miércoles, 6 de septiembre de 2017

Sentada en el suelo

Sentada en el suelo
y envuelta en su manto de colores,
mira de frente,
con ojos como pozos.

Mira y apoya la mano
en el piso de tierra.
Los pliegues del sari hacen ondas
sobre sus rodillas dobladas.

Afuera de la casa de adobe
unos niños juegan,
ahuyentando a los patos
con sus voces alegres.

Sentada en el suelo,
sus oscuras pupilas
escudriñan el silencio.

Sabes ahora que en esa cabaña,
en esa aldea lejana,
 en ese país castigado,
el tiempo ha quedado detenido
a la espera de un quehacer,
de un porqué, de un después.

Quisieras salir ahora corriendo,
huir de sus ojos de dolor,
del suelo de tierra,
de las paredes agrietadas...
escapar de ese espacio sin segundos
y volver al mundo efímero
donde los relojes giran.

Sentada en el suelo
y envuelta en su manto de colores,
mira de frente,
con ojos como pozos.
Cuantos años, cuantas vidas,
cuantos días cotidianos
 se han colado por sus pupilas negras?

Y de pronto tú te sientes ciego,
incapaz de ver lo que ella ve.
Los niños siguen jugando fuera.
El suelo de tierra fría te incomoda.
 Un pájaro se asoma al ventanuco.

Sentada en el suelo
y envuelta en su manto de colores,
mira de frente, con ojos como pozos.
Habla otra mujer.
Una más después.
Y luego otra.
El sol no envejece aún.
La tarde sigue.

En la choza de adobe
el tiempo avanza rápido,
como una vida larga
y lento a la vez,
como su mirar fugaz.

Un perro ladra lejos.
El barquero espera.
Las despedidas.
El instante apremia.
Sentada en el suelo
y envuelta en su manto de colores,
ya no mira de frente.
Ha cerrado los ojos un momento.

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