El tipo me mira con ojos de tahur, o de cabecilla de los malos en una película sesentera de James Bond.
Se las sabe todas. Parece estar riéndose de nosotros, los existentes, los sesenta o setenta tipos de corbata entorno a una mesa ovalada de longitud inverosímil. La pajarita le aprieta, pero él no pierde esa actitud de listo de la clase. El tipo parece relajado en su cuadro de gran formato, pese a lo forzado de la pose. Lamparillas estilo Imperio y una colección de pinturas de realismo soviético alusivas a diferentes medios de transporte completan la decoración de las paredes del salón de plenos ministerial. El óleo del tren me gusta: Es una locomotora verde en escorzo avanzando por un erial de charcos y tendidos eléctricos, bajo un cielo nuboso e irreal. Parece un cromo antiguo, o el dibujo de la portada del Ibertrén.
A mi lado, un hombre con mostacho y pinta de funcionario de país remoto mira sin pestañear la pantalla del Power Point. Sus ojos están en blanco, y la pantalla también (¿qué mira entonces?). En el otro extremo de la mesa alguien habla en inglés con tono tedioso y un sedante acento francés, superpuesto torpemente por el doblaje al ruso. Nadie presta atención, nadie pregunta…silencio denso.
El aburrimiento es tan espeso que se podría cortar con tijeras de podar.
Desde su retrato de marco dorado, el Padre de la Patria sigue mirándome con sus ojos de jugador tramposo. El tipo me intenta sobornar con su mirada picara, me pide que le desenganche de la pared, que le saque del marco, que le deje sermonearnos en esta conferencia interminable. Y yo ya no sé qué hacer para rehuirle.
Post scriptum: Me voy a levantarme ahora mismo. Tiraré el ordenador portátil con todas mis fuerzas contra el maldito lienzo. Voy a estampárselo en medio de su sonrisa de listillo. A mí me meterán en la cárcel, pero los aquí presentes agradecerán la iniciativa. Les voy a ofrecer una excelente anécdota para contar cuando vuelvan a casa. Ya verán, ya. Ahora sí que van a dejarse de aburrirse.
(Foto: Luis Echánove)
Se las sabe todas. Parece estar riéndose de nosotros, los existentes, los sesenta o setenta tipos de corbata entorno a una mesa ovalada de longitud inverosímil. La pajarita le aprieta, pero él no pierde esa actitud de listo de la clase. El tipo parece relajado en su cuadro de gran formato, pese a lo forzado de la pose. Lamparillas estilo Imperio y una colección de pinturas de realismo soviético alusivas a diferentes medios de transporte completan la decoración de las paredes del salón de plenos ministerial. El óleo del tren me gusta: Es una locomotora verde en escorzo avanzando por un erial de charcos y tendidos eléctricos, bajo un cielo nuboso e irreal. Parece un cromo antiguo, o el dibujo de la portada del Ibertrén.
A mi lado, un hombre con mostacho y pinta de funcionario de país remoto mira sin pestañear la pantalla del Power Point. Sus ojos están en blanco, y la pantalla también (¿qué mira entonces?). En el otro extremo de la mesa alguien habla en inglés con tono tedioso y un sedante acento francés, superpuesto torpemente por el doblaje al ruso. Nadie presta atención, nadie pregunta…silencio denso.
El aburrimiento es tan espeso que se podría cortar con tijeras de podar.
Desde su retrato de marco dorado, el Padre de la Patria sigue mirándome con sus ojos de jugador tramposo. El tipo me intenta sobornar con su mirada picara, me pide que le desenganche de la pared, que le saque del marco, que le deje sermonearnos en esta conferencia interminable. Y yo ya no sé qué hacer para rehuirle.
Post scriptum: Me voy a levantarme ahora mismo. Tiraré el ordenador portátil con todas mis fuerzas contra el maldito lienzo. Voy a estampárselo en medio de su sonrisa de listillo. A mí me meterán en la cárcel, pero los aquí presentes agradecerán la iniciativa. Les voy a ofrecer una excelente anécdota para contar cuando vuelvan a casa. Ya verán, ya. Ahora sí que van a dejarse de aburrirse.
(Foto: Luis Echánove)
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