
La injusticia está ahí, al cabo de la calle, al otro lado de la esquina. No hay que irse ni muy lejos ni muy cerca para encóstrasela. Basta con no cerrar los ojos. Pero, eso, no cerrar los ojos, es lo más difícil de todo. Así, mirando de cara a la vida, simplemente deteniéndose a ver lo que hay
ahí fuera (fuera de los juegos mentales propios, fuera del escondite esquizoide y circular de la carrera profesional, las pelas, los modelos de coches o las marcas de ropa, es decir, en el mundo de verdad) aparece de pronto esa especie de aire tibio que se llama realidad. Y o la tomas o la dejas, no hay vuelta de hoja.
(Foto: Luis Echánove)
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