Cazaban. Cultivaban. Recolectaban los frutos de la selva exuberante. Vivían una existencia sencilla, apegados a pocas pertenencias materiales, en equilibrio con las montañas, los ríos y los bosques. A mediados de los años noventa, amparados en la noche, los soldados expulsaron a aquellas familias indígenas de sus parajes ancestrales. Todos sabían quien había pagado aquel servicio. La compañía minera japonesa llevaba mucho tiempo detrás de aquellas tierras, tesoreras de fabulosos minerales. La tribu pasó a vivir debajo de un puente. Ochenta niños, hombres y mujeres compartieron años de miseria y enfermedades. Como único 'pago' por su territorio, y tras ingentes súplicas, la empresa nipona les dio permiso para escarbar en los cubos de basura de las casas de los directivos. Así vivían, ganando el equivalente de cinco euros al mes. En su pobreza extrema, al menos permanecían unidos. Se ayudaban entre sí en los momentos de extrema dificultad. Era una vida dura, pero la solidaridad del grupo ayudaba a sobrellevarla.
Hace un mes un ingeniero forastero se presentó de súbito debajo del puente. Reunió a la tribu y les espetó que al día siguiente recibirían cincuenta millones de pesos filipinos (algo menos de un millón de euros) en concepto de pagos adeudados y costes de indemnización por haber sido expulsados de sus tierras tres lustros atrás.
Un amigo acaba de regresar de visitar la tribu. Me cuenta que siguen viviendo debajo del puente, pero cada familia cuenta ahora con una lujosa máquina de karaoke. A mi amigo le quisieron comprar su coche. Le ofrecían una fortuna. Políticos oportunistas y timadores profesionales hacen cola frente al puente para ganar el favor de los ahora millonarios indígenas. Vendedores sin escrúpulos los despluman ofreciéndoles baratijas a precio de oro. Parece que casi todos en la tribu han comprado armas, muchas armas, no para defenderse de extraños, sino para protegerse de sí mismos. Andan a la gresca constante por el reparto del dinero. Cuenta mi amigo que hace poco casi se mal matan todos entre sí.
Hace un mes un ingeniero forastero se presentó de súbito debajo del puente. Reunió a la tribu y les espetó que al día siguiente recibirían cincuenta millones de pesos filipinos (algo menos de un millón de euros) en concepto de pagos adeudados y costes de indemnización por haber sido expulsados de sus tierras tres lustros atrás.
Un amigo acaba de regresar de visitar la tribu. Me cuenta que siguen viviendo debajo del puente, pero cada familia cuenta ahora con una lujosa máquina de karaoke. A mi amigo le quisieron comprar su coche. Le ofrecían una fortuna. Políticos oportunistas y timadores profesionales hacen cola frente al puente para ganar el favor de los ahora millonarios indígenas. Vendedores sin escrúpulos los despluman ofreciéndoles baratijas a precio de oro. Parece que casi todos en la tribu han comprado armas, muchas armas, no para defenderse de extraños, sino para protegerse de sí mismos. Andan a la gresca constante por el reparto del dinero. Cuenta mi amigo que hace poco casi se mal matan todos entre sí.
(Foto: Luis Echánove)
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