jueves, 8 de abril de 2010

Con la Iglesia hemos topado

La impostura de la respuesta de la Iglesia Católica ante el aluvión de casos probados de pederastia por parte de los miembros de su clero en todo el mundo no dejará nunca de sorprenderme.

Supongamos por un momento que otra entidad internacional de cualquier tipo (digamos, por ejemplo, la Cruz Roja Internacional, o la empresa Coca Cola, o la Iglesia Adventista del Séptimo Día) se hubiera visto envuelta en una riada de casos de pederastia en docenas de países diferentes, a lo largo de décadas, y que hubiera actuado durante años tapando los sucesos, manipulando la información y dando cobertura a los abusadores de niños. Lo más probable es que tal organización hubiera pasado a ser considerada prácticamente como una red pedofila organizada, y habría terminado disuelta, o al menos con sus más altos responsables encarcelados. Todos sabemos que nada de eso sucederá con la Iglesia Católica, cuyo único paso hasta el momento ha consistido primero en negarlo todo, y luego al final pedir perdón, pero a la vez comprando el silencio de las victimas con dinero sacado del cestillo de la recaudación dominical.

Hay por supuesto decenas de miles de sacerdotes católicos de conducta intachable y millones de fieles en el mundo que se identifican con el catolicismo y que cuya fe merece todo el respeto. La actitud oscurantista de la jerarquía eclesiástica en todo este asunto solo está sirviendo de hecho que una creciente parte de la sociedad se pregunte si la Iglesia en cuanto tal, merece de verdad algún respeto, visto lo visto. Y, por supuesto, esta además minando la confianza de muchísimos de sus fieles.

Si el Vaticano tuviera algún interés sensato en de verdad proteger la reputación de la institución que representa, debería de inmediato entregar a la justicia a todos los notorios pedófilos que acoge en su seno y afrontar una reflexión profunda sobre las causas de fondo del problema. Y todos sabemos cuales son esas causas: la imposición del celibato y la represión de la sexualidad hasta extremos psicopatológicos. Claro está que la pedofilia no es un monopolio de la Iglesia Católica. Desgraciadamente, es una lacra social que se puede producir en el seno de cualquier grupo humano. Pero también es cierto que la tasa de abusadores de menores entre el clero católico rebosa con creces la de cualquier otro grupo profesional.

No es casualidad que en el clero protestante y en ortodoxo no se haya dado este fenómeno de pedofilia a escala masiva propio de la Iglesia católica. Los pastores evangélicos y los curas griegos o rusos se casan y mantienen una actividad sexual perfectamente habitual. En ninguno de estos grupos religiosos la pedofilia es un problema importante, porque su clero vive una vida sexual adulta e integral.

Los apóstoles se casaban, y nada impide dudar que llevaban una vida marital normal. Durante la mayor parte de su larga historia, la Iglesia permitió el matrimonio de sus sacerdotes, y de hecho, lo sigue permitiendo, en algunos casos particulares: los curas católicos de rito no latino pueden contraer matrimonio. No existe ninguna razón teológica, evangélica, moral, histórica o práctica que justifique el celibato obligatorio de los religiosos de rito latino. Sólo a aquellos que optan por una existencia realmente contemplativa, como los monjes, debería pedírseles una opción por el celibato.

Hasta que esta infame patraña de represión interna de la sexualidad adulta y normal no acabe, la Iglesia nunca se desembarazará del estigma de ser vista casi como una asociación pedofila encubierta.

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