Se despide del sol despacio, porque sabe que no volverá a verlo igual nunca. Luego abandona el parque y el ruido seco de sus pasos sobre el barro de la senda muere atropelladamente. Camina ahora a ninguna parte por las calles de su ciudad, y abandona la vista, deja volarla libre por los rostros de los demás caminantes, por los sonidos de las otras conversaciones.
Nómada, siempre nómada, con las maletas a cuestas y delante un camino sin retorno. La vida como una aventura abierta ante los ojos. Se pregunta si podría vivir la vida de otro modo, y sabe que ya no, que es tarde para esconderse en su habitación. El mundo le llama, se agarra a las canciones que conoce, a los libros viejos, a su familia, a sus amigos, se agarra para seguir caminando, porque fue condenado a no detenerse.
Tal vez hay una forma de parar el tiempo.
(Foto: Luis Echanove)
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