miércoles, 12 de julio de 2017

Carmen

La vida corre a raudales
por tu cuerpo larguirucho.
Un corriente de alto voltaje
invade el desorden de tu cuarto.

Esa mirada ausente tuya,
ese aire de melancolía despistada
y la chispa de tus ojos vivos…
Siempre te he comprendido.
No me preguntes porqué.

Incluso ahora, que ni tú misma
pareces saber a dónde te lleva
este nuevo mundo al que despiertas,
te sigo comprendiendo.

Yo también tuve catorce años,
fui a las ferias, comía pipas
y daba la vida por mi pandilla.
Yo también soñaba todo a la vez.

Te miro hoy y recuerdo
a la niña que fuiste,
o espero a la mujer que serás.

Estar ahí, para escucharte,
para responder a tus raudales
de preguntas luminosas,
ese es el quehacer al que me debo.

Carmen, la vida es, precisamente,
eso que tu presientes ahora…
Un prado sobre el que correr,
un mar para navegar,
un sendero nuevo
para tu bicicleta.

La vida, Carmen, es un milagro.

Silencio en el mar de islas diminutas


Vivian en sus islas diminutas,
atrapados entre las aguas
de un mar transitorio.
Una barcaza de colores vivos
era su escuela.
Yo tocaba los muros de las casas
de adobe y caño
solo por sentir en mis dedos
la humedad de sus miradas.

Los cirros del cielo
dejaban reflejar rayos oblicuos,
que chispeaban sobre el agua quieta.
Con el viento en el rostro,
navegábamos por el archipiélago
de los desheredados.

Visité sus huertos nimios,
husmeé con curiosidad
en el umbral de todas las casas,
y en algunas entré.
Hablé con ellos.
Escuché, absorto
Las memorias de un mundo
arrinconado y doloroso.

Envueltas en vistosos colores
Las mujeres me hablaban
de la vida y de la muerte
sin transición ni aspaviento.
deshilaban la madeja
de un relato de dolor
y también de esperanza.

Cuchilladas de rabia.
Lagrimas ahogadas…

Y silencio.