martes, 17 de marzo de 2009

Islas

Mi afición a los mapas me empezó de niño: me relajaba dibujando planos de ciudades de ficción o islas de escabrosas costas inexistentes. Con lápiz de grafito trazaba las curvas de nivel. Carreteras de rotulador azul serpenteaban por las sierras del interior, siempre coronado con un gran volcán. La capital (desplegada en torno a un buen fondeadero); la pista del aeropuerto, los pueblos, a veces hasta los ríos, los bosques y los parques naturales…Mundos falsos que alteraba al capricho de los trazos del bolígrafo.

Después de unos años descubrí que algunas de esas islas dibujadas en mis fantasías habían decidido cobrar existencia real. Las encontraba aquí y allá, en remotos mares, indagando en mi interminable colección de atlas. Conocí así la isla de la Pasión, tachonada con exactamente trece palmeras; o aquella otra, en el corazón del Atlántico, cuyo villorrio capital responde al pomposo nombre de Edimburgo de los Siete Mares; o la isla llamada Inaccesible, tan remota, agreste y despoblada, que su interior sólo logró explorarse plenamente en 1982; o la isla de Wrangler, cuyos mamuts, los últimos del planeta en extinguirse, sobrevivieron en más de mil años a la construcción de las pirámides de Egipto; o la evanescente isla Thompson, de la que nada se sabe desde hace ciento diez años, o la selvática Sentinel del Norte, que no forma parte de ningún país y está poblada por la escurridiza tribu de los sentineleses, que jamás han entrado en contacto directo con el mundo exterior …lugares de fantasía, secretos bien guardados en los márgenes de viejas cartas náuticas.

Ahora casi nunca dibujo mapas; más bien dedico las horas muertas a recorrer con Google Earth la topografía de esas islas inverosímiles que un día inventé y ahora sé que existen.

(Fotos: Isla japonesa en el Pacífico Norte, Google Earth y fotografía de Ignacio Huerga)

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