viernes, 17 de junio de 2011

Abducción estelar

Desde hace unos días hay una estrella menos reluciendo en el cielo. Un agujero negro se la acaba de tragar. Claro está que la insaciable voracidad de los agujeros negros se cobra víctimas estelares constantemente. La novedad, en este caso es que nosotros, los terrícolas (o al menos los astrónomos dedicados a sondear el firmamento) esta vez nos hemos coscado, en vivo y en directo, del estrellicidio.

Pobre estrella anónima. Fallacer deglutida por un agujero negro es, para un cuerpo estelar, el equivalente a un asesinato. Las estrellas, comúnmente, expiran de envejecimiento natural, o tal vez sería mejor llamarlo suicido no asistido: se enfrían y acaban contrayéndose hasta fenecer en una implosión, acompañada de un festival de rayos gamma. La desdichada estrella que el agujero negro se tragó se ha perdido ese fin glorioso. El crimen cometido por el agujero negro ha sido, además, alevoso: la estrella, mientras era deglutida, fue desmembrada, troceada, hecha añicos. El agujero negro la liquidó con saña, a la manera como un psicópata descuartiza a sus victimas.

Aunque, visto de otro modo, si eres una estrella, caerte en un agujero negro no deja de resultar un acto accidental. El agujero negro no sale en búsqueda de la estrella para cazarla: la despistada estrella se precipita allí sin darse cuenta.

Y es que, al igual que sucede entre los humanos, las relación entre las estrellas y los agujeros negros resulta cuanto menos paradójica. Y es que, a fin de cuentas, los agujeros negros también fueron una vez estrellas ellos mismos.

Dicen que nacemos bajo el designo de una estrella. De ser ello cierto, mi gran preocupación ahora es lo que el destino les pueda deparar a aquellos desdichados cuyo signo estaba marcado por la estrella que el agujero negro acaba de abducir. Tal vez, con un poco de suerte, la estrella desaparecida era la que guiaba el futuro de los tiranos árabes, o de los rapaces banqueros de Wall Street, o de los traficantes de armas y demás gentes de mal vivir.

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