(texto de Eva Pastrana)
Con apenas unas horas de diferencia me entero de la muerte de dos miembros de la organización palestina “Comités de Trabajo para la Salud”. El doctor Kamal, con quien Juan y yo compartimos difíciles desplazamientos por Cisjordania para supervisar proyectos de salud y nuestro querido Ahmad Maslamani, con quien, mas allá del trabajo, nos unió la amistad y las difíciles circunstancias a las que nos enfrentamos a lo largo del año cruel e intenso que vivimos en Palestina.
Recuerdo el despacho de Ahmad, envuelto en humo y aroma del fuerte café negro con el que siempre nos recibía cada vez que le visitábamos. Despachábamos con precisión lo necesario para garantizar la buena marcha de los programas de cooperación que compartíamos y pasábamos a continuación a idear nuevos proyectos, nuevas clínicas como la de Hebrón, innovadores programas de salud mental para niños traumados por el conflicto, salud reproductiva para mujeres… Luego repasábamos la realidad política, que cada día se presentaba más triste en el año del estallido de la segunda Intifada. Sin embargo, todos hablábamos con entusiasmo, atropellándonos con nuevas ilusiones, como queriendo consumir unas horas que ahora se me antojan escasas y preciosas. Le gustaba oírnos hablar en español porque se acordaba de sus días de estudiante de medicina en Rumania.
La última vez que vi a Ahmad estaba encadenado de pies y manos en el centro de detención del antiguo Complejo Ruso y actual sede de algunos juzgados en Jerusalén Oeste. Avanzaba por un pasillo del frío y desapacible edificio sonriendo a sus hijos que, de la mano de Nufuz, su madre, le aguardaban a la puerta del tribunal que en apenas unas horas le condenaría. Todos disimulaban mal su nerviosismo. El mayor, en su inocencia de apenas 10 años era el más consciente de los tres de la gravedad de la situación y luchaba por contener sus lágrimas. Probablemente él no se acuerde, pero yo me incliné a abrazarle y decirle que tenía que ser fuerte y pensar que su padre era un hombre bueno. Al Dr. Maslamani, el respetado decano de los médicos de Jerusalén Este, se lo habían llevado unos muchachos enfundados en uniformes militares israelíes pocos días antes. Llamaron de noche a la puerta y, con la superioridad de las armas, descabezaron una familia sin más miramientos, cumpliendo órdenes inexplicables ante los ojos de tres niños, una mujer y de la historia que no olvida.
Gracias a una campaña internacional de recogida de firmas que movilizamos en un tiempo récord y los buenos oficios de influyentes amigos, nos aseguraron que, en esa ocasión, el Dr. Maslamani no sufriría tortura física, práctica autorizada en Israel, pero nadie pudo impedir su condena ni probablemente torturas psicológicas. No era la primera vez, ni sería la ultima, que Ahmad sufría la cárcel pero nunca desfalleció en su pasión por trabajar a favor de la salud y liberación del pueblo palestino. Dos años antes de su fallecimiento, Ahmad seguía trabajando incansablemente y pronunciándose en público contra el levantamiento por parte israelí del muro de separación de Cisjordania y Jerusalén Este –declarado ilegal por el Tribunal de Justicia Internacional. Ello le hizo valedor de un nuevo periodo de detención. A menudo, como los jueces no encontraban suficientes pruebas para sentenciarle, los periodos de detención administrativa sin cargos se alargaban. En total, el doctor pasó siete años en la cárcel durante los cuales ni pudo curar ni cuidarse.
Los años en prisión hicieron sin duda mella en su salud y, paradójicamente, tras dedicar su vida a mejorar las condiciones sanitarias para los demás en Cisjordania, no pudo impedir el ataque fatal de su propio corazón.
Su alegría y perseverancia continúan siendo un ejemplo para nosotros, y deseamos que también sea así para su familia, amigos y compañeros en la HWC. Querido Ahmad, hasta siempre.
Con apenas unas horas de diferencia me entero de la muerte de dos miembros de la organización palestina “Comités de Trabajo para la Salud”. El doctor Kamal, con quien Juan y yo compartimos difíciles desplazamientos por Cisjordania para supervisar proyectos de salud y nuestro querido Ahmad Maslamani, con quien, mas allá del trabajo, nos unió la amistad y las difíciles circunstancias a las que nos enfrentamos a lo largo del año cruel e intenso que vivimos en Palestina.
Recuerdo el despacho de Ahmad, envuelto en humo y aroma del fuerte café negro con el que siempre nos recibía cada vez que le visitábamos. Despachábamos con precisión lo necesario para garantizar la buena marcha de los programas de cooperación que compartíamos y pasábamos a continuación a idear nuevos proyectos, nuevas clínicas como la de Hebrón, innovadores programas de salud mental para niños traumados por el conflicto, salud reproductiva para mujeres… Luego repasábamos la realidad política, que cada día se presentaba más triste en el año del estallido de la segunda Intifada. Sin embargo, todos hablábamos con entusiasmo, atropellándonos con nuevas ilusiones, como queriendo consumir unas horas que ahora se me antojan escasas y preciosas. Le gustaba oírnos hablar en español porque se acordaba de sus días de estudiante de medicina en Rumania.
La última vez que vi a Ahmad estaba encadenado de pies y manos en el centro de detención del antiguo Complejo Ruso y actual sede de algunos juzgados en Jerusalén Oeste. Avanzaba por un pasillo del frío y desapacible edificio sonriendo a sus hijos que, de la mano de Nufuz, su madre, le aguardaban a la puerta del tribunal que en apenas unas horas le condenaría. Todos disimulaban mal su nerviosismo. El mayor, en su inocencia de apenas 10 años era el más consciente de los tres de la gravedad de la situación y luchaba por contener sus lágrimas. Probablemente él no se acuerde, pero yo me incliné a abrazarle y decirle que tenía que ser fuerte y pensar que su padre era un hombre bueno. Al Dr. Maslamani, el respetado decano de los médicos de Jerusalén Este, se lo habían llevado unos muchachos enfundados en uniformes militares israelíes pocos días antes. Llamaron de noche a la puerta y, con la superioridad de las armas, descabezaron una familia sin más miramientos, cumpliendo órdenes inexplicables ante los ojos de tres niños, una mujer y de la historia que no olvida.
Gracias a una campaña internacional de recogida de firmas que movilizamos en un tiempo récord y los buenos oficios de influyentes amigos, nos aseguraron que, en esa ocasión, el Dr. Maslamani no sufriría tortura física, práctica autorizada en Israel, pero nadie pudo impedir su condena ni probablemente torturas psicológicas. No era la primera vez, ni sería la ultima, que Ahmad sufría la cárcel pero nunca desfalleció en su pasión por trabajar a favor de la salud y liberación del pueblo palestino. Dos años antes de su fallecimiento, Ahmad seguía trabajando incansablemente y pronunciándose en público contra el levantamiento por parte israelí del muro de separación de Cisjordania y Jerusalén Este –declarado ilegal por el Tribunal de Justicia Internacional. Ello le hizo valedor de un nuevo periodo de detención. A menudo, como los jueces no encontraban suficientes pruebas para sentenciarle, los periodos de detención administrativa sin cargos se alargaban. En total, el doctor pasó siete años en la cárcel durante los cuales ni pudo curar ni cuidarse.
Los años en prisión hicieron sin duda mella en su salud y, paradójicamente, tras dedicar su vida a mejorar las condiciones sanitarias para los demás en Cisjordania, no pudo impedir el ataque fatal de su propio corazón.
Su alegría y perseverancia continúan siendo un ejemplo para nosotros, y deseamos que también sea así para su familia, amigos y compañeros en la HWC. Querido Ahmad, hasta siempre.
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