Piratas
No puedo evitarlo: Cada vez que veo en la BBC imágenes de los piratas somalíes, en lugar de darme miedo me producen lástima. Están famélicos, apenas pueden levantar los bazookas del suelo. No digo que sean unos santos; tampoco niego que su cara de malas pulgas impone bastante, pero lo cierto es que tratan a sus secuestrados con cierta consideración y cuando atacan un barco parece que evitan causar víctimas. Si tenemos en cuenta que sobre todo abordan buques cargueros con mercancías procedentes de países ricos o yates lujosos de millonarios colgados, alguien podría llegar a ver en ellos a unos auténticos Robin Hood de los mares. Sin embargo, la prensa y los políticos intentan convenceros de que esos filibusteros hambrientos, que roban para dar de comer a sus familias, son peligrosísimos terroristas a los que exterminar a cualquier precio.
Lo curioso del caso es que en cambio los bucaneros del Caribe que hace cuatro siglos se dedicaban a pasar a cuchillo a ciudades enteras, torturar prisioneros y violar a cualquier mujer o niña que se cruzara en su camino se han acabo convirtiendo, por obra y gracia de Espronceda (“con cien cañones por banda…”), Errol Flynn, Disneylandia y, más recientemente, Johnny Depp, en arquetipo de la libertad y las aventuras. Los piratas históricos sí que fueron terroristas de verdad, sanguinarios sin piedad cuya “memoria histórica” mereciera ser menos alagüeña. Espero que dentro de cuatrocientos años nadie considere a Stalin, a Hitler o a Bokassa héroes a los que admirar. Por eso mismo, creo que enaltecer a tipejos como Morgan o Barba Negra está fuera de lugar.
Me pregunto si dentro de cuatro siglos los piratas somalíes también serán los héroes de los cuentos infantiles.
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