Penetración marina
Enfrente mismo de la aburrida bahía de Cochinos -ese lugar que en Cuba llaman playa Girón, para no mezclar a los cerdos en materia de gloria patria (…por cierto, la cría de marranos en bañeras de apartamentos estaba por entonces en auge a lo largo y ancho de la isla; ¿o a lo largo y estrecho? Cuba no de mucho de norte a sur)-…decía, enfrente mismo de bahía de Cochinos desvirgué al mar por vez primera, con bombona a la espalda. A veinticuatro metros agua adentro yace un Paraíso no terrenal. No es que todos los peces del mundo luzcan cara de tontos, es que viven en perpetuo éxtasis, como cándidos angelitos en un limbo de corales y algas amarradas a los abismos. Uno no sabe si asociar a tanta belleza el embeleso que las profundidades causan o si relacionarlo con la posible falta de riego cerebral que la presión marina produce. Correteé sobre fosas insondables en pos de seres de colores y tamaños variados. Me recosté sobre el polvo blanco del fondo de un mar que antes siempre había amado desde lejos. No oculto cierto arrepentimiento…la culpa no se desprendía de mí ni en esta Cuba atea que me acogía.
Mi relación con el océano no fue ya jamás la misma. Maté los inocentes mirares a las aguas bravas. Que el Dios Neptuno me perdone, pero juro penetrar al mar nuevamente.
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