Se nos ha ido Domingo Moraleda. La muerte se lo ha llevado a traición, de repente. Fue en un aparatoso accidente de circulación. Su jeep chocó frontalmente contra un autocar fuera de control, al norte de Manila.
Conocí a Domingo hace cuatro años. El llevaba cuarenta trabajando como misionero, primero en África (Macías lo hizo salir de Guinea Ecuatorial a punta de pistola, por su denuncia constante de las barbaridades que el dictador cometía) y luego en Filipinas. Vivió los años más duros de la guerra entre el ejército filipino y la guerrilla mora en la remota isla de Basilán, epicentro mismo del conflicto. Fue mediador de paz, superior de los Claretianos, asesor Vaticano, viajero incesante por Asia, formador de religiosos, promotor social, hablante de docena y media de lenguas, y, ante todo y sobre todo, líder y hombre de bien. De su enorme y limpia sonrisa emanaba una energía inmensa, una afabilidad contagiosa, un sentido tranquilo y a la vez valiente ante la vida propio de esos pocos que saben afrontarla cara a cara, sin titubeos. Domingo tenía un propósito constante en todos sus actos y todas sus palabras: generar felicidad a su alrededor, hacer un mundo más justo a golpe de sinceridad y cariño.
Ayer despedimos a Domingo en la sencilla capilla de ICLA, el centro de formación espiritual que el había creado y dirigía. Su gente, gente comprometida con la vida, gente sencilla de Vietnam, de China, de Birmania, de la India, del Pacífico, gente de bien, le honró con sus canciones, sus oraciones y sus silencios.
Se nos ha ido Domingo, en el día de Todos los Santos.
Conocí a Domingo hace cuatro años. El llevaba cuarenta trabajando como misionero, primero en África (Macías lo hizo salir de Guinea Ecuatorial a punta de pistola, por su denuncia constante de las barbaridades que el dictador cometía) y luego en Filipinas. Vivió los años más duros de la guerra entre el ejército filipino y la guerrilla mora en la remota isla de Basilán, epicentro mismo del conflicto. Fue mediador de paz, superior de los Claretianos, asesor Vaticano, viajero incesante por Asia, formador de religiosos, promotor social, hablante de docena y media de lenguas, y, ante todo y sobre todo, líder y hombre de bien. De su enorme y limpia sonrisa emanaba una energía inmensa, una afabilidad contagiosa, un sentido tranquilo y a la vez valiente ante la vida propio de esos pocos que saben afrontarla cara a cara, sin titubeos. Domingo tenía un propósito constante en todos sus actos y todas sus palabras: generar felicidad a su alrededor, hacer un mundo más justo a golpe de sinceridad y cariño.
Ayer despedimos a Domingo en la sencilla capilla de ICLA, el centro de formación espiritual que el había creado y dirigía. Su gente, gente comprometida con la vida, gente sencilla de Vietnam, de China, de Birmania, de la India, del Pacífico, gente de bien, le honró con sus canciones, sus oraciones y sus silencios.
Se nos ha ido Domingo, en el día de Todos los Santos.
2 comentarios:
Me ha parecido muy bien, todo lo que se diga de él es poco, es un santo.
Le tenemo en el corazón
De una familia de los Yébenes
k bn todo lo k se dice de el parece k era un santo bs a la familia
una joven de los yébenes
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