Visitando una planta procesadora de frutas tropicales, pude una vez degustar cierta mermelada de esencia de mora y guayaba cuyo cosquilleo perduró en el paladar hasta mediodía. Aquella fábrica me permitió conocer la historia del ingeniero alemán que abandonó su trabajo en la NASA para dedicarse a patentar artilugios mágicos. Sus máquinas variopintas permitían a los pequeños campesinos transformar a bajo costo sabrosos productos tropicales en delicias que se venden a buen precio en Suiza.
Aunque la violencia omnipresente en Colombia me impidió viajar a conocer las veredas donde los indios paeses siembran esas moras y guayabas, gozando el sabor de su ambrosía exportable redescubrí que, al fin y al cabo, el sabor de la vida se esconde en las altas sierras de la cordillera central de los Andes.
Aunque la violencia omnipresente en Colombia me impidió viajar a conocer las veredas donde los indios paeses siembran esas moras y guayabas, gozando el sabor de su ambrosía exportable redescubrí que, al fin y al cabo, el sabor de la vida se esconde en las altas sierras de la cordillera central de los Andes.
1 comentario:
Eres genial, me encanta como escribes, desde luego a todo le das ese aire poetico.
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