
Después de unos años descubrí que algunas de esas islas dibujadas en mis fantasías habían decidido cobrar existencia real. Las encontraba aquí y allá, en remotos mares, indagando en mi interminable colección de atlas. Conocí así la isla de la Pasión, tachonada con exactamente trece palmeras; o aquella otra, en el corazón del Atlántico, cuyo villorrio capital responde al pomposo nombre de Edimburgo de los Siete Mares; o la isla llamada Inaccesible, tan remota, agreste y despoblada, que su interior sólo logró explorarse plenamente en 1982; o la isla de Wrangler, cuyos mamuts, los últimos del planeta en extinguirse, sobrevivieron en más de mil años a la construcción de las pirámides de Egipto; o la evanescente isla Thompson, de la que nada se sabe desde hace ciento diez años, o la selvática Sentinel del Norte, que no forma parte de ningún país y está poblada por la escurridiza tribu de los sentineleses, que jamás han entrado en contacto directo con el mundo exterior …lugares de fantasía, secretos bien guardados en los márgenes de viejas cartas náuticas.

Ahora casi nunca dibujo mapas; más bien dedico las horas muertas a recorrer con Google Earth la topografía de esas islas inverosímiles que un día inventé y ahora sé que existen.
(Fotos: Isla japonesa en el Pacífico Norte, Google Earth y fotografía de Ignacio Huerga)
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