Ascensoristas
A falta de parques, en Manila, a veces vamos toda la familia a un centro comercial llamado Greenbelt, edificado entorno a un cuidado jardín japonés. En un recodo bajo unas escondidas escaleras mecánicas, se agazapa un montacargas algo cochambre que tomamos para subir hasta la planta de los cines. Además de nuestro medio de transporte por unos segundos, el elevador es también el centro de trabajo de un desdichado ascensorista, que pasea su vida arriba y abajo, todo el día metido en el cubículo metálico, siempre sentado en una trona azul de plástico.
Lo menos que se le puede pedir a un trabajo en esta vida es que permita un mínimo de creatividad, que no sea demasiado rutinario y que de oportunidad para interactuar con otras personas. Nada de eso sucede en el caso de los ascensoristas, sin duda la profesión mas castigada por el aburrimiento de cuantas quepa imaginar. Apretar los botones del ascensor no deja mucho margen a la libre creación; agotar la existencia propia en una caja de aluminio de cuatro metros cuadrados no es precisamente una labor muy variada, y gastar las horas en compañía fugaz de gente con la que la única conversación posible es un saludo y preguntar a que piso van tampoco es el mejor ejemplo de socialización.
Entiendo que la mayor parte de los ascensoristas, como los presos o los operarios de plantas radioactivas, no elijen su profesión por vocación. De todos modos, cada vez que mi hijo Juan, de tres años, me recuerda que de mayor quiere ser domador de dinosaurios, yo suspiro con alivio y me digo para mis adentros: "Sé lo que quieras hijo, lo que quieras, como si deseas convertirte en el adjunto del tesorero de la Confederación Hidrográfica del Río Guadalfeo…lo que quieras, menos ascensorista, por favor".
Si alguna vez os aburre mucho el tajo, acordaos de los ascensoristas.
(Foto: Luis Echanove)
A falta de parques, en Manila, a veces vamos toda la familia a un centro comercial llamado Greenbelt, edificado entorno a un cuidado jardín japonés. En un recodo bajo unas escondidas escaleras mecánicas, se agazapa un montacargas algo cochambre que tomamos para subir hasta la planta de los cines. Además de nuestro medio de transporte por unos segundos, el elevador es también el centro de trabajo de un desdichado ascensorista, que pasea su vida arriba y abajo, todo el día metido en el cubículo metálico, siempre sentado en una trona azul de plástico.
Lo menos que se le puede pedir a un trabajo en esta vida es que permita un mínimo de creatividad, que no sea demasiado rutinario y que de oportunidad para interactuar con otras personas. Nada de eso sucede en el caso de los ascensoristas, sin duda la profesión mas castigada por el aburrimiento de cuantas quepa imaginar. Apretar los botones del ascensor no deja mucho margen a la libre creación; agotar la existencia propia en una caja de aluminio de cuatro metros cuadrados no es precisamente una labor muy variada, y gastar las horas en compañía fugaz de gente con la que la única conversación posible es un saludo y preguntar a que piso van tampoco es el mejor ejemplo de socialización.
Entiendo que la mayor parte de los ascensoristas, como los presos o los operarios de plantas radioactivas, no elijen su profesión por vocación. De todos modos, cada vez que mi hijo Juan, de tres años, me recuerda que de mayor quiere ser domador de dinosaurios, yo suspiro con alivio y me digo para mis adentros: "Sé lo que quieras hijo, lo que quieras, como si deseas convertirte en el adjunto del tesorero de la Confederación Hidrográfica del Río Guadalfeo…lo que quieras, menos ascensorista, por favor".
Si alguna vez os aburre mucho el tajo, acordaos de los ascensoristas.
(Foto: Luis Echanove)
2 comentarios:
Aún recuerdo el ascensorista que estaba en la Casa del Libro. La gente iba entrando en el ascensor: "-primera, -cuarta, -primera, -segunda, -cuarta, -tercera". Con las pocas plantas que había, al final siempre acababa dando a todos los botones. Luego iba anunciando cada planta, y la única variación se producía al llegar a la tercera: "-tercera planta, salida por detrás".
¿Y qué hay de los acomodadores?:
http://www.youtube.com/watch?v=BkWJCkvpsxk
Por lo menos los ascensoristas tenían que contar filas y asientos, además de todo el asunto de molestar con la linternita a las parejas. Peor son dos tipos de profesionales de los cuales un amigo perjura cononcer a representantes de tales gremios, a saber: (1) limpiador de cabinas de sexshop y (2) animador de chats (el tipo se pase el día asumiendo personalidades multiples para dar vidilla a chats moribundos, y le pagan por ello!)
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