(cuento por entregas)
Mi primera mañana en Plescen fue, en verdad, la de mi encuentro con aquel pueblo. En cuanto desperté abrí el ventanuco de mi pieza y asomé medio cuerpo…¡allí estaba! ¡Finalmente en Plescen! Había contemplado tantos grabados de esa misma calle, había observado tantos daguerrotipos de las casas del pueblo, que apenas sí puede ser consciente de que en verdad me encontraba ya allí. Desayune cualquier cosa y salí de la posada como un loco, deseoso de recorrer todos los rincones del lugar lo antes posible. El tiempo no era, desde luego, mi enemigo a la hora de familiarizarme con aquel municipio… disponía de un verano entero para desarrollar mis investigación a conciencia. Sabía que cuando uno visita un sitio por vez primera el encuentro inicial es el fundamental. Por eso no quería perderme nada en aquella mañana, inusitadamente soleada. Mi apasionada alegría recorriendo las pocas calles de pueblo me impidió apercibirme de cualquier cosa que no fuesen esas bellas casonas de piedra limpia y sin cubrir. No fijaba la atención en los escasos viandantes, ni en los rótulos de los pocos comercios que salpicaban algunas de las fachadas.
No todo resultó tan ameno y deleitante como aquella primera mañana. No hubo más días de sol resplandeciente. Una cansina llovizna, alternada con aquel viento tan desapacible, fueron mis compañeros de andanzas durante todo aquel verano. Y digo bien, porque realmente compañeros humanos nunca tuve. No entablé amistad con nadie en tres largos meses y apenas intercambié más palabras con los lugareños que las imprescindibles para obtener ciertas informaciones necesarias para mi estudio. Así gastaba pues mi preciado tiempo, hablando con algunos ancianos, haciendo esbozos a plumilla de las casas más interesantes y cotejando en la pequeña biblioteca de la escuela local las pocas obras y fotografías antiguas allí reunidas.
Al poco tiempo el desanimo comenzó a vencerme. Sentía que el período previsto tal vez fuera excesivo. No obtenía nada de provecho con mis pesquisas, más allá de algún que otro dato de poca importancia. Me preguntaba si en verdad había seleccionado un tema adecuado para mi tesis de fin de carrera. Al fin y al cabo todos mis compañeros de la escuela de arquitectura habían elegido proyectos menos ambiciosos y a los que no tendrían que consagrar todo un estío. ¿Qué hacía yo allí, tan lejos de casa, en medio de los páramos? Para mi desdicha, resultó que el servicio postal de Plescen estaba bajo cierre temporal por el fallecimiento del encargado. Hasta el otoño no habría manera de enviar o recibir una carta desde Plescen. Me sentía el hombre más aislado y desdichado de la tierra.
No todo resultó tan ameno y deleitante como aquella primera mañana. No hubo más días de sol resplandeciente. Una cansina llovizna, alternada con aquel viento tan desapacible, fueron mis compañeros de andanzas durante todo aquel verano. Y digo bien, porque realmente compañeros humanos nunca tuve. No entablé amistad con nadie en tres largos meses y apenas intercambié más palabras con los lugareños que las imprescindibles para obtener ciertas informaciones necesarias para mi estudio. Así gastaba pues mi preciado tiempo, hablando con algunos ancianos, haciendo esbozos a plumilla de las casas más interesantes y cotejando en la pequeña biblioteca de la escuela local las pocas obras y fotografías antiguas allí reunidas.
Al poco tiempo el desanimo comenzó a vencerme. Sentía que el período previsto tal vez fuera excesivo. No obtenía nada de provecho con mis pesquisas, más allá de algún que otro dato de poca importancia. Me preguntaba si en verdad había seleccionado un tema adecuado para mi tesis de fin de carrera. Al fin y al cabo todos mis compañeros de la escuela de arquitectura habían elegido proyectos menos ambiciosos y a los que no tendrían que consagrar todo un estío. ¿Qué hacía yo allí, tan lejos de casa, en medio de los páramos? Para mi desdicha, resultó que el servicio postal de Plescen estaba bajo cierre temporal por el fallecimiento del encargado. Hasta el otoño no habría manera de enviar o recibir una carta desde Plescen. Me sentía el hombre más aislado y desdichado de la tierra.
(dibujo del autor)
1 comentario:
Como siempre buenísimo pero revisa la ortografía y las erratas
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