El cuatrimotor de Cruz Roja hizo una escala rápida en Kabul. Sobrevolando la ciudad, pudimos percibirnos del nivel de destrucción y de pobreza inmisericorde. Poco tiempo después aterrizamos en Mazar-i-Sharif, nuestro destino y por entonces capital oficiosa del general Dostún, líder uzbeco y principal caudillo de las fuerzas antitalibanes junto con el mítico Masud, el jerarca tayiko conocido como el León de Pashmir. Mazar era como un enorme mercadillo al aire libre. Tenderetes desvencijados ocupaban las polvorosa retícula de callejas. Algunos descascarillados edificios de aire soviético rompían la monotonía de las casas de adobe.
Los pesados turbantes de los uzbecos, mayoritarios en la ciudad; las burkas azul metálico o negras de las mujeres, los puestos de venta de melones y frutos secos, el canto a viva voz de los almuédanos en las numerosas mezquitas...Mazar-i-Sarif condensaba todas nuestras imágenes y nuestros sueños sobre el Asia profunda. La inmensa mezquita-panteón del califa Alí, yerno del Profeta, se alzaba señera en el centro de la urbe. Con sus amplios jardines, su cúpula acampanada y sus maravillosos mosaicos de tonos azules, la mezquita resplandecía al amanecer como un palacio de ensueño en medio de la tórrida estepa.
Nos alojamos en una casa de huéspedes que el personal de Naciones Unidas mantenía en uno de los barrios periféricos. El ambiente del lugar era el propio de un ejército de desesperados. Cooperantes de nacionalidades diversas, pulidos todos ellos en mil y una crisis humanitarias, convivían en una pequeña casita aguardando eternamente un mítico contenedor cargado de alcohol y otros productos occidentales que Naciones Unidas fletaba anualmente para compensarles de la dureza de su destino. Nos sentíamos como unos auténticos novatos rodeados de Indiana Jones bregados en los entresijos del conflicto afgano. No obstante, imperaba una atmósfera cordial y amigable, y enseguida nuestros anfitriones compartieron con nosotros sus consejos e ideas. Altruismo y adrenalina: la explosiva coctelera de todas las retaguardias humanitarias.
Nos alojamos en una casa de huéspedes que el personal de Naciones Unidas mantenía en uno de los barrios periféricos. El ambiente del lugar era el propio de un ejército de desesperados. Cooperantes de nacionalidades diversas, pulidos todos ellos en mil y una crisis humanitarias, convivían en una pequeña casita aguardando eternamente un mítico contenedor cargado de alcohol y otros productos occidentales que Naciones Unidas fletaba anualmente para compensarles de la dureza de su destino. Nos sentíamos como unos auténticos novatos rodeados de Indiana Jones bregados en los entresijos del conflicto afgano. No obstante, imperaba una atmósfera cordial y amigable, y enseguida nuestros anfitriones compartieron con nosotros sus consejos e ideas. Altruismo y adrenalina: la explosiva coctelera de todas las retaguardias humanitarias.
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