En el mundo industrializado vivimos tan concentrados en mirarnos el ombligo que todos nos hemos creído a píes juntillas que la actual depresión internacional se inició en el momento que empezó a afectar a nuestras economías, esto es, a partir de fines del 2008.
La realidad es que la mayor parte de la humanidad lleva en recesión económica desde bastante tiempo antes. En decenas de países subdesarrollados se viene viviendo un salvaje incremento en las cifras de pobreza desde mediados del 2008, cuando los precios de los alimentos básicos que constituyen la mayor parte de la dieta de, literalmente, miles de millones de personas, se dispararon hasta niveles nunca vistos. El precio internacional del arroz, por ejemplo, se multiplicó por cuatro en tan sólo unos meses. Se estima que entre un 30 y un 50% de los ingresos de los hogares pobres en Asia se destinan a la compra de este cereal. No es difícil, por tanto, hacerse a la idea de los estragos que esta brutal subida de precios ha producido. Según estimaciones de Naciones Unidas, tan sólo en Asia, hay cien millones más de pobres a causa de la crisis de los precios de los alimentos.
Varios factores de corto plazo contribuyeron a esta trágica subida de precios alimentarios en el 2008: el aumento del coste de los combustibles (con su inmediato impacto en los costes de producción y de distribución de alimentos), la reducción de la producción debida a inclemencias meteorológicas en ciertos países, el boom del biodiesel (millones de toneladas de soja, maíz y otros productos, antes destinadas al consumo humano, pasaron a usarse como combustible) y, sobre todo, la sempiterna especulación y ambición desmesurada de unos pocos. El mercado mundial de muchos productos alimentarios vive secuestrado, como en tantos otros sectores, por un puñado escaso de multinacionales de dimensiones monstruosas capaces de fijar los precios mundiales y manipular las reglas del libre mercado.
Pero la crisis de precios del 2008 no fue simplemente una enfermedad pasajera provocada por la coincidencia de varios factores en el corto plazo. Más bien, fue una fase aguda de una dolencia de larga duración que, en realidad, había comenzado años antes. Los precios del trigo, del arroz, del maíz, llevaban ya mucho tiempo incrementándose de manera sostenida a un ritmo nunca visto en decenios.
La realidad es que la mayor parte de la humanidad lleva en recesión económica desde bastante tiempo antes. En decenas de países subdesarrollados se viene viviendo un salvaje incremento en las cifras de pobreza desde mediados del 2008, cuando los precios de los alimentos básicos que constituyen la mayor parte de la dieta de, literalmente, miles de millones de personas, se dispararon hasta niveles nunca vistos. El precio internacional del arroz, por ejemplo, se multiplicó por cuatro en tan sólo unos meses. Se estima que entre un 30 y un 50% de los ingresos de los hogares pobres en Asia se destinan a la compra de este cereal. No es difícil, por tanto, hacerse a la idea de los estragos que esta brutal subida de precios ha producido. Según estimaciones de Naciones Unidas, tan sólo en Asia, hay cien millones más de pobres a causa de la crisis de los precios de los alimentos.
Varios factores de corto plazo contribuyeron a esta trágica subida de precios alimentarios en el 2008: el aumento del coste de los combustibles (con su inmediato impacto en los costes de producción y de distribución de alimentos), la reducción de la producción debida a inclemencias meteorológicas en ciertos países, el boom del biodiesel (millones de toneladas de soja, maíz y otros productos, antes destinadas al consumo humano, pasaron a usarse como combustible) y, sobre todo, la sempiterna especulación y ambición desmesurada de unos pocos. El mercado mundial de muchos productos alimentarios vive secuestrado, como en tantos otros sectores, por un puñado escaso de multinacionales de dimensiones monstruosas capaces de fijar los precios mundiales y manipular las reglas del libre mercado.
Pero la crisis de precios del 2008 no fue simplemente una enfermedad pasajera provocada por la coincidencia de varios factores en el corto plazo. Más bien, fue una fase aguda de una dolencia de larga duración que, en realidad, había comenzado años antes. Los precios del trigo, del arroz, del maíz, llevaban ya mucho tiempo incrementándose de manera sostenida a un ritmo nunca visto en decenios.
Tal y como hasta los menos duchos en economía sabemos bien, cuando la demanda crece y la oferta se reduce, los precios se disparan. Y eso es precisamente lo que ha sucedido con la producción agrícola en nuestro planeta. La demanda crece sin parar debido al aumento de la población mundial y al incremento del consumo per cápita en países como China , donde la clase media aumenta. La oferta de alimentos, por el contrario, ha sido incapaz de aumentar al ritmo de esa demanda disparada, debido a la caída brutal de la inversión agraria (infraestructuras rurales, sistemas de riego, silos, asistencia técnica para los agricultores…). Los países del tercer mundo han dejado de invertir en mejorar el agro, bajo la recomendación de ese camarote de economistas locos llamado FMI consistente en reducir gastos del sector público a todo coste.
Por eso, aunque las causas inmediatas de la demencial subida de precios de los alimentos en el 2008 han cesado (el coste de combustible, por ejemplo, ha caído en picado), sin embargo el precio del arroz, del maíz o del trigo sigue siendo espectacularmente alto. La situación no tiene ninguna pinta de mejorar: La actual crisis financiera (que, como digo, para el Tercer Mundo es en realidad una ‘nueva ola´ de una crisis ya iniciada antes) se está cebando también con los países pobres, con lo cual, su margen de maniobra para repuntar las inversiones en el agro y así aumentar la producción de alimentos son más bien nulas.
La crisis financiera del Occidente opulento empuja a muchos de sus ciudadanos al desempleo, lo cual es trágico. La crisis alimentaria del Tercer Mundo empuja a muchos de sus ciudadanos al hambre, lo cual es aún más trágico.
Por eso, aunque las causas inmediatas de la demencial subida de precios de los alimentos en el 2008 han cesado (el coste de combustible, por ejemplo, ha caído en picado), sin embargo el precio del arroz, del maíz o del trigo sigue siendo espectacularmente alto. La situación no tiene ninguna pinta de mejorar: La actual crisis financiera (que, como digo, para el Tercer Mundo es en realidad una ‘nueva ola´ de una crisis ya iniciada antes) se está cebando también con los países pobres, con lo cual, su margen de maniobra para repuntar las inversiones en el agro y así aumentar la producción de alimentos son más bien nulas.
La crisis financiera del Occidente opulento empuja a muchos de sus ciudadanos al desempleo, lo cual es trágico. La crisis alimentaria del Tercer Mundo empuja a muchos de sus ciudadanos al hambre, lo cual es aún más trágico.
(Foto: Luis Echánove)
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