieza de literatura, o al menos no una entrada en mí blog. Al final puedo colgar y cuelgo cualquier desvarío, con tal que cumpla unos mínimos de decencia estilística”(*). Y con un par, colgó esta entrada en su blog.

(*) Nota del editor: Aquí el articulista intenta sin duda escamotear los hechos narrados. Sin duda el tipo no utilizó al pensar tales divagaciones la expresión “decencia estilística”. Cuando se cabila por lo general no se utilizan expresiones tan rebuscadas y –sin duda- tan indecentes estilísticamente como 'decencia estilística”.

(Foto de Luis Echánove)

martes, 1 de septiembre de 2009

Leyenda negra

Hace un par de semanas, en la fiesta de despedida de un amigo común, una chica filipina, cuando supo que yo era español, me dijo que era una lastima que Filipinas hubiera sido colonizada por los españoles en lugar de por los británicos. La pregunté que a que se refería y contestó que era claro que a las ex colonias británicas les había ido mucho mejor, económica y políticamente, que a las ex colonias españolas. Respondí, no sin tacto pero con firmeza, que dudaba que la actual situación económica o política de Bangla Desh, de Sierra Leona o de Nigeria fuera mucho mejor que la de Filipinas o América Latina. Se azoró un poco, y con una media sonrisa replicó que las ex colonias británicas a las que ella se estaba refiriendo eran más bien Estados Unidos, Canadá o Australia. No pude evitar responderla que, de haber sido Filipinas colonizada del modo como lo fueron esos países, tal vez nunca habría nacido porque sus antepasados habrían sido exterminados o que, caso de sobrevivir, ahora ella probablemente viviría alcoholizada y en una reserva, como tantos aborígenes, apaches o esquimales. No sé si se sintió ofendida (la diplomacia no es mi fuerte), el caso es que cortésmente dijo que necesitaba una copa y se esfumó.

Para muchos extranjeros, incluso cultivados, la historia de España sigue asociada casi exclusivamente a todo tipo de tropelías, como si la intolerancia y la crueldad hubieran sido patrimonio exclusivo nuestro. Por ejemplo, la mayor parte de los europeos siguen creyendo que la Inquisición fue un invento español. En realidad nació en Francia, para combatir a los albigenses, y además estuvo en vigor en todas las naciones católicas, con la misma o mayor crueldad que en España; por otra parte, los protestantes ejercieron una rudeza igual con sus propios 'herejes' (ahí esta al caso del pobre Miguel Servet, mandado quemar por Calvino). Es también un lugar común pensar que los conquistadores ibéricos practicaron una suerte de exterminio consciente de los indígenas en Latinoamérica. La verdad histórica es que el declive de las poblaciones indígenas en el continente a la llegada de los españoles tuvo mucho más que ver con la propagación de enfermedades nuevas traídas de Europa que con un esfuerzo planeado de provocar matanzas. Si a alguien hay que responsabilizar de genocidio sistemático y consciente de pueblos amerindios es a las propias naciones latinoamericanas, como prueban las cacerías de indios patagónicos en la Argentina del XIX, las salvajes matanzas de indígenas pipiles en Salvador en 1920 o el genocidio maya en la Guatemala de los 80.

No se cuando lograremos los españoles quitarnos de encima el san benito (nunca mejor dicho), de la leyenda negra. En todo caso, la mejor forma de desenredar malentendidos históricos no es tampoco caer en la estupidez de proponer una alternativa 'leyenda blanca' según la cual los Reyes Católicos deberían ser santificados y Francisco Pizarro considerado un héroe modélico. Los españoles tenemos mucho de lo que avergonzarnos en nuestra historia: desde la expulsión de judíos o moriscos y la obsesión con la 'limpieza de sangre' hasta la felonía del ex porquero Pizarro secuestrando a traición al inca Atahualpa, pasando por el enfermizo odio a la Ilustración y al liberalismo fomentado por nuestra cavernicola iglesia durante dos siglos. Debemos aprender a vivir con ese terrible pasado sin escamotearlo, pero, a la vez, es preciso dejar claro que no fuimos ni mejores ni peores que cualquier otro Imperio. No se trata pues de zafarse las culpas propias, sino de asegurar que también los demás asuman su cuota en las tropelías del ayer. La crueldad con los semejantes no es un atributo propio de algunas naciones solamente, sino, desgraciadamente, un aspecto (el peor) de la condición humana.
A la historia hay que intentarla mirarla cara a cara, sin prejuicios.