Es absolutamente imposible ser feliz si de algún modo no contribuimos a hacer felices a los demás. Los demás puede significar nuestra pareja, la humanidad entera, el vecino del cuarto o las generaciones por venir... Los humanos siempre hemos sabido esto. Místicos, filósofos y santos nos lo han repetido a lo largo de milenios y cada persona experimenta esta verdad en mayor o menor medida a lo largo de su vida. El recorrido es de ida y vuelta: Somos felices cuando hacemos felices a los otros y hacemos felices a los demás cuando nosotros mismos somos felices.
Durante siglos la mayor parte de las energías diarias de la raza humana se orientaron a la mera supervivencia. La potencia formidable de la ciencia y de la tecnología han transformado el mundo de tal modo que porciones enteras del planeta viven libres de la servidumbre de la lucha por vivir. El hombre en las sociedades ricas ya no tiene que confortar las fuerzas ciegas de la naturaleza o encarar cada día la angustiosa tarea de lograr comida para mañana. Muchos millones de humanos hemos logrado alejar a la muerte de nuestro día a día. Ya no dependemos de necesidades materiales inmediatas. Pero en lugar de disfrutar de nuestra nueva libertad y romper por fin la dependencia constante de lo material, hemos decidido auto esclavizarnos otra vez. Vivimos atados al deseo de acumular, de comprar la última novedad, de sentir o disfrutar todas las experiencias posibles. Sabemos que estos placeres nos deparan tan sólo una “felicidad” inmediata, que tan pronto como se extingue nos demanda ya nuevas compras, nuevas ansias de ganar más, nuevas ambiciones de adquirir un modelo mejor de cualquier cosa. El consumismo nos atrapa en su laberinto.
Estamos encerrados en un círculo absurdo. Trabajamos más para ganar más, ganamos más para gastar más…y al final de día, nos sentimos vacíos. Lo que nos llena, lo sabemos bien, no tiene precio de venta al público, no está en los centros comerciales. Está en los cuadros de Velázquez, en las puestas de sol mirando al mar, en ayudar a quien lo necesita, en consolar a quien sufre, en los recuerdos de nuestra infancia, en trabajar amando lo que hacemos, en leer un cuento a un niño. Lo que nos llena, en definitiva, es precisamente aquello que nos vacía, que nos proyecta hacia lo demás, que nos integra en el mundo. Somos un pedazo de conciencia universal atrapado en un cuerpo. Somos nada. Somos todo.
(foto: Luis Echánove)
3 comentarios:
Gracias Juan. Podría alabarte el estilo diciéndote que no se puede expresar tanto en menos líneas, que lo pienso, pero las gracias se deben al fondo: a que no se puede tocar más la conciencia en menos conceptos. Y es que es tan sencillo -tan complicado- como eso.
Gracias
Estoy de acuerdo con anónimo,me gustaría que en tu blog nos dejases el manual de instrucciones para desactivar esa dañina mina antialmas que es el consumismo. Lo ves todo más fácil cuando en tu entorno hay gente que lucha por sobrevivir y cuando tu trabajo no sólo tiene ánimo de lucro , ero ¿como hacerlo cuando tu entorno es otro?
Gracias por los mensajes. Ojalá contase con ese manual de instrucciones...! Creo una forma razonable de darle la vuelta a la tortilla es valorar con cierta frialdad las necesidades de uno, para así reducir el consumo. Al final, teniendo menos ganaremos más tiempo para nosotros mismos.
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