Entonces se dio cuenta de que estaba perdiendo el tiempo aquella tarde y que nada de lo que había hecho, desde la hora del almuerzo, iba a cambiar su vida en lo mas mínimo, ni la de los demás. Así que para animarse repasó mentalmente la mañana, ansioso por encontrar alguna actividad con sentido. No dio con nada relevante, nada de provecho, nada realmente útil. Siguió mirando atrás…ayer…tampoco…o tal vez sí: fue útil, práctico, necesario ir a comprar ese par de mocasines…o tal vez no, ya tenía zapatos, muchos. Adquirió los mocasines por capricho, no por utilidad. Se preguntó: ¿y el par de zapatos anterior? ¿y el anterior al par de zapatos anterior? ¿y el primer par de zapatos que tuvo en su vida, o que su madre compró por él, siendo niño? Y también: ¿comprar zapatos compensaba una vida entera? Francamente no. Pensó en otras cosas, en los trabajos, en las novias, en los amigos, en las vacaciones, en los restaurantes, en las tardes en el patio del colegio y en las mañanas en el bar de la Universidad. Los pensamientos desfilaban a gran velocidad sobre su mente. Pero la conclusión era todo el rato la misma: Nada compensaba el esfuerzo dedicado. Su vida había sido una perdida de tiempo.
Y aquella tarde, de pronto, había caído en la cuenta.
Se relajó sobre el sofá. Sonó el teléfono. Pero no lo cogió. Y enseguida su vida cobró sentido.
Y aquella tarde, de pronto, había caído en la cuenta.
Se relajó sobre el sofá. Sonó el teléfono. Pero no lo cogió. Y enseguida su vida cobró sentido.
(Foto: Luis Echanove)
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