miércoles, 12 de junio de 2013

No existo

Yo siempre he sabido que no existo. Ya sé que lo que acabo de escribir parece una total estupidez, pero más vale ser sincero y resultar estupido que mentir.

No estoy muy seguro de cuando me ocurrió por vez primera. Desde que tengo recuerdos, muy pequeño, ya era capaz, de cuando en cuando, de alcanzar ese estado de certeza de mi no existencia.

Era algo que yo mismo podía provocar. La técnica no tenía nada de rebuscado, aunque practicarla no era siempre tan sencillo: Cerraba los ojos o miraba fijamente a un punto cualquiera, y repetía mentalmente muchas veces “yo…yo…yo…”. Creo que, inconscientemente, lo hacía al ritmo de mi propia respiración.

No pensaba en nada, no asociaba la palabra a ninguna imagen predeterminada de mí. Simplemente repetía ese sonido. Cada vez que escuchaba la palabra “yo” mentalmente, su significado concreto se diluía un poco más, se hacía más abstracto, más vacío, más ligero, hasta llegar a un punto en el que, súbitamente, dejaba de tener ningún sentido. “Yo” ya no era yo, sino un “YO” que a la vez era yo pero que también era todo lo demás, que me superaba y abrazaba todo lo real. En ese preciso momento comenzaba a sentir oleadas de cosquilleos repentinos, que partían del cogote y se difuminaban en ondas por todo el cuerpo durante unos breves segundos. A la vez sentía una tremenda sensación de bienestar y paz y comprobaba perplejo como todos los problemas cotidianos, las pequeñas incertidumbres del día a día, se habían evaporado.

Enseguida dirigía mi pensamiento a mi madre, y a mi padre, a mis hermanos, a mi abuela y en general al pequeño circulo de personas de referencia en mi vida de niño, y sentía por ellas un enorme cariño…era como si “yo” también significase “ellos”. De manera obvia sentía que participaba en la realidad del todo, y que todo participaba de mí. Por unos segundos carecía de límites.

Ese estado beatifico, desgraciadamente, no duraba mucho. Acababa sin estridencias y, después, en  los minutos siguientes, mi mente se relamía con el recuerdo grato de la maravillosa experiencia. Al poco tiempo aquel sueño en vela quedaba casi olvidado, y solo una cierta frustración de haber perdido esos instantes de gozo perduraba.

Un rescoldo de ese fuego no se apagaba: Me quedaba una fuerte sensación de seguridad interior, un sentido profundo de que dentro de mi había un mar en el que a veces podía sumergirme, nadar y sentir una felicidad absoluta, pero a la vez tranquila. En mayor o en menor grado esa percepción no me ha abandonado nunca y es, pienso, la raíz de mi extraño sentido de autoconfianza.

No sé cuantas veces me ocurrió el fenómeno que acabo de describir: Recuerdo con cierta nitidez solo tres momentos, pero sé que hubo más. Uno, puede que el más antiguo, me ocurrió ya en la cama, antes de dormir, con cinco o seis años. Otra vez, no mucho más tarde, me pasó en el baño, frente al espejo, mientras me secaba tras ducharme. Recuerdo además una tercera ocasión, de veraneo en Almuñecar, ya un poco más mayor, un domingo después de misa en una iglesia calurosa y atestada de gente.

De niño nunca hablaba de eso. La primera vez que mencioné este asunto a alguien fue a primera novia, con dieciséis años. Pensó que estaba chiflado.

Según fue terminando mi infancia, esas experiencias se volvieron cada vez más infrecuentes. Desde entonces, a veces he intentado forzarlas, casi siempre con nulo éxito.  Sólo en algún raro momento he conseguido aproximarme a ello, pero nunca con la intensidad de entonces.

Mucha veces me pregunto como y porqué me sucedió por vez primera, qué me llevó a realizar espontáneamente ese extraño ejercicio de concentración. Creo que todo lo demás que he hecho el resto de mi vida, hasta hoy, no ha sido sino intentar responder a esa pregunta.

(Foto: Luis Echanove)

2 comentarios:

Luisa Antolín dijo...

¡Juan! ¡Es cierto! ¿quién es yo? Lo supiste de niño, quizá el porqué no importa, no es necesaria una explicación para todo... Tal vez lo que importe es que puedas llegar a tener esa experiencia, otra vez, re-vivirla. Sí puedes, podemos.

Beso, gracias por las palabras rendija, Chiky

Luisa Antolín dijo...

Pero ¡qué alegría que ese yo-que- no-es-y-es-todo-nada, haya vuelto a escribir! ¡Te echaba de menos!
Beso, beso