La cuestión de la pervivencia del español en Filipinas ofrece un interesante ejemplo de negación de la realidad. En España nadie parece saber muy bien si en la ex colonia de las siete mil islas se habla o no aún la lengua de Cervantes. Casi toda la información que se publica al respecto es siempre confusa, tópica y en general inexacta. Y en medio de ese batiburrillo, la gente de a pie, y hasta las altas instancias, siguen pensando que algo queda por salvar. Pareciera como si nadie en España estuviera aun dispuesto a firmar el acta de defunción de nuestra lengua en el país asiático.
¿Cuál es pues, en realidad, la situación actual? Resumámoslo en pocas palabras: El español se ha perdido en Filipinas, y negar esta evidencia es cerrar los ojos a la realidad. En cinco años en este país, el cual he tenido oportunidad de recorrer exhaustivamente, puedo contar con los dedos de una mano las veces que he escuchado en la calle una conversación entre filipinos en español (salvando, claro, está, las situaciones en que sabían hablarlo algo, como segunda o tercera lengua, y la usaban por deferencia ante mi).
De todos modos, como con todo en la vida, esta tajante afirmación requiere de algunos matices. Aunque, efectivamente el español en Filipinas está muerto como lengua de la calle y relegado al mismo papel que, digamos, el francés en España (tercer idioma de las personas más cultivadas), quedan, es cierto, un puñado de familias Filipinas que todavía lo consideran su primera lengua de comunicación. Según el último censo disponible, son apenas dos mil quinientas personas, es decir, una nimia minoría en un país de 90 millones de individuos. Pese a su corto número, la relevancia social de este grupo de hispanohablantes es alta, porque en general se trata de familias de origen mestizo de la alta sociedad de Manila y Cebú –incluida, por ejemplo, la actual presidenta del país. Nos encontramos por tanto ante una rareza moribunda, ante el último balbuceo, el eco final de un pasado más glorioso. En resumen, hispanohablantes en Filipinas, haberlos, hay los….pero más como testimonio de algo que está a punto de colapsar que como prueba de vigor alguno.
Aunque los fuegos del español en Filipinas se hayan quedado en ascuas a punto de extinguirse, hay no obstante algunos otros datos a tomar en cuenta para comprender cabalmente el estado de la cuestión: Mas o menos medio millón de filipinos en Zamboanga (Mindanao) y algunos pocos miles o cientos en otros encalves (Ternate, Cavite, Davao) tienen por lengua materna el chabacano, un idioma derivado del español que, sin embargo, no es español. Surgió como lengua vehicular entre pobladores de diferentes islas, llevados por los colonizadores como mano de obra en la construcción de fuertes militares. Un hispanohablante, cuando escucha chabacano, sustancialmente lo entiende, pero al igual que entiende relativamente bien el gallego o el catalán.
Por otro lado, hay por supuesto bastantes filipinos que saben hablar castellano, mucho o poco, pero sin que ni remotamente se trate de su lengua materna, ni tan siquiera sea su segundo idioma (papel en Filipinas reservado al inglés). En términos porcentuales al total de la población, Los filipinos con algún conocimiento de español son escasos, y se pueden agrupar en dos grandes segmentos: por una parte, personas de clase media o alta, de la tercera edad, que aprendieron el castellano como segunda o tercera lengua en su infancia; ya casi no lo utilizan, pero cuando lo hacen, en general se expresan con mucha fluidez. Por otra parte, hay un creciente número de gente joven, sobre todo en las grandes ciudades, con conocimientos básicos de español, adquiridos generalmente en el Instituto Cervantes de Manila (cuya matricula es la más alta del mundo); para estos jóvenes, su interés en estudiar castellano radica ante todo en las posibilidades que ofrece para emigrar a ciertos Estados de Norteamérica o porque a veces es requerido en algunos 'call centres' que trabajan con empresas de Estados Unidos.
Finalmente, no debemos olvidar que las lenguas de Filipinas conservan una cantidad ingente de palabras de origen español: tres mil en el caso del tagalo, y tal vez más en el visaya y en otras hablas locales. Esto no quiere decir, en absoluto, que para un hispano hablante estos idiomas resulten fácilmente comprensibles. El español dispone también de varios miles de vocablos de origen árabe y eso no nos convierte en potenciales lectores del Corán en su lengua original.
Hablar de la vuelta del castellano al país de Asia (tal y como la prensa española ha venido desinformando en los últimos meses, sobre la frágil base de la reciente decisión del gobierno filipino de incorporarlo al currículo educativo, como tercera lengua, en unos 80 colegios del país) es cuanto menos, una exageración con escaso fundamento.
España lleva demasiados lustros mirando a Filipinas con ojos de nostalgia algo casposa, atrapada en un pasado ya desaparecido. Más allá de los manidos lugares comunes (los Últimos de Filipinas, los mantones de Manila y todo el resto del acartonado imaginario colectivo hispanofilipino), hay una realidad de pasado común y mutuas influencias profundas, que deberían servir de base para la construcción de una relación con proyección de futuro. Para ello, es esencial aparcar los topicazos y mirar la realidad a la cara.
(Fotos: Luis Echanove)
¿Cuál es pues, en realidad, la situación actual? Resumámoslo en pocas palabras: El español se ha perdido en Filipinas, y negar esta evidencia es cerrar los ojos a la realidad. En cinco años en este país, el cual he tenido oportunidad de recorrer exhaustivamente, puedo contar con los dedos de una mano las veces que he escuchado en la calle una conversación entre filipinos en español (salvando, claro, está, las situaciones en que sabían hablarlo algo, como segunda o tercera lengua, y la usaban por deferencia ante mi).
De todos modos, como con todo en la vida, esta tajante afirmación requiere de algunos matices. Aunque, efectivamente el español en Filipinas está muerto como lengua de la calle y relegado al mismo papel que, digamos, el francés en España (tercer idioma de las personas más cultivadas), quedan, es cierto, un puñado de familias Filipinas que todavía lo consideran su primera lengua de comunicación. Según el último censo disponible, son apenas dos mil quinientas personas, es decir, una nimia minoría en un país de 90 millones de individuos. Pese a su corto número, la relevancia social de este grupo de hispanohablantes es alta, porque en general se trata de familias de origen mestizo de la alta sociedad de Manila y Cebú –incluida, por ejemplo, la actual presidenta del país. Nos encontramos por tanto ante una rareza moribunda, ante el último balbuceo, el eco final de un pasado más glorioso. En resumen, hispanohablantes en Filipinas, haberlos, hay los….pero más como testimonio de algo que está a punto de colapsar que como prueba de vigor alguno.
Aunque los fuegos del español en Filipinas se hayan quedado en ascuas a punto de extinguirse, hay no obstante algunos otros datos a tomar en cuenta para comprender cabalmente el estado de la cuestión: Mas o menos medio millón de filipinos en Zamboanga (Mindanao) y algunos pocos miles o cientos en otros encalves (Ternate, Cavite, Davao) tienen por lengua materna el chabacano, un idioma derivado del español que, sin embargo, no es español. Surgió como lengua vehicular entre pobladores de diferentes islas, llevados por los colonizadores como mano de obra en la construcción de fuertes militares. Un hispanohablante, cuando escucha chabacano, sustancialmente lo entiende, pero al igual que entiende relativamente bien el gallego o el catalán.
Por otro lado, hay por supuesto bastantes filipinos que saben hablar castellano, mucho o poco, pero sin que ni remotamente se trate de su lengua materna, ni tan siquiera sea su segundo idioma (papel en Filipinas reservado al inglés). En términos porcentuales al total de la población, Los filipinos con algún conocimiento de español son escasos, y se pueden agrupar en dos grandes segmentos: por una parte, personas de clase media o alta, de la tercera edad, que aprendieron el castellano como segunda o tercera lengua en su infancia; ya casi no lo utilizan, pero cuando lo hacen, en general se expresan con mucha fluidez. Por otra parte, hay un creciente número de gente joven, sobre todo en las grandes ciudades, con conocimientos básicos de español, adquiridos generalmente en el Instituto Cervantes de Manila (cuya matricula es la más alta del mundo); para estos jóvenes, su interés en estudiar castellano radica ante todo en las posibilidades que ofrece para emigrar a ciertos Estados de Norteamérica o porque a veces es requerido en algunos 'call centres' que trabajan con empresas de Estados Unidos.
Finalmente, no debemos olvidar que las lenguas de Filipinas conservan una cantidad ingente de palabras de origen español: tres mil en el caso del tagalo, y tal vez más en el visaya y en otras hablas locales. Esto no quiere decir, en absoluto, que para un hispano hablante estos idiomas resulten fácilmente comprensibles. El español dispone también de varios miles de vocablos de origen árabe y eso no nos convierte en potenciales lectores del Corán en su lengua original.
Hablar de la vuelta del castellano al país de Asia (tal y como la prensa española ha venido desinformando en los últimos meses, sobre la frágil base de la reciente decisión del gobierno filipino de incorporarlo al currículo educativo, como tercera lengua, en unos 80 colegios del país) es cuanto menos, una exageración con escaso fundamento.
España lleva demasiados lustros mirando a Filipinas con ojos de nostalgia algo casposa, atrapada en un pasado ya desaparecido. Más allá de los manidos lugares comunes (los Últimos de Filipinas, los mantones de Manila y todo el resto del acartonado imaginario colectivo hispanofilipino), hay una realidad de pasado común y mutuas influencias profundas, que deberían servir de base para la construcción de una relación con proyección de futuro. Para ello, es esencial aparcar los topicazos y mirar la realidad a la cara.
(Fotos: Luis Echanove)
3 comentarios:
Totalmente de acuerdo con lo que dices.
un fuerte abrazo,
Enrique
Lo que cuentas es cierto en parte, pero eso no implica que España deba abandonar a los que desde Filipinas miran hacia lo Hispano mas que hacia lo americano.
Realmente el desconocimiento sobre Filipinas es antológico en España. Pero la presencia de lo español en Filipinas puede y debe tener más atención y apoyo por parte de las autoridades españolas, sin que esto implique querer reflotar los buques de Montojo hundidos en Cavite.
Cualquiera español que viaje a Manila por primera vez descubre en los primeros 3 ó 4 días allí dos cosas a cual más sorprendentes: 1) Filipinas es una colonia norteamericana y 2) Los Filipinos no lo saben.
Lo que ha ocurrido no es por tanto que el español "se ha perdido" como comentas, sino que "se ha erradicado" mediante una inmersión lingüística en inglés y el apoyo cada vez mayor de las élites políticas pro-norteamericanas.
La "pérdida del español" no es tal, es una consecuencia de la tergiversación de la historia por parte de los anglosajones, donde todo lo antiguo es hispano y todo lo moderno es norteamericano. Donde se ningunea el desarrollo que, acorde con los tiempos que vivieron, hubo en el S. XIX como lo hubiera habido en el XX de haber seguido siendo española y por supuesto, de haber sido país independiente.
En definitiva, creo que a la historia de Filipinas, como a la de España, le persigue la leyenda negra, tan falsa como extendida.
Saludos,
M.R.
A Miguelito:
Comparto tu opinión sobre las causas de la erradicación del español en Filipinas, aunque, para ser laeales a la historia,tengamos primero en cuenta que en el momento en que las islas dejaron de ser colonia española el castellano era una lengua minoritaria, solo hablada por mestizos y poblaciones urbanas (tal vez un quinto de la población, a lo máximo).
Por otra parte, comparto contigo que no hay que abandonar la herencia cultural comun, muy por el contrario, hayq ue construir en funcion de ella, pero para eso el primer paso es mirar a la realidad a la cara y no vivir en el sueño de que queda mas de lo que queda. Un abrazo
Juan
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