Antes de reir dibujabas una mueca, como un suspenso de felicidad a punto de expandirse. Cuando hablabas de mujeres, de Shakespeare o de los Beatles ese mismo gesto brotaba por sí solo, combinado con reflexiones de cabeza inclinada hacia atrás y un cigarrillo detenido en la mano izquierda.
Hojeabas los libros como jugando con olas del mar. Bebías cerveza igual que un león saciando su sed en los pantanos: sin alterar el rictus de mirada serena, franca, natural. Declamabas con la rudeza de un bardo celta y el alma de un niño cantor de Viena. Te vi besando a mujeres maravillosas, desgarrando canciones desenfrenadas y escuchar cien mil discursos con la misma ansia de aprender siempre. No es fácil escribirte algo más allá de un juego de palabras sencillo como este. Si desde algún lugar pudieras juzgar estas deshilvanadas frases romperías nuestra amistad hasta el final de los tiempos. Has tenido que morir con veintiséis años para recoger unas frases tan toscas a tu memoria.
Hojeabas los libros como jugando con olas del mar. Bebías cerveza igual que un león saciando su sed en los pantanos: sin alterar el rictus de mirada serena, franca, natural. Declamabas con la rudeza de un bardo celta y el alma de un niño cantor de Viena. Te vi besando a mujeres maravillosas, desgarrando canciones desenfrenadas y escuchar cien mil discursos con la misma ansia de aprender siempre. No es fácil escribirte algo más allá de un juego de palabras sencillo como este. Si desde algún lugar pudieras juzgar estas deshilvanadas frases romperías nuestra amistad hasta el final de los tiempos. Has tenido que morir con veintiséis años para recoger unas frases tan toscas a tu memoria.
Me pregunto qué habrá sido del libro de alemán que nunca abandonó tu compañía en esos paseos.
(Mi amigo Richi murió en las navidades de 1993).
(Foto: Ignacio Huerga).
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