Se estima que en 1898, momento de la independencia de España, más del 70% de la superficie de Filipinas se encontraba cubierta por selvas vírgenes. En las décadas subsiguientes una inmensa superpie de bosque filipino fue víctima de la tala indiscriminada promovida por compañías madereras internacionales. A lo largo de los años 70 y 80 esta política de promoción acelerada de la industria forestal alcanzó su momento cumbre, con un ritmo de más de cien mil hectáreas taladas cada año. La compleja trama de corrupción política de Marcos hizo posible que las empresas madereras operasen sin ningún tipo de control. Los bosques talados eran después ocupados por colonos pobres en busca de tierras para cosechar. Como consecuencia, la creciente presión humana redujo todavía más la escasa masa forestal remanente. Hoy los bosques apenas cubren menos de un 10% del territorio filipino.
El principal problema hoy de los bosques en Filipinas no es ya la gran industria forestal, sino, paradójicamente, el campesinado pobre que, en una nación con una de las tasas de crecimiento vegetativo más altas del mundo, requiere constantemente de nuevas tierras para cultivar. La presión de la población sobre los recursos naturales es de tal envergadura que, si no se adoptan medidas drásticas inmediatas, el país puede volverse literalmente inviable en el medio plazo. La actual política del gobierno de promoción indiscriminada de la minería, sin ningún control de su impacto medioambiental, exacerba todavía más el problema.
La destrucción del bosque filipino es una tragedia de dimensiones incalculables. Filipinas está considerada como una de las diez naciones del mundo con mayor índice de biodiversidad. La insularidad del país, así como su ubicación geográfica entre los hábitat asiático y australiano-oceánico convierten al archipiélago en una joya biológica con centenares de especies endémicas que no se encuentran en ninguna otra parte del mundo. Una hectárea de bosque húmedo filipino cuenta con más diversidad de especies vegetales que toda Europa junta.
Con la pérdida de sus bosques no sólo pierden los filipinos; perdemos todos.
El principal problema hoy de los bosques en Filipinas no es ya la gran industria forestal, sino, paradójicamente, el campesinado pobre que, en una nación con una de las tasas de crecimiento vegetativo más altas del mundo, requiere constantemente de nuevas tierras para cultivar. La presión de la población sobre los recursos naturales es de tal envergadura que, si no se adoptan medidas drásticas inmediatas, el país puede volverse literalmente inviable en el medio plazo. La actual política del gobierno de promoción indiscriminada de la minería, sin ningún control de su impacto medioambiental, exacerba todavía más el problema.
La destrucción del bosque filipino es una tragedia de dimensiones incalculables. Filipinas está considerada como una de las diez naciones del mundo con mayor índice de biodiversidad. La insularidad del país, así como su ubicación geográfica entre los hábitat asiático y australiano-oceánico convierten al archipiélago en una joya biológica con centenares de especies endémicas que no se encuentran en ninguna otra parte del mundo. Una hectárea de bosque húmedo filipino cuenta con más diversidad de especies vegetales que toda Europa junta.
Con la pérdida de sus bosques no sólo pierden los filipinos; perdemos todos.
(foto: Luis Echánove)
No hay comentarios:
Publicar un comentario