Yo casi todo lo poco que sé sobre la vida lo aprendí con cuatro o cinco años en Saturrarán: el gusto por el agua fría; el miedo a las corrientes y a los ondarraspikos; la excitación aventurera de mi tío Juan, con su canoa apache y su sombrero mejicano; el cielo azul claro y el mar azul intenso; el goce de la arena húmeda en los pies y el sol caliente en las mejillas.
Volví a Saturrarán veinticinco años después, cuando esparcimos las cenizas de mi padre. La playa había cambiado un poco: obras en el cercano puerto alteraron las corrientes, sembrándose de guijarros los espejos de agua en bajamar.
Volví a Saturrarán veinticinco años después, cuando esparcimos las cenizas de mi padre. La playa había cambiado un poco: obras en el cercano puerto alteraron las corrientes, sembrándose de guijarros los espejos de agua en bajamar.
El horizonte seguía ahí, igual, mirándome en silencio. Perdí la vista en él y al momento me di cuenta de todo lo que había olvidado desde entonces.
1 comentario:
“Era vasco de nombre y de apellido,
era vasco en su noble orgullo herido
y cuando me miraba
lucía una sonrisa en su mirada.
Un día pregunté ingenuamente.
—¿De qué estoy hecho yo?
Fue de repente.
Me sonrió mirando de soslayo
las rosas que esparcía el mes de Mayo
y dijo bondadosa y dulcemente:
—Estás hecho de espejo solamente”
Mi abuelo.
Carlos Etxeba
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