
A los pocos meses me autorizaron la solicitud. Como yo todavía estaba estudiando, pedí prorroga.Yo no estaba dispuesto a, en un futuro, dedicar un año entero de mi vida exclusivamente a realizar la llamada 'prestación social sustitutoria' (es decir: currar sin cobrar realizando alguna actividad social), así que decidí negociar con una ONG dispuesta admitirme como voluntario un par de tardes por semana desde ya mismo, y, en compensación, mantenerme luego el mismo régimen durante el periodo oficial en que me tocase cumplir con la dichosa prestación. Tras varios intentos fallidos, topé con una pequeña organización dedicada a fomentar la arquitectura rural en adobe que estaba de acuerdo con ese apaño.
La ONG la dirigía un alemán enorme enamorado de los pueblos de Soria y de la bebida. Se dedicaban, entre otras cosas, a filmar en video las tradicionales casas de barro de los pueblitos del valle del Duero, para luego mostrarles los reportajes a sus habitantes, y con ello hacerles sentirse orgullosos de sus viviendas y que de este modo no les diera por destruirlas, sustituyéndolas por chalets de estilo playero y alicatado moruno. La cosa funcionaba bien, y hasta habían conseguido recuperar integro un pueblo abandonado. A mi me pusieron a cargo de la preparación de unos proyectos con los indígenas misquitos de Nicaragua. Aquel fue, de hecho, el primer trabajo que hice en mi vida relacionado con la cooperación al desarrollo. El alemán, cuando no empinaba el codo, era un tipo afable. Lo pasé bien en esos meses, y aprendí un montón sobre la fabricación de adobes.
Por fin comenzó el periodo oficial de mi prestación social. Finalmente, cuando me quedaban un par de meses para concluirla, otra organización me ofreció un trabajo (un trabajo de verdad: con nómina y seguridad social) como monitor de ayuda humanitaria en Croacia y Bosnia. Era en año 1993, con la guerra de los Balcanes en pleno auge. No pude decir no a esa oportunidad para por fin trabajar en serio en aquello que tanto me gustaba. Cuando me entrevistaron para el puesto les expliqué que aun estaba realizando la prestación social. 'No importa- me dijeron- eso lo arreglamos nosotros'-. No lo arreglaron.
A las pocas semanas de llegados a la Antigua Yugoslavia, un jerifalte del Ministerio de Exteriores viajó a la región a visitar nuestros proyectos. Entre cervezas, le comenté de pasada que yo aun seguía oficialmente pendiente de concluir la objeción de conciencia. El pobre hombre dio un brinco en la silla: 'Pero…eso es ilegal! Durante la prestación social no se puede salir de España (1)! Oficialmente eres un desertor!'. Luego cambio el tono dramático por uno mas afable y añadió: 'Que cosa mas graciosa, eres seguramente el primer 'desertor' de la prestación social sustitutoria… y tu sin saberlo siquiera!" (2). 'Vaya,' –pensé-' 'el primer objetor filosófico se convierte en el primer objetor desertor…no gano para récords'.
Le expliqué que yo no me hacía responsable de la situación, que ya había avisado a mis empleadores y que ellos lo iban a solucionar. 'Esto no tiene solución fácil-, dijo él-. A no ser…a no ser que perdamos tu expediente. No se me ocurre otra cosa'.
Y así fue. Tiraron mi ficha de objetor a la basura, se deshicieron de todo y, oficialmente, mi extraordinaria experiencia como filosofo desertor, se volatilizó de los archivos públicos.
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(1) Poco tiempo después de aquello comenzaron a ofertarse plazas de objetor en el exterior, y precisamente en los Balcanes, con la misma oNg con la que yo estaba trabajando. pero yo no fui uno de aquellos objetores: Mi plaza de objetor estaba en España, y en aquella guerra curraba con contrato.
(2) Había, claro, muchos insumisos, que eran quienes se negaban a hacer tanto la mili como la objeción. Pero lo mío era diferente: Yo había comenzado la objeción y después me había largado del país antes de acabarla.
Foto: Luis Echanove
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