Cuando yo era mozo el mundo adolescente y juvenil en España conformaba una sociedad estamental. Había cuatro grandes categorías taxonómicas entre los jovenzuelos: Pijo, hortera, macarra y paleto. Todas estas denominaciones eran peyorativas, así que en principio la gente rehuía auto-identificarse así, sin por ello negar la perteniencia al grupo.
De forma muy aproximada, cada uno de estas cuatro grandes tribus juveniles podía relacionase con un estrato de la sociedad española de entonces: los pijos eran los pichones de las clases altas y de los profesionales liberales; los horteras, en cambio, solían proceder de familias de clase media o media baja (del sector comercio, hosteleria, etc.); los macarras, eran en general de origen obrero, y los paletos, del sector agrario. Claro está que como en todo, había excepciones: uno podía encontrase con un macarra con titulo nobiliario o con un pijo de origen social muy modesto. Esta estratificación tribal tenia también un paralelo económico: los pijos solían tener mas pelas, y los macarras se pasaban el día sin un duro. Pero había excepciones: un hortera nuevo rico, por ejemplo, manejaba, por supuesto, mucha pasta. Cada tribu se identificaba normalmente con el grupo político propio de su clase social y económica, aunque había variantes, como la interesante sub-tribu de los pijos de izquierdas o la modalidad de los paletos de derechas.
La clasificación incluso tenia una cierta tradición geográfica: Los pijos habitaban las zonas céntricas y prestigiosas de las ciudades; los macarras, la periferia de las ciudades dormitorio; los horteras abundaban en las ciudades medias de provincias; los pueblos eran el territorio natural de los paletos. Ciertas urbes, como San Sebastián, Valladolid, Sevilla o Jerez (además, claro, de Madrid o Barcelona) eran celebres por sus abigarradas colonias de pijos. La costa del Mediterráneo, en cambio, era el bastión del planeta hortera. Los macarras eran especialmente abundantes en lugares como la margen derecha del Nervion, Parla, Getafe o Vigo.
Además de los cuatro grupos primarios, existían también una serie de tribus urbanas más transversales, menos directamente relacionadas con un grupo social especifico (rockers, mods, punks, romanticos…) pero, contra todo lo que nos quieran vender ahora, se trataba de un fenómeno mas bien minoritario. La mayor parte de los adolescentes de entonces eran (eramos) o pijos, u horteras, o macarras o paletos, y punto pelota.
Dentro de cada uno de estos grandes grupos existían variaciones notables. No era lo mismo un mega-pijo del barrio de Salamanca que un pijo a secas clase media-media. Del mismo modo, nada tenían que ver, aunque formasen parte del mismo grupo, un macarrilla de barrio con un heavy-metal hecho y derecho, o un cazurro de aldea con un paletillo.
Cada grupo se vestía de un modo diferente, escuchaba un tipo de música y se divertida de una u otra manera muy distinta. Solo nos aunaba a todos el amor a la cerveza y las ganas de ligar. Hoy los adolescentes hacen casi todos las mismas cosas, van a los mismos sitios y todos bailan lo mismo.
De forma muy aproximada, cada uno de estas cuatro grandes tribus juveniles podía relacionase con un estrato de la sociedad española de entonces: los pijos eran los pichones de las clases altas y de los profesionales liberales; los horteras, en cambio, solían proceder de familias de clase media o media baja (del sector comercio, hosteleria, etc.); los macarras, eran en general de origen obrero, y los paletos, del sector agrario. Claro está que como en todo, había excepciones: uno podía encontrase con un macarra con titulo nobiliario o con un pijo de origen social muy modesto. Esta estratificación tribal tenia también un paralelo económico: los pijos solían tener mas pelas, y los macarras se pasaban el día sin un duro. Pero había excepciones: un hortera nuevo rico, por ejemplo, manejaba, por supuesto, mucha pasta. Cada tribu se identificaba normalmente con el grupo político propio de su clase social y económica, aunque había variantes, como la interesante sub-tribu de los pijos de izquierdas o la modalidad de los paletos de derechas.
La clasificación incluso tenia una cierta tradición geográfica: Los pijos habitaban las zonas céntricas y prestigiosas de las ciudades; los macarras, la periferia de las ciudades dormitorio; los horteras abundaban en las ciudades medias de provincias; los pueblos eran el territorio natural de los paletos. Ciertas urbes, como San Sebastián, Valladolid, Sevilla o Jerez (además, claro, de Madrid o Barcelona) eran celebres por sus abigarradas colonias de pijos. La costa del Mediterráneo, en cambio, era el bastión del planeta hortera. Los macarras eran especialmente abundantes en lugares como la margen derecha del Nervion, Parla, Getafe o Vigo.
Además de los cuatro grupos primarios, existían también una serie de tribus urbanas más transversales, menos directamente relacionadas con un grupo social especifico (rockers, mods, punks, romanticos…) pero, contra todo lo que nos quieran vender ahora, se trataba de un fenómeno mas bien minoritario. La mayor parte de los adolescentes de entonces eran (eramos) o pijos, u horteras, o macarras o paletos, y punto pelota.
Dentro de cada uno de estos grandes grupos existían variaciones notables. No era lo mismo un mega-pijo del barrio de Salamanca que un pijo a secas clase media-media. Del mismo modo, nada tenían que ver, aunque formasen parte del mismo grupo, un macarrilla de barrio con un heavy-metal hecho y derecho, o un cazurro de aldea con un paletillo.
Cada grupo se vestía de un modo diferente, escuchaba un tipo de música y se divertida de una u otra manera muy distinta. Solo nos aunaba a todos el amor a la cerveza y las ganas de ligar. Hoy los adolescentes hacen casi todos las mismas cosas, van a los mismos sitios y todos bailan lo mismo.
Miro atrás, veo ese mundo esquizofrénico de grupos cerrados mirándose con respectiva hostilidad y desden, y lo comparo con la gente joven de ahora y me doy cuenta del enorme y positivo avance de la sociedad española en cuanto a una mayor cohesión social.
La mejora de las condiciones en las zonas rurales ha equiparado los estilos de vida rural y urbana, diluyendo la tradicional figura del paleto. La generalización del 'estilismo' y la moda han casi liquidado el fenómeno hortera. Los barrios obreros ya no son lo que eran, porque ya casi todos se fábrica en China, de modo que el coto natural de los macarras ha desaparecido. Los pijos siguen existiendo, pero muchos marcan menos las distancias que antiguamente.
Aquel mundo de apartheid juvenil que nos toco vivir era absolutamente ridículo.
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