
Siempre me ha atraído el hecho de escribir, pero lo que de verdad he buscado, supongo, es convertirme en personaje (real o de ficción) en obra ajena. Hete ahí el quid de todas las vanidades. Miguel me ha deparado tal privilegio…
"Nos reuníamos en la solitaria casa de los cooperantes Juan Echanove y Eva en lo alto del monte de los Olivos, en un páramo rodeado de perros callejeros y olivares. Esos olivos podían tener más de mil años, y se decía que alguno de ellos habría estado allí en tiempos de los Evangelios, testigo del drama de Getsemaní. Allí empleaba Juan sus ratos libres en escribir, precisamente, una larga disertación contra el monoteísmo que había comenzado a redactar en su anterior destino, Nicaragua, y que concluiría algunos años más tarde en el siguiente, Filipinas. Charlábamos y bebíamos hasta que ya no había luz en el cielo y entonces, sentados en el porche, contemplábamos el desorden de bombillas de Jerusalén este y la Ciudad Vieja, tragada en una oscuridad profunda (…). A veces, se escuchaban aullidos, como de lobos. - Son los perros salvajes- decía Echánove con toda tranquilidad. " (Miguel Antxo Murado. Fin de Siglo en Palestina).
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