
El sabor deliciosamente decadente del Macao colonial se esta perdiendo a ojos vista. La reciente declaración de su casco histórico como Patrimonio de la Humanidad poco puede hacer para frenar las embestidas del turismo más masivo que quepa imaginar. Aunque, a decir verdad, el fin de ese Macao de novela se inicio probablemente ya en los años finales del dominio portugués. Como una prima pobre de Hong Kong, en lugar de airosos y súper modernos rascacielos de cristal, Macao ofrece al visitante el triste espectáculo de bloques de cemento del peor estilo Orcasitas. El cartón piedra de los casinos compite en mal gusto con la arquitectura pastiche de los modernos edificios de oficinas. La especulación inmobiliaria setentera causó en Macao estragos semejantes a los del Algarbe.
Pero, pese a todos estos peses, Macao es uno de esos lugares de los que uno enseguida se encariña. Es un amor a primera vista, un amor doloroso, desgarrador, como de un fado. Lo mismo que a Goa, lo mismo que a Salvador de Bahía….los mismo que a Lisboa o a Santiago de Compostela…a Macao se la quiere con solemne tristeza.
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