jueves, 24 de junio de 2010

Aventura en Batumi

El coche avanzó despacio por el camino de barro, cruzando el frondoso bosquecillo. Al fin, de frente apareció ante nosotros el otrora grandioso edificio estalinista. Pese a las grietas, a los vidrios rotos y a los muros descascarillados, no era difícil entrever que aquel Instituto de Investigación había vivido momentos de mayores glorias en el pasado. Ascendimos despacio por las destartaladas escaleras de madera. Casi a tientas, iluminados por una tenue bombilla de luz intermitente, avanzamos por el largo corredor hasta dar con la sala de reuniones.

Unas cuantas sillas de formica y una roída mesa de contrachapado eran todo el mobiliario del gran cuarto. Sentadas frente a nosotros, tres gruesas investigadoras con el pelo mal teñido, nos saludaron con sonrisas confusas. Frisaban todas los cincuenta, y sus batas, antiguamente blancas, databan sin duda de la misma época. Nos explicaron que el laboratorio investigaba patógenos del reino vegetal. Las plantas del exuberante bosque que rodeaba al edificio se hallaban en realidad infestadas de enfermedades diversas, inoculadas adrede por aquellas cincuentonas obesas, con el propósito de estudiar las reacciones de la flora frente a tales ataques biotecnológicos. Nos mostraron algunas fotos: patatas difícilmente reconocibles, carcomidas por una sustancia indescriptible; troncos con vulvas verdosas, tallos con mucosidades varias… la visión de aquellas marranadas no me dejó indiferente. En mi estomago, el copioso almuerzo, ingerido apenas unas horas antes, pugnaba con fuerza por ascender através de mi traquea.

Solo por cambiar de tema las pregunté porqué el gobierno británico había decidido dotarlas de nuevos equipos para su laboratorio. Me respondieron que la ayuda inglesa no se limitaba a la mejora técnica de las instalaciones de investigación. Gracias al proyecto, ellas ahora cobraban un razonable sobresueldo que complementaba los magros cien dólares del salario oficial. Volví a insistir con mi pregunta: con tantas necesidades como hay en Georgia, ¿Porqué se les ocurrió a los ingleses invertir en este olvidado instituto de investigación, perdido en medio de la nada? Entonces las tres sonrieron al unísono y sus ojos chispearon, hasta que una al fin, tomó la palabra:

-'Es que, ¿sabe usted?, nosotras en realidad, en los años ochenta nos dedicábamos aquí a crear armas bacteriólogas, y claro, con la caída de la URSS los occidentales pensaron que seria razonable mantenernos ocupadas haciendo otras cosas-'.

'-Si' - añadió otra-'ya sabe usted, hacer armas bacteriológicas se cotiza mucho en el mercado'.

Un hilo de sudor recorrió mi frente. Intenté imaginarme a las tres haciendo ganchillo entorno a una mesa camilla. Pero no pude.
Foto: Luis Echanove

1 comentario:

luis echánove dijo...

Esto podría ser la base del guión de una peli de guillermo fesser